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Victor Marques Oct 2010
A treze de Maio

A fé de milhares de peregrinos,
Oram ao Deus menino.
O aroma das rosas, flores benditas,
Deus nos honra com suas visitas.

Em prece suplicante,
Passam nos locais sagrados,
O caminho nunca é fatigante,
Quando os passos são compassados.

Cânticos suaves, hinos de amor,
Todos em seu redor,
Virgem Maria, nossa Mãe!
Teu regaço é feito de bem.

A treze de Maio apareceu um dia,
Vistosa, brilhante nossa Mãe Maria.
As giestas já estavam floridas,
Francisco e Lúcia colhiam as preferidas.

Victor Marques
Victor Marques Oct 2010
Nasceste para mim


Nos altares sagrados pousam brancas pombas,
Nasceste entre as mais belas flores.
A tua frescura enlace das minhas loucuras,
Rouxinóis com penas de várias cores.

Beijo os teus lábios toda a vida,
Bendito Outono que te trouxe.
Olhos castanhos tão doces,
Nasceste para mim minha querida.

A lua dorme sem minha companhia,
Os anjos cantam vestidos de branco,
Nasceste para mim com alegria,
Tão suave é teu canto.

Vejo-te neste espelho aberto,
Os pecados eu sinto,
Amor terno, distinto,
Nasceste para mim no deserto.


Victor Marques
Sputnik Andrade Jul 2013
Los fantasmas iluminados de las casas que son museos se han despertado. El viento huele a lluvia cálida, las escaleras mueren en la más completa oscuridad, ¿cómo una casa se convierte en museo? preguntamos, resguardados en la dulce bruma del vino, no rojo, sino exótico púrpura de tierras lejanas.

¿Cómo las casas se hacen museos, entonces? Ilustres sombras se pasean a nuestro alrededor. No tienen nombres ni rostros. No hay cadenas, ni ruidos, ni matices. Sabemos que están ahí porque tocamos la piedra (tibia, tibia, nunca muy fría) e inferimos su presencia. Son ellos edificios ahora. Son techos y puertas y columnas. Ideas primigenias de resguardo contra la vida. Con o sin caballerizas.

La casa es museo. El museo antes fue una casa. Sea como sea, los gatos se escabullen entre los barrotes de las verjas. Tranquilos, casi elegantes, con los ojos fijos en destinos que nadie puede adivinar, porque ¿qué piensan los gatos? ¿en la vida? ¿en la vida que es suya o qué es nuestra? ¿cuál es más vida, la suya o la nuestra? Delgados y amigos de la sombra, se escabullen. No temen a los muertos, a los vivos, a los carros o a la poesía. Ni a los tejados verdes muy altos, ni a las ventanas de cristal muy grueso.

Somos, entonces, gatos que se escabullen (yo el gris, tú el ***** y la luciérnaga el pardo) y que crean mundos en las casas ahora museos. El vino en los labios, las manos en los bolsillos. Mundos instantáneos, como una mirada fugaz; mundos invisibles, como la idea de una casa o la idea de un museo.

Casas, museos, jardines solitarios, funerarias, escaleras, túneles. La arquitectura de un mundo gatuno. El mundo, vasto edificio, visto desde los ojos temerarios de dos sombras, ágiles y acostumbradas a confundirse entre la muchedumbre, que se refugian en una esquina de una casa que es museo. Pero una Casa y un Hogar después de todo.

Hogar de respiraciones agitadas, de luciérnagas intermitentes, de bocas que son más como estrellas que se dirigen a su inminente destrucción, que son más como olas que se estrellan contra las rocas. Manos y labios violentos. Cuerpos encima de un pedestal. Resguardados, protegidos, venerados. Pedazos de un todo que se han vuelto invaluables y sagrados.

Gatos salvajes, creadores del arte más empíreo, más absoluto. Arte que será puesto a perpetuidad (y por fin encontramos la respuesta a nuestra pregunta) en el museo que antes era una casa.
Y ahora pregunto aquí:
¿quién es el último que habla, el sepulturero o el Poeta?
¿He aprendido a decir: Belleza, Luz, Amor y Dios
para que me tapen la boca cuando muera,
con una paletada de tierra?
No. He venido y estoy aquí,
me iré y volveré mil veces en el Viento
para crear mi gloria con mi llanto.
¡Eh, Muerte... escucha!
Yo soy el último que hablo:
El miedo y la ceguera de los hombre han llenado de viento tu cráneo,
han henchido de viento tu cráneo,
han henchido de orgullo tus huesos
y hasta el trono de un dios te han levantado.
Y eres necia y altiva como un dictador totalitario. Tiraste un día una gran línea negra sobre el globo terráqueo;
te atrincheraste en los sepulcros y dijiste:
"¡Atrás! ¡Atrás, seres humanos!..."
Y no eres más que un segador, un esforzado segador... un buen criado.
Tu guadaña no es un cetro sino una herramienta de trabajo.
En el gran ciclo, en el gran engranaje solar y planetario,
tu eres el que corta la espiga, y yo ahora...
el grano, el grano de la espiga que cae bajo tu esfuerzo necesario.
Necesario... no para tu orgullo
sino para ver cómo logramos entre todos un pan dorado y blanco.
Desde tu filo iré al molino.
En el molino me morderán las piedras de basalto,
como dos perros a un mendigo hasta quitarme los harapos.
Perderé la piel, la forma y la memoria de todo mi pasado.
Desde le molino iré a la artesa.
En la artesa me amasarán, sudando, y sin piedad unos robustos brazos.
Y un día escribirán en los libros sagrados:
El segundo hombre fue de masa cruda como el primero fue de barro.
Luego entraré en el horno... en el infierno.
Del fuego saldré hecho ya pan blanco y habrá pan para todos.
Podréis partir y repartir mi cuerpo en miles y millones de pedazos...
podréis hacer entonces con el hombre una hostia blanquísima...
el pan ázimo donde el Cristo se albergue.
Y otro día dirán en los libros sagrados:
El primer hombre fue de barro, el segundo de masa cruda
y el tercero de Pan y Luz.
Será un sábado cuando se cumplan las grandes Escrituras...
Entre tanto, a trabajar con humildad y sin brabatas, Segador Esforzado.
Una noche invernal, de las más bellas
Con que engalana enero sus rigores
Y en que asoman la luna y las estrellas
Calmando penas e inspirando amores;
Noche en que están galanes y doncellas
Olvidados de amargos sinsabores,
Al casto fuego de pasión secreta
Parodiando a Romeo y a Julieta.

En una de esas noches sosegadas,
En que ni el viento a susurrar se atreve,
Ni al cruzar por las tristes enramadas
Las mustias hojas de los fresnos mueve
En que se ven las cimas argentadas
Que natura vistió de eterna nieve,
Y en la distancia se dibujan vagos
Copiando el cielo azul los quietos lagos;

Llegó al pie de una angosta celosía,
Embozado y discreto un caballero,
Cuya mirada hipócrita escondía
Con la anchurosa falda del sombrero.
Señal de previsión o de hidalguía
Dejaba ver la ***** de su acero
Y en pie quedó junto a vetusta puerta,
Como quien va a una cita y está alerta.

En gran silencio la ciudad dormida,
Tan sólo turba su quietud serena,
Del Santo Oficio como voz temida
Débil campana que distante suena,
O de amor juvenil nota perdida
Alguna apasionada cantilena
O el rumor que entre pálidos reflejos
Suelen alzar las rondas a lo lejos.

De pronto, aquel galán desconocido
Levanta el rostro en actitud violenta
Y cual del alto cielo desprendido
Un ángel a su vista se presenta
-¡Oh Manrique! ¿Eres tú? ¡Tarde has venido!
-¿Tarde dices, Leonor? Las horas cuenta.
Y el tiempo que contesta a tal reproche
Daba el reloj las doce de la noche.

Y dijo la doncella: -«Debo hablarte
Con todo el corazón; yo necesito
La causa de mis celos explicarte.
Mi amor, lo sabes bien, es infinito,
Tal vez ni muerta dejaré de amarte
Pero este amor lo juzgan un delito
Porque no lo unirán sagrados lazos,
Puesto que vives en ajenos brazos.

»Mi padre, ayer, mirándome enfadada
-Me preguntó, con duda, si era cierto
Que me llegaste a hablar enamorado,
Y al ver mi confusión, él tan experto,
Sin preguntarme más, agregó airado:
Prefiero verlo por mi mano muerto
A dejar que con torpe alevosía
Mancille el limpio honor de la hija mía.

