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¿Por qué volvéis a la memoria mía,
Tristes recuerdos del placer perdido,
A aumentar la ansiedad y la agonía
De este desierto corazón herido?
¡Ay! que de aquellas horas de alegría
Le quedó al corazón sólo un gemido,
Y el llanto que al dolor los ojos niegan
Lágrimas son de hiel que el alma anegan.

¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas
De juventud, de amor y de ventura,
Regaladas de músicas sonoras,
Adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras.
Sus alas de carmín y nieve pura,
Al sol de mi esperanza desplegando,
Pasaban ¡ay! a mi alredor cantando.

Gorjeaban los dulces ruiseñores,
El sol iluminaba mi alegría,
El aura susurraba entre las flores,
El bosque mansamente respondía,
Las fuentes murmuraban sus amores...
ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh, cuán suave resonó en mi oído
El bullicio del mundo y su ruido!

Mi vida entonces, cual guerrera nave
Que el puerto deja por la vez primera,
Y al soplo de los céfiros suave
Orgullosa desplega su bandera,
Y al mar dejando que sus pies alabe
Su triunfo en roncos cantos, va velera,
Una ola tras otra bramadora
Hollando y dividiendo vencedora.

¡Ay! en el mar del mundo, en ansia ardiente
De amor velaba; el sol de la mañana
Llevaba yo sobre mi tersa frente,
Y el alma pura de su dicha ufana:
Dentro de ella el amor, cual rica fuente
Que entre frescuras y arboledas mana,
Brotaba entonces abundante río
De ilusiones y dulce desvarío.

Yo amaba todo: un noble sentimiento
Exaltaba mi ánimo, Y sentía
En mi pecho un secreto movimiento,
De grandes hechos generoso guía:
La libertad, con su inmortal aliento,
Santa diosa, mi espíritu encendía,
Contino imaginando en mi fe pura
Sueños de gloria al mundo y de ventura.

El puñal de Catón, la adusta frente
Del noble Bruto, la constancia fiera
Y el arrojo de Scévola valiente,
La doctrina de Sócrates severa,
La voz atronadora y elocuente
Del orador de Atenas, la bandera
Contra el tirano Macedonio alzando,
Y al espantado pueblo arrebatando:

El valor y la fe del caballero,
Del trovador el arpa y los cantares,
Del gótico castillo el altanero
Antiguo torreón, do sus pesares
Cantó tal vez con eco lastimero,
¡Ay!, arrancada de sus patrios lares,
Joven cautiva, al rayo de la luna,
Lamentando su ausencia y su fortuna:

El dulce anhelo del amor que guarda,
Tal vez inquieto y con mortal recelo;
La forma bella que cruzó gallarda,
Allá en la noche, entre medroso velo;
La ansiada cita que en llegar se tarda
Al impaciente y amoroso anhelo,
La mujer y la voz de su dulzura,
Que inspira al alma celestial ternura:

A un tiempo mismo en rápida tormenta
Mi alma alborotaban de contino,
Cual las olas que azota con violenta
Cólera impetuoso torbellino:
Soñaba al héroe ya, la plebe atenta
En mi voz escuchaba su destino:
Ya al caballero, al trovador soñaba,
Y de gloria y de amores suspiraba.

Hay una voz secreta, un dulce canto,
Que el alma sólo recogida entiende,
Un sentimiento misterioso y santo,
Que del barro al espíritu desprende;
Agreste, vago y solitario encanto
Que en inefable amor el alma enciende,
Volando tras la imagen peregrina
El corazón de su ilusión divina.

Yo, desterrado en extranjera playa,
Con los ojos extático seguía
La nave audaz que en argentado raya
Volaba al puerto de la patria mía:
Yo, cuando en Occidente el sol desmaya,
Solo y perdido en la arboleda umbría,
Oír pensaba el armonioso acento
De una mujer, al suspirar del viento.

¡Una mujer!  En el templado rayo
De la mágica luna se colora,
Del sol poniente al lánguido desmayo
Lejos entre las nubes se evapora;
Sobre las cumbres que florece Mayo
Brilla fugaz al despuntar la aurora,
Cruza tal vez por entre el bosque umbrío,
Juega en las aguas del sereno río.

¡Una mujer!  Deslizase en el cielo
Allá en la noche desprendida estrella,
Si aroma el aire recogió en el suelo,
Es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
Cruza la esfera, y que su planta huella,
Y en la tarde la mar olas le ofrece
De plata y de zafir, donde se mece.

