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Virgen con miriñaque,
virgen de Soledad,
abierta como un inmenso
tulipán.
En tu barco de luces
vas
por la alta marea
de la ciudad,
entre saetas turbias
y estrellas de cristal.
Virgen con miriñaque
tú vas
por el río de la calle,
¡hasta el mar!
****** in a crinoline,
****** of Solitude,
spreading immensely
like a tulip-flower.

In your boat of light,
go -
through the high seas
of the city;
through turbulent singing,
through crystalline stars.
****** in a crinoline
through the roadway's river
you go,
down to the sea!
Peaceful waters of the air
under echo's branches

peaceful waters of a pool
under a bough laden with stars

peaceful waters of your mouth
under a forest of kisses.
Equivocar el camino
es llegar a la nieve
y llegar a la nieve
es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.

Equivocar el camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme la luz,
la mujer que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.

Pero si la nieve se equivoca de corazón
puede llegar el viento Austro
y como el aire no hace caso de los gemidos
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.

Yo vi dos dolorosas espigas de cera
que enterraban un paisaje de volcanes
y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.

Pero el dos no ha sido nunca un número
porque es una angustia y su sombra,
porque es la guitarra donde el amor se desespera,
porque es la demostración de otro infinito que no es suyo
y es las murallas del muerto
y el castigo de la nueva resurrección sin finales.
Los muertos odian el número dos,
pero el número dos adormece a las mujeres
y como la mujer teme la luz
la luz tiembla delante de los gallos
y los gallos sólo saben votar sobre la nieve
tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.
En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
        ¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
        ¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
        ¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
        ¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del "Te quiero siempre".

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.
Dry land,
quiet land
of night's
immensity.

(Wind in the olive groves,
wind in the Sierra.)

Ancient
land
of oil lamps
and grief.
Land
of deep cisterns.
Land of death without eyes
and arrows.

(Wind on the roads.
Breeze in the poplar groves.)

Village

Upon a barren hill,
a Calvary.
Clear water
and century-old olive trees.
In the narrow streets,
men hidden under cloaks,
and on the towers
the spinning vanes.
Forever
spinning.
Oh, village lost
in the Andalucia of tears!

Dagger

The dagger
enters the haert
the way plowshares turn over
the wasteland.

No.
Do not cut into me.
No.

Like a ray of sun,
the dagger
ignites terrible
hollows.

No.
Do not cut into me.
No.

Crossroads

East wind,
a street lamp
and a dagger
in the heart.
The street
quivers like
tightly pulled
string,
like a huge, buzzing
horsefly.
Everywhere,
I see a dagger
in the heart.

Ay!

The cry leaves shadows of cypress
upon the wind.

(Leave me here, in this field,
weeping.)

The whole world's broken.
Only silence remains.

(Leave me here, in this field,
weeping).

The darkened horizon's
bitten by bonfires.

(I've told you already to leave me
here, in this field,
weeping.)

Surprise

He lay dead in the street
wit ha dagger in his chest.
Nobody knew who he was.
How the streep lamp flickered!
Mother of god,
how the street lamp
faintly flickered!
It was dawn. Nobody
could look up, wide-eyed,
into the glare.
And he lay dead in the street
with a dagger in his chest,
and nobody knew who he was.

Soleá

Wearing black mantillas,
she thinks the world is tiny
and the heart immense.

Wearing black mantillas.

She thinks that tender sighs
and cries disappear
into currents of wind.

Wearing black mantillas.

The door was left open,
and at dawn the entire sky
emptied onto her balcony.

Ay, yayayayay,
wearing black mantillas.

Cave

From the cave
come endless sobbings.

(Purple
over red.)

The gypsy
calls forth the distance.

(Tall towers
and mysterious men.)

In an unsteady voice
his eyes wander.

(Black
over red.)

And the white-washed cave
trembled in gold.

(White
over red.)

Encounter

For you and I
aren't ready
to find each other.
You... as you well know.
I loved her so much!
Follow the narrowest path.
I have
holes
in my hands
from the nails.
Can't you see how
I'm bleeding to death?
Don't look back,
go slowly,
and pray as I do
to San Cayetano
for you and I
aren't ready
to find each other.

Dawn

Bells of Cordoba
in the early morning.
Bells of Granada
at dawn.
You are felt by all the girls
who weep to the tender,
weeping Solea.
The girls
of upper Andalucia,
and of lower.
You girls of Spain,
with tiny feet
and trembling skirts,
who've filled the crossroads
with crosses.
Oh, bells of Cordoba
in the early morning,
and, oh, the bells of Granada
at dawn!
Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.
El silencio sin estrellas,
huyendo del sonsonete,
cae donde el mar bate y canta
su noche llena de peces.
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses.
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.

Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene.
Al verla se ha levantado
el viento que nunca duerme.
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira la niña tocando
una dulce gaita ausente.

Niña, deja que levante
tu vestido para verte.
Abre en mis dedos antiguos
la rosa azul de tu vientre.

Preciosa tira el pandero
y corre sin detenerse.
El viento-hombrón la persigue
con una espada caliente.

Frunce su rumor el mar.
Los olivos palidecen.
Cantan las flautas de umbría
y el liso gong de la nieve.

¡Preciosa, corre, Preciosa,
que te coge el viento verde!
¡Preciosa, corre, Preciosa!
¡Míralo por dónde viene!
Sátiro de estrellas bajas
con sus lenguas relucientes.

Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.

Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso, muerde.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
Y a la mitad del camino,
bajo las ramas de un olmo,
guardia civil caminera
lo llevó codo con codo.  El día se va despacio,
la tarde colgada a un hombro,
dando una larga torera
sobre el mar y los arroyos.
Las aceitunas aguardan
la noche de Capricornio,
y una corta brisa, ecuestre,
salta los montes de plomo.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.  Antonio, ¿quién eres tú?
Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo.  A las nueve de la noche
lo llevan al calabozo,
mientras los guardias civiles
beben limonada todos.
Y a las nueve de la noche
le cierran el calabozo,
mientras el cielo reluce
como la grupa de un potro.
Sobre el monte pelado
un calvario.
Agua clara
y olivos centenarios.
Por las callejas
hombres embozados,
y en las torres
veletas girando.
Eternamente
girando.
¡Oh pueblo perdido,
en la Andalucía del llanto!
Me miré en tus ojos
pensando en tu alma.
Adelfa blanca.
Me miré en tus ojos
pensando en tu boca.
Adelfa roja.
Me miré en tus ojos.
¡Pero estabas muerta!
Adelfa negra.
Ya viene la noche.
Golpean rayos de luna
sobre el yunque de la tarde.
  Ya viene la noche.
Un árbol grande se abriga
con palabras de cantares.
  Ya viene la noche.
Si tú vinieras a verme
por los senderos del aire.
  Ya viene la noche,
Me encontrarías llorando
bajo los álamos grandes.
  ¡Ay morena!
bajo los álamos grandes.
The night is coming.

The moonlight strikes
on evening's anvil.

The night is coming.

A giant tree clothes itself
in the leaves of cantos.

The night is coming.

If you came to see me,
on the path of storm-winds...

The night is coming.

...you would find me crying,
under high, black poplars.
Ay, girl with the dark hair!
Under high, black poplars.
A *remanso* is a still pool in running water, the liquid calm that is not swept on by the flow.
Entre italiano
y flamenco,
¿cómo cantaría
aquel Silverio?
La densa miel de Italia
con el limón nuestro,
iba en el hondo llanto
del siguiriyero.
Su grito fue terrible.
Los viejos
dicen que se erizaban
los cabellos,
y se abría el azogue
de los espejos.
Pasaba por los tonos
sin romperlos.
Y fue un creador
y un jardinero.
Un creador de glorietas
para el silencio.
Ahora su melodía
duerme con los ecos.
Definitiva y pura.
¡Con los últimos ecos!
En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde,
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.
Cordova, far and lonely.

Black pony, full moon,
And olives in my pocket:
Although I know the roads,
I'll never reach Cordova.

For the plain, for the wind,
Black pony, red moon,
And death is watching for me
Beside Cordova's towers.

Alas! the long, long highway,
Alas! my valient pony,
Alas, that death is waiting
Before I reach Cordova.

Cordova, far and lonely.
Camina Don Boyso
mañanita fría
a tierra de moros
a buscar amiga.
Hallóla lavando
en la fuente fría.
-¿Qué haces ahí, mora,
hija de judía?
Deja a mí caballo
beber agua fría.
-Reviente el caballo
y quien lo traía,
que yo no soy mora
ni hija de judía.
Soy una cristiana
que aquí estoy cativa.
-Si fueras cristiana,
yo te llevaría
y en paños de seda
yo te envolvería,
pero si eres mora
yo te dejaría.
Montóla a caballo
por ver qué decía;
en las siete leguas
no hablara la niña.
Al pasar un campo
de verdes olivas
por aquellos prados
qué llantos hacía.
-¡Ay, prados! ¡Ay, prados!
prados de mi vida.
Cuando el rey, mi padre,
plantó aquí esta oliva,
él se la plantara,
yo se la tenía,
la reina, mi madre,
la seda torcía,
mi hermano, Don Boyso,
los toros corría.
-¿Y cómo te llamas?
-Yo soy Rosalinda,
que así me pusieron
porque al ser nacida
una linda rosa
n'el pecho tenía.
-Pues tú, por las señas,
mi hermana serías.
Abre la mi madre
puertas de alegría,
por traerla nuera
le traigo su hija.
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.

¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
La luna y la calabaza
con las guindas en conserva.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vió y no te recuerda?
Ciudad de dolor y almizcle,
con las torres de canela.

Cuando llegaba la noche,
noche que noche nochera,
los gitanos en sus fraguas
forjaban soles y flechas.
Un caballo malherido,
llamaba a todas las puertas.
Gallos de vidrio cantaban
por Jerez de la Frontera.
El viento, vuelve desnudo
la esquina de la sorpresa,
en la noche platinoche
noche, que noche nochera.

La Virgen y San José
perdieron sus castañuelas,
y buscan a los gitanos
para ver si las encuentran.
La Virgen viene vestida
con un traje de alcaldesa,
de papel de chocolate
con los collares de almendras.
San José mueve los brazos
bajo una capa de seda.
Detrás va Pedro Domecq
con tres sultanes de Persia.
La media luna, soñaba
un éxtasis de cigüeña.
Estandartes y faroles
invaden las azoteas.
Por los espejos sollozan
bailarinas sin caderas.
Agua y sombra, sombra y agua
por Jerez de la Frontera.

¡Oh ciudad de los gitanos!
En las esquinas banderas.
Apaga tus verdes luces
que viene la benemérita.
¡Oh ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Dejadla lejos del mar,
sin peines para sus crenchas.

Avanzan de dos en fondo
a la ciudad de la fiesta.
Un rumor de siemprevivas
invade las cartucheras.
Avanzan de dos en fondo.
Doble nocturno de tela.
El cielo, se les antoja,
una vitrina de espuelas.

La ciudad libre de miedo,
multiplicaba sus puertas.
Cuarenta guardias civiles
entran a saco por ellas.
Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.
Un vuelo de gritos largos
se levantó en las veletas.
Los sables cortan las brisas
que los cascos atropellan.
Por las calles de penumbra
huyen las gitanas viejas
con los caballos dormidos
y las orzas de monedas.
Por las calles empinadas
suben las capas siniestras,
dejando detrás fugaces
remolinos de tijeras.
En el portal de Belén
los gitanos se congregan.
San José, lleno de heridas,
amortaja a una doncella.
Tercos fusiles agudos
por toda la noche suenan.
La Virgen cura a los niños
con salivilla de estrella.
Pero la Guardia Civil
avanza sembrando hogueras,
donde joven y desnuda
la imaginación se quema.
Rosa la de los Camborios,
gime sentada en su puerta
con sus dos pechos cortados
puestos en una bandeja.
Y otras muchachas corrían
perseguidas por sus trenzas,
en un aire donde estallan
rosas de pólvora negra.
Cuando todos los tejados
eran surcos en la tierra,
el alba meció sus hombros
en largo perfil de piedra.

¡Oh, ciudad de los gitanos!
La Guardia Civil se aleja
por un túnel de silencio
mientras las llamas te cercan.

¡Oh, ciudad de los gitanos!
¿Quién te vio y no te recuerda?
Que te busquen en mi frente.
juego de luna y arena.
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.

En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.

Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.
Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
Cobre amarillo, su carne,
huele a caballo y a sombra.
Yunques ahumados sus pechos,
gimen canciones redondas.
Soledad, ¿por quién preguntas
sin compaña y a estas horas?
Pregunte por quien pregunte,
dime: ¿a ti qué se te importa?
Vengo a buscar lo que busco,
mi alegría y mi persona.
Soledad de mis pesares,
caballo que se desboca,
al fin encuentra la mar
y se lo tragan las olas.
No me recuerdes el mar,
que la pena negra, brota
en las tierras de aceituna
bajo el rumor de las hojas.
¡Soledad, qué pena tienes!
¡Qué pena tan lastimosa!
Lloras zumo de limón
agrio de espera y de boca.
¡Qué pena tan grande! Corro
mi casa como una loca,
mis dos trenzas por el suelo,
de la cocina a la alcoba.
¡Qué pena! Me estoy poniendo
de azabache carne y ropa.
¡Ay, mis camisas de hilo!
¡Ay, mis muslos de amapola!
Soledad: lava tu cuerpo
con agua de las alondras,
y deja tu corazón
en paz, Soledad Montoya.

Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza,
la nueva luz se corona.
¡Oh pena de los gitanos!
Pena limpia y siempre sola.
¡Oh pena de cauce oculto
y madrugada remota!
¡Mi soledad sin descanso!
Ojos chicos de mi cuerpo
y grandes de mi caballo,
no se cierran por la noche
ni miran al otro lado,
donde se aleja tranquilo
un sueño de trece barcos.
Sino que, limpios y duros
escuderos desvelados,
mis ojos miran un norte
de metales y peñascos,
donde mi cuerpo sin venas
consulta naipes helados.Los densos bueyes del agua
embisten a los muchachos
que se bañan en las lunas
de sus cuernos ondulados.
Y los martillos cantaban
sobre los yunques sonámbulos,
el insomnio del jinete
y el insomnio del caballo.El veinticinco de junio
le dijeron a el Amargo:
Ya puedes cortar si gustas
las adelfas de tu patio.
Pinta una cruz en la puerta
y pon tu nombre debajo,
porque cicutas y ortigas
nacerán en tu costado,
y agujas de cal mojada
te morderán los zapatos.Será de noche, en lo oscuro,
por los montes imantados,
donde los bueyes del agua
beben los juncos soñando.
Pide luces y campanas.
Aprende a cruzar las manos,
y gusta los aires fríos
de metales y peñascos.
Porque dentro de dos meses
yacerás amortajado.Espadón de nebulosa
mueve en el aire Santiago.
Grave silencio, de espalda,
manaba el cielo combado.El veinticinco de junio
abrió sus ojos Amargo,
y el veinticinco de agosto
se tendió para cerrarlos.
Hombres bajaban la calle
para ver al emplazado,
que fijaba sobre el muro
su soledad con descanso.
Y la sábana impecable,
de duro acento romano,
daba equilibrio a la muerte
con las rectas de sus paños.
Por la calle brinca y corre
caballo de larga cola,
mientras juegan o dormitan
viejos soldados de Roma.
Medio monte de Minervas
abre sus brazos sin hojas.
Agua en vilo redoraba
las aristas de las rocas.
Noche de torsos yacentes
y estrellas de nariz rota
aguarda grietas del alba
para derrumbarse toda.
De cuando en cuando sonaban
blasfemias de cresta roja.
Al gemir, la santa niña
quiebra el cristal de las copas.
La rueda afila cuchillos
y garfios de aguda comba.
Brama el toro de los yunques,
y Mérida se corona
de nardos casi despiertos
y tallos de zarzamora.
Flora desnuda se sube
por escalerillas de agua.
El Cónsul pide bandeja
para los senos de Olalla.
Un chorro de venas verdes
le brota de la garganta.
Su **** tiembla enredado
como un pájaro en las zarzas.
Por el suelo, ya sin norma,
brincan sus manos cortadas
que aún pueden cruzarse en tenue
oración decapitada.
Por los rojos agujeros
donde sus pechos estaban
se ven cielos diminutos
y arroyos de leche blanca.
Mil arbolillos de sangre
le cubren toda la espalda
y oponen húmedos troncos
al bisturí de las llamas.
Centuriones amarillos
de carne gris, desvelada,
llegan al cielo sonando
sus armaduras de plata.
Y mientras vibra confusa
pasión de crines y espadas,
el Cónsul porta en bandeja
senos ahumados de Olalla.
Nieve ondulada reposa.
Olalla pende del árbol.
Su desnudo de carbón
tizna los aires helados.
Noche tirante reluce.
Olalla muerta en el árbol.
Tinteros de las ciudades
vuelcan la tinta despacio.
Negros maniquíes de sastre
cubren la nieve del campo
en largas filas que gimen
su silencio mutilado.
Nieve partida comienza.
Olalla blanca en el árbol.
Escuadras de níquel juntan
los picos en su costado.
Una Custodia reluce
sobre los cielos quemados
entre gargantas de arroyo
y ruiseñores en ramos.
¡Saltan vidrios de colores!
Olalla blanca en lo blanco.
Ángeles y serafines
dicen: Santo, Santo, Santo.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas le están mirando
y ella no puede mirarlas.
Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los montes de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
ese trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
dejadme subir, dejadme,
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento, dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está mi niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, ***** pelo,
en esta verde baranda!Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche su puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos,
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.
Un bello niño de junco,
anchos hombros, fino talle,
piel de nocturna manzana,
boca triste y ojos grandes,
nervio de plata caliente,
ronda la desierta calle.
Sus zapatos de charol
rompen las dalias del aire,
con los dos ritmos que cantan
breves lutos celestiales.
En la ribera del mar
no hay palma que se le iguale,
ni emperador coronado,
ni lucero caminante.
Cuando la cabeza inclina
sobre su pecho de jaspe,
la noche busca llanuras
porque quiere arrodillarse.
Las guitarras suenan solas
para San Gabriel Arcángel,
domador de palomillas
y enemigo de los sauces.
San Gabriel: El niño llora
en el vientre de su madre.
No olvides que los gitanos
te regalaron el traje.