»Y alguien que estaba allí dijo imprudente:
¡Ah! yo a Manrique conocí en Sevilla,
Es guapo, decidor, inteligente,
Donde quiera que está resalta y brilla,
Mas conozco también a una inocente
Mujer de alta familia de Castilla,
En cuyo hogar, cual áspid, se introdujo
Y la mintió pasión y la sedujo.

Entonces yo celosa y consternada
Le pregunté con rabia y amargura,
Sintiendo en mi cerebro desbordada
La fiebre del dolor y la locura:
-¿Esa inocente víctima inmolada
Hoy llora en el olvido su ternura?
Y el delator me respondió con saña:
-¡No! La trajo Manrique a Nueva España.

»Si es la mujer por condición curiosa
Y en inquirir concentra sus anhelos,
es más cuando ofendida y rencorosa
siente en su pecho el dardo de los celos
Y yo, sin contenerme, loca, ansiosa,
Sin demandar alivios ni consuelos,
Le pregunté por víctima tan bella
Y en calma respondió: -Vive con ella.

»Después de tal respuesta que ha dejado
Dudando entre lo efímero y lo cierto
A un corazón que siempre te ha adorado
Y sólo para ti late despierto,
Tal como deja un filtro envenenado
Al que lo apura, sin color y yerto:
No te sorprenda que a tu cita acuda
Para que tú me aclares esta duda».

Pasó un gran rato de silencio y luego
Manrique dijo con la voz serena
-«Desde que yo te vi te adoro ciego
Por ti tengo de amor el alma llena;
No sé si esta pasión ni si este fuego
Me ennoblece, me salva o me condena,
Pero escucha, Leonor idolatrada,
A nadie temo ni me importa nada.

»Muy joven era yo y en cierto día
Libre de desengaños y dolores,
Llegué de capitán a Andalucía,
La tierra de la gracia y los amores.
Ni la maldad ni el mundo conocía,
Vagaba como tantos soñadores
Que en pos de algún amor dulce y profundo
Ven como eterno carnaval el mundo.

»Encontré a una mujer joven y pura,
Y no sé qué la dije de improviso,
La aseguré quererla con ternura
Y no puedo negártelo: me quiso.
Bien pronto, tomó creces la aventura;
Soñé tener con ella un paraíso
Porque ya en mis abuelos era fama:
Antes Dios, luego el Rey, después mi dama.

»Y la llevé conmigo; fue su anhelo
Seguirme y fue mi voluntad entera;
Surgió un rival y le maté en un duelo,
Y después de tal lance, aunque quisiera
Pintar no puedo el ansia y el desvelo
Que de aquella Sevilla, dentro y fuera,
Me dio el amor como tenaz castigo
Del rapto que me pesa y que maldigo.

»A noticias llegó del Soberano
Esta amorosa y juvenil hazaña
Y por salvarme me tendió su mano,
Y para hacerme diestro en la campaña
Me mandó con un jefe veterano
A esta bella región de Nueva España...
¿Abandonaba a la mujer aquella?
Soy hidalgo, Leonor, ¡vine con ella!

»Te conocí y te amé, nada te importe
La causa del amor que me devora;
La brújula, mi bien, siempre va al norte;
La alondra siempre cantará a la aurora.
¿No me amas ya? pues deja que soporte
A solas mi dolor hora tras hora;
No demando tu amor como un tesoro,
¡Bástame con saber que yo te adoro!

»No adoro a esa mujer; jamás acudo
A mentirle pasión, pero tú piensa
Que soy su amparo, su constante escudo,
De tanto sacrificio en recompensa.
Tú, azucena gentil, yo cardo rudo,
Si ofrecerte mi mano es una ofensa
Nada exijo de ti, nada reclamo,
Me puedes despreciar, pero te amo».

Después de tal relato, que en franqueza
Ninguno le excedió, calló el amante,
Inclinó tristemente la cabeza;
Cerró los ojos mudo y anhelante
Ira, celos, dolor, miedo y tristeza
Hiriendo a la doncella en tal instante
Parecían decirle con voz ruda:
La verdad es más negra que la duda.

Quiere alejarse y su medrosa planta
De aquel sitio querido no se mueve,
Quiere encontrar disculpa, mas le espanta
De su adorado la conducta aleve;
Quiere hablar y se anuda su garganta,
Y helada en interior como la nieve
Mira con rabia a quien rendida adora
Y calla, gime, se estremece y llora.

¡Es el humano corazón un cielo!
Cuando el sol de la dicha lo ilumina
Parece azul y vaporoso velo
Que en todo cuanto flota nos fascina:
Si lo ennegrece con su sombra el duelo,
Noche eterna el que sufre lo imagina,
Y si en nubes lo envuelve el desencanto
Ruge la tempestad y llueve el llanto.

¡Ah! cuán triste es mirar marchita y rota
La flor de la esperanza y la ventura,
Cuando sobre sus restos solo flota
El ***** manto de la noche obscura;
Cuando vierte en el alma gota a gota
Su ponzoñosa esencia la amargura
Y que ya para siempre en nuestra vida
La primera ilusión está perdida.

Leonor oyendo la ****** historia
Del hombre que encontrara en su camino,
Miró eclipsarse la brillante gloria
De su primer amor, casto y divino;
Su más dulce esperanza fue ilusoria,
Culpaba, no a Manrique, a su destino
Y al fin le dijo a su galán callado:
-«Bien; después de lo dicho, ¿qué has pensado?

»Tanta pasión por ti mi pecho encierra
Que el dolor que me causas lo bendigo;
Voy a vivir sin alma y no me aterra,
Pues mi culpa merece tal castigo.
Como a nadie amaré sobre la tierra
Llorando y de rodillas te lo digo,
Haz en mi nombre a esa mujer dichosa,
Porque yo quiero ser de Dios esposa.

Calló la dama y el galán, temblando,
Dijo con tenue y apagado acento:
-«Haré lo que me pidas; te estoy dando
Pruebas de mi lealtad, y ya presiento
Que lo mismo que yo te siga amando
Me amarás tú también en el Convento;
Y si es verdad, Leonor, que me has querido
Dame una última prueba que te pido.

»No tu limpia pureza escandalices
con este testimonio de ternura
No hay errores, ni culpas, ni deslice
Entre un hombre de honor y un alma pura;
Si vamos a ser ambos infelices
Y si eterna ha de ser nuestra amargura,
Que mi postrer adiós que tu alma invoca
Lo selles con un beso de mi boca».

Con rabia, ciega, airada y ofendida,
-«No me hables más,- repuso la doncella
Sólo pretendes verme envilecida
Y mancillarme tanto como a aquélla.
Te adoro con el alma y con la vida
Y maldigo este amor, pese a mi estrella,
Si hidalgo no eres ya ni caballero
Ni debo amarte, ni escucharte quiero».

Manrique, entonces la cabeza inclina,
Siente que se estremece aquel recinto,
Y sacando una daga florentina,
Que llevaba escondida bajo el cinto
Como un tributo a la beldad divina
Que amó con un amor jamás extinto,
Altivo, fiero y de dolor deshecho
Diciendo: -«Adiós, Leonor», la hundió en su pecho.

La dama, al contemplar el cuerpo inerte
En el dintel de su mansión caído,
Maldiciendo lo ***** de la suerte,
Pretende dar el beso apetecido.
Llora, solloza, grita ante la muerte
Del hombre por su pecho tan querido,
Y antes de que bajara hasta la puerta
La gente amedrentada se despierta.

Leonor, a todos sollozando invoca
Y les pide la lleven al convento
Junto a Manrique, en cuya helada boca
Un beso puede renovar su aliento.
Todos claman oyéndola: «¡Está loca!»
Y ella, fija en un solo pensamiento
Convulsa, inquieta, lívida y turbada
Cae, al ver a su padre, desmayada.