Mujer que amor en su ilusión figura,
Mujer que nada dice a los sentidos,
Ensueño de suavísima ternura,
Eco que regaló nuestros oídos;
De amor la llama generosa y pura,
Los goces dulces del amor cumplidos,
Que engalana la rica fantasía,
Goces que avaro el corazón ansía:

¡Ay! aquella mujer, tan sólo aquélla,
Tanto delirio a realizar alcanza,
Y esa mujer tan cándida y tan bella
Es mentida ilusión de la esperanza:
Es el alma que vívida destella
Su luz al mundo cuando en él se lanza,
Y el mundo, con su magia y galanura
Es espejo no más de su hermosura:

Es el amor que al mismo amor adora,
El que creó las Sílfides y Ondinas,
La sacra ninfa que bordando mora
Debajo de las aguas cristalinas:
Es el amor que recordando llora
Las arboledas del Edén divinas:
Amor de allí arrancado, allí nacido,
Que busca en vano aquí su bien perdido.

¡Oh llama santa! ¡celestial anhelo!
¡Sentimiento purísimo! ¡memoria
Acaso triste de un perdido cielo,
Quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
¡Oh qué mujer! ¡qué imagen ilusoria
Tan pura, tan feliz, tan placentera,
Brindó el amor a mi ilusión primera!...

¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡Ah! ¿dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días,
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh! los que no sabéis las agonías
De un corazón que penas a millares
¡Ay! desgarraron y que ya no llora,
¡Piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh dichosos mil veces, sí, dichosos
Los que podéis llorar! y ¡ay! sin ventura
De mí, que entre suspiros angustiosos
Ahogar me siento en infernal tortura.
¡Retuércese entre nudos dolorosos
Mi corazón, gimiendo de amargura!
También tu corazón, hecho pavesa,
¡Ay! llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
Que fuera eterno manantial de llanto,
Tanto inocente amor, tanta alegría,
Tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
En que perdido el celestial encanto
Y caída la venda de los ojos,
Cuanto diera placer causara enojos?

Aun parece, Teresa, que te veo
Aérea como dorada mariposa,
Ensueño delicioso del deseo,
Sobre tallo gentil temprana rosa,
Del amor venturoso devaneo,
Angélica, purísima y dichosa,
Y oigo tu voz dulcísima y respiro
Tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron
A los cielos su azul, y las rosadas
Tintas sobre la nieve, que envidiaron
Las de Mayo serenas alboradas:
Y aquellas horas dulces que pasaron
Tan breves, ¡ay! como después lloradas,
Horas de confianza y de delicias,
De abandono y de amor y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
Y pasaba a la par nuestra ventura;
Y nunca nuestras ansias la contaban,
Tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas ¡ay! huyendo nos miraban
Llanto tal vez vertiendo de ternura;
Que nuestro amor y juventud veían,
Y temblaban las horas que vendrían.

Y llegaron en fin: ¡oh! ¿quién impío
¡Ay! agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.

¿Cómo caiste despeñado al suelo,
Astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
A este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
Del serafín, y en ondas fulguroso
Rayos al mando tu esplendor vertía,
Y otro cielo el amor te prometía.

Mas ¡ay! que es la mujer ángel caído,
O mujer nada más y lodo inmundo,
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo.
Sí, que el demonio en el Edén perdido,
Abrasara con fuego del profundo
La primera mujer, y ¡ay! aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego.

Brota en el cielo del amor la fuente,
Que a fecundar el universo mana,
Y en la tierra su límpida corriente
Sus márgenes con flores engalana.
Mas ¡ay! huid: el corazón ardiente
Que el agua clara por beber se afana,
Lágrimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno.

Huid, si no queréis que llegue un día
En que enredado en retorcidos lazos
El corazón con bárbara porfía
Luchéis por arrancároslo a pedazos:
En que al cielo en histérica agonía
Frenéticos alcéis entrambos brazos,
Para en vuestra impotencia maldecirle,
Y escupiros, tal vez, al escupirle.

Los años ¡ay! de la ilusión pasaron,
Las dulces esperanzas que trajeron
Con sus blancos ensueños se llevaron,
Y el porvenir de oscuridad vistieron:
Las rosas del amor se marchitaron,
Las flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria.

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
Un pesar tan intenso!  Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío.
Para allí su carrera el pensamiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa,
Donde vil polvo tu bondad reposa.

