Tu vida entera en dos cajas. Una de cartón, con fotos y cartas y cuadernos y ruidos sordos contras esquinas marrones cuando pasa de mano en mano. Una de madera, con manos y piernas y tez blanca al borde de la transparencia y un silencio que se extiende por metros y por años. Ojos me buscan y me encuentran y labios me preguntan cómo te hubiera gustado esto o aquello, suponiendo que yo se, suponiendo que te conocía, y no se cuanta verdad hay en eso. Solo se que dentro de años, con tu caja de cartón olvidada, cuando seas solo huesos y pueda pensarte sin pensar, en los espacios entre tus costillas y el aire que te llena, seguirá habitando un deseo, que cosquilleará, se trepará y se enredará, formando una telaraña, uniendo hueso con hueso, enmarañando tu esqueleto, pero no habrá nadie para verlo más que tu caja de madera.