Y no cuentan las crónicas añejas
De aquesta triste y amorosa hazaña,
Si halló asilo Leonor tras de las rejas
De algún convento de la Nueva España.
Tan fútil como todas las consejas,
Si ésta que narro a mi le lector extraña,
Sepa que a la mansión de tal suceso,
Llama la gente: «El Callejón del Beso».
¡Oh corvas almas, oh facinorosos
espíritus furiosos!
¡Oh varios pensamientos insolentes,
deseos delincuentes,
cargados sí, mas nunca satisfechos;
alguna vez cansados,
ninguna arrepentidos,
en la copia crecidos,
y en la necesidad desesperados!
De vuestra vanidad, de vuestro vuelo,
¿qué abismo está ignorado?
Todos los senos que la tierra calla,
las llanuras que borra el Oceano
y los retiramientos de la noche,
de que no ha dado el sol noticia al día,
los sabe la codicia del tirano.
Ni horror, ni religión, ni piedad, juntos,
defienden de los vivos los difuntos.
A las cenizas y a los huesos llega,
palpando miedos, la avaricia ciega.
Ni la pluma a las aves,
ni la garra a las fieras,
ni en los golfos del mar, ni en las riberas
el callado nadar del pez de plata,
les puede defender del apetito;
y el orbe, que infinito
a la navegación nos parecía,
es ya corto distrito
para las diligencias de la gula,
pues de esotros sentidos acumula
el vasallaje, y ella se levanta
con cuanto patrimonio
tienen, y los confunde en la garganta.
Y antes que las desórdenes del vientre
satisfagan sus ímpetus violentos,
yermos han de quedar los elementos,
para que el orbe en sus angustias entre.
Tú, Clito, entretenida, mas no llena,
honesta vida gastarás contigo;
que no teme la invidia por testigo,
con pobreza decente, fácil cena.
Más flaco estará, ¡oh Clito!,
pero estará más sano,
el cuerpo desmayado que el ahíto;
y en la escuela divina,
el ayuno se llama medicina,
y esotro, enfermedad, culpa y delito.
El hombre, de las piedras descendiente
(¡dura generación, duro linaje!),
osó vestir las plumas;
osó tratar, ardiente,
las líquidas veredas; hizo ultraje
al gobierno de Eolo;
desvaneció su presunción Apolo,
y en teatro de espumas,
su vuelo desatado,
yace el nombre y el cuerpo justiciado,
y navegan sus plumas.
Tal has de padecer, Clito, si subes
a competir lugares con las nubes.
De metal fue el primero
que al mar hizo guadaña de la muerte:
con tres cercos de acero
el corazón humano desmentía.
Éste, con velas cóncavas, con remos,
(¡oh muerte!, ¡oh mercancía!),
unió climas extremos;
y rotos de la tierra
los sagrados confines,
nos enseñó, con máquinas tan fieras,
a juntar las riberas;
y de un leño, que el céfiro se sorbe,
fabricó pasadizo a todo el orbe,
adiestrando el error de su camino
en las señas que hace, enamorada,
la piedra imán al Norte,
de quien, amante, quiere ser consorte,
sin advertir que, cuando ve la estrella,
desvarían los éxtasis en ella.
Clito, desde la orilla
navega con la vista el Oceano:
óyele ronco, atiéndele tirano,
y no dejes la choza por la quilla;
pues son las almas que respira Tracia
y las iras del Noto,
muerte en el Ponto, música en el soto.
Profanó la razón, y disfamóla,
mecánica codicia diligente,
pues al robo de Oriente destinada,
y al despojo precioso de Occidente,
la vela desatada,
el remo sacudido,
de más riesgos que ondas impelido,
de Aquilón enojado,
siempre de invierno y noche acompañado,
del mar impetüoso
(que tal vez justifica el codicioso)
padeció la violencia,
lamentó la inclemencia,
y por fuerza piadoso,
a cuantos votos dedicaba a gritos,
previno en la bonanza
otros tantos delitos,
con la esperanza contra la esperanza.
Éste, al sol y a la luna,
que imperio dan, y templo, a la Fortuna,
examinando rumbos y concetos,
por saber los secretos
de la primera madre
que nos sustenta y cría,
de ella hizo miserable anatomía.
Despedazóla el pecho,
rompióle las entrañas,
desangróle las venas
que de estimado horror estaban llenas;
los claustros de la muerte,
duro, solicitó con hierro fuerte.
¿Y espantará que tiemble algunas veces,
siendo madre y robada
del parto, a cuanto vive, preferido?
No des la culpa al viento detenido,
ni al mar por proceloso:
de ti tiembla tu madre, codicioso.
Juntas grande tesoro,
y en Potosí y en Lima
ganas jornal al cerro y a la sima.
Sacas al sueño, a la quietud, desvelo;
a la maldad, consuelo;
disculpa, a la traición; premio, a la culpa;
facilidad, al odio y la venganza,
y, en pálido color, verde esperanza,
y, debajo de llave,
pretendes, acuñados,
cerrar los dioses y guardar los hados,
siendo el oro tirano de buen nombre,
que siempre llega con la muerte al hombre;
mas nunca, si se advierte,
se llega con el hombre hasta la muerte.
Sembraste, ¡oh tú, opulento!, por los vasos,
con desvelos de la arte,
desprecios del metal rico, no escasos;
y en discordes balanzas,
la materia vencida,
vanamente podrás después preciarte
que induciste en la sed dos destemplanzas,
donde tercera, aún hoy, delicia alcanzas.
Y a la Naturaleza, pervertida
con las del tiempo intrépidas mudanzas,
transfiriendo al licor en el estío
prisión de invierno frío,
al brindis luego el apetito necio
del murrino y cristal creció ansí el precio:
que fue pompa y grandeza
disipar los tesoros
por cosa, ¡oh vicio ciego!,
que pudiese perderse toda, y luego.
Tú, Clito, en bien compuesta
pobreza, en paz honesta,
cuanto menos tuvieres,
desarmarás la mano a los placeres,
la malicia a la invidia,
a la vida el cuidado,
a la hermosura lazos,
a la muerte embarazos,
y en los trances postreros,
solicitud de amigos y herederos.
Deja en vida los bienes,
que te tienen, y juzgas que los tienes.
Y las últimas horas
serán en ti forzosas, no molestas,
y al dar la cuenta excusarás respuestas.
Fabrica el ambicioso
ya edificio, olvidado
del poder de los días;
y el palacio, crecido,
no quiere darse, no, por entendido
del paso de la edad sorda y ligera,
que, fugitiva, calla,
y en silencio mordaz, mal advertido,
digiere la muralla,
los alcázares lima,
y la vida del mundo, poco a poco,
o la enferma o lastima.
Los montes invencibles,
que la Naturaleza
eminentes crió para sí sola
(paréntesis de reinos y de imperios),
al hombre inaccesibles,
embarazando el suelo
con el horror de puntas desiguales,
que se oponen, erizo bronco, al cielo,
después que les sacó de sus entrañas
la avaricia, mostrándola a la tierra,
mentida en el color de los metales,
cruda y preciosa guerra,
osó la vanidad cortar sus cimas
y, desde las cervices,
hender a los peñascos las raíces;
y erudito ya el hierro,
porque el hombre acompañe
con magnífico adorno sus insultos,
los duros cerros adelgaza en bultos;
y viven los collados
en atrios y en alcázares cerrados,
que apenas los cubría
el campo eterno que camina el día.
Desarmaron la orilla,
desabrigaron valles y llanuras
y borraron del mar las señas duras;
y los que en pie estuvieron,
y eminentes rompieron
la fuerza de los golfos insolentes,
y fueron objeción, yertos y fríos,
de los atrevimientos de los ríos,
agora navegados,
escollos y collados,
los vemos en los pórticos sombríos,
mintiendo fuerzas y doblando pechos,
aun promontorios sustentar los techos.
Y el rústico linaje,
que fue de piedra dura,
vuelve otra vez viviente en escultura.
Tú, Clito, pues le debes
a la tierra ese vaso de tu vida,
en tan poca ceniza detenida,
y en cárceles tan frágiles y breves
hospedas alma eterna,
no presumas, ¡oh Clito!, oh, no presumas
que la del alma casa, tan moderna
y de tierra caduca,
viva mayor posada que ella vive,
pues que en horror la hospeda y la recibe.
No sirve lo que sobra,
y es grande acusación la grande obra;
sepultura imagina el aposento,
y el alto alcázar vano monumento.
Hoy al mundo fatiga,
hambrienta y con ojos desvelados,
la enfermedad antiga
que a todos los pecados
adelantó en el cielo su malicia,
en la parte mejor de su milicia.
Invidia, sin color y sin consuelo,
mancha primera que borró la vida
a la inocencia humana,
de la quietud y la verdad tirana;
furor envejecido,
del bien ajeno, por su mal, nacido;
veneno de los siglos, si se advierte,
y miserable causa de la muerte.
Este furor eterno,
con afrenta del sol, pobló el infierno,
y debe a sus intentos ciegos, vanos,
la desesperación sus ciudadanos.
Ésta previno, avara,
al hombre las espinas en la tierra,
y el pan, que le mantiene en esta guerra,
con sudor de sus manos y su cara.
Fue motín porfiado
en la progenie de Abraham eterna,
contra el padre del pueblo endurecido,
que dio por ellos el postrer gemido.
La invidia no combate
los muros de la tierra y mortal vida,
si bien la salud propria combatida
deja también; sólo pretende palma
de batir los alcázares de l'alma;
y antes que las entrañas
sientan su artillería,
aprisiona el discurso, si porfía.
Las distantes llanuras de la tierra
a dos hermanos fueron
angosto espacio para mucha guerra.
Y al que Naturaleza
hizo primero, pretendió por dolo
que la invidia mortal le hiciese solo.
Tú, Clito, doctrinado
del escarmiento amigo,
obediente a los doctos desengaños,
contarás tantas vidas como años;
y acertará mejor tu fantasía
si conoces que naces cada día.
Invidia los trabajos, no la gloria;
que ellos corrigen, y ella desvanece,
y no serás horror para la Historia,
que con sucesos de los reyes crece.
De los ajenos bienes
ten piedad, y temor de los que tienes;
goza la buena dicha con sospecha,
trata desconfiado la ventura,
y póstrate en la altura.
Y a las calamidades
invidia la humildad y las verdades,
y advierte que tal vez se justifica
la invidia en los mortales,
y sabe hacer un bien en tantos males:
culpa y castigo que tras sí se viene,
pues que consume al proprio que la tiene.
La grandeza invidiada,
la riqueza molesta y espiada,
el polvo cortesano,
el poder soberano,
asistido de penas y de enojos,
siempre tienen quejosos a los ojos,
amedrentado el sueño,
la consciencia con ceño,
la verdad acusada,
la mentira asistente,
miedo en la soledad, miedo en la gente,
la vida peligrosa,
la muerte apresurada y belicosa.
¡Cuán raros han bajado los tiranos,
delgadas sombras, a los reinos vanos
del silencio severo,
con muerte seca y con el cuerpo entero!
Y vio el yerno de Ceres
pocas veces llegar, hartos de vida,
los reyes sin veneno o sin herida.
Sábenlo bien aquellos
que de joyas y oro
ciñen medroso cerco a los cabellos.
Su dolencia mortal es su tesoro;
su pompa y su cuidado, sus legiones.
Y el que en la variedad de las naciones
se agrada más, y crece
los ambiciosos títulos profanos,
es, cuanto más se precia de monarca,
más ilustre desprecio de la Parca.
El africano duro
que en los Alpes vencer pudo el invierno,
y a la Naturaleza
de su alcázar mayor la fortaleza;
de quien, por darle paso al señorío,
la mitad de la vista cobró el frío,
en Canas, el furor de sus soldados,
con la sangre de venas consulares,
calentó los sembrados,
fue susto del imperio,
hízole ver la cara al captiverio,
dio noticia del miedo su osadía
a tanta presunción de monarquía.
Y peregrino, desterrado y preso
poco después por desdeñoso hado,
militó contra sí desesperado.
Y vengador de muertes y vitorias,
y no invidioso menos de sus glorias,
un anillo piadoso,
sin golpe ni herida,
más temor quitó en Roma que en él vida.
Y ya, en urna ignorada,
tan grande capitán y tanto miedo
peso serán apenas para un dedo.
Mario nos enseñó que los trofeos
llevan a las prisiones,
y que el triunfo que ordena la Fortuna,
tiene en Minturnas cerca la laguna.
Y si te acercas más a nuestros días,
¡oh Clito!, en las historias
verás, donde con sangre las memorias
no estuvieren borradas,
que de horrores manchadas
vidas tantas están esclarecidas,
que leerás más escándalos que vidas.
Id, pues, grandes señores,
a ser rumor del mundo;
y comprando la guerra,
fatigad la paciencia de la tierra,
provocad la impaciencia de los mares
con desatinos nuevos,
sólo por emular locos mancebos;
y a costa de prolija desventura,
será la aclamación de su locura.
Clito, quien no pretende levantarse
puede arrastrar, mas no precipitarse.
El bajel que navega
orilla, ni peligra ni se anega.
Cuando Jove se enoja soberano,
más cerca tiene el monte que no el llano,
y la encina en la cumbre
teme lo que desprecia la legumbre.
Lección te son las hojas,
y maestros las peñas.
Avergüénzate, ¡oh Clito!,
con alma racional y entendimiento,
que te pueda en España
llamar rudo discípulo una caña;
pues si no te moderas,
será de tus costumbres, a su modo,
verde reprehensión el campo todo.
Luciré para Tilia, en la tragedia
mis estrofas en ópimos racimos;
sangrará cada fruta melodiosa,
como un sol funeral, lúgubres vinos,
Tilia tendrá la cruz
que en la hora final será de luz!
Prenderé para Tilia, en la tragedia,
la gota de fragor que hay en mis labios;
y el labio al encresparse para el beso,
se partirá en cien pétalos sagrados.
Tilia tendrá el puñal,
el puñal floricida y auroral!
Ya en la sombra, heroína, intacta y mártir,
tendrás bajo tus plantas a la Vida;
mientras veles, rezando mis estrofas,
mi testa, como una hostia en sangre tinta!
Y en un lirio, voraz,
mi sangre, como un virus, beberás!
Yo, señor, soy acontista.
Mi profesión es hacer disparos al aire.
Todavía no habré descendido la primera nube. 1
Mas, la delicia está en curvar el arco
y en suponer la flecha donde la clava el ojo. 2