Y tú, feliz, que hallastes en la muerte
Sombra a que descansar en tu camino,
Cuando llegabas, mísera, a perderte
Y era llorar tu único destino:
¡Cuando en tu frente la implacable suerte
Grababa de los réprobos el sino!
Feliz, la muerte te arrancó del suelo,
Y otra vez ángel, te volviste al cielo.

Roída de recuerdos de amargura,
Árido el corazón, sin ilusiones,
La delicada flor de tu hermosura
Ajaron del dolor los aquilones:
Sola, y envilecida, y sin ventura,
Tu corazón secaron las pasiones:
Tus hijos ¡ay! de ti se avergonzaran
Y hasta el nombre de madre te negaran.

Los ojos escaldados de tu llanto,
Tu rostro cadavérico y hundido;
único desahogo en tu quebranto,
El histérico ¡ay! de tu gemido:
¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
Envolver tu desdicha en el olvido,
Disipar tu dolor y recogerte
En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!

¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
En ti, mezquina sociedad, lanzada
A romper tus barreras turbulenta.
Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.

Un recuerdo de amor que nunca muere
Y está en mi corazón: un lastimero
Tierno quejido que en el alma hiere,
Eco suave de su amor primero:
¡Ay de tu luz, en tanto yo viviere,
Quedará un rayo en mí, blanco lucero,
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida!

Que yo, como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay, al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía,
Yo inocente también ¡oh!, cuán ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo!

Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
En tus brazos en lánguido abandono,
De glorias y deleites rodeado
Levantar para ti soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado.
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo, sin horas ni medida,
Ver como un sueño resbalar la vida.

¡Pobre Teresa!  Cuando ya tus ojos
Áridos ni una lágrima brotaban;
Cuando ya su color tus labios rojos
En cárdenos matices se cambiaban;
Cuando de tu dolor tristes despojos
La vida y su ilusión te abandonaban,
Y consumía lenta calentura,
Tu corazón al par de tu amargura;

Si en tu penosa y última agonía
Volviste a lo pasado el pensamiento;
Si comparaste a tu existencia un día
Tu triste soledad y tu aislamiento;
Si arrojó a tu dolor tu fantasía
Tus hijos ¡ay! en tu postrer momento
A otra mujer tal vez acariciando,
Madre tal vez a otra mujer llamando;

Si el cuadro de tus breves glorias viste
Pasar como fantástica quimera,
Y si la voz de tu conciencia oíste
Dentro de ti gritándole severa;
Si, en fin, entonces tú llorar quisiste
Y no brotó una lágrima siquiera
Tu seco corazón, y a Dios llamaste,
Y no te escuchó Dios, y blasfemaste;

¡Oh! ¡cruel! ¡muy cruel! ¡martirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado,
Sobre un lecho de espinas, maldiciendo,
Morir, el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia lo pasado,
Buscando en vano, con los ojos fijos,
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.

¡Oh! ¡cruel! ¡muy cruel!... ¡Ay! yo entretanto
Dentro del pecho mi dolor oculto,
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto;
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hecho.

Gocemos, sí; la cristalina esfera
Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida;
Truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?
Incipit Liber Quintus.

Aprochen gan the fatal destinee
That Ioves hath in disposicioun,
And to yow, angry Parcas, sustren three,
Committeth, to don execucioun;
For which Criseyde moste out of the toun,  
And Troilus shal dwelle forth in pyne
Til Lachesis his threed no lenger twyne. --

The golden-tressed Phebus heighe on-lofte
Thryes hadde alle with his bemes shene
The snowes molte, and Zephirus as ofte  
Y-brought ayein the tendre leves grene,
Sin that the sone of Ecuba the quene
Bigan to love hir first, for whom his sorwe
Was al, that she departe sholde a-morwe.

Ful redy was at pryme Dyomede,  
Criseyde un-to the Grekes ost to lede,
For sorwe of which she felt hir herte blede,
As she that niste what was best to rede.
And trewely, as men in bokes rede,
Men wiste never womman han the care,  
Ne was so looth out of a toun to fare.

This Troilus, with-outen reed or lore,
As man that hath his Ioyes eek forlore,
Was waytinge on his lady ever-more
As she that was the soothfast crop and more  
Of al his lust, or Ioyes here-tofore.
But Troilus, now farewel al thy Ioye,
For shaltow never seen hir eft in Troye!

