Sí, sí, dijo el niño, sí. Y nadie le preguntaba. ¿Qué le ofrecías, la noche, tú, silencio, qué le dabas para que él dijera a voces, tanto sí, que sí, que sí? Nadie le ofrecía nada. Un gran mundo sin preguntas, vacías las negras manos -ámbitos de madrugada-, alrededor enmudece. Los síes -¡qué golpetazos de querer en el silencio!-, las últimas negativas a la noche le quebraban. Sí, sí a todo, a todo sí, a la nada sí, por nada. Allá por los horizontes sin que nadie -el sólo: nadie- la escuchara, sigilosa de albor, rosa y brisa tierna, iba la pregunta muda, naciendo ya, la mañana.