Anunciación de los Reyes,
bien lunada y mal vestida,
abre la puerta al lucero
que por la calle venía.
El Arcángel San Gabriel,
entre azucena y sonrisa,
bisnieto de la Giralda,
se acercaba de visita.
En su chaleco bordado
grillos ocultos palpitan.
Las estrellas de la noche
se volvieron campanillas.
San Gabriel: Aquí me tienes
con tres clavos de alegría.
Tu fulgor abre jazmines
sobre mi cara encendida.

Dios te salve, Anunciación.
Morena de maravilla.
Tendrás un niño más bello
que los tallos de la brisa.
¡Ay, San Gabriel de mis ojos!
¡Gabrielillo de mi vida!,
Para sentarte yo sueño
un sillón de clavellinas.
Dios te salve, Anunciación,
bien lunada y mal vestida.
Tu niño tendrá en el pecho
un lunar y tres heridas.
¡Ay, San Gabriel que reluces!
¡Gabrielillo de mi vidal!
En el fondo de mis pechos
ya nace la leche tibia.
Dios te salve, Anunciación.
Madre de cien dinastías.
Áridos lucen tus ojos,
paisajes de caballista.

El niño canta en el seno
de Anunciación sorprendida.
Tres balas de almendra verde
tiemblan en su vocecita.

Ya San Gabriel en el aire
por una escala subía.
Las estrellas de la noche
se volvieron siemprevivas.
Se ven desde las barandas,
por el monte, monte, monte,
mulos y sombras de mulos
cargados de girasoles.

Sus ojos en las umbrías
se empañan de inmensa noche.
En los recodos del aire,
cruje la aurora salobre.

Un cielo de mulos blancos
cierra sus ojos de azogue
dando a la quieta penumbra
un final de corazones.
Y el agua se pone fría
para que nadie la toque.
Agua loca y descubierta
por el monte, monte, monte.

San Miguel lleno de encajes
en la alcoba de su torre,
enseña sus bellos muslos,
ceñidos por los faroles.

Arcángel domesticado
en el gesto de las doce,
finge una cólera dulce
de plumas y ruiseñores.
San Miguel canta en los vidrios;
efebo de tres mil noches,
fragante de agua colonia
y lejano de las flores.

El mar baila por la playa,
un poema de balcones.
Las orillas de la luna
pierden juncos, ganan voces.
Vienen manolas comiendo
semillas de girasoles,
los culos grandes y ocultos
como planetas de cobre.
Vienen altos caballeros
y damas de triste porte,
morenas por la nostalgia
de un ayer de ruiseñores.
Y el obispo de Manila,
ciego de azafrán y pobre,
dice misa con dos filos
para mujeres y hombres.

San Miguel se estaba quieto
en la alcoba de su torre,
con las enaguas cuajadas
de espejitos y entredoses.

San Miguel, rey de los globos
y de los números nones,
en el primor berberisco
de gritos y miradores.
Coches cerrados llegaban
a las orillas de juncos
donde las ondas alisan
romano torso desnudo.
Coches que el Guadalquivir
tiende en su cristal maduro,
entre láminas de flores
y resonancias de nublos.
Los niños tejen y cantan
el desengaño del mundo,
cerca de los viejos coches
perdidos en el nocturno.
Pero Córdoba no tiembla
bajo el misterio confuso,
pues si la sombra levanta
la arquitectura del humo,
un pie de mármol afirma
su casto fulgor enjuto.
Pétalos de lata débil
recaman los grises puros
de la brisa, desplegada
sobre los arcos de triunfo.
Y mientras el puente sopla
diez rumores de Neptuno,
vendedores de tabaco
huyen por el roto muro.
Un solo pez en el agua
que a las dos Córdobas junta:
Blanda Córdoba de juncos.
Córdoba de arquitectura.
Niños de cara impasible
en la orilla se desnudan,
aprendices de Tobías
y Merlines de cintura,
para fastidiar al pez
en irónica pregunta
si quiere flores de vino
o saltos de media luna.
Pero el pez, que dora el agua
y los mármoles enluta,
les da lección y equilibrio
de solitaria columna.
El Arcángel aljamiado
de lentejuelas oscuras,
en el mitin de las ondas
buscaba rumor y cuna.
Un solo pez en el agua.
Dos Córdobas de hermosura.
Córdoba quebrada en chorros.
Celeste Córdoba enjuta.
Oranges
do not grow in the sea
neither is there love in Sevilla.
You in Dark and I the sun that's hot,
loan me your parasol.

I'll wear my jealous reflection,
juice of lemon and lime-
and your words,
your sinful little words-
will swim around awhile.

Oranges
do not grow in the sea,
Ay, love!
And there is no love in Sevilla!
The night soaks itself
along the shore of the river
and in ******'s *******
the branches die of love.