Soth is, that whyl he bood in this manere,
He gan his wo ful manly for to hyde.  
That wel unnethe it seen was in his chere;
But at the yate ther she sholde oute ryde
With certeyn folk, he hoved hir tabyde,
So wo bigoon, al wolde he nought him pleyne,
That on his hors unnethe he sat for peyne.  

For ire he quook, so gan his herte gnawe,
Whan Diomede on horse gan him dresse,
And seyde un-to him-self this ilke sawe,
'Allas,' quod he, 'thus foul a wrecchednesse
Why suffre ich it, why nil ich it redresse?  
Were it not bet at ones for to dye
Than ever-more in langour thus to drye?

'Why nil I make at ones riche and pore
To have y-nough to done, er that she go?
Why nil I bringe al Troye upon a rore?  
Why nil I sleen this Diomede also?
Why nil I rather with a man or two
Stele hir a-way? Why wol I this endure?
Why nil I helpen to myn owene cure?'

But why he nolde doon so fel a dede,  
That shal I seyn, and why him liste it spare;
He hadde in herte alweyes a maner drede,
Lest that Criseyde, in rumour of this fare,
Sholde han ben slayn; lo, this was al his care.
And ellis, certeyn, as I seyde yore,  
He hadde it doon, with-outen wordes more.

Criseyde, whan she redy was to ryde,
Ful sorwfully she sighte, and seyde 'Allas!'
But forth she moot, for ought that may bityde,
And forth she rit ful sorwfully a pas.  
Ther nis non other remedie in this cas.
What wonder is though that hir sore smerte,
Whan she forgoth hir owene swete herte?

This Troilus, in wyse of curteisye,
With hauke on hond, and with an huge route  
Of knightes, rood and dide hir companye,
Passinge al the valey fer with-oute,
And ferther wolde han riden, out of doute,
Ful fayn, and wo was him to goon so sone;
But torne he moste, and it was eek to done.  

And right with that was Antenor y-come
Out of the Grekes ost, and every wight
Was of it glad, and seyde he was wel-come.
And Troilus, al nere his herte light,
He peyned him with al his fulle might  
Him to with-holde of wepinge at the leste,
And Antenor he kiste, and made feste.

And ther-with-al he moste his leve take,
And caste his eye upon hir pitously,
And neer he rood, his cause for to make,  
To take hir by the honde al sobrely.
And lord! So she gan wepen tendrely!
And he ful softe and sleighly gan hir seye,
'Now hold your day, and dooth me not to deye.'

With that his courser torned he a-boute  
With face pale, and un-to Diomede
No word he spak, ne noon of al his route;
Of which the sone of Tydeus took hede,
As he that coude more than the crede
In swich a craft, and by the reyne hir hente;  
And Troilus to Troye homwarde he wente.

This Diomede, that ladde hir by the brydel,
Whan that he saw the folk of Troye aweye,
Thoughte, 'Al my labour shal not been on ydel,
If that I may, for somwhat shal I seye,  
For at the worste it may yet shorte our weye.
I have herd seyd, eek tymes twyes twelve,
"He is a fool that wol for-yete him-selve."'

But natheles this thoughte he wel ynough,
'That certaynly I am aboute nought,  
If that I speke of love, or make it tough;
For douteles, if she have in hir thought
Him that I gesse, he may not been y-brought
So sone awey; but I shal finde a mene,
That she not wite as yet shal what I mene.'  

This Diomede, as he that coude his good,
Whan this was doon, gan fallen forth in speche
Of this and that, and asked why she stood
In swich disese, and gan hir eek biseche,
That if that he encrese mighte or eche  
With any thing hir ese, that she sholde
Comaunde it him, and seyde he doon it wolde.

For trewely he swoor hir, as a knight,
That ther nas thing with whiche he mighte hir plese,
That he nolde doon his peyne and al his might  
To doon it, for to doon hir herte an ese.
And preyede hir, she wolde hir sorwe apese,
And seyde, 'Y-wis, we Grekes con have Ioye
To honouren yow, as wel as folk of Troye.'

He seyde eek thus, 'I woot, yow thinketh straunge,  
No wonder is, for it is to yow newe,
Thaqueintaunce of these Troianis to chaunge,
For folk of Grece, that ye never knewe.
But wolde never god but-if as trewe
A Greek ye shulde among us alle finde  
As any Troian is, and eek as kinde.

