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¡Qué alegre y fresca la mañanita!
Me agarra el aire por la nariz:
los perros ladran, un chico grita
y una muchacha gorda y bonita,
junto a una piedra, muele maíz.
Un mozo trae por un sendero
sus herramientas y su morral:
otro con caites y sin sombrero
busca una vaca con su ternero
para ordeñarla junto al corral.
Sonriendo a veces a la muchacha,
que de la piedra pasa al fogón,
un sabanero de buena facha,
casi en cuclillas afila el hacha
sobre una orilla del mollejón.
Por las colinas la luz se pierde
bajo el cielo claro y sin fin;
ahí el ganado las hojas muerde,
y hay en los tallos del pasto verde,
escarabajos de oro y carmín.
Sonando un cuerno corvo y sonoro,
pasa un vaquero, y a plena luz
vienen las vacas y un blanco toro,
con unas manchas color de oro
por la barriga y en el testuz.
Y la patrona, bate que bate,
me regocija con la ilusión
de una gran taza de chocolate,
que ha de pasarme por el gaznate
con la tostada y el requesón.
Yo canto al cielo porque mis linfas ignoradas
hacen que fructifiquen las savias; las llanadas,
los sotos y las lomas por mí tienen frescura.
Nadie me mira, nadie; más mi corriente obscura
se regocija luego que viene primavera,
porque si dentro hay sombras, hay muchos tallos fuera.

Los gérmenes conocen mi beso cuando anidan
Bajo la tierra, y luego que son flores me olvidan.
Lejos de sus raíces las corolas felices
no se acuerdan del agua que regó sus raíces...
¡Qué importa! Yo alabanzas digo a Dios con voz suave.
La flor no sabe nada, ¡pero el Señor sí sabe!

Yo canto a Dios corriendo por mi ignoto sendero,
dichosa de antemano; porqué seré venero
ante la vara mágica de Moisés; porque un día
vendrán las caravanas hacia la linfa mía;
porque mis aguas dulces, mientras que la sed matan,
el rostro beatífico del sediento retratan
sobre el fondo del cielo que los cristales yerra;
porque copiando el cielo lo traslado a la tierra,
y así el creyente triste, que el él su dicha fragua,
bebe, al beberme, el cielo que palpita en mi agua,
y como en ese cielo brillan estrellas bellas,
el hombre que me bebe comulga con estrellas.

Yo alabo al Señor bueno porque, con la infinita
pedrería que encuentro de fuegos policromos,
forjó en las misteriosas grutas la estalactita,
pórtico del alcázar de ensueño de los gnomos;
porque en oculto seno de la caverna umbría
doy de beber al monstruo que tiene miedo al día.
¡Qué importa que mi vida bajo la tierra acabe!
Los hombres no lo saben, pero Dios si lo sabe.

Así me dijo el Agua que discurre por los
antros, y yo: -¡Agua hermana, bendigamos a Dios!
Bestia celeste, sol que el ojo aduerme
frente a mi casa de boscosa espalda;
laxas están las manos en mi falda
y la cabeza contra el hombro inerme.

S obre el azur el toro de oro duerme
y aun chispea su ojo de esmeralda,
para la mar que la neblina encalda
y el duende que propicio suele serme.

Queda un rayo de luz en sus pupilas,
menudas, más menudas que las lilas.
Mi soledad en él se regocija

pues lo ama mi amor porque es pequeño
y suele ir a la mansión del sueño
a traerme un ensueño en su vasija.
Admiro a las personas amables, la gente buena, bondadosa, sensible, respetuosa.
Aquellas que te enseñan algo con pocas palabras, pero bien elegidas.

Porque elegir las palabras no es tan simple como parece.
Tener un vocabulario selecto, más bien preciso y delicado, con significado, sin dejar nada a la interpretación, es un arte.
Pensar antes de hablar es más difícil de lo que parece, y lo que decimos puede marcar el día de alguien.
Un elogio puede alegrarlo; una palabra hiriente, arruinarlo.

También creo que cada persona que entra en nuestra vida trae una enseñanza, ya sea buena o mala.
Pero depende de nosotros aprender la lección o dejarla en el olvido.

Admiro a esas personas que enseñan a vivir, a soñar, a amar, a reír, a reflexionar.
A quienes enfrentan la vida con una actitud positiva y transmiten amor, paz, lealtad y bienestar.
Aquellos que ven la vida como una película y la romantizan porque encuentran amor en todas partes.

"El amor es paciente, es bondadoso.
El amor no es envidioso ni presumido ni orgulloso.
No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.
El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad.
Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta."
(1 Corintios 13:4-7)

Pero incluso quienes nos dan malos ejemplos nos dejan una enseñanza.
Porque de lo malo también se aprende, y mucho.

Saber distinguir qué nos enseña cada persona es clave para decidir con quién quedarse, porque al final, todos nos dejan algo.

— The End —