El decía que mi único vicio era escribir. Aún cuando tenía sus manos acariciando mis virtudes. Aún cuando tenía su lengua dibujándome sonrisas. Aún cuando su respiración era la brisa que me refrescaba.
El decía que mi único vició era escribir. Escribir sobre su sonrisa. Escribir mientras pintaba. Escribir orgasmos.
El decía que mi único vició era escribir. Sin importar que bebiera. Sin importar las mujeres que me hacían soñar. Sin importar cuanto gastara en páginas.
El decía que mi único vició era escribir. Yo le decía: ¿y el mar? ¿Y el cielo? ¿Y la noche?
El decía que mi único vició era escribir. Y le dije que sí, mi vicio era escribir. Escribir todo lo que vivía con el; así que todo lo que escribía era para el. Mi vicio era el, mi poesía.