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Krusty Aranda Feb 2014
Deambula por los barrios más oscuros de Madrid
una joven de ojos claros y labios carmesí.
Pregona a viva voz su mercancía variada;
pócimas para el amor, felicidad enfrascada.

Los clientes extasiados le suplican "¡Venid!";
su gama de productos les induce al frenesí.
A mí honestamente no me interesa nada
más que su sonrisa y su piel inmaculada.

Cruzamos la mirada y me acerco lentamente;
siento en mi interior una alegría antes carente.
Compartimos un saludo, un beso, una caricia.
¿Quién podía adivinar que escondía tanta malicia?

Tomamos una copa y charlamos vagamente.
Reímos y lloramos. Nos besamos tiernamente.
Desnudó ante mí su cuerpo y me amó sin justicia,
pues ahora entiendo; su intención era fictica.

Aún sin amarme me entregó lo que añoro.
Su cuerpo junto al mío fue para mí un tesoro.
Su **** tan dulce. Su entrega pasional.
Mi mano en sus senos y un "Te quiero" banal.

Al llegar el alba vi que se había marchado.
Ese fue el fin de nuestro amor condenado.
El vacío que causó me ha dejado malherido.
Se llevó mi corazón y lo vendió al olvido.
La lluvia se hace más cristalina
iluminada por bombillas de mercurio.
Los humanos
que no quieren
recibir su caricia
se abrigan bajo sombrillas
de colores extraños.
Sólo los niños
y algunos locos extasiados
levantan la cara al cielo
para permitir el roce
de múltiples acuosos dedos:
palpando, deslizándose
por mejilla y ojos
asombrados.

Jorge Gómez A.
Variaciones que enseñaban
en la escuela: Egeo, Atlántico,
Indico, Caribe, Mármara,
mar de la Sonda, mar Blanco.
Todos sois uno a mis ojos:
el azul del Contemplado.
En los atlas,
un azul te finge, falso.
Pero a mí no me engañó
ese engaño.
Te busqué el azul verdad;
un ángel, azul celeste,
me llevaba de la mano.
Y allí en tu azul te encontré
jugando con tus azules,
a encenderlos, a apagarlos.
¿Eras como te pensaba?
Más azul. Se queda pálido
el color del pensamiento
frente al que miran los ojos,
en más azul extasiados.
Eres lo que queda, azul;
lo que sirve
de fondo a todos los pasos,
que da lo que pasa, olas,
espumas, vidas y pájaros,
velas que vienen y van.
Pasa lo blanco, mortal.
Y tú estás siempre llenando,
como llena un alma un cuerpo,
las formas de tus espacios.
Cada vez que fui en tu busca,
allí te encontré, en tu gloria,
la que nunca me ha fallado.
Tu azul por azul se explica:
color azul, paraíso;
y mirarte a ti, mirarlo.
Una línea solo una sucesión de puntos
simétricamente dispuestos a mis lados
más respira el deseo ondulante sobre tales
hasta hacerlas a semejanza suya
esbozadas serán por tus dientes voraces
graficadas por tu húmeda lengua
esculpidas por dos cóncavos cinceles
adhiriéndose a estas dos convexas formas
hasta hacerse al tránsito perfecto hacia el anclaje
como las mismas piedras ciclópeas de quinientos años
serás aquel que destile sal en sus aguas cálidas
serás ese que hierva de tanto que se deslice
suaves extasiados se resbalan sobre tales
hasta tranzar respiros por espasmos de movimientos
e ir desvaneciendo el espacio entre líneas y respiros
una lluvia color cielo ardera entre ellos
una línea una sola sucesión de puntos se ha arqueado
al moldeado respirar de tu deseo.
Me vestiré de blanco, me aromaré de rosas,
E iremos por las rutas que huelen a tomillo,
Igual que una zagala va con su pastorcillo
En busca de lejanas capillas milagrosas.

  He de tener las manos frescas como de agua.
Has de tener los labios dulces como de fresa.
Y en el ruedo crujiente de mi cándida enagua
Cien espinas fragantes prenderán la maleza.

  Y dirán los labriegos que se paren a vernos:
La morena zagala de sonrisa encantada,
Con el pastor de ojos encantados y tiernos
Se vá, ruta adelante y olvida la majada.

  Y reiremos, reiremos llenos de maravilla
Por ser libres y alegres, por ser locos y castos,
Dueños indiscutibles de toda la gramilla,
De las moras maduras y los ásperos pastos.

  Y después, al retorno, cual de nuevo moldeados,
Tez caldeada, alma clara, frente limpia y serena.
Y en los ojos en alto, todavía extasiados,
Una imprevista llama de bondad nazarena.
Fresco el aire. La tarde brilla en cielos rosados.
Ya el tábano al tranquilo rebaño no amedrenta.
Sobre el Othrys, la sombra se va alargando lenta.
Quédate, mensajero de los Dioses amados.

Mientras que bebes leche, tus ojos extasiados
verán, desde mi choza, con la mirada atenta,
del Tinfresta al Olimpo, la Tesalia opulenta,
y en el azul distante sus gloriosos collados.

Ve el mar y ve la Eubea, y rojo en el Poniente
el Calidromo oscuro y el Eta, donde ardiente
hizo Hércules su hoguera y su altar bajo el cielo.

Y lejos, entre gasa luminosa, el Parnaso,
donde rendido para, ya de noche, su vuelo,
y otra vez, a la aurora, se remonta Pegaso.

— The End —