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¡Oh tú, que inadvertido peregrinas
de osado monte cumbres desdeñosas,
que igualmente vecinas
tienen a las estrellas sospechosas,
o ya confuso vayas
buscando el Cielo, que robustas hayas
te esconden en las hojas,
o la alma aprisionada de congojas
alivies y consueles,
o con el vario pensamiento vueles
delante de esta peña tosca y dura,
que de naturaleza aborrecida
envidia de aquel prado la hermosura:
detén el paso y tu camino olvida,
y el duro intento, que te arrastra, deja,
mientras vivo escarmiento te aconseja!
En la que oscura ves, cueva espantosa,
sepulcro de los tiempos que han pasado,
mi espíritu reposa,
dentro en mi propio cuerpo sepultado,
pues mis bienes perdidos
sólo han dejado en mí fuego y gemidos,
victorias de aquel ceño
que, con la muerte, me libró del sueño
de bienes de la tierra,
y gozo blanda paz tras dura guerra,
hurtado para siempre a la grandeza,
al envidioso polvo Cortesano,
al inicuo poder de la riqueza,
al lisonjero adulador tirano.
¡Dichoso yo, que fuera de este abismo,
vivo me soy sepulcro de mí mismo!
Estas mojadas, nunca enjutas ropas,
estas no escarmentadas y deshechas
velas, proas y popas,
estos hierros molestos, estas flechas,
estos lazos y redes
que me visten de miedo las paredes,
lamentables despojos,
desprecio del naufragio de mis ojos,
recuerdos despreciados,
son, para más dolor bienes pasados.
Fue tiempo que me vio, quien hoy me llora,
burlar de la verdad y de escarmiento,
y ya, quiérelo Dios, llegó la hora,
que debo mi discurso a mi tormento:
ved cómo y cuán en breve el gusto acaba,
pues suspira por mí quien me envidiaba.
Aun a la muerte vine por rodeos,
que se hace de rogar, o da sus veces
a mis propios deseos;
mas ya que son mis desengaños jueces,
aquí solo conmigo
la angosta senda de los sabios sigo,
donde gloriosamente
desprecio la ambición de lo presente.
No lloro lo pasado,
ni lo que ha de venir me da cuidado,
y mi loca esperanza siempre verde,
que sobre el pensamiento voló ufana,
de puro vieja aquí su color pierde,
y blanca puede estar de puro cana.
Aquí, del primer hombre despojado,
descanso ya de andar de mí cargado.
Estos que han de beber, fresnos hojosos,
la roja sangre de la dura guerra;
estos olmos hermosos,
a quien esposa vid abraza y cierra
de la sed de los días,
guardan con sombras las corrientes frías;
y en esta dura sierra,
los agradecimientos de la tierra,
con mi labor cansada,
me entretienen la vida fatigada.
Orfeo del aire el Ruiseñor parece,
y ramillete músico el jilguero;
consuelo aquél en su dolor me ofrece;
éste, a mi mal, se muestra lisonjero;
duermo, por cama, en este suelo duro,
si menos blando sueño, más seguro.
No solicito el mar con remo y vela,
ni temo al Turco la ambición armada;
no en larga centinela,
al sueño inobediente, con pagada
sangre y salud vendida,
soy, por un pobre sueldo, mi homicida;
ni a fortuna me entrego,
con la codicia y la esperanza ciego,
por acabar diligente,
los peligros precisos del Oriente;
no de mi gula amenazada vive
la Fénix en Arabia temerosa,
ni a ultraje de mis leños apercibe
el mar su inobediencia peligrosa:
vivo como hombre, que viviendo muero
por desembarazar el día postrero.
Llenos de paz serena mis sentidos,
y la Corte del alma sosegada,
sujetos y vencidos
apetitos de la ley desordenada,
por límite a mis penas
aguardo que desate de mis venas
la muerte, prevenida
la alma que anudada está en la vida,
disimulando horrores
a esta prisión de miedos y dolores,
a este polvo soberbio y presumido,
ambiciosa ceniza, sepultura
portátil que conmigo la he traído,
sin dejarme contra hora segura.
Nací muriendo, y he vivido ciego,
y nunca al cabo de mi muerte llego.
Tú, pues, oh caminante que me escuchas,
si pretendes salir con la victoria
del monstruo con quien luchas,
harás que se adelante tu memoria
a recibir la muerte,
que oscura y muda viene a deshacerte.
No hagas de otro caso,
pues se huye la vida paso a paso;
y en mentidos placeres
muriendo naces, y viviendo mueres.
Cánsate ya, oh mortal, de fatigarte
