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Douarnenez,
en un golpe de cubilete,
empantana
entre sus casas corrió dados,
un pedazo de mar,
con un olor a **** que desmaya.
¡Barcas heridas, en seco, con las alas plegadas!
¡Tabernas que cantan con una voz de orangután!
Sobre los muelles,
mercurizados por la pesca,
marineros que se agarran de los brazos
para aprender a caminar,
y van a estrellarse
con un envión de ola
en las paredes;
mujeres salobres,
enyodadas,
de ojos acuáticos, de cabelleras de alga,
que repasan las redes colgadas de los techos
como velos nupciales.
El campanario de la iglesia,
es un escamoteo de prestidigitación,
saca de su campana
una bandada de palomas.
Mientras las viejecitas,
con sus gorritos de dormir,
entran a la nave
para emborracharse de oraciones,
y para que el silencio
deje de roer por un instante
las narices de piedra de los santos.
samara lael Apr 2019
después de tanto tiempo con la puerta entreabierta
(discutiendo silenciosamente sobre quién lo iba a dejar),
la cerraste en mi cara.

& por fin tuve esa paz
en saber si esa puerta pudiera llevarnos a otro sitio
o dejarnos donde estábamos en la casa de lo conocido.

aunque cambiamos de opiniones
mil veces,
nuestras manos ya no agarran la manija.

no me importa
si pusiste el pestillo o no.
ya no se mueve la puerta.
i have translated this into english too.
Mar Orellana Jun 2020
Es miércoles por la noche. La luz de mi móvil anuncia que son casi las 3. He pasado los 2 últimos meses sin ser capaz de escribir, pero algo se ha activado en mi mente esta noche y me ha obligado a redactar esta carta de despedida sobre un papel que ya está empapado por mis lágrimas, así que aquí está:

Se lo dedico a los finales, a los que duelen, a los que nunca llegan, a los que se agarran a nuestra piel y se niegan a dejarnos ir. A los finales que tintan los ojos de rojo durante semanas o meses o años, a los que nos quitan de nuestras manos, a los que desatan nudos en la garganta para que podamos aprender a hablar de nuevo, y a los que retrasamos para tener una excusa para volver a decirnos adiós una vez más.
Se lo dedico a todos los finales que imaginé para que cuando éste llegara no supiera tan amargo. Pero no, este no es el final que me imaginé y aunque lo vi venir hace mucho tiempo, no por eso hace que arañe un poquito menos.

Y es que tengo miedo. Tengo miedo de este final. Todos mis finales anteriores dolieron un poquito menos porque sabía que volvía a vosotros. Que volvía a casa.

Desde hace un tiempo he pensado en todas las posibles vidas y realidades que existían para mí. Las imagino en fila y repaso con detenimiento cada pliegue y milímetro de ellas, y me he dado cuenta de que ninguna es mínimamente tan bonita y brillante como esta. Y por fin he aprendido que no tengo que agradecérselo a cualquier ente extraño que me haya podido traer hasta aquí, si no a la gente tan bonita y cálida con la que he tenido el placer de compartir los mejores años de mi vida. Ya sabéis, el amor es un pueblo junto al mar. Y la gente que lo habita, que te inspira y que te cambia, siempre a mejor. Esas personas que poco a poco y sin saber como, se cuelan por los poros y cuando te das cuenta, han construido su casita dentro de ti, haciendo que sea raro imaginar cómo era la vida antes de conocerles. Que cubren y acarician, sin saberlo, las manchas de tinta de viejos diarios que ahora solo son prueba de que el frio no puede matarte.

Siento que a veces no soy capaz de verbalizar todo lo que me han traído estos últimos 4 años. Me abruma pensar en cómo ha podido cambiar tanto mi vida en tan poco tiempo. Pude empezar a escribir mi primer libro gracias a los infinitos viajes de tren volviendo a casa, y aquí creció, se nutrió y vio la luz, trayéndome solo cosas bonitas. Crecí. Crecí como nunca pensé que lo haría, y me convertí en algo muy parecido a lo que me imaginé cuando escribía y escondía cartas a mi yo de 20 años. Me he roto el corazón y me lo he curado, y me lo han curado. Pero sobre todo, he sido feliz, he sido más feliz de lo que pensaba que era lo más feliz que me sentiría nunca.

Para terminar, quería añadir algo que he encontrado en una de las tantas cartas de despedida que he escrito. Decía así:

“Y cuando todo acabe, nos sentaremos en algún lugar en el que nunca hemos estado pero que de algún modo nos resulta familiar. Los únicos testigos serán nuestros ojos, desnudos y encharcados. Y yo te contaré cómo aun puedo escuchar el mar, murmurando cuando me voy a dormir, y que cada vez que me tumbe en silencio, desearé estar tumbada en silencio contigo. Y sé que habrá muchos más días de invierno que de algún modo parecen de verano pero que seguro que ya no serán tan cálidos. Y sé que el árbol de la entrada se volverá rojo en primavera y sé que ya no florecerá para nosotros, pero también sé que llegará un momento en el que septiembre no nos escueza.
Entonces me abrazarás y mi cabeza caerá perfectamente sobre tu pecho. Sólo el latido de tu corazón podrá tapar las voces que me gritan que éste abrazo podría ser el último.”

Pero ahora, caminando de puntillas en una casa que mañana ya no será la mía y mientras descuelgo los girasoles de la pared, no puedo sentir dolor, ¿como puede doler dejar algo si los recuerdos ligados a ello son tan bonitos?
Y solo me queda decir gracias. Gracias, gracias, gracias. Por verme, por dejarme crecer y florecer, por ser Soles que siempre devuelven la mirada.
Os quiero más que a mi vida.
Hasta siempre <3
te deseo, aun cuando no debo. extraño tu piel, aplastado con movimiento. llantas de motos y carros, pies descalzos que corren por cada esquina, bocas rellenas de dulces. extraño tu aliento, no me digas “cochina.” la mayoría de la gente se quejan de esta parte, pero a mi, no me importa. extraño tu alma, tu forma de amar, tu calidez; extraño tu “holá” que me saluda cada mañana, chupa chups guindados, esperando manos adolescentes que agarran los dulces.

dos niñas pelean por la ultima bolsa, 30 rupees para un arcoíris de azúcar. un hombre chaparrito, quien cocina momos desde la madrugada. sin duda me saluda con una risa. extraño tu ruido, nunca ha podido aguantar paz completo. te deseo, casi siempre, y anhelo los paseos cuando el cielo se convierte en un pintura de arte sentimental. ese arte pintado y salpicado de color anaranjados, morados, derritiendo, y fusionando en una emoción que no tengo palabras como explicar. no puedo olvidarme de ti. sueño contigo muchas veces, caminando en los techos de la casas donde estás se convierten en alfombras para dar nuestros paseos. mirando a las estrellas y me mandan un mensaje celestial––pero que? no se. la lluvia me recuerde de ti, y el color gris, mas que todo, nubes nubladas, arvores altas y oscuras.

te encuentro cada noche, y ya lo se... sos una memoria ahora. pero dejame sentirte una vez mas, en el caso que no regreso otra vez.
-c.alejandra

— The End —