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¡Canastito repleto de fresas!
¡Ay, si él estuviese
esta tarde conmigo en la mesa!

¡Tanto como gusta
de las últimas fresas redondas
que las lluvias de Marzo maduran!

Y después que las hemos comido,
lentamente besarme en los labios
que ellas ponen fragantes y vivos.

¡Oh cestito cestito de fresas
que forrado de pámpanos verdes
has traído la pena a mi mesa!

¿Dónde se halla a esta hora el ausente?
¿Con quién come? ¿Qué piensa?
¿Qué hace
que sabiéndome triste no vuelve?

¡Para qué habrán traído estas fresas!
¡Para qué quiero aroma en los labios
si él no está hoy a mi lado en la mesa!
David Josemaria Jul 2012
Las frutas las he explicado.
Quizá fue por tu inclinar
hacia el bancal de fresas
y cuando no se seca
en mí flor ninguna
quizá es porque a ti te ha
el gozo ya incitado
a coger una.

Sé como estabas corriendo;
tan de pronto, sofocada,
esperando estabas
enfretandote a mi cara.
Sentado a tu lado
porque estabas durmiendo;
y rosada yacía
tu izquierda mano.
Monique Matheson Jun 2015
Fresas partidas en la cocina
Rojas y dulces como cuando
Me cojes con sentimiento

Las ventanas no se habren
Cortinas sucias
Con diseños de manzanas
Mordidas, secas de su jugo de vida
Asi como ayer

No entra luz en este silencio tan
Medida.
Bebo del agua limpia y clara del arroyo
Y vago por los campos  teniendo por apoyo
Un gajo de algarrobo liso, fuerte y pulido
Que en sus ramas sostuvo la dulzura de un nido.

  Así paso los días, morena y descuidada,
Sobre la suave alfombra de la grama aromada,
Comiendo de la carne jugosa de las fresas
O en busca de fragantes racimos de frambuesas.

  Mi cuerpo está impregnado el aroma ardoroso
De los pastos maduros. Mi cabello sombroso
Esparce, al destrenzarlo, olor a sol y a heno,
A salvia, a yerbabuena  y a flores de centeno.

  ¡Soy libre, sana, alegre, juvenil y morena,
Cual si fuera la diosa del trigo y de la avena!
           
¡Soy casta como Diana
Y huelo a hierba clara nacida en la mañana!
Velay! Velay! Melusina,
velay! Melusina de oro
-en el cabello y en el vello leve 1
que el labio te sombrea y las mejillas-. 2

Velay! Melusina de aciano
-palpitantes, azúreos, lientos ojos-.

Velay! Melusina la blonda
-los sonrosados labios, el cuello sonrosado,
sonrosados tesoros escondidos...-

Velay! Velay! Melusina,
velay! Melusina de oro:
¿cuándo reventarán los azahares?
¿cuándo el sabor caliente de tus llenos
labios golosos gustará mi gula?
¿cuándo aquellos tesoros escondidos
que -apenas- vislumbrará el ojo hambriento
(bastión bicupulado -diminutas
cúpulas desafiantes- que decora
sangriento par de diminutas fresas;
nemorosos retiros bajo los tibios brazos;
nemoros retiros...?)
¿cuándo aquéllos tesoros recatados
golosamente gustará mi gula?
¿cuándo reventarán los azahares?

Velay! Velay! Melusina,
velay! Melusina de oro
-en el cabello y en el vello leve... 3