'And by the cause I swoor yow right, lo, now,
To been your freend, and helply, to my might,
And for that more aqueintaunce eek of yow
Have ich had than another straunger wight,  
So fro this forth, I pray yow, day and night,
Comaundeth me, how sore that me smerte,
To doon al that may lyke un-to your herte;

'And that ye me wolde as your brother trete,
And taketh not my frendship in despyt;  
And though your sorwes be for thinges grete,
Noot I not why, but out of more respyt,
Myn herte hath for to amende it greet delyt.
And if I may your harmes not redresse,
I am right sory for your hevinesse,  

'And though ye Troians with us Grekes wrothe
Han many a day be, alwey yet, pardee,
O god of love in sooth we serven bothe.
And, for the love of god, my lady free,
Whom so ye hate, as beth not wroth with me.  
For trewely, ther can no wight yow serve,
That half so looth your wraththe wolde deserve.

'And nere it that we been so neigh the tente
Of Calkas, which that seen us bothe may,
I wolde of this yow telle al myn entente;  
But this enseled til another day.
Yeve me your hond, I am, and shal ben ay,
God help me so, whyl that my lyf may dure,
Your owene aboven every creature.

'Thus seyde I never er now to womman born;  
For god myn herte as wisly glade so,
I lovede never womman here-biforn
As paramours, ne never shal no mo.
And, for the love of god, beth not my fo;
Al can I not to yow, my lady dere,  
Compleyne aright, for I am yet to lere.

'And wondreth not, myn owene lady bright,
Though that I speke of love to you thus blyve;
For I have herd or this of many a wight,
Hath loved thing he never saugh his lyve.  
Eek I am not of power for to stryve
Ayens the god of love, but him obeye
I wol alwey, and mercy I yow preye.

'Ther been so worthy knightes in this place,
And ye so fair, that everich of hem alle  
Wol peynen him to stonden in your grace.
But mighte me so fair a grace falle,
That ye me for your servaunt wolde calle,
So lowly ne so trewely you serve
Nil noon of hem, as I shal, til I sterve.'  

Criseide un-to that purpos lyte answerde,
As she that was with sorwe oppressed so
That, in effect, she nought his tales herde,
But here and there, now here a word or two.
Hir thoughte hir sorwful herte brast a-two.  
For whan she gan hir fader fer aspye,
Wel neigh doun of hir hors she gan to sye.

But natheles she thonked Diomede
Of al his travaile, and his goode chere,
And that him liste his friendship hir to bede;  
And she accepteth it in good manere,
And wolde do fayn that is him leef and dere;
And trusten him she wolde, and wel she mighte,
As seyde she, and from hir hors she alighte.

Hir fader hath hir in his armes nome,  
And tweynty tyme he kiste his doughter swete,
And seyde, 'O dere doughter myn, wel-come!'
She seyde eek, she was fayn with him to mete,
And stood forth mewet, milde, and mansuete.
But here I leve hir with hir fader dwelle,  
And forth I wol of Troilus yow telle.

To Troye is come this woful Troilus,
In sorwe aboven alle sorwes smerte,
With felon look, and face dispitous.
Tho sodeinly doun from his hors he sterte,  
And thorugh his paleys, with a swollen herte,
To chambre he wente; of no-thing took he hede,
Ne noon to him dar speke a word for drede.

And there his sorwes that he spared hadde
He yaf an issue large, and 'Deeth!' he cryde;  
And in his throwes frenetyk and madde
He cursed Iove, Appollo, and eek Cupyde,
He cursed Ceres, Bacus, and Cipryde,
His burthe, him-self, his fate, and eek nature,
And, save his lady, every creature.  

To bedde he goth, and weyleth there and torneth
In furie, as dooth he, Ixion in helle;
And in this wyse he neigh til day soiorneth.
But tho bigan his herte a lyte unswelle
Thorugh teres which that gonnen up to welle;  
And pitously he cryde up-on Criseyde,
And to him-self right thus he spak, and seyde: --

'Wher is myn owene lady lief and dere,
Wher is hir whyte brest, wher is it, where?
Wher ben hir armes and hir eyen clere,  
That yesternight this tyme with me were?
Now may I wepe allone many a tere,
And graspe aboute I may, but in this place,
Save a pilowe, I finde nought tenbrace.

'How shal I do? Whan shal she com ayeyn?  
I noot, allas! Why leet ich hir to go?
As wolde god, ich hadde as tho be sleyn!
O herte myn, Criseyde, O swete fo!
O lady myn, that I love and no mo!
To whom for ever-mo myn herte I dowe;  
See how I deye, ye nil me not rescowe!