                    Yo, señor, soy acontista.

¡Azores y neblíes, gerifaltes, tagres, sacres, alcotanes, halcones
acudid a la voz del acontista!
y enderecemos nuestras garras a la conquista
de las nubes, volubles como los corazones... 3
y -cual los corazones- inmutables.

                    Yo, señor, soy acontista.

También he sido juglar en los mesones.
Revendedor de bulas.
Tañedor de laúd.
Y tragador de fuego y engullidor de sables.
Y bufón en las ferias.
Damas de los castillos a catar diéronme frutos de acendrada virtud:
¡noches de bendición!
Otras noches fueron bien miserables.

                    Yo, señor, soy acontista.

También me he entretenido en cosas serias:
conocí al asno de Buridán 4
y al propio Buridán, que estuvo en la Tour de Nesle 5
(alguna vez fui con él,
pero me devolví de la poterna)
y vi ahorcar en Montfaucon 6
a Messire Enguerrand de Marigny.
Poco en letras leí... 7
mas sí he bebido buenos vinos, paladeado vianda tierna,
y comido del mejor pan.

                    Yo, señor, soy acontista.

Mi profesión es hacer disparos al aire.
¿Todavía no habré descendido la primera nube? 8
También soy jugador de dados
y tengo mis ribetes de asesino.
Presumo haber -en lontana ocasión- hurtádome los vasos sagrados 9
de ya no sé qué iglesia, abadía o convento.
(Creo que han sido mías varias esposas de Jesús,
cuyos votos de castidad y su amor al esposo divino
fueron plumas al viento
y golondrinas migratorias que soltaron su vuelo desde la Cruz...)
¡Azores y neblíes, gerifaltes, tagres, sacres, alfaneques, halcones:
acudid a la voz del acontista!
Y enderecemos nuestras garras y nuestros picos a la conquista
de las nubes volubles como los corazones... 10
y -cual los corazones- siempre iguales.

                    Yo, señor, soy acontista.

También resulto un poco lento y un mucho largo en las mis relaciones...
Juzgo que hay caso de fantasía en mi rapsodia:
pero ni yo soy Tácito, ni aquestos son Anales...
¡Tampoco he de cantar la palinodia
ni de irrumpir en monótonos trenos!

                    Yo, señor, soy acontista.

Nada más. Nada menos.

Y tengo sueño y tengo sed, señor. ¡Salud! ¡Y abur! señor, ¡abur! Y hasta otra vista.
Tienes, como Luzbel, formas tan bellas,
Que eí hombre olvida al verte, enamorado,
Que son tus ojos negros dos estrellas
Veladas por la sombra del pecado.

Y no turbas, hipócrita, el reposo
Del pobre hogar con que tu falta escudas,
Porque a besar te atreves al esposo,
Como besara a Jesucristo Judas.

¡Aun sus flores te dan las primaveras,
Y ya tienes el alma envilecida!
Ya llegarás a ver, aunque no quieras,
El horizonte oscuro de tu vida.

Desdeñas los sagrados embelesos
Del casto hogar de la mujer honrada,
Y audaz ostentas, al vender tus besos,
Las llamas del infierno en tu mirada.

Manchas el suelo que tu planta pisa,
Y manchas lo que tocas con tu mano.
Te dio Lucrecia Borgia su sonrisa,
Y Mesalina su perfil romano.

Brota el deleite de tus labios rojos;
Se aparta la virtud a tu presencia,
Porque negras, más negras que tus ojos,
Tienes, mujer, el alma y la conciencia.

