A los Fuertes admiro, que en las frentes besados
Por boca sobrehumana,
Soñaron horizontes bellos y dilatados
En cumbre soberana;
Que el resplandor del genio radiar fulgente vieron
En sus noches sombrías;
Que supieron de lágrimas, pero también oyeron
Todas las armonías;
Que en las almas nacidas para el dolor y el llanto
Dejaron sacras huellas,
Y cayeron vencidos, entre un sueño y un canto,
Circundados de estrellas.
A los Rebeldes amo, por el dolor mordidos,
más que piedad no imploran,
y que con fuerte lazo de amor están unidos
a todos los que lloran.
Amo a aquellos malditos que redimió el Calvario,
y en senda de dolores
su lábaro llevaron, radiante y solitario,
Del pueblo redentores;
Y dijeron el himno del porvenir del mundo
en glorioso delirio,
y marcharon serenos al calabozo inmundo,
y firmes al martirio.
Pero mi llanto es todo para aquellos vencidos
Por la social sevicia,
Los Grandes de las Sombras, hambrientos y oprimidos,
por la ciega Injusticia;
Que encorvados pasaron bajo rudas fatigas,
Pero que nunca odiaron;
que vieron para otros florecer las espigas,
y que nunca robaron;
Que del dolor esclavos, en su vivir errante,
Hiel y llanto apuraron;
que sintieron el látigo cruzarles el semblante,
pero que no mataron;
Que fueron por la vida sin consuelo, y de rudos
trabajos siempre en pos,
sin sol, sin pan, sin aire, famélicos, desnudos...
y creyeron en Dios;
Que un jergón en sus noches para dormir tuvieron
infecto y miserando,
y en el rincón oscuro de un hospital murieron...
¡Y murieron amando!