Velay! Melusina de aciano,
velay! Melusina la blonda,
velay! velay! Melusina...
Apenas vaho sobre el cristal
con ademanes de ceniza, con estelas de niebla,
señala el mayordomo el lugar reservado
a cada uno de los comensales,
y susurra sus nombres con sílabas de ráfaga.
Franz -todos- bebe copas, copas, copas
de un oro ajado, de un resplandor marchito,
una luz madura en otras tierras
diluidas en la memoria.
¿Dónde estarán los compañeros que no ve?
Acaso fueron arrastrados por las aguas de Heráclito
hasta donde el ocaso se remansa y languidece.
Han cesado las risas. Las palabras son ascuas.
Todo es en este instante
desolación, herrumbre, acabamiento.
Huele a manzanas y a membrillos
demasiado maduros.
A través del ojo de buey
Franz contempla los días
que se aproximan navegando.
La ciudad que lo espera le saluda
con sus brazos alzados a las nubes,
enfundados en terciopelo gris.
Paralizado, congelado, el tiempo
va adquiriendo la pátina de estar atardeciendo,
otoñándose sobre el mar,
sobre la muerte, sobre el amor, sobre la música
que se libera, misteriosamente,
de nadie sabe qué prisiones.
Esta música lleva mucha muerte dentro.
El amor lleva dentro mucha música,
mucho mar, mucha muerte.
La muerte es un amor que habla con el silencio.
El amor es una melodía hija del mar y de la muerte:
asciende, gira, enlaza el cuerpo, lo encadena
hasta asfixiarlo despiadadamente.
La nave fantasmal -pero real- navega-
sobre el amor, sobre la muerte
(también sobre el olvido),
y glisa sobre el arpa de las olas,
navega sobre el agua como el laúd sobre la música
(y es que música y mar tienen el mismo origen).
Este mar lleva dentro mucha música,
mucho amor, mucha muerte.
                        Y también mucha vida.
...Y también mucha vida.
No sólo la que testimonia
el hervor de los brazos blanquísimos de las olas
al otro lado del cristal -solar, lunar- del camarote,
sino la que agoniza en el lado de acá.
Abanicos de plumas y de oro  empiezan a girar.
Giran y giran cada vez más vertiginosamente
-acelerando, siempre acelerando-
absorbidos, cautivos, reclamados por bocas abisales,
fraques azules, grises, rumor de besos y batir de alas,
ojos ennoblecidos por las lágrimas,
labios besados hondamente, que por eso
tienen más vida que quitar,
y el giro, el giro, el vértigo del vals,
el del polaco tísico
que escuchaba en la Valldemosa invernal
golpear insistente sobre el suelo la gota de agua.
El vals futuro, felicidad florida
de la dinastía risueña de los vieneses
resucitados cada 1 de enero en los televisores,
supervivientes de un imperio feliz e injusto
que ya no puede ser.
Son absorbidos, chupados, esclavizados
por lo hondo tenebroso. En el embudo
caen y desaparecen gorjeos de las aves
de los bosques de Viena, huéspedes de las ramas
húmedas de los tilos y los abedules,
aroma de grosellas y frambuesas,
de fresas y de arándanos: todos aprisionados
en las redes de escarcha del otoño.
El implacable sumidero
devora tules, sedas, lámparas de luz azulada,
nubes que se suicidan arrojándose
al hueco que termina
en el corazón verde del mar,
en la hoguera sombría y helada de la nada,
en lo fatal, irreversiblemente mudo.
Los invisibles compañeros
contemplan aterrados y desamparados
ese derrumbamiento que acaba en el silencio.
...El silencio que surca el ataúd de caoba.
a sus desvanecidos compañeros.
Con la clarividencia del moribundo
oye su despedida, sus adioses
con voces de violines, de violas, de violonchelos.
Sonaban a diamante y penumbra.
La nave -¿o ataúd?- en que Franz llega,
irremediablemente solo, cabecea sobre las ondas,
las azota su quilla con ritmo sosegado:
-chasquido, pellizcado, pizzicatto sombrío-
entre dos nadas, entre dos nuncas.
...Entre dos nuncas. El recién llegado
contempla el cielo encajonado
entre dos muros, entre dos sombras, entre dos silencios,
entre dos nadas.
Sentado sobre su banco de cemento
saca de su bolsillo unos trozos de pan,
los desmiga. Da de comer a las palomas.
Dijo sus secretos el faisán de oro:
-En el gabinete mi blanco tesoro,
de sus claras risas el divino coro,las bellas figuras de los gobelinos,
los cristales llenos de aromados vinos,
las rosas francesas en los vasos chinos.(Las rosas francesas, porque fue allá en Francia
donde en el retiro de la dulce estancia
esas frescas rosas dieron su fragancia.)La cena esperaba. Quitadas las vendas,
iban mil amores de flechas tremendas
en aquella noche de Carnestolendas.La careta negra se quitó la niña,
y tras el preludio de una alegre riña
apuró mi boca vino de su viña.Vino de la viña de la boca loca,
que hace arder el beso, que el mordisco invoca.
¡Oh los blancos dientes de la loca boca!En su boca ardiente yo bebí los vinos,
y, pinzas rosadas, sus dedos divinos
me dieron las fresas y los langostinos.Yo la vestimenta de Pierrot tenía,
y aunque me alegraba y aunque me reía,
moraba en mi alma la melancolía.La carnavalesca noche luminosa
dio a mi triste espíritu la mujer hermosa,
sus ojos de fuego, sus labios de rosa.Y en el gabinete del café galante
ella se encontraba con su nuevo amante,
peregrino pálido de un país distante.Llegaban los ecos de vagos cantares
y se despedían de sus azahares
miles de purezas en los bulevares.Y cuando el champaña me cantó su canto,
por una ventana vi que un ***** manto
de nube, de Febo cubría el encanto.Y dije a la amada un día: -¿No viste
de pronto ponerse la noche tan triste?
¿Acaso la Reina de luz ya no existe?Ella me miraba. Y el faisán cubierto
de plumas de oro: -«¡Pierrot, ten por cierto
que tu fiel amada, que la Luna ha muerto!»
A fuerza de quererte
me he convertido, Amor,
en alma en pena.
¿Por qué, Fuensanta mía,
si mi pasión de ayer está ya muerta
y en tu rostro se anuncian los estragos
de la vejez temida que se acerca,
tu boca es una invitación al beso
como lo fue en lejanas primaveras?
Es que mi desencanto nada puede
contra mi condición de ánima en pena
si a pesar de tus párpados exangües
y las blancuras de tu faz anémica,
aún se tiñen tus labios
con el color sangriento de las fresas.
A fuerza de quererte
me he convertido, Amor, en alma en pena,
y en el candor angélico de tu alma
seré una sombra eterna...

— The End —