Submit your work, meet writers and drop the ads. Become a member
Victor Marques Dec 2009
Procurar sempre na imensidão palavras que se perdem no horizonte,
Me contentar com o recanto e água fresca de uma fonte.
Rios que correis , flor que sempre brota...!
Navios que deixaram de ser frota.



Altares que se veneram sem ter lindas rosas,
Mulheres bonitas que não são formosas.
Homens que se deitam com amores adulterados,
Penitência de sepulcros abertos, fechados.



Sentinelas dum castelo, cristão, mourisco.
Conquistador dum império nunca visto.
Sebentas maltratadas com riscos e tinteiros partidos,
Panteão Helénico de poetas desconhecidos.

Victor Marques
- From Network, wine and people....
Victor Marques Apr 2012
Saudades de ti

Labirinto que a todos convida,
Sofrimento que sempre sufoca,
Na despedida desta vida,
Fugiu a vontade própria.

Peregrinos cansados de sonhos vividos,
Esperança no reino de Deus,
Riscos por vezes corridos,
Saudade dos filhos teus.


Despedida que nunca acabe,
Famintos de nova luz,
Sentir sempre saudade,
Rezamos por ti a Jesus.

A tua companhia era tão terna,
Recordação deste teu dia,
Morte que a todos condena,
Nobre e eterna fidalguia.

Victor Marques
Olhei o exterior, a descoberto, no costume dos dias,
Olhar de lince, penetrou perante os espetros ocultos,
Tudo aquilo que se via, imaginava real, o que fazias,
E porque o era, nada mudava afinal nesses vultos!

Sem medos, nem costumes delirantes, tudo era normal,
As sombras não se escondiam nas penumbras do dia,
Nem o sol deixou de brilhar no pleno dia que eu vivia,
Acordar de criança, desejoso de o ser, como água termal!

Perdeu-se o tempo, constrangido com riscos e desafios,
Falava-se de tudo e para todos, sem nosso silêncio crismal,
Aquelas vestes de antigamente, tribunal, hoje é ponto final!

E a realização dos sonhos são isso, desafios lógicos e sentimentos,
Delira o corpo, com o satisfazer da mente, coisas duradouras e belas,
Se cresce desejo, se sonho quando te vejo e aprecio teus encantos,
Solto-me no ar, voando e planando, pelas nossas vestes, paralelas!


E longe te aperto aqui, mundo que conheci, seguro no bolso,
Seu fecho de saco impermeável e por demais, mais durável,
Aquece-me o presente, com sonhos para futuro, sustentável,
E, teus sonhos, meus, minha, vida tua é sem troca ou reembolso!