en adquirir riquezas y tesoro,
que últimamente el tiempo ha de heredarte,
y al fin te dejarán la plata y oro:
vive para ti solo, si pudieres,
pues sólo para ti, si mueres, mueres.
Miré ligera Nave,
Que con alas de lino en presto vuelo
Por el aire süave
Iba segura del rigor del Cielo,
Y de tormenta grave.
En los Golfos del Mar el Sol nadaba
Y en sus ondas temblaba;
Y ella, preñada de riquezas sumas,
Rompiendo sus cristales,
Le argentaba de espumas,
Cuando en furor iguales,
En sus velas los vientos se entregaron.
Y dando en un bajío,
Sus leños desató su mismo brío,
Que de escarmientos todo el Mar poblaron,
Dejando de su pérdida en memoria
Rotas jarcias, parleras de su historia.
En un hermoso prado
Verde Laurel reinaba presumido,
De pájaros poblado
Que, cantando, robaban el sentido
Al Argos del cuidado.
De verse con su adorno tan galana
La Tierra estaba ufana,
Y en aura blanda la adulaba el viento,
Cuando una nube fría
Hurtó en breve momento
A mis ojos el día;
Y arrojando del seno un duro rayo,
Tocó la Planta bella
Y juntamente derribó con ella
Toda la gala, Primavera y Mayo.
Quedó el suelo de verde honor robado,
Y vio en cenizas su soberbia el prado.
Vi, con pródiga vena
De parlero cristal, un Arroyuelo
Jugando con la arena,
Y enamorando de su risa al Cielo.
A la margen amena,
Una vez murmurando, otra corriendo,
Estaba entreteniendo;
Espejo guarnecido de esmeralda
Me pareció, al miralle,
Del prado, la guirnalda,
Mas abrióse en el valle
Una envidiosa cueva de repente;
Enmudeció el Arroyo,
Creció la oscuridad del ***** hoyo,
Y sepultó recién nacida fuente,
Cuya corriente breve restauraron
Ojos, que de piadosos la lloraron.
Un pintado Jilguero,
Más ramillete que ave parecía;
Con pico lisonjero
Cantor del Alba, que despierta al día;
Dulce cuanto parlero
Su libertad alegre celebraba,
Y la paz que gozaba,
Cuando en un verde y apacible ramo,
Codicioso de sombra,
Que sobre varia alfombra
Le prometió un reclamo,
Manchadas con la liga vi sus galas;
Y de enemigos brazos
En largas redes, en nudosos lazos,
Presa la ligereza de sus alas,
Mudando el dulce, no aprendido canto,
En lastimero son, en triste llanto.
Nave tomó ya puerto;
Laurel se ve en el Cielo trasplantado,
Y de él teje corona;
Fuente, hoy más pura, a la de Gracia corre
Desde aqueste desierto;
Y pájaro, con tono regalado,
Serafín pisa ya la mejor zona,
Sin que tan alto nido nadie borre.
Así que el que a don Luis llora no sabe
Que, Pájaro, Laurel y Fuente y Nave
Tiene en el Cielo, donde fue escogido,
Flores y Curso largo y Puerto y Nido.
Admiro a las personas amables, la gente buena, bondadosa, sensible, respetuosa.
Aquellas que te enseñan algo con pocas palabras, pero bien elegidas.

Porque elegir las palabras no es tan simple como parece.
Tener un vocabulario selecto, más bien preciso y delicado, con significado, sin dejar nada a la interpretación, es un arte.
Pensar antes de hablar es más difícil de lo que parece, y lo que decimos puede marcar el día de alguien.
Un elogio puede alegrarlo; una palabra hiriente, arruinarlo.

También creo que cada persona que entra en nuestra vida trae una enseñanza, ya sea buena o mala.
Pero depende de nosotros aprender la lección o dejarla en el olvido.

Admiro a esas personas que enseñan a vivir, a soñar, a amar, a reír, a reflexionar.
A quienes enfrentan la vida con una actitud positiva y transmiten amor, paz, lealtad y bienestar.
Aquellos que ven la vida como una película y la romantizan porque encuentran amor en todas partes.

El amor es paciente, es bondadoso.
El amor no es envidioso ni presumido ni orgulloso.
No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor.
El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad.
Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

Pero incluso quienes nos dan malos ejemplos nos dejan una enseñanza.
Porque de lo malo también se aprende, y mucho.

Saber distinguir qué nos enseña cada persona es clave para decidir con quién quedarse. Porque al final, todos nos dejan algo.

— The End —