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Pensando nos lugares em que estive,
Física e espiritualmente,
Os tormentos de agora apresentam-se desmedidos
Porque dói tanto isto que nem dói sequer?
Que me não causa, isto,
Miséria ou infelicidade, isto,
Que embora a boca, amedrontada,
O não tenha dito
Era precisamente o que desejava para mim?
É certo, não assim…
Ah, cheguei a ousar dizê-lo!
Em confidência à minha mãe,
Sorrateiramente por versos escondidos.
Isto que eu queria!

É certo, não assim.
Não mordendo o fruto
Que me deste, oculto pela mão,
Sobre os meus protestos gritados,
À boca a provar; e, embora eu o cheirasse,
Podre, juravas pelo amor ser são!
O sabor, por não ser desesperante,
Faz-se aditivo; logo estou eu trepando a árvore
Sedenta de o devorar.

Escorrendo-te pelo queixo,
Sumo de laranjas meladas;
A língua que to limpa não é a tua.
Fixo a dor e tombo nela
Como Narciso sobre si.
Yo tuve una prima
como un lirio bella,
como un mirlo alegre,
como un alba fresca,
rubia como una
mañana abrileña.   Amaba los versos aquella rapaza
con predilecciones a su edad ajenas.
La música augusta del rtimo cantaba
dentro de su espíritu como ignota orquesta;
todo lo que un astro le dice a otro astro,
todo lo que el cielo le dice a la tierra,
todo lo que el alma pregunta a la Esfinge,
todo lo que al alma la Esfinge contesta.   Pobre prima rubia,
pobre prima buena;
hace muchos años que duerme ese sueño
del que ni los pájaros, alegres como ella,
ni el viento que pasa, ni el agua que corre,
ni el sol que derrocha vida, la recuerdan.   Yo suelo, en los días
de la primavera,
llevar a su tumba
versos y violetas;
versos y violetas, ¡lo que más amaba!   En torno a su losa riego las primeras,
luego las estrofas recito que antaño
su deleite eran:
las más pensativas, las más misteriosas,
las más insinuantes, las que son más tiernas;
las que en sus pestañas, como en blonda de oro,
ponían las joyas de lágrimas, trémulas,
con diafanudades de beril hialino
y oriente de perlas.
  Se las digo bajo, bajito, inclinándome
hacia donde yace, por que las entienda.
Pobre prima rubia, ¡pero no responde!
Pobre prima rubia, ¡pero no despierta!   Cierto día, una joven condiscípula,
con mucho sigilo le prestó en la escuela
un libro de versos musicales, hondos.
¡Eran los divinos versos de Espronceda!   Se los llevó a casa bajo el chal ocultos,
y los escondimos, con sutil cautela,
del padre y la madre, y hasta de su sombra;
de la anciana tía, devota e ingenua,
que sólo gustaba de jaculatorias
y sólo entendía los versos de Trueba.   En aquellas tardes embermejecidas
por conflagraciones de luz, en que bregan
gigánticamente monstruos imprecisos
del Apocalipsis o de las leyendas;
de aquellas tardes que fingen catástrofes;
en aquellas tardes en que el iris vuelca
todos sus colores, en que el sol vacía
toda su escarcela;
en aquellas tardes del trópico, juntos
los dos, en discreto rincón de la huerta,
bajo de la trémula hospitalidad
de nuestras palmeras,
a furto de extraños, vibrantes leíamos
el Canto a Teresa.   ¡Qué revelaciones nos hizo ese canto!
Todas las angustias, todas las tristezas,
todo lo insondable del amor, y todo
lo desesperante de las infidencias:
todo el doloroso mundo que gravita
sobre el alma esclava que amó quimeras,
del que puso estrellas en la frente amada,
y al tornar a casa ya no encontró estrellas.   Todo el ansia loca de adorar en vano
tan sólo a una sombra, tan sólo a una muerta;
todos los despechos y las ironías
del que se revuelca
en zarzal de dudas y de escepticismos;
todos los sarcasmos y las impotencias.   Y después, aquellas ágiles canciones
de prosodia alada, de gracia ligera,
que apenas si tocan el polvo del mundo
con la orla de oro del brial de seda;
que, como el albatros, se duermen volando
que, como el albatros, volando despiertan:
  La ideal canción del bravo Pirata
que iba viento en popa, que iba a toda vela,
y a quien por los mares nuestros pensamientos,
como dos gaviotas, seguían de cerca;   Y la del Mendigo, cínico y osado,
y la del Cosaco del Desierto, bélica,
bárbara, erizada de ferrados hurras,
que al oído suenan
como los tropeles de potros indómitos
con jinetes rubios, sobre las estepas...   Pasaba don Félix, el de Montemar,
con una aureola roja en su cabeza,
satánico, altivo; luego, doña Elvira,
«que murió de amor», en lirios envuelta.
¡Con cuántos prestigios de la fantasía
ante nuestros ojos se alejaba tétrica!   Y el Reo de muerte que el fatal instante,
frente a un crucifijo, silencioso espera;
y aquella Jarifa, cuya mano pálida