Autor: António Benigno
Código de Autor: 2013.10.02.02.26
Dayanne Mendes Apr 2014
A minha mente
Se confunde e nem sente
Eu minto sem saber o porquê
Essa paixão falsa que você
Nutre por mim
Faz tanta falta quanto a neve
No meu jardim
E eu bem que chorei
Lágrimas doces
No portão de Deus sabe quem
Mas o problema
O x da questão
É que você me usa e não quer
Assumir os riscos da mentira
E desmentira
Que você cria
Inventa
E joga lá fora o meu coração.
¡Felices inmortales!
¡Las islas, qué felices son las islas!
Altas cunas, los riscos. ¡Bien nacidas!
Torva guardia les hacen soledades,
ventarros, nubes grises. Niñas, cimas.
En luz, en aire tibio, en aves, sueñan,
las, del mundo de abajo, maravillas.
Suavemente se escapan, encubiertas
con manto de pinar. Bajan sin prisa
en sosegadas curvas, verdeciéndose,
peldaños erigiéndose, colinas.
Cuando tocan al valle todo es claro:
empiezan a sentirse sus delicias,
mil pájaros, cien chopos, un arroyo;
espejo, en él se encuentran, sorprendidas.
Estas frondas, sus paces, tantas aves
y sus cantos, ¿son ellas, ellas mismas?
¡Felicidad! Lo que empezó en roquedos
ahora tierra es pradera, florecida.
Estrenan, encantadas, sus bellezas,
Venus verdes, tendiéndose en la umbría;
menea un airecillo sus cabellos,
herbazal, juncos, altas margaritas.
Breve sueño feliz. Aun queda el último
por descubrir, prodigio: es la marina.
Se detienen las islas, asombradas,
al llegar a los bordes de su vida.
¿Qué tierra es ésta, suya, y toda nueva?
De oro parece, dócil, suavísima
al pensar que la piensa, al pie desnudo
que la pisa, a los ojos que la miran.
Intacta. Virginal. Arena. ¡Playas!
Fronteras del asombro. Empieza aquí
un mundo sin otoño y sin ceniza.
Refulgen gozos, júbilos destellan.
No hay soledad, es todo compañía.
Ola tras ola sigue a ola tras ola,
persigue espuma a espuma fugitiva,
dádivas sobre dádivas ofrecen
felicidades siempre repetidas.
Todo, alegre, se rinde, cielo, espacio:
¡imposible escapar a tanta dicha!
Esa blancura alzada, ¿es de la espuma
o aleteo de ángeles que invitan?
Invitan, sí, a las islas -son sus ángeles-,
a dejarse su tierra en las orillas,
a un porvenir de azules -paraísos-,
a vida, allí, sin piedra y sin espina,
en canto, en salto, en albas hermandades,
bajo el cielo del mar, gloria infinita.
Si la tierra se acaba algo se empieza;
las olas que sin pausa se lo afirman,
angélicas sirenas, les convencen.
Y ellas arena abajo se deslizan.
Los ojos se equivocan en las playas:
se figuran que así mueren las islas.
Fingida muerte es. Van a su cielo:
su cielo el mar, que azul, cielo duplica.
Innumerables gracias por el agua
señas son de las gracias sumergidas.
Si ya no quedan hojas en sus álamos
¿no son hojas las ondas que rebrillan?
El canto de los pájaros que fueron
las olas en susurro lo terminan.
De pluma puede ser, que vuela abajo
ese blancor de espuma estremecida.
Por el haz de lo azul, cuando el sol sale
se abre, refleja, primavera vivida;
flores son marchitadas en los prados,
que ahora al mar se le vuelven alegrías.
Y ese verdor que el agua transparenta
es de Arcadia que abajo se eterniza:
en los hondos del mar viven, salvadas,
almas verdes, las almas de las islas.
Tus cuatro sílabas suenan,
«Teusaquillo, Teusaquillo»,
Como un cantar armonioso
Que va en la noche perdido.

«¡Teusaquillo!» De los Zipas
Plácido y buscado asilo,
Cuando en época de lluvias
En el llano el turbio río
Formaba grandes pantanos
Y borraba los caminos!...

De los empinados cerros,
Bajo ramajes tupidos
En las quiebras, murmurando
Dos arroyos cristalinos
Descienden. Cercados pozos
Aquí, al soplo de los riscos,
Tienden sus fríos cristales,
En que peces fugitivos
Nadan, en límpidas aguas,
Donde el serrallo escogido
Del Zipa, su carne bruna
Hunde en mañanas de estío.
Aquí jarrones de Ráquira
Se ven con dibujos finos;
En pilares, cornamentas
De ciervos, conchas, colmillos
De leopardos; en colgantes
Jaulas, bajo cobertizos
De tupida cañabrava,
Son deleite del oído,
De aves de variadas plumas
Dulces cantos no aprendidos
En los maizales de Tenza
O en las selvas del Gran Río;
Labor de orfebres quimbayas
En los muros se ven ídolos,
Y sobre tapiz de esparto
Que se extiende a todo el piso
Pieles y telas vistosas
Teñidas de rojo vivo,
El mismo que en grandes piedras
Perdura en los jeroglíficos.

El Licenciado su gloria
Manchó con nuevo delito.

No pudo entregarle el Zipa
Los tesoros repartidos
A los nobles del Zipazgo,
Y murió en tormento inicuo.
Pero los tres responsables
Sufrieron duro castigo,
No castigo de los hombres
Más sí del poder divino:
Uno, muerto por un rayo,
En día de cielo limpio,
Otro en un juego de cañas,
Y otro, de lepra raído.

Por el incendio de Bosa,
Ya sin techos como abrigo,
Para el Reino conquistado
Capital Quesada quiso,
Y todos, asiento de ella
Fijaron a «Teusaquillo»
Y cuando llegó Quesada
Al lugar que fue escogido
El recuerdo de la vega
De Granada al punto vino
A su mente, vega hermosa
En donde jugó de niño.
La Serrezuela de Suba,
Bajo un azul opalino,
Fingió que era «Sierra Elvira»;
Las colinas de «El Suspiro
Del Moro» le recordaban
Las de Soacha a su espíritu
Y los dos cerros cercanos,
En claro fulgor ceñidos,
Trajéronle a su memoria,
Entre fantástico brillo,
Los collados de Granada
Con un misterioso hechizo.