Rosas de abril parecen tus mejillas,
Mármol de Paros tu ondulante seno;
Mas ¡ay! que tan excelsas maravillas
Son de barro no más, no más de cieno.

Reina del mal, tú tienes por diadema
La infamia, que con nada se redime.
¿El pudor? ¡Es un ascua que te quema!
¿El deber? ¡Es un yugo que te oprime!

Tienen las gracias con que al mundo halagas,
Precio vil en mercados repugnantes;
¡Y te envaneces de cubrir tus llagas
Con seda recamada de brillantes!

En este siglo en que el honor campea,
No te ha de perdonar ni el vulgo necio.
Hieren más que las piedras de Judea
Los dardos de la burla y del desprecio.

Mañana, enferma, pobre, abandonada,
De la mundana compasión proscrita;
El Honor, cuando mueras humillada,
Sobre tu losa escribirá: ¡Maldita!
Solegrina Jul 2014
I.
Além das árvores, um novo dia:
vejo fractais nos galhos florescentes,
- veias noturnas da ilusão sombria -
ah, deitado nas folhas decadentes...

Tal qual a luz numa caverna fria
faz na água cristais resplandecentes,
tal qual o sol invade uma abadia
por sagrados vitrais iridescentes,

a Aurora, face pálida e iminente
da manhã, é sorvida pelo ouvido
e incendeia o carvão dos meus subsolos.

Meu último suspiro é a nascente
de um brilho mineral recém chovido
nas graminhas que brotam dos tijolos.


II.*
Uma coroa incandescente avisto.
O Sol sobe do ***** mais profundo
aos imponentes edifícios vítreos
preparando a manhã para o seu culto:

brotam seus fogos (dançarinos místicos)
do asfalto e das janelas - nosso mundo
foi abrasado pelo canto rítmico
de um fervor que se expande em absoluto!

Fecho os meus olhos e me entrego às chamas.
Afogam-me as fogueiras e o meu pranto
é abafado entre ressonâncias, raios

e fúnebres azuis. A essência humana
é consumida e ao passar dos anos
sou fuligem em becos solitários.
Mientras Juárez indomable
Va a los desiertos del Paso
A defender su bandera,
Firme como un espartano;
En Méjico, sostenido
Por el invasor extraño
Se erige un trono y le ocupa,
Más que ambicioso, engañado,
Un ilustre descendiente
Del más grande de los Carlos.

Joven, soñador y apuesto
Asciende a lugar tan alto,
Sin ver que a lo lejos flota
El pendón republicano,
Y sin recordar que el pueblo
Por quien, se sueña llamado,
En otro tiempo a un monarca
Lanzó del trono al cadalso

Recibiéronle animosos
Los que el cetro le entregaron,
Y al entrar por nuestras calles
Fue tan grande el entusiasmo
Que del nuevo rey los ojos
No pudieron, deslumbrados,
Mirar que las bayonetas
Que lo estaban custodiando
Eran de extranjeras tropas
Capaces de abandonarlo
Joven príncipe, ¿a qué vienes
¿Por qué dejas tu palacio
En medio de las azules
Ondas del Mediterráneo
Como un nido de gaviotas
Sobre un peñón solitario?

Este cielo azul no es tuyo,
No son tuyos estos lagos,
Ni estos sabinos del bosque
Que de viejos están canos.

Nada es tuyo, nada entiende
Tu acento, nada ha guardado
Cenizas de tus mayores
Que en otras tierras brillaron.

Tu sangre azul no es la sangre
De Cuauhtemoc ni de Hidalgo;
Cuanto te cerca es ajeno,
Cuanto te vela es extraño.

Príncipe noble ¿a qué vienes?
¿Por qué dejas tu palacio
Y aquellas ondas azules
De tu hermoso mar Adriático?

En medio de las tormentas
Que se alzarán a tu paso,
Cuando pronto te abandonen
Los que te están custodiando,
Hallarás como consuelo.
Como abrigo, como amparo,
La firmeza y el arrojo
Del soldado mejicano
Que cumple con su bandera
Satisfecho y resignado.

¡Torna príncipe al castillo
Donde viviste soñando,
Que por las gradas de un trono
Subir se puede a un cadalso!
Con inusitada pompa
En el ya imperial palacio
Se celebran los natales
Del reciente soberano.

Ya las guardias palatinas
De uniformes encarnados
Apuestos forman la valla
Luciendo adargas y cascos.

Ministros y chambelanes,
Consejeros y vasallos,
Ostentan con arrogancia
Sus pechos condecorados.

El salón de embajadores
Por su lujo aristocrático,
Recuerda a los que lo miran
De antiguos tiempos el fausto.

De pronto, por todas partes
Se extiende un rumor extraño
Y es que las gradas del trono
El Archiduque ha pisado.

Diversas clases sociales
Deben de felicitarlo
Y ya están los oradores
Por cada clase nombrados.

Un jurisconsulto experto,
Elocuente, pulcro y sabio
Es de la magistratura
El representante nato.

Le toca el lugar primero,
Habla con acento claro,
Con respeto se le escucha,
Se le mira con agrado,
Y estudio y saber revela
Cada frase de sus labios.

Su discurso no fue breve,
Su estilo elegante y franco
Y al acabar dijo alguno:
¡Bien por Lares! anhelando
Aplaudirlo, sin hacerlo
Por respeto al soberano.

Con elegancia vestido
Al clero representando
Se acercó un obispo al trono
Y dijo un discurso largo,
Lleno de notas y citas
Latinas, propias del caso.

Era el orador de fama
Por su elocuencia y su rango,
Célebre en aquellos tiempos
Entre oradores sagrados.

«No estuvo corto Ormachea»
Dijo después de escucharlo
Alguno a quien ya cansaba
La severidad del acto.

Nuevo rumor se produjo
Después en aquellos ámbitos
Al ver que al trono llegaba
A paso lento un soldado
De cabellos y ojos negros,
Tez cobriza, aspecto huraño,
Descendiente de las razas
Que en Anáhuac habitaron
Antes de que la conquista
Empobreciera a sus vástagos.

¡Formaba contraste brusco
La oscura tez del soldado
Con la tez brillante y blanca
Del Archiduque germano!

Quedó el indígena absorto,
Meditabundo y cortado,
Sin articular palabra,
La frente y los ojos bajos.

¿Quién es? preguntó un curioso
Y le respondió un anciano:
Se llama Tomás Mejía,
Y es general reaccionario:
Viene a hablar por el ejército.
-¿Y él hizo el discurso?
                                  -Varios
Le escribieron y ninguno,
Según dicen, le ha gustado;
El que dirá lo habrá escrito
O Muñoz Ledo o Arango

-Escuchemos:
                      -Trascurrían
Unos minutos muy largos;
Mejía estaba en silencio
Todo tembloroso y pálido,
En silencio los presentes
Y en silencio el soberano.

De pronto ven con asombro
Que el indígena soldado,
Abriendo los negros ojos
Que brillaban animados,
Perora sin dar lectura
Al papel que está en sus manos

-«Majestad -calló un momento;
Majestad -siguió turbado
Majestad -yo no he aprendido
Lo que otros por mí pensaron,
Pero si usted lo que busca
Es un corazón honrado,
Que lo quiera, lo respete,
Lo defienda sin descanso
Y la sirva sin dobleces,
Sin interés, sin engaño,
Aquí está mi corazón,
Aquí están, señor, mis brazos
Y en las horas de peligro,
Si al peligro juntos vamos,
Lo juro por mi bandera,
Sabré morir a su lado».

Con lágrimas en los ojos,
Trémulo Maximiliano,
Las fórmulas de la corte
Por un instante olvidando,
Bajó del trono y al punto
Dio al General un abrazo,
Que aplaudieron los presentes
Con lágrimas de entusiasmo.
Cayó el Príncipe más tarde
Y con él cayó el soldado
Que le dijo esas palabras
Llenos los ojos de llanto.

A don Tomás le ofrecieron
Del patíbulo salvarlo
Y él respondió: «Solamente
Que salven al soberano».

Un general victorioso,
De gran poder y alto rango,
Que le estaba agradecido
Por algún hecho magnánimo,
Fue y le dijo: «Yo podría
Lograr veros indultado;
Os estimo y necesito
A toda costa salvaros.
¿Queréis que os salve? decidlo,
Que no me daré descanso
Hasta que al fin me concedan
Lo que para vos reclamo».

-«Sólo admitiré el indulto,
Respondió el indio soldado,
Si me viene juntamente,
Con el de Maximiliano».

