Cuando resido en este país que no sueña cuando vivo en esta ciudad sin párpados donde sin embargo mi mujer me entiende y ha quedado mi infancia y envejecen mis padres y llamo a mis amigos de vereda a vereda y puedo ver los árboles desde mi ventana olvidados y torpes a las tres de la tarde siento que algo me cerca y me oprime como si una sombra espesa y decisiva descendiera sobre mí y sobre nosotros para encubrir a ese alguien que siempre afloja el viejo detonador de la esperanza.
Cuando vivo en esta ciudad sin lágrimas que se ha vuelto egoísta de puro generosa que ha perdido su ánimo sin haberlo gastado pienso que al fin ha llegado el momento de decir adiós a algunas presunciones de alejarse tal vez y hablar otros idiomas donde la indiferencia sea una palabra obsena.
Confieso que otras veces me he escapado. Diré ante todo que me asomé al Arno que hallé en las librerías de Charing Cross cierto Byron firmado por el vicario Bull en una navidad de hace setenta años. Desfilé entre los borrachos de Bowery y entre los Brueghel de la Pinacoteca comprobé cómo puede trastornarse el equipo sonoro del Chateau de Langeais explicando medallas e incensarios cuando en verdad había sólo armaduras.
Sudé en Dakar por solidaridad vi turbas galopando hasta la Monna Lisa y huyendo sin mirar a Botticelli vi curas madrileños abordando a rameras y en casa de Rembrandt turistas de Dallas que preguntaban por el comedor suecos amontonados en dos metros de sol y en Copenhague la embajada rusa y la embajada norteamericana separadas por un lindo cementerio.
Vi el cadáver de Lídice cubierto por la nieve y el carnaval de Río cubierto por la samba y en Tuskegee el rabioso optimismo de los negros probé en Santiago el caldillo de congrio y recibí el Año Nuevo en Times Square sacándome cornetas del oído.
Vi a Ingrid Bergman correr por la Rue Blanche y salvando las obvias diferencias vi a Adenauer entre débiles aplausos vieneses vi a Kruschev saliendo de Pennsylvania Station y salvando otra vez las diferencias vi un toro de pacífico abolengo que no quería matar a su torero. Vi a Henry Miller lejos de sus trópicos con una insolación mediterránea y me saqué una foto en casa de Jan Neruda dormí escuchando a Wagner en Florencia y oyendo a un suizo entre Ginebra y Tarascón vi a gordas y humildes artesanas de Pomaire y a tres monjitas jóvenes en el Carnegie Hall marcando el jazz con negros zapatones vi a las mujeres más lindas del planeta caminando sin mí por la Vía Nazionale.
Miré admiré traté de comprender creo que en buena parte he comprendido y es estupendo todo es estupendo sólo allá lejos puede uno saberlo y es una linda vacación es un rapto de imágenes es un alegre diccionario es una fácil recorrida es un alivio.
Pero ahora no me quedan más excusas porque se vuelve aquí siempre se vuelve. La nostalgia se escurre de los libros se introduce debajo de la piel y esta ciudad sin párpados este país que nunca sueña de pronto se convierte en el único sitio donde el aire es mi aire y la culpa es mi culpa y en mi cama hay un pozo que es mi pozo y cuando extiendo el brazo estoy seguro de la pared que toco o del vacío y cuando miro el cielo veo acá mis nubes y allí mi Cruz del Sur mi alrededor son los ojos de todos y no me siento al margen ahora ya sé que no me siento al margen.
Quizá mi única noción de patria sea esta urgencia de decir Nosotros quizá mi única noción de patria sea este regreso al propio desconcierto.