Y por eso «Nuevo Reino
De Granada», al punto dijo,
«Será el nombre de esta tierra
Del Rey de España y de Cristo».
La aurora del seis de Agosto
Llegó espléndida. Bullicio
En el campamento. Alegre
Son de cornetas. Relinchos
De corceles apastados,
Y terror en los bohíos.

De todos los que lloraban,
Ante sus ocultos ídolos,
La muerte vil de su Zipa,
En lento y cruel suplicio,
Con los huesos destrozados,
En una tabla tendido.

Ya recogidas las toldas
Avanzan a «Teusaquillo».

Se apea de su caballo
Quesada -los ojos fijos
De todos en él- arranca
Puñado de hierba; altivo
Se yergue; lo agita y dice:
«De estos remotos dominios
Tomo posesión perpetua
En nombre de Carlos Quinto».
Vuelve a montar. Y prosigue,
Con fuerte voz: «Desafío
A todo aquel que se oponga
A esta fundación... ¡Oídlo!»
Desnudo brilla el acero,
En su puño fuerte erguido,
Y vuelve a envainarlo.
Nadie
Sus palabras contradijo.

Y al punto ordenó que doce
Casas de techo pajizo
Se alzaran, de los Apóstoles
En recuerdo.
Fray Domingo
De Las Casas por mandato
De Quesada, en ese mismo
Instante empezó una ermita
Con españoles e indios,
Y en tela de burdo lienzo
Incólume ante los siglos,
Un crucifijo pintado
Se alzó en el altar.
¡Y Cristo
Abrió los brazos pidiendo
Piedad para los vencidos!

Y desde aquella mañana,
Cuando cambió «Teusaquillo»
Su nombre por Santa Fe
De Bogotá y Carlos Quinto
Iba con un nuevo reino
A ensanchar su poderío,
El sol ya no se ponía
En españoles dominios.
Surge un temblor luminoso
Tras de la oscura montaña;
Luego una franja de lumbre
Que en el cielo se dilata;

Y después la aurora espléndida,
cual virgen enamorada,
Su frente de nieve y rosa
Levanta en la bruma pálida,
Y lentamente se ocultan
Los astros en lontananza.
Naturaleza despierta,
y allá entre las nieblas vagas,
Que se extiende y se esfuman
Sobre riscos y hondonadas,
Se ven corno blandos rizos,
Se ven corno frentes blancas,
Corno pupilas azules,
Y mejillas sonrosadas.
Trae el viento olor a selva,
y ávido el pecho se ensancha
En esta embriaguez de vida
De la tierra americana
Los nidos están de fiesta,
Están de fiesta las ramas;
Hay ritmos en el ambiente,
El bosque se trueca en arpa,
y el fúlgido sol corona
La cima de la montaña.
«¡Buenos días! buenos días»,
Dice a las flores el aura,
y como amante saludo
A la festiva mañana,
Las campanillas azules
Repican sobre las tapias.
Ventisqueros azules, duros cerros erguidos
de mármol y pizarra; llanos donde furente
el viento arranca el trigo y el centeno; ¡torrente,
riscos, lagos, y bosques llenos de sombra y nidos!

Antros y negros valles donde los perseguidos
y desterrados, antes que doblegar la frente
buscaron lobos y águilas en un clima inclemente,
¡sed benditos! ¡Y sedlo, barrancos escondidos!

Huyendo de la ergástula y duros opresores,
dedicó el siervo Gémino esta columna un día
a los Montes de la áspera Libertad protectores.

Y en estas cimas, donde la calma hace que vibre
el silencio, en la atmósfera, pura, inviolable y fría,
parece oírse el grito que lanza un hombre libre.
Ebrios de sangre y crímenes, en turba jadeante
Suben en fuga al monte que esconde su guarida;
Cerca la muerte llevan en su veloz huida,
Y de león perciben un acre olor distante.

Raudos salvan, hollando la Hidra amenazante,
Torrentes y barrancos, riscos y roca hendida,
Y ya, cortando él cielo, se alza la cumbre erguida
Del Pelión, de la Osa, o el Olimpo radiante.

De pronto un fugitivo se encabrita; atrás lanza
Una mirada; asústase; vuelve a mirar, y en tanto
Corre, y de un salto sólo sobre el rebaño avanza,

Porque ha visto a la luna, y en su terror se asombra,
Alargar detrás de ellos, como supremo espanto,
El horror gigantesco de la Herculana sombra.

— The End —