-Me pedís un imposible.
-Pues me moriré a su lado.
-Pensad que tenéis familia.
-Tan sólo a Dios se la encargo.

-Soy capaz de protegeros
Si os resolvéis a fugaros.
-¿Yal Emperador? -No; nunca.
-Pues su misma suerte aguardo.

Y como lo sabe el mundo,
Juntos fueron al cadalso
Y así selló con su sangre
Lo que dijeron sus labios.
Borges Jun 2015
Señorita de dioses petrificados y mas taladro en los dientes que eran falsos, y viboras entre los oidos, ilumíname el estar en este que no esta, el oprimir.

Despídete de mi con ojos sagrados, estar ya no sera, lograremos otros sentidos umbrales, en este y tantos.

Tendría paciencia los dioses de todas formas y minúsculas ocupaciones.

All of your sueños serán realizados, por una mujer barata eh inteligente.

Llevaremos a un placer sin indignaciones, solo silicona polímera.
Nos han contado a todos
cómo eran los crepúsculos
de hace noventa o novecientos años

cómo al primer disparo los arrepentimientos
echaban a volar como palomas
cómo hubo siempre trenzas que colgaban
un poco sucias pero siempre hermosas
cómo los odios eran antiguos y elegantes
y en su barbaridad venturosa latían
cómo nadie moría de cáncer o de asco
sino de tisis breves o de espinas de rosa

otro tiempo otra vida otra muerte otra tierra
donde los pobres héroes iban siempre a caballo
y no se apeaban ni en la estatua propia

otro ocaso otro nunca otro siempre otro modo
de quitarle a la hembra su alcachofa de ropas

otro fuego otro asombro otro esclavo otro dueño
que tenía el derecho y además del derecho
la propensión a usar sus látigos sagrados

abajo estaba el mundo
abajo los de abajo
los borrachos de hambre
los locos de miseria
los ciegos de rencores
los lisiados de espanto

comprenderán ustedes que en esas condiciones
eran imprescindibles los puentos movedizos.
No sé si es el momento
de decirlo
en este punto muerto
en este año desgracia

por ejemplo
decírselo a esos mansos
que no pueden
resignarse a la muerte
y se inscriben a ciegas
caracoles de miedo
en la resurrección
qué garantía

por ejemplo
a esos ásperos
no exactamente ebrios
que alguna vez gritaron
y ahora no aceptan
la otra
la imprevista
reconvención del eco

o a los espectadores
casi profesionales
esos viciosos
de la lucidez
esos inconmovibles
que se instalan
en la primera fila
así no pierden
ni un solo efecto
ni el menor indicio
ni un solo espasmo
ni el menor cadáver

o a los sonrientes lúgubres
los exiliados de lo real
los duros
metidos para siempre en su campana
de pura sílice
egoísmo insecto
ésos los sin hermanos
sin latido
los con mirada acero de desprecio
los con fulgor y labios de cuchillo

en este punto muerto
en este año desgracia
no sé si es el momento
de decirlo
con los puentes a medio descender
o a medio levantar
que no es lo mismo.
Puedo permanecer en mi baluarte
en ésta o en aquella soledad sin derecho
disfrutando mis últimos
racimos de silencio
puedo asomarme al tiempo
a las nubes al río
perderme en el follaje que está lejos

pero me consta y sé
nunca lo olvido
que mi destino fértil voluntario
es convertirme en ojos boca manos
para otras manos bocas y miradas

que baje el puente y que se quede bajo

que entren amor y odio y voz y gritos
que venga la tristeza con sus brazos abiertos
y la ilusión con sus zapatos nuevos
que venga el frío germinal y honesto
y el verano de angustias calcinadas
que vengan los rencores con su niebla
y los adioses con su pan de lágrimas
que venga el muerto y sobre todo el vivo
y el viejo olor de la melancolía

que baje el puente y que se quede bajo

que entren la rabia y su ademán oscuro
que entren el mal y el bien
y lo que media
entre uno y otro
o sea
la verdad ese péndulo
que entre el incendio con o sin la lluvia
y las mujeres con o sin historia
que entre el trabajo y sobre todo el ocio
ese derecho al sueño
ese arco iris

que baje el puente y que se quede bajo

que entren los perros
los hijos de perra
las comadronas los sepultureros
los ángeles si hubiera
y si no hay
que entre la luna con su niño frío

que baje el puente y que se quede bajo

que entre el que sabe lo que no sabemos
y amasa pan
o hace revoluciones
y el que no puede hacerlas
y el que cierra los ojos

en fin
para que nadie se llame a confusiones
que entre mi prójimo ese insoportable
tan fuerte y frágil
ese necesario
ése con dudas sombra rostro sangre
y vida a término
ese bienvenido

que sólo quede afuera
el encargado
de levantar el puente

a esta altura
no ha de ser un secreto
para nadie

yo estoy contra los puentes levadizos.
En libre vuelo, el cielo de mi América
hender he visto un cóndor *****, errante.
¿Qué abismo circunscribe? ¿Qué intacta
nieve augura?
Por las arterias de los ciervos montesinos
discurre para el cóndor la sangre enardecida,
bajo las pieles lúcidas, entre las carnes bellas.

¡La presa viva!, ¡el pico ensangrentado!,
¡el ala pronta!, ¡el ímpetu del vuelo!
y un delirar de cumbres y centellas.

Así mi impulso al aura de la vida,
y así mi Musa en su ilusión liviana
de que brote la carne un lirio místico.
Bestia de los demonios poseída,
¡oh carne, es hora ya del don eucarístico!

Cintila el cielo en gajos de luceros,
y querubes de vuelos melodiosos
revuelan de luceros a luceros.

Tengo la sensación de que discurro
delante de los pórticos sagrados:
alguien dice mi nombre a la distancia;
brotan dulces jardines los collados
y asume mi ternura en su fragancia.

Claridad estelar, templo encendido,
rima errante por noches de pavura,
huerto a la luz de Vésper. En olvido
mi ser se muere, mi canción no dura,
¿y fui no más un lúgubre alarido?

Carne, bestia, mi Amiga y mi Enemiga:
yo soy tú, que por leyes ominosas,
cual vano mimbre que meció una espiga
te haces nada en el polvo de las cosas...

¿Y la divina Psiquis, la Rosa entre las rosas?
¿Y mis amores que irisé de lágrimas?
¿Y mi ciudad nebúlea tras la ilusión del
día?
¿Y mis antorchas que erigí de emblema?
¿Y esta inquietud, y este ímpetu anhelante
hacia una ley o una verdad suprema?

Pesa sobre tus pétalos, ¡oh Rosa
Espiritual! tan lóbrega y cerrada
la noche, tan vacía y rencorosa,
que en vano el brillo de tu broche efunde.
Amor. Deleite. Horror. Pavesas. Nada.