The branches die of love..

Naked the night sings
above the bridges of March.
****** bathes her body
with salt water and roses.

The branches die of love.

The night of anise and silver
shines over the rooftops.
Silver of sreams and mirrors
Anise of your white thighs.

The branches die of love.
Sevilla es una torre
llena de arqueros finos.

Sevilla para herir.
Córdoba para morir.

Una ciudad que acecha
largos ritmos,
y los enrosca
como laberintos.
Como tallos de parra
encendidos.

¡Sevilla para herir!

Bajo el arco del cielo,
sobre su llano limpio,
dispara la constante
saeta de su río.

¡Córdoba para morir!

Y loca de horizonte,
mezcla en su vino
lo amargo de Don Juan
y lo perfecto de Dioniso.

Sevilla para herir.
¡Siempre Sevilla para herir!
¡Viva Sevilla!
Llevan las sevillanas
en la mantilla
un letrero que dice:
¡Viva Sevilla!

¡Viva Triana!
¡Vivan los trianeros,
los de Triana!
¡Vivan los sevillanos
y sevillanas!

Lo traigo andado.
La Macarena y todo
lo traigo andado.

Lo traigo andado;
cara como la tuya
no la he encontrado.
La Macarena y todo
lo traigo andado.

Ay río de Sevilla,
qué bien pareces
lleno de velas blancas
y ramas verdes.
Yo pronuncio tu nombre
En las noches oscuras
Cuando vienen los astros
A beber en la luna
Y duermen los ramajes
De las frondas ocultas.
Y yo me siento hueco
De pasión y de música.
Loco reloj que canta
Muertas horas antiguas.
  Yo pronuncio tu nombre,
En esta noche oscura,
Y tu nombre me suena
Más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
Y más doliente que la mansa lluvia.
  ¿Te querré como entonces
Alguna vez? ¿Qué culpa
Tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma
¿Qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡¡Si mis dedos pudieran
Deshojar a la luna!!
Cuando llegue la luna llena
iré a Santiago de Cuba,
iré a Santiago,
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Cantarán los techos de palmera.
Iré a Santiago.
Cuando la palma quiere ser cigüefla,
iré a Santiago.
Y cuando quiere ser medusa el plátano,
iré a Santiago.
Iré a Santiago
con la rubia cabeza de Fonseca.
Iré a Santiago.
Y con la rosa de Romeo y Julieta
iré a Santiago.
¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!
Iré a Santiago.
¡Oh cintura caliente y gota de madera!
Iré a Santiago.
¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor de tabaco!
Iré a Santiago.
Siempre he dicho que yo iría a Santiago
en un coche de agua negra.
Iré a Santiago.
Brisa y alcohol en las ruedas,
iré a Santiago.
Mi coral en la tiniebla,
iré a Santiago.
El mar ahogado en la arena,
iré a Santiago,
calor blanco, fruta muerta,
iré a Santiago.
¡Oh bovino frescor de calaveras!
¡Oh Cuba! ¡Oh curva de suspiro y barro!
Iré a Santiago.
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.
Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.
Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
Este pichón del Turia que te mando,
de dulces ojos y de blanca pluma,
sobre laurel de Grecia vierte y suma
llama lenta de amor do estoy pasando.
Su cándida virtud, su cuello blando,
en limo doble de caliente espuma,
con un temblor de escarcha, perla y bruma
la ausencia de tu boca está marcando.
Pasa la mano sobre tu blancura
y verás qué nevada melodía
esparce en copos sobre tu hermosura.
Así mi corazón de noche y día,
preso en la cárcel del amor oscura,
llora, sin verte, su melancolía.
Woodcutter.
Cut out my shadow.
Free me from the torture
of seeing myself fruitless.

Why was I born among mirrors?
The daylight revolves around me.
And the night herself repeats me
in all her constellations.

I want to live not seeing self.
I shall dream the husks and insects
change inside my dreaming
into my birds and foilage.

Woodcutter.
Cut out my shadow.
Free me from the torture
of seeing myself fruitless.
Córdoba.
Far away, and lonely.

Full moon, black pony,
olives against my saddle.
Though I know all the roadways
i'll never get to Córdoba.

Through the breezes, through the valley,
red moon, black pony.
Death is looking at me
from the towers of Córdoba.

Ay, how long the road is!
Ay, my brave pony!
Ay, death is waiting for me,
before I get to Córdoba.

Córdoba.
Far away, and lonely.
I know that my profile will be serene
in the nroth of an unreflecting sky.
Mercury of vigil, chaste mirror
to break the pulse of my style.

For if ivy and the cool of linen
are the norm of the body I leave behind,
my profile in the sand will be the old
unblushing silence of a crocodile.