'Who seeth yow now, my righte lode-sterre?
Who sit right now or stant in your presence?
Who can conforten now your hertes werre?
Now I am gon, whom yeve ye audience?  
Who speketh for me right now in myn absence?
Allas, no wight; and that is al my care;
For wel wot I, as yvel as I ye fare.

'How sholde I thus ten dayes ful endure,
Whan I the firste night have al this tene?  
How shal she doon eek, sorwful creature?
For tendernesse, how shal she this sustene,
Swich wo for me? O pitous, pale, and grene
Shal been your fresshe wommanliche face
For langour, er ye torne un-to this place.'  

And whan he fil in any slomeringes,
Anoon biginne he sholde for to grone,
And dremen of the dredfulleste thinges
That mighte been; as, mete he were allone
In place horrible, makinge ay his mone,  
Or meten that he was amonges alle
His enemys, and in hir hondes falle.

And ther-with-al his body sholde sterte,
And with the stert al sodeinliche awake,
And swich a tremour fele aboute his herte,  
That of the feer his body sholde quake;
And there-with-al he sholde a noyse make,
And seme as though he sholde falle depe
From heighe a-lofte; and than he wolde wepe,

And rewen on him-self so pitously,  
That wonder was to here his fantasye.
Another tyme he sholde mightily
Conforte him-self, and seyn it was folye,
So causeles swich drede for to drye,
And eft biginne his aspre sorwes newe,  
That every man mighte on his sorwes rewe.

Who coude telle aright or ful discryve
His wo, his pleynt, his langour, and his pyne?
Nought al the men that han or been on-lyve.
Thou, redere, mayst thy-self ful wel devyne  
That swich a wo my wit can not defyne.
On ydel for to wryte it sholde I swinke,
Whan that my wit is wery it to thinke.

On hevene yet the sterres were sene,
Al-though ful pale y-waxen was the mone;  
And whyten gan the orisonte shene
Al estward, as it woned is for to done.
And Phebus with his rosy carte sone
Gan after that to dresse him up to fare,
Whan Troilus hath sent after Pandare.  

This Pandare, that of al the day biforn
Ne mighte han comen Troilus to see,
Al-though he on his heed it hadde y-sworn,
For with the king Pryam alday was he,
So that it lay not in his libertee  
No-wher to gon, but on the morwe he wente
To Troilus, whan that he for him sente.

For in his herte he coude wel devyne,
That Troilus al night for sorwe wook;
And that he wolde telle him of his pyne,  
This knew he wel y-nough, with-oute book.
For which to chaumbre streight the wey he took,
And Troilus tho sobreliche he grette,
And on the bed ful sone he gan him sette.

'My Pandarus,' quod Troilus, 'the sorwe  
Which that I drye, I may not longe endure.
I trowe I shal not liven til to-morwe;
For whiche I wolde alwey, on aventure,
To thee devysen of my sepulture
The forme, and of my moeble thou dispone  
Right as thee semeth best is for to done.

'But of the fyr and flaumbe funeral
In whiche my body brenne shal to glede,
And of the feste and pleyes palestral
At my vigile, I prey thee tak good hede  
That be wel; and offre Mars my stede,
My swerd, myn helm, and, leve brother dere,
My sheld to Pallas yef, that shyneth clere.

'The poudre in which myn herte y-brend shal torne,
That preye I thee thou take and it conserve  
In a vessel, that men clepeth an urne,
Of gold, and to my lady that I serve,
For love of whom thus pitously I sterve,
So yeve it hir, and do me this plesaunce,
To preye hir kepe it for a remembraunce.  

'For wel I fele, by my maladye,
And by my dremes now and yore ago,
Al certeinly, that I mot nedes dye.
The owle eek, which that hight Ascaphilo,
Hath after me shright alle thise nightes two.  
And, god Mercurie! Of me now, woful wrecche,
The soule gyde, and, whan thee list, it fecche!'

Pandare answerde, and seyde, 'Troilus,
My dere freend, as I have told thee yore,
That it is folye for to sorwen thus,  
And causeles, for whiche I can no-more.
But who-so wol not trowen reed ne lore,
I can not seen in him no remedye,
But lete him worthen with his fantasye.

'But Troilus, I pray thee tel me now,  
If that thou trowe, er this, that any wight
Hath loved paramours as wel as thou?
Ye, god wot, and fro many a worthy knight
Hath his lady goon a fourtenight,
And he not yet made halvendel the fare.  
What nede is thee to maken al this care?