¡Nada, nada por siempre! Y merecía
mi Alma, por los dioses engañada,
la Verdad, y la ley y la Armonía.
¡Sé digna de este horror y de esta nada,
y activa y valerosa, ¡oh alma mía!
El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
      Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
      Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
      Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
      Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
      Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
      El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
      Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
-no fue por estos campos el bíblico jardín-:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
¿Vienes? Me llega aquí, pues que suspiras,
un soplo de las mágicas fragancias
que hicieron los delirios de las liras
en las Grecias, las Romas y las Francias.¡Suspira así! Revuelen las abejas,
al olor de la olímpica ambrosía,
en los perfumes que en el aire dejas;
y el dios de piedra se despierta y ría.Y el dios de piedra se despierte y cante
la gloria de los tirsos florecientes
en el gesto ritual de la bacante
de rojos labios y nevados dientes:En el gesto ritual que en las hermosas
Ninfalias guía a la divina hoguera,
hoguera que hace llamear las rosas
en las manchadas pieles de pantera.Y pues amas reír, ríe, y la brisa
lleve el son de los líricos cristales
de tu reír, y haga temblar la risa
la barba de Términos  joviales.Mira hacia el lado del boscaje, mira
blanquear el muslo de marfil de Diana,
y después de la Virgen,  la Hetaíra
diosa, blanca, rosa y rubia hermana.Pasa en busca de Adonis; sus aromas
deleitan a las rosas y los nardos;
síguela una pareja de palomas,
y hay tras ella una fuga de leopardos.¿Te gusta amar en griego? Yo las fiestas
galantes busco, en donde se recuerde,
al suave son de rítmicas orquestas,
la tierra de la luz y el mirto verde.(Los abates refieren aventuras
a las rubias marquesas. Soñolientos
filósofos defienden las ternuras
del amor, con sutiles argumentos,mientras que surge de la verde grama,
en la mano el acanto de Corinto,
una ninfa a quien puso un epigrama
Beaumarchais, sobre el mármol de su plinto.Amo más que la Grecia de los griegos
la Grecia de la Francia, porque Francia,
al eco de las Risas y los Juegos,
su más dulce licor Venus escancia.Demuestran más encantos y perfidias,
coronadas de flores y desnudas,
las diosas de Glodión  que las de Fidias;
unas cantan francés, otras son mudas.Verlaine es más que Sócrates; y Arsenio
Houssaye  supera al viejo Anacreonte.
En París reinan el Amor y el Genio.
Ha perdido su imperio el dios bifronte.Monsieur Prudhomme y Homais no saben nada.
Hay Chipres, Pafos, Tempes y Amatuntes,
donde el amor de mi madrina, un hada,
tus frescos labios a los míos juntes).Sones de bandolín. El rojo vino
conduce un paje rojo. ¿Amas los sones
del bandolín, y un amor florentino?
Serás la reina en los decamerones,
la barba de los Términos joviales.(Un coro de poetas y pintores
cuenta historias picantes. Con maligna
sonrisa alegre aprueban los señores.
Clelia enrojece, una dueña se signa).¿O un amor alemán?-que no han sentido
jamás los alemanes-: la celeste
Gretchen; claro de luna; el aria; el nido
del ruiseñor; y en una roca agreste,la luz de nieve que del cielo llega
y baña a una hermosa que suspira
la queja vaga que a la noche entrega
Loreley en la lengua de la lira. Y sobre el agua azul el caballero
Lohengrín; y su cisne, cual si fuese
un cincelado témpano viajero,
con su cuello enarcado en forma de S.Y del divino Enrique Heine un canto,
a la orilla del Rhin; y del divino
Wolfang la larga cabellera, el manto;
y de la uva teutona el blanco vino.O amor lleno de sol, amor de España,
amor lleno de púrpuras y oros;
amor que da el clavel, la flor extraña
regada con la sangre de los toros;flor de gitanas, flor que amor recela,
amor de sangre y luz, pasiones locas;
flor que trasciende a clavo y a canela,
roja cual las heridas y las bocas.¿Los amores exóticos acaso...?
Como rosa de Oriente me fascinas:
me deleitan la seda, el oro, el raso.
Gautier adoraba a las princesas chinas.¡Oh bello amor de mil genuflexiones:
torres de kaolín, pies imposibles,
tasas de té, tortugas y dragones,
y verdes arrozales apacibles!Ámame en chino, en el sonoro chino
de Li-Tai-Pe. Yo igualaré a los sabios
poetas que interpretan el destino;
madrigalizaré junto a tus labios.Diré que eres más bella que la Luna:
que el tesoro del cielo es menos rico
que el tesoro que vela la importuna
caricia de marfil de tu abanico.Ámame japonesa, japonesa
antigua, que no sepa de naciones
occidentales; tal una princesa
con las pupilas llenas de visiones,que aun ignorase en la sagrada Kioto,
en su labrado camarín de plata
ornado al par de crisantemo y loto,
la civilización del Yamagata.O con amor hindú que alza sus llamas
en la visión suprema de los mitos,
 y hacen temblar en misteriosas bramas
la iniciación de los sagrados ritos.En tanto mueven tigres y panteras
sus hierros, y en los fuertes elefantes
sueñan con ideales bayaderas
los rajahs, constelados de brillantes.O negra, negra como la que canta
en su Jerusalén al rey hermoso,
negra que haga brotar bajo su planta
la rosa y la cicuta del reposo...Amor, en fin, que todo diga y cante,
amor que encante y deje sorprendida
a la serpiente de ojos de diamante
que está enroscada al árbol de la vida.Ámame así, fatal cosmopolita,
universal, inmensa, única, sola
y todas; misteriosa y erudita:
ámame mar y nube, espuma y ola.Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
descansa en mis palacios solitarios.
Duerme. Yo encenderé los incensarios.
Y junto a mi unicornio cuerno de oro,
tendrán rosas y miel tus dromedarios.
El retorno a la tierra natal ha sido tan
sentimental, y tan mental, y tan divino,
que aún las gotas del alba cristalinas están
en el jazmín de ensueño, de fragancia y de trino.
Por el Anfión antiguo y el prodigio del canto
se levanta una gracia de prodigio y encanto
que une carne y espíritu, como en el pan y el vino.
En el lugar en donde tuve la luz y el bien,
¿qué otra cosa podría sino besar el manto
a mi Roma, mi Atenas o mi Jerusalén?
Exprimidos de idea, y de orgullo y cariño,
de esencia de recuerdo, de arte de corazón,
concreto ahora todos mis ensueños de niño
sobre la crín anciana de mi amado León.
Bendito el dromedario que a través del desierto
condujera al Rey Mago, de aureolada sien,
y que se dirigía por el camino cierto
en que el astro de oro conducía a Belén.
Amapolas de sangre y azucenas de nieve
he mirado no lejos del divino laurel,
y he sabido que el vino de nuestra vida breve
precipita hondamente la ponzoña y la hiel.
Mas sabe el optimista, religioso y pagano,
que por César y Orfeo nuestro planeta gira,
y que hay sobre la tierra que llevar en la mano,
dominadora siempre, o la espada, o la lira.
El paso es misterioso. Los mágicos diamantes
de la corona o las sandalias de los pies
fueron de los maestros que se elevaron antes,
y serán de los genios que triunfarán después.
Parece que Mercurio llevara el caduceo
de manera triunfal en mi dulce país,
y que brotara pura, hecha por mi deseo,
en cada piedra una mágica flor de lis.
Por atavismo griego o por fenicia influencia,
siempre he sentido en mí ansia de navegar,
y Jasón me ha legado su sublime experiencia
y el sentir en mi vida los misterios del mar.
¡Oh, cuántas veces, cuántas oí los sones
de las sirenas líricas en los clásicos mares!
¡Y cuántas he mirado tropeles de tritones
y cortejos de ninfas ceñidas de azahares!
Cuando Pan vino a América, en tiempos fabulosos
en que había gigantes y conquistaban Pan
y Baco tierra incógnita, y tigres y molosos
custodiaban los templos sagrados de Copán,
se celebraban cultos de estrellas y de abismos;
se tenía una sacra visión de Dios. Y era
ya la vital conciencia que hay en nosotros mismos
de la magnificencia de nuestra Primavera.
Los atlántidas fueron huéspedes nuestros. Suma
revelación un tiempo tuvo el gran Moctezuma,
y Hugo vio en Momotombo órgano de verdad.
A través de las páginas fatales de la historia,
nuestra tierra está hecha de vigor y de gloria,
nuestra tierra está hecha para la Humanidad.
Pueblo vibrante, fuerte, apasionado, altivo;
pueblo que tiene la conciencia de ser vivo,
y que reuniendo sus energías en haz
portentoso, a la Patria vigoroso demuestra
que puede bravamente presentar en su diestra
el acero de guerra o el olivo de paz.
Cuando Dante llevaba a la Sorbona ciencia
y su maravilloso corazón florentino,
creo que concretaba el alma de Florencia,
y su ciudad estaba en el libro divino.
Si pequeña es la Patria, uno grande la sueña.
Mis ilusiones, y mis deseos, y mis
esperanzas, me dicen que no hay patria pequeña.
Y León es hoy a mí como Roma o París.
Quisiera ser ahora como el Ulises griego
que domaba los arcos, y los barcos y los
destinos. Quiero ahora deciros ¡hasta luego!
¡Porque no me resuelvo a deciros adiós!
Los nombres de Dios y en particular de su representante
llamado Jesús o Cristo, según textos y bocas,
han sido usados, gastados y dejados
a la orilla del río de las vidas
como las conchas vacías de un molusco.

Sin embargo, al tocar estos nombres sagrados
y desangrados, pétalos heridos,
saldos de los océanos del amor y del miedo,
algo aún permanece: un labio de ágata,
una huella irisada que aún tiembla en la luz.

Mientras se usaban los nombres de Dios
por los mejores y por los peores, por los limpios y por los sucios,
por los blancos y los negros, por ensangrentados asesinos
y por las víctimas doradas que ardieron en ******,
mientras Nixon con las manos
de Caín bendecía a sus condenados a muerte,
mientras menos y menores huellas divinas se hallaron en la playa,
los hombres comenzaron a estudiar los colores,
el porvenir de la miel, el signo del uranio,
buscaron con desconfianza y esperanza las posibilidades
de matarse y de no matarse, de organizarse en hileras,
de ir más allá, de ilimitarse sin reposo.