And though my tongue of frozen doves
will never taste of flame,
only of empty broom.

I'll be a free sign of oppressed norms
on the neck of the stiff branch
and in teh ache of dahlias without end.
Never let me lose the marvel
of your statue-like eyes, or the accent
the solitary rose of your breath
places on my cheek at night.

I afraid of being, on this shore
a branchless trunk, and what I most regret
is having no flower, pulp, or clay
for the worm of my despair.

If you are my hidden treasure,
if you are my gross, my dampened pain,
if I am a dog, and you alone my master.

Never let me lose what I have gained,
and adorn the branches of your river
with leaves of my estranged Autumn.
The wreath, quick, I am dying!
Weave it quick now! Sing, and moan, sing!
Now the shadow is darkening my throat,
and January's light returns, a thousand and one times.

Between what needs me, and my needing you,
starry air, and a trembling tree.
A thickness of windflowers lifts
a whole year, with hidden groaning.

Take joy from the fresh landscape of my wound,
break out the reeds, and the delicate streams,
and taste the blood, split, on my thighs of sweetness.

But quick! So that joined together, and one,
time will find us ruined,
with bitten souls, and mouths bruised with love.
Muerto se quedó en la calle
con un puñal en el pecho.
No lo conocía nadie.

¡Cómo temblaba el farol!
        Madre.
¡Cómo temblaba el farolito
      de la calle!

Era madrugada. Nadie
pudo asomarse a sus ojos
abiertos al duro aire.

Que muerto se quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
y que no lo conocía nadie.
The sea
smiles far-off.
Spume-teeth,
sky-lips.

'What do you sell, troubled child,
child with naked *******?'

'Sir, I sell
salt-waters of the sea.'

'What do you carry, dark child,
mingled with your blood?'

'Sir, I carry
salt-waters of the sea.'

'These tears of brine
where do they come from, mother?'

'Sir, I cry
salt-waters of the sea.'

'Heart, this deep bitterness,
where does it rise from?'

'So bitter, the salt-waters
of the sea!'

The sea
smiles far-off.
Spume-teeth.
Sky-lips.
The ellipse of a cry
travels from mountain
to mountain.

From the olive trees
it appears as a black
rainbow upon the blue night.

Ay!

Like the bow of a viola
the cry has made the long
strings of the wind vibrate.

Ay!

(The folks from the caves
stick out their oil lamps.)

Ay!
So I took her to the river
believing she was a maiden,
but she already had a husband.
It was on St. James night
and almost as if I was obliged to.
The lanterns went out
and the crickets lightened up.
In the farthest street corners
I touched her sleeping *******
and they opened to me suddenly
like spikes of hyacinth.
The starch of her petticoat
sounded in my ears
like a piece of silk
rent by ten knives.
Without silver light on their foilage
the trees had grown larger
and a horizon of dogs
barked very far from the river.

Past the blackberries,
the reeds and the hawthorne
underneath her cluster of hair
I made a hollow in the earth
I took off my tie,
she too off her dress.
I, my belt with the revolver.
She, her four bodices.
Nor nard nor mother-o-pearl
have skin so fine,
nor does glass with silver
shine with such brillance.
Her thighs slipped away from me
like startled fish,
half full of fire,
half full of cold.
That night I ran
on the best of roads
mounted on a nacre mare
without bridle stirrups.

As a man, I won't repeat
the tings she said to me.
The light of understanding
has made me more discreet.
Smeared with sand and kisses
I took her away from the river.
The sowrds of the liles
battled with the air.

I behaved like what I am,
like a proper gypsy.
I gave her a large sewing basket,
of straw-colored satin,
but I did not fall in love
for although she had a husband
she told me she as a maiden
when I took her to the river.
The weeping
of the guitar begins.
Wineglasses shatter
in the dead of night.
The weeping
of the guitar begins.
It's useless
to hush it.
It's impossible
to hush it.
It weeps on monotonously
the way water weeps,
the way wind weeps
over the snowdrifts.
It's impossible
to hush it.
It weeps for things
far, far away.
For the sand of the hot South
that begs for white camellias.
Weeps for arrows without targets,
an afternoon without a morning,
and for the first dead bird
upon the branch.
Oh, guitar!
Heart gravely wounded
by five swords.
Playing her parchment moon
Precosia comes
along a watery path of laurels and crystal lights.
The starless silence, fleeing
from her rhythmic tambourine,
falls where the sea whips and sings,
his night filled with silvery swarms.
High atop the mountain peaks
the sentinels are weeping;
they guard the tall white towers
of the English consulate.
And gypsies of the water
for their pleasure *****
little castles of conch shells
and arbors of greening pine.

