En la grana de un prado sanguíneo o en un bosque de cabezas cercenadas, la viuda reclama la carne de un párvulo *******.
Allí donde entonan sus voces un coro de lamentos disonantes. Reniega de su apetito la matriarca del barrio francés
Pues los gritos de Joliet no inquietan su consciencia, cosechan en cambio, un jardín de culposos deleites
Placeres como solo admite, la maquiavelia de una gioconda que envuelta en lujosos atavíos extiende sus garras al inocente . Ni hablar del perjurio voraz, que oculta a la fantasía la marea virgen del infortunio y el propio siniestro.
La desesperación de una madre que devora a sus hijos con el don de Saturno.
Para la que no hay erotismo sino aquel que evoca el rigor cadavérico.
Vapores que ascienden desde el lecho en descomposición, y alimentan su magia.
Celebran el cruento dolor del infante, con la mirada de espanto apenas visible en el carmesí de sus finas pestañas
Porque es claro como la luna y tan cierto como la muerte que en la viuda no hay gozo, sin el grito que desgarra la noche.
Sin la brea que desciende sobre el horizonte, y la angustia que acompaña la pasión de la masacre.
... o mejor dicho, la viuda de Jacques Paris, Marie Laveau, la maga del Misisipi y su muñeca Joliet, a quienes olvidara la historia por imitar a los titanes y consumir a sus hijos con el vigor de las masas famélicas