Los que cruzamos estas edades con gusto a sangre,
a humo de escombros, a ceniza muerta,
y no fuimos capaces de perder la mirada,
a menudo nos detuvimos en los nombres de Dios,
los levantamos con ternura porque nos recordaban
a los antecesores, a los primeros, a los que interrogaron,
a los que encontraron el himno que los unió en la desdicha
y ahora viendo los fragmentos vacíos donde habitó aquel nombre
sentimos estas suaves sustancias
gastadas, malgastadas por la bondad y por la maldad.
Llegó a los pies de Cristo Magdalena,
De todo su vivir arrepentida;
Y viéndole a la mesa, enternecida,
Lágrimas derramó en copiosa vena.

Soltó del oro crespo la melena,
Con orden natural entretejida,
Y deseosa de alcanzar la vida,
Con lagrimas bañó su faz serena.

Con un vaso de ungüento los sagrados
Pies de Jesús ungió, y él diligente
La perdonó (por paga) sus pecados.

Y pues aqueste ejemplo veis presente,
¡Albricias, boticarios desdichados,
Que hoy da la gloria Cristo por ungüente!
Oh amor, oh rayo loco y amenaza purpúrea,
me visitas y subes por tu fresca escalera
el castillo que el tiempo coronó de neblinas,
las pálidas paredes del corazón cerrado.

Nadie sabrá que sólo fue la delicadeza
construyendo cristales duros como ciudades
y que la sangre abría túneles desdichados
sin que su monarquía derribara el invierno.

Por eso, amor, tu boca, tu piel, tu luz, tus penas,
fueron el patrimonio de la vida, los dones
sagrados de la lluvia, de la naturaleza

que recibe y levanta la gravidez del grano,
la tempestad secreta del vino en las bodegas,
la llamarada del cereal en el suelo.
Francisco encaminábase a Perusa
y así le hablaba al compañero:

                                              «Hermano
León, oveja del Señor: si el fraile
Más humilde, los nombres de los astros
Todos supiera; y la virtud oculta
Lograra descubrir, con don arcano,
De las piedras, los árboles y el agua;
y entendiera el idioma de los pájaros,
Lo que hablan los insectos y las fieras
y las greyes que pastan en los prados,
Sabe que en eso no hay completa dicha».

y prosiguió después:
                                      «Óyeme, Hermano
León, oveja del Señor: si el fraile
Más humilde, las lenguas que se hablaron
y se hablan en el mundo comprendiera;
Si la ciencia que guardan los Sagrados
Libros su mente atesorar lograra,
y pudiera leer lo que los Santos
y los ángeles piensan en el Cielo,
y pudiera leer todo lo arcano,
Sabe que en eso no hay completa dicha».

y prosiguió después:
                                      «Óyeme, Hermano
León, oveja del Señor: si el fraile
Más humilde, pudiera al solo tacto
De las manos curar a los leprosos;
y sanara a los cojos y los mancos,
y a los ciegos la vista les volviera;
y si, la Ley Divina predicando,
Ablandara los duros corazones
Que viven en la sombra del pecado,
y a los infieles convirtiera a Cristo,
Que a todos abre los amantes brazos,
Sabe que en eso no hay dicha completa».

y prosiguió después:
                                      «Óyeme, Hermano
León, oveja del Señor: si turba
Hostil surgiera y nos cerrara el paso
Cuando a Perusa entremos, y de pronto
Hiciera de nosotros vil escarnio;
Luego nos arrancara las capuchas,
A los sayales nos lanzara fango,
Y después, bajo piedras y garrotes
En el arroyo exánimes quedáramos,
Tan sólo en eso habrá completa dicha».

Así decía, y se detuvo el Santo
En mitad de la cumbre. Desde el Catria
El sol iluminaba el hondo espacio.
El rumor del torrente no se oía,
Ni de las aves en el bosque el canto.

Y para Fray León aquel silencio
Fue una pregunta en la quietud del campo;
y tranquilo y humilde, hacia el Maestro
Alzó los ojos y le dijo: «¡Vamos!»
Carne, carne maldita que me apartas del cielo;
carne tibia y rosada que me impeles al vicio;
ya rasgué mis espaldas con cilicio y flagelo
por vencer tus impulsos, y es en vano, ¡te anhelo
a pesar del flagelo y a pesar del cilicio!

Crucifico mi cuerpo con sagrados enojos,
y se abraza a mis plantas Afrodita la impura;
me sumerjo en la nieve, mas la templan sus ojos;
me revuelco en un tálamo de punzantes abrojos,
y sus labios lo truecan en deleite y ventura.

Y no encuentro esperanza, ni refugio ni asilo,
y en mis noches, pobladas de febriles quimeras,
me persigue la imagen de la Venus de Milo,
con sus lácteos muñones, con su rostro tranquilo
y las combas triunfales de sus amplias caderas.
¡Oh Señor Jesucristo, guíame por los rectos
derroteros del justo; ya no turben con locas
avideces la calma de mis puros afectos
ni el caliente alabastro de los senos erectos,
ni el marfil de los hombros, ni el coral de las bocas!
Las mariposas blancas me seguían
y bendecía el Padre mi ganado,
las eras con el pan, y los amados
seres que el Paraíso me extendían.

Los selváticos tigres que venían
a beber sangre, calmos y amansados
por mi aureola de paz, eran sagrados
huéspedes que en mi sueño subvivían.

Ahora ya soy el ángel del lamento
junto al hombre caído en el momento
cenital de la dicha y su aventura

con el cielo y el mundo. Amargamente
sin comprender me hundo en la corriente
de la ría letal, ancha y oscura.
Victor D López Mar 2019
La segunda creación más grande de Dios es el hombre.
Formado de arcilla en la que respiró nueva vida,
Luego perfeccionó su creación en Eva,
No de arcilla sino de la carne y el hueso de Adán.

En Adán, Dios practicó su creación.
En Eva la perfeccionamos retocando sus defectos.
Más corazón, menos arrogancia; más sentido, menos músculo,
Mas amor menos odio; centrada en "nosotros" no en "yo".

Los textos sagrados escritos por hombres discrepan,
Lo cual sólo nos comunica una verdad más obvia:
La verdad que Dios susurro en los oídos de los hombres solo prueba,
Que no hay sordos como los que no quieren oir.

Así, las mujeres han sido culpadas por todos los males de los hombres,
De la caída de Adán a todo pecado terrenal,
Marginadas, objetivadas y despreciadas,
Como blancos fáciles para la furia celosa de los hombres.

La humanidad masculina es mucho menos que la femenina,
En toda lo que cuenta menos en fuerza bruta,
La fuerza bruta sirvió a los tiranos durante seis mil años,
Por desgracia, sirve a los tiranos todavía hoy en día.

Descalzas y embarazadas, serviles y pobres,
No vista, no escuchada, y muy a menudo no amada,
Su función principal es una incubadora de cría,
Para dar placer a los hombres y proveerles hijos sanos.

Sin voz, sin voto, sin poder y sin esperanza,
Hasta hoy culpadas por algunos por todos los males del hombre,
Víctimas de violación apedreadas por su victimización,
Matanzas de honor de los hombres más deshonrador.

El milagro de la vida te fue vuestro regalado.
Los hombres plantan la semilla y luego se ocupan,
En arar nuevos campos,
Mientras que las mujeres nutren la vida, desde la cuna hasta la tumba.

Estoy asombrado de todo lo que soportáis,
Y todo lo que lográis a lo largo de la vida.
Diamantes tratados como vidrios rotos por imbeciles,
Cuyo brillo es solo un reflejo en sus propias mentes.

Soy hijo de Adán, comparto sus defectos.
Y se muy bien que las mujeres también tienen sus defectos,
Sin embargo, para mí la esperanza para toda la humanidad,
Descansa con las hijas de Eva, y no con los hijos de Adán.
[Traducción--del autor del original en ingles]

Spanish translation by the author of his English original (C) 2019
Dondequiera la veo, y aun junto al ara pía;
me llama hacia sus brazos y me habla en dulce acento.
oh madre en cuyo seno di mi primer aliento,
y oh padre ¿de execrable raza yo nacería?

El vengador Eumólpido, en Samotracia un día,
hacia el umbral, su manto no sacudió sangriento,
ya mi pesar alójeme rendido, el paso lento.
Ya los perros sagrados oigo en la huella mía.

Odiándome en mi fuga, siento siempre el sombrío
sortilegio, y la cólera que avanza en torno mío,
la cólera celeste, con su siniestro encanto;

porque han hecho los dioses dardos irresistibles
de su boca embriagante y sus ojos terribles,
para vencerme, en forma de besos y de llanto.

— The End —