'Sin day by day thou mayst thy-selven see
That from his love, or elles from his wyf,
A man mot twinnen of necessitee,
Ye, though he love hir as his owene lyf;  
Yet nil he with him-self thus maken stryf.
For wel thow wost, my leve brother dere,
That alwey freendes may nought been y-fere.

'How doon this folk that seen hir loves wedded
By freendes might, as it bi-*** ful ofte,  
And seen hem in hir spouses bed y-bedded?
God woot, they take it wysly, faire and softe.
For-why good hope halt up hir herte on-lofte,
And for they can a tyme of sorwe endure;
As tyme hem hurt, a tyme doth hem cure.  

'So sholdestow endure, and late slyde
The tyme, and fonde to ben glad and light.
Ten dayes nis so longe not tabyde.
And sin she thee to comen hath bihight,
She nil hir hestes breken for no wight.  
For dred thee not that she nil finden weye
To come ayein, my lyf that dorste I leye.

'Thy swevenes eek and al swich fantasye
Dryf out, and lat hem faren to mischaunce;
For they procede of thy malencolye,  
That doth thee fele in sleep al this penaunce.
A straw for alle swevenes signifiaunce!
God helpe me so, I counte hem not a bene,
Ther woot no man aright what dremes mene.

'For prestes of the temple tellen this,  
That dremes been the revelaciouns
Of goddes, and as wel they telle, y-wis,
That they ben infernals illusiouns;
And leches seyn, that of complexiouns
Proceden they, or fast, or glotonye.  
Who woot in sooth thus what they signifye?

'Eek othere seyn that thorugh impressiouns,
As if a wight hath faste a thing in minde,
That ther-of cometh swiche avisiouns;
And othere seyn, as they in bokes finde,  
That, after tymes of the yeer by kinde,
Men dreme, and that theffect goth by the mone;
But leve no dreem, for it is nought to done.

'Wel worth o
Incipit prohemium tercii libri.

O blisful light of whiche the bemes clere  
Adorneth al the thridde hevene faire!
O sonnes lief, O Ioves doughter dere,
Plesaunce of love, O goodly debonaire,
In gentil hertes ay redy to repaire!  
O verray cause of hele and of gladnesse,
Y-heried be thy might and thy goodnesse!

In hevene and helle, in erthe and salte see
Is felt thy might, if that I wel descerne;
As man, brid, best, fish, herbe and grene tree  
Thee fele in tymes with vapour eterne.
God loveth, and to love wol nought werne;
And in this world no lyves creature,
With-outen love, is worth, or may endure.

Ye Ioves first to thilke effectes glade,  
Thorugh which that thinges liven alle and be,
Comeveden, and amorous him made
On mortal thing, and as yow list, ay ye
Yeve him in love ese or adversitee;
And in a thousand formes doun him sente  
For love in erthe, and whom yow liste, he hente.

Ye fierse Mars apeysen of his ire,
And, as yow list, ye maken hertes digne;
Algates, hem that ye wol sette a-fyre,
They dreden shame, and vices they resigne;  
Ye do hem corteys be, fresshe and benigne,
And hye or lowe, after a wight entendeth;
The Ioyes that he hath, your might him sendeth.

Ye holden regne and hous in unitee;
Ye soothfast cause of frendship been also;  
Ye knowe al thilke covered qualitee
Of thinges which that folk on wondren so,
Whan they can not construe how it may io,
She loveth him, or why he loveth here;
As why this fish, and nought that, comth to were.  

Ye folk a lawe han set in universe,
And this knowe I by hem that loveres be,
That who-so stryveth with yow hath the werse:
Now, lady bright, for thy benignitee,
At reverence of hem that serven thee,  
Whos clerk I am, so techeth me devyse
Som Ioye of that is felt in thy servyse.

Ye in my naked herte sentement
Inhelde, and do me shewe of thy swetnesse. --
Caliope, thy vois be now present,  
For now is nede; sestow not my destresse,
How I mot telle anon-right the gladnesse
Of Troilus, to Venus heryinge?
To which gladnes, who nede hath, god him bringe!

Explicit prohemium Tercii Libri.

Incipit Liber Tercius.

Lay al this mene whyle Troilus,  
Recordinge his lessoun in this manere,
'Ma fey!' thought he, 'Thus wole I seye and thus;
Thus wole I pleyne unto my lady dere;
That word is good, and this shal be my chere;
This nil I not foryeten in no wyse.'  
God leve him werken as he can devyse!

