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Diana R Jan 2016
El día, el sol, las nubes me los componentes del primero, lo que lo rodea; las personas, todo. Es hermoso. Es fascinante cómo puedes denotar el amor por cada paso que das con una persona enamorada. Es hermoso como, esa persona enamorada te habla manjares de aquél ser que provoca que su alma derrame luz.. Es hermoso notar como dos personas te pueden transmitir el amor, por medio de la manera en la que se miran, en la que se sonríen. Es fascinante ese momento. El amor entre dos. El amor que se pasan por esos ojos que se engrandecen desde que percibe al otro incluso a una cuadra de distancia; y no hablo precisamente del amor de amar, hablo quizá del amor de querer, del amor de estar enamorados, del amor de sentir como esa persona te ayuda a encontrar felicidad por medio de los pequeños detalles, tan pequeños como una sonrisa, tan pequeños como una rosa o un apretón de manos.
    Hablo del amor que dos personas se transmiten por medio del brillo que se lanzan con cada mirada.
   ¿Sabes? Es hermoso encontrarse en un lugar, con cierto número de personas, y darte cuenta que con una pareja de enamorados que se encuentre en ese círculo, el resto de los individuos sintamos la viveza del cariño que ese par transmite. Y el simple hecho de observar cómo el Sol deslumbra el movimiento de cabeza de ambos, el movimiento que hacen de sus manos, de sus ojos, por todo el nerviosismo acumulado. Eso es hermoso. Notar que pese a todo el tiempo que han estado juntos, ese par sigue sintiendo nervios por su persona amada...
Brillan las cosas. Los tejados crecen
sobre las copas de los árboles.
A punto de romperse, tensas,
las elásticas calles.
Ahí estás tú: debajo de ese cruce
de metálicos cables,
en el que cuaja el sol como en un nimbo
complementario de tu imagen.
Rápidas golondrinas amenazan
fachadas impasibles. Los cristales
transmiten luminosos y secretos
mensajes.
Todo son breves gestos, invisibles
para los ojos habituales.
Y de pronto, no estás. Adiós, amor, adiós.
Ya te marchaste.
Nada queda de ti. La ciudad gira:
molino en el que todo se deshace.
Admiro a las personas amables, la gente buena, bondadosa, sensible, respetuosa.
Aquellas que te enseñan algo con pocas palabras, pero bien elegidas.

Porque elegir las palabras no es tan simple como parece.
Tener un vocabulario selecto, más bien preciso y delicado, con significado, sin dejar nada a la interpretación, es un arte.
Pensar antes de hablar es más difícil de lo que parece, y lo que decimos puede marcar el día de alguien.
Un elogio puede alegrarlo; una palabra hiriente, arruinarlo.

También creo que cada persona que entra en nuestra vida trae una enseñanza, ya sea buena o mala.
Pero depende de nosotros aprender la lección o dejarla en el olvido.

Admiro a esas personas que enseñan a vivir, a soñar, a amar, a reír, a reflexionar.
A quienes enfrentan la vida con una actitud positiva y transmiten amor, paz, lealtad y bienestar.
Aquellos que ven la vida como una película y la romantizan porque encuentran amor en todas partes.

El amor es paciente, es bondadoso.
El amor no es envidioso ni presumido ni orgulloso.
No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.
El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad.
Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Pero incluso quienes nos dan malos ejemplos nos dejan una enseñanza.
Porque de lo malo también se aprende, y mucho.

Saber distinguir qué nos enseña cada persona es clave para decidir con quién quedarse. Porque al final, todos nos dejan algo.

— The End —