Pidiendo a las diez del día papel a su secretario,
a la carta de Jimena responde el rey por su mano;
y después de hacer la cruz con cuatro puntos y un rasgo,
aquestas palabras pone a guisa de cortesano:
«A vos, la noble Jimena, la del marido envidiado,
vos envío mis saludos en fe de quereros tanto.
Que estáis de mi querellosa, decís en vuestro despacho,
que non vos suelto el marido sino una vez en el año,
»y que cuando vos le suelto, en lugar de regalaros,
en vuestros brazos se duerme como viene tan cansado.
Si supiérades, señora, que vos quitaba el velado
para mis namoramientos, fuera bien el lamentarlo;
»mas si sólo vos lo quito para lidiar en el campo
con los moros convecinos, non vos fago mucho agravio;
que si yo no hubiera puesto las mis huertas a su cargo,
ni vos fuerais más que dueña, ni él fuera más que un hidalgo.
»A no vos tener encinta, señora, el vuestro velado
creyera de su dormir lo que me habedes contado.
Más pues el parto esperáis... si os falta un marido al lado,
no importa, que sobra un rey que os hará cien mil regalos.
»Decís que entregue a las llamas la carta que habéis mandado;
a contener herejías, fuera digna de tal caso;
mas pues razones contiene dignas de los siete sabios,
mejor es para mi archivo que non para el fuego ingrato.
»Y porque guardéis la mía y no la fagáis pedazos,
por ella a lo que pariéredes prometo buen aguinaldo:
si fuere hijo, daréle una espada y un caballo
y cien mil maravedís para ayuda de su gasto;
»si fija, para su dote prometo poner en cambio
desde el día en que naciere de plata cuarenta marcos.
Con esto ceso, señora, y no de estar suplicando
a la Virgen vos ayude en los dolores del parto».