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Besé aquella vez la brisa más húmeda
y salada de su océano.
Besé su alma y como supuse
allí no encontré, magullado sus pulsos.
Él estaba intacto aún
preparado para entrar
nuevamente en mis nirvanas.
No existían huellas
de las antiguas cigarras
que escarbaban de noche
el ángelus de sus orgasmos
tampoco las de aquellas pupilas cortesanas
que le entregaban las llaves
de sus templos derramados,
mientras su colilla húmeda y mutilada
se perdía ambulante y confundida
detrás de una ceguera diluida
entre los lirios de su estación última .
Es cierto que ya no era purísimo y exacto
él, había cambiado,
las cortinas de su alma
ya no eran un misterio
y sus pensamientos
ya no se escondían convulsos
detrás de sus jaquecas.
Comenzamos a nacer entonces, después
de que mis llantos pudrieran mis ojos
de manera retórica,
después de que esos rumores perdidos
empezaron a desempañar
los cristales silenciosos de mi cálido infierno.
Y entonces...él abrió sus ojos de verdad,
y halló mi nacimiento, justo donde la seda rota
cubría las nuevas espigas...
Azul Strauss Markuart
Título : El Ángelus De Sus Orgasmos
Poema: Texto completo.]
Autora :Azul Strauss M
15 De Junio del 2015
Buenos Aires - Argentina
©Copyright –Derecho de Autor Reservado
Protegido por OMPI y el Tratado internacional de Suiza sobre derechos de autores
Sobre el vasto silencio se proyectó mi grito,
sobre el silencio ilímite del firmamento hueco.
Ni un eco abrió sus órbitas elásticas... ni un eco
rajó sus cien gargantas roncas en lo infinito.

contra el silencio incólume se aplastó mi protesta,
contra el terco mutismo de la extensión plomiza.
Y repetí mi grito: como única respuesta
me derribó una cálida ráfaga de ceniza.

Y por la estepa muda cruzó un soplo terrible
difundiendo acres gérmenes de odios y de epidemias;
y en la oquedad montruosa del silencio impasible
trepidó un sordo y torpe galope de blasfemias.

Y se hundieron de súbito las planicies desiertas
barajando en un vértigo todas las perspectivas,
y sobre el surco estéril de las edades muertas
pasó el ala de fuego de las cóleras vivas.

Y otra vez mi estentóreo grito de rebeldía,
perforando el silencio, se clavó en lo infinito,
y en la paz inmmutable de la tierra vacía
rebotó cuatro veces el dolor de mi grito.

Así el sésamo défico fulminó su eficacia
sobre la oscura y áspera vegetación de obstáculos.
Y una fosforecencia de convulsos tentáculos
ramificó en las sombras un ademán de audacia.

Y como un filo rubio, se destacó en las brumas
un rígido propósito de verdades intactas,
y entonces la ola inmóvil se perfumó de espumas
y la brújula absurda marcó rutas exactas.

Y entre las tinieblas turbias vibró un signo incoloro
que agolpó en una réplica todo el dolor disperso.
El silencio infinito labró un verso de oro,
y mi grito rebelde fue el oro de aquel verso.
Caronte, piloto del fúnebre río,
que marcas el rumbo del viaje supremo,
hundiendo en las aguas el remo
tardío…

La cauta corriente desliza su onda
y el remo se cubre de negras espumas...
Y en tanto la proa redonda
taladra las brumas…

El pávido grupo de reos se hacina
y ceden las tablas del lento pontón
y arando su estela sinuosa rechina
el timón…

Caronte se yergue impasible,
flotante y revuelta su barba senil.
La sombra destaca su rostro terrible,
su enérgico y tosco perfil.

La densa tiniebla condensa
sus torres de ébano mate.
La lívida horda indefensa
mantiene su fe en el rescate...

Cual hosca pared de ceniza
se erige la niebla compacta en redor,
y el brillo fosfórico del agua plomiza
bifurca en la estela su efímero ardor.

Un pálido efebo se inclina en la borda,
y mira fatídicamente
la túrbida y sorda
corriente…

Un vasto silencio prestigia
los labios convulsos. La barca repleta
proyecta en la Estigia
su lúgubre y móvil silueta...

De pronto, flamígeras vetas
incendian la opaca quietud del confín,
y entonces se alargan las caras inquietas:
la gris travesía ya toca a su fin...

Hinchando sus músculos rema
con súbitos bríos el torvo piloto.
Y se oye un crujido. Caronte blasfema:
el remo se ha roto.

Caronte contempla el remo inservible
y una áspera mueca le arruga el perfil.
La cólera inflama su rostro terrible
y agita su barba senil.

Unánimemente,
los reos se ponen de pie:
tocando la meta del viaje doliente
parece salvarlos la fe.

La turba, frenética, danza
en torpe tumulto triunfal:
parece cumplirse la loca esperanza:
la barca se aleja del puerto fatal.

Y entonces Caronte
dilata su tórax velludo y potente,
contrae su recia testuz de bisonte
y se hunde en la espesa corriente.

La fétida onda le sube hasta el cuello,
pero él con brutal energía
ritmando su ronco resuello
remolca la barca sombría...

En grietas de viva escarlata
le sangran los bíceps por anchos rasguños:
el bárbaro esfuerzo amorata
sus sólidos puños.

La férrea mandíbula cruje
y emerge del cieno la tensa rodilla:
y sigue el titánico empuje
que acerca la barca a la orilla…

Apáticos, mudos, ceñudos,
reintegran los réprobos su grupo sombrío.
El viento flagela los torsos desnudos
rizando su látigo elástico y frío.

La espalda robusta se enarca
y entonces concluye la ruda faena:
con tardos vaivenes la barca
encalla en la arena…

Y el fiero barquero,
irguiendo sus hombros de atlante,
afinca sus piernas de bronce y de acero
y extiende la diestra sangrante...

Y entonces -nublada la frente,
vidriada la inmóvil pupila-,
resignadamente, trabajosamente,
la trágica horda desfila...
Por la orilla del Ganges suenan vivos clamores,
Los tigres, dando fieros rugidos penetrantes,
saltan, rotos los yugos, y en fuga las Bacantes
destrozan la vendimia, por los valles y alcores.

Rompen uñas y dientes pámpanos cimbradores
que  enrojecen con sangre de uvas, incitantes
gargantas, y se tienden las fieras jadeantes
entre púrpura y fango, del sol a los fulgores.

Sobre cuerpos convulsos y con sangre teñidos,
bostezando los tigres, o entre sordos rugidos,
una sangre olfatean más roja y más caliente.

Pero el Dios, embriagándose  con tal fiesta inaudita,
con el tirso y los gritos a las fieras irrita,
y une en tanto a la hembra con el macho rugiente.

— The End —