Playing her parchment moon
Precosia comes.
The wind sees her and rises,
the wind that never slumbers.
Naked Saint Christopher swells,
watching the girl as he plays
with tongues of celestial bells
on an invisible bagpipe.

Gypsy, let me lift your skift
and have a look at you.
Open in my ancient fingers
the blue rose of your womb.

Precosia throws the tambourine
and runs away in terror.
But the virile wind pursues her
with his breahing and burning sword.

The sea darkens and roars,
while the olive trees turn pale.
The flutes of darkness sound,
and a muted gong of the snow.

Precosia, run, Precosia!
Of the green wind will catch you!
Precosia, run, Precosia!
And look how fast he comes!
A satyr of low-born stars
with their long and glistening tongues.

Precosia, filled with fear
now makes her way to that house
beyond the tall green pines
where the English consul lives.

Alarmed by the anguished cries,
three riflemen come running,
their black capes tightly drawn,
and berets down over their brow.

The Englishman gives the gypsy
a glass of tepid milk
and a shot of Holland gin
which Precosia does not drink.

And while she tells them, weeping,
of her strange adventure,
the wind furiously gnashes
against the slate roof tiles.
The little boy was looking for his voice.
(The King of the crikets had it.)
In a drop of water
the little boy was looking for his voice.

I do not want it for speaking with;
I will make a ring of it
so that he way wear my silence
on his little finger.

In a drop of water
the little boy was looking for his voice.

(The captive voice, far away.
Put on a cricket's clothes.)
When the moon sails out
the bells fade into stillness
and there emerge the pathways
tha tcan't be penetrated.

When the moon sails out
the water hides earth's surface,
the heart feels like an island
in the infinite silence.

Nobody eats an orange
under the moon's fullness.
It is correct to eat, then,
green and icy fruit.

When the moon sails out
with a hundred identical faces,
the coins made of silver
sob in your pocket.
In the parched path
I have seen the good lizard
(one drop of crocodile)
meditating.
With his green frock-coat
of an abbot of the devil,
his correct bearing
and his stiff collar,
he has the sad air
of an old professor.
Those faded eyes
of a broken artist,
how they watch the afternoon
in dismay!

Is this, my friend,
your twilight constitutional?
Please use your cane,
you are very old, Mr. Lizard,
and the children of the village
may startle you.
What are you seeking in the path,
my near-sighted philosopher,
if the wavering phantasm
of the parched afternoon
has broken the horizon?

Are you seeking the blue alms
of the moribund heaven?
A penny of a star?
Or perhaps
you've been reading a volume
of Lamartine, and you relish
the plasteresque trills
of the birds?

(You watch the setting sun,
and your eyes shine,
oh, dragon of the frogs,
with a human radiance.
Ideas, gondolas without oars,
cross the shadowy
waters of your
burnt-out eyes.)

Have you come looking
for that lovely lady lizard,
green as the wheatfields
of May,
as the long locks
of sleeping pools,
who scorned you, and then
left you in your field?
Oh, sweet idyll, broken
among the sweet sedges!
But, live! What the devil!
I like you.
The motto 'I oppose
the serpent' triumphs
in that grand double chin
of a Christian archbishop.

Now the sun has dissolved
in the cup of the mountains,
and the flocks
cloud the roadway.
It is the hour to depart:
leave the dry path
and your meditations.
You will have time
to look at the stars
when the worms are eating you
at their leisure.

Go home to your house
by the village, of the crickets!
Good night, my friend
Mr. Lizard!

Now the field is empty,
the mountains dim,
the roadway deserted.
Only, now and again,
a cuckoo sings in the darkness
of the poplar trees.
Among black butterflies
goes a dark-haired girl
next to a white serpent
of mist.

Earth of light,
sky of earth.


She is chained to the tremor
of a never arriving rhythm;
she has a heart of silver
and a dagger in her right hand.

Where are you going, siguiriya,
with such a headless rhythm?
What moon'll gather up your pain
of whitewash and oleander?

*Earth of light,
sky of earth.
Visceral love, living death,
in vain, I wait your written word,
and consider, with the flower that withers,
I wish to lose you, if I have to live without self.

The air is undying: the inert rock
neither knows shadow, nor evades it.
And the heart, inside, has no use
for the honeyed frost the moon pours.

But I endured you: ripped open my veins,
a tiger, a dove, over your waist,
in a duel of teeth and lilies.

So fill my madness with speech,
or let me live in my calm
night of the soul, darkened forever.
Through the indecisive
branches
went a girl
who was life.
Through the indecisive
branches.
She reflected daylight,
with a tiny mirror,
which was the splendour,
of her unclouded forehead.
Through the indecisive
branches.
In the dark of night,
lost, she wandered,
weeping the dew,
of this imprisoned time.
Through the indecisive
branches.
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