la frente ardorosa del bardo refresca.
  Poco de su Diablo Mundo comprendíamos;
pero adivinábamos, como entre una niebla,
símbolos enormes y filosofías
que su Adán desnudo se llevaba a cuestas   ¡Oh mi gran poeta de los ojos negros!,
¡oh mi gran poeta de la gran melena!,
¡oh mi gran poeta de la frente vasta
cual limpio horizonte!, ¡oh mi gran poeta!   Te debo las horas más inolvidables;
y un día leyendo tu Canto a Teresa.,
muy juntos los ojos, muy juntos los labios,
te debí también, cual Paolo a Francesca,
un beso, el más grande que he dado en mi vida;
un beso, más dulce que miel sobre hojuelas;
¡un beso florido que envolvió en perfumes
toda mi existencia!   Un beso que, siento, eternizaría
del duro Gianciotti la daga violenta,
para que en la turba de almas infernales,
como en la terrible página dantesca,
fuera resonando por los anchos limbos,
fuera restallando por la noche inmensa,
y uniendo por siempre mi boca golosa
con la boca de ella!   ¡Oh, mi gran poeta de los ojos negros!
¡Quién hubiera dicho que yo te trajera,
como pobre pago de los inefables
éxtasis de entonces, esta humilde ofrenda!...
¡Oh, gallardo príncipe de la poesía!
Pero tú recíbela con la gentileza
de un Midas que en oro todo lo transmuta;
en claros diamantes mi abalorio trueca,
y en los viles cobres de mis estrofillas,
para acaudalarlos, engasta tus gemas.
Así tu memoria por los siglos dure,
¡oh, mi gran poeta de la gran melena!,
¡oh, mi gran poeta de los ojos negros!
¡oh, mi gran poeta!
...Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen , incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen, como
no puedo yo ocultarla
por más tiempo; esta
desesperante, estéril, larga
ciega desolación por cualquier cosa
que -hacia donde no sé-, lenta, me arrastra.
Tú que piensas que no creo
cuando argüimos los dos,
no imaginas mi deseo,
mi sed, mi hambre de Dios;
ni has escuchado mi grito
desesperante, que puebla
la entraña de la tiniebla
invocando al Infinito;
ni ves a mi pensamiento,
que empañado en producir
ideal, suele sufrir
torturas de alumbramiento.
Si mi espíritu infecundo
tu fertilidad tuviese,
forjado ya un cielo hubiese
para completar su mundo.
Pero di, ¿qué esfuerzo cabe
en un alma sin bandera
que lleva por dondequiera
tu torturador ¿quién sabe?;
que vive ayuna de fe
y, con tenaz heroísmo,
va pidiendo a cada abismo
y a cada noche un ¿por qué?
De todas suertes, me escuda
mi sed de investigación,
mi ansia de Dios, honda y muda;
y hay más amor en mi duda
que en tu tibia afirmación.
Leydis Jul 2017
Sentada en su ventana,
mañana tras mañana,
veía llegar el alba y
la desesperante y abrumada madrugada,
en su fiel silla, ella siempre sentada.
Con la soledad en las manos,
ya con las venas arrugadas,
la pasión, desvigorizada e inmutada,
los ojos cerrados de tantas batallas,
de tanto llorar por su amado.
Aquel distante y vagante amor,
el cual, ella siempre esperaba.
Escuchando la misma canción, se pasa sus días,
la canción que los enamoro, cuando todo era risas,
que les ofreció un fortuito futuro, más ella pensó, que era por vida.
Solo se para de esa silla,
para mover la ajuga en su antigua vitrola,
ya que, esa-su-canción, siempre se atasca en la misma estrofa.
Se escucha rayada, esa, su canción, llena de esperanza,
así, como se rayó su amor, que estancado en un tiempo maravilloso quedo.
Recuerda todos los pretendientes, que con gran afán la perseguían,
los que pudieron quererla, amarla y venerarla, hasta no más,
pero ella a ninguno les respondia, es que no encajaban en su canción,
es que no la hacían vibrar como su eterno amor,
es que no les devolvían la juventud, las ganas de reír,
las ganas de sufrir, pero, junto aquel…su amor.
Ya nadie pasa por allí,
solo el bullicio del tiempo,
las aves, que, igual que ella,
se han envejecido de tantas primaveras,
la brisa invernal que ha arropado sus años,
la triste mirada arrugada,
la abrumada e insolente madrugada,
el terco brillo de la mañana,
y los recuerdos que la atan a su fiel silla,
a esa canción llena de esperanza, cuando todo era risas,
y ella estaba con su eterno amor.
LeydisProse
7/27/2017
Alekj Nov 15
El calor puede ser frustrante, desesperante, estresante, agobiante, irritante, sofocante... odio el calor.
Pero hay una excepción, tú eres una excepción. Amo el calor de tus miradas, tus cálidos abrazos, el de tus manos tocando y acariciando mi cabello y mis mejillas. Amo tu calor. Amo el calor que me transmites. Pues es el refugio que acoge mi alma y la llena de vida y armonía.

— The End —