And, lord, so that his herte gan to quappe,
Heringe hir come, and shorte for to syke!
And Pandarus, that ledde hir by the lappe,
Com ner, and gan in at the curtin pyke,  
And seyde, 'God do bote on alle syke!
See, who is here yow comen to visyte;
Lo, here is she that is your deeth to wyte.'

Ther-with it semed as he wepte almost;
'A ha,' quod Troilus so rewfully,  
'Wher me be wo, O mighty god, thow wost!
Who is al there? I se nought trewely.'
'Sire,' quod Criseyde, 'it is Pandare and I.'
'Ye, swete herte? Allas, I may nought ryse
To knele, and do yow honour in som wyse.'  

And dressede him upward, and she right tho
Gan bothe here hondes softe upon him leye,
'O, for the love of god, do ye not so
To me,' quod she, 'Ey! What is this to seye?
Sire, come am I to yow for causes tweye;  
First, yow to thonke, and of your lordshipe eke
Continuance I wolde yow biseke.'

This Troilus, that herde his lady preye
Of lordship him, wex neither quik ne deed,
Ne mighte a word for shame to it seye,  
Al-though men sholde smyten of his heed.
But lord, so he wex sodeinliche reed,
And sire, his lesson, that he wende conne,
To preyen hir, is thurgh his wit y-ronne.

Cryseyde al this aspyede wel y-nough,  
For she was wys, and lovede him never-the-lasse,
Al nere he malapert, or made it tough,
Or was to bold, to singe a fool a masse.
But whan his shame gan somwhat to passe,
His resons, as I may my rymes holde,  
I yow wole telle, as techen bokes olde.

In chaunged vois, right for his verray drede,
Which vois eek quook, and ther-to his manere
Goodly abayst, and now his hewes rede,
Now pale, un-to Criseyde, his lady dere,  
With look doun cast and humble yolden chere,
Lo, the alderfirste word that him asterte
Was, twyes, 'Mercy, mercy, swete herte!'

And stinte a whyl, and whan he mighte out-bringe,
The nexte word was, 'God wot, for I have,  
As feyfully as I have had konninge,
Ben youres, also god so my sowle save;
And shal til that I, woful wight, be grave.
And though I dar ne can un-to yow pleyne,
Y-wis, I suffre nought the lasse peyne.  

'Thus muche as now, O wommanliche wyf,
I may out-bringe, and if this yow displese,
That shal I wreke upon myn owne lyf
Right sone, I trowe, and doon your herte an ese,
If with my deeth your herte I may apese.  
But sin that ye han herd me som-what seye,
Now recche I never how sone that I deye.'

Ther-with his manly sorwe to biholde,
It mighte han maad an herte of stoon to rewe;
And Pandare weep as he to watre wolde,  
And poked ever his nece newe and newe,
And seyde, 'Wo bigon ben hertes trewe!
For love of god, make of this thing an ende,
Or slee us bothe at ones, er that ye wende.'

'I? What?' quod she, 'By god and by my trouthe,  
I noot nought what ye wilne that I seye.'
'I? What?' quod he, 'That ye han on him routhe,
For goddes love, and doth him nought to deye.'
'Now thanne thus,' quod she, 'I wolde him preye
To telle me the fyn of his entente;  
Yet wist I never wel what that he mente.'

'What that I mene, O swete herte dere?'
Quod Troilus, 'O goodly, fresshe free!
That, with the stremes of your eyen clere,
Ye wolde som-tyme freendly on me see,  
And thanne agreen that I may ben he,
With-oute braunche of vyce on any wyse,
In trouthe alwey to doon yow my servyse,

'As to my lady right and chief resort,
With al my wit and al my diligence,  
And I to han, right as yow list, comfort,
Under your yerde, egal to myn offence,
As deeth, if that I breke your defence;
And that ye deigne me so muche honoure,
Me to comaunden ought in any houre.  

'And I to ben your verray humble trewe,
Secret, and in my paynes pacient,
And ever-mo desire freshly newe,
To serven, and been y-lyke ay diligent,
And, with good herte, al holly your talent  
Receyven wel, how sore that me smerte,
Lo, this mene I, myn owene swete herte.'

Quod Pandarus, 'Lo, here an hard request,
And resonable, a lady for to werne!
Now, nece myn, by natal Ioves fest,  
Were I a god, ye sholde sterve as yerne,
That heren wel, this man wol no-thing yerne
But your honour, and seen him almost sterve,
And been so looth to suffren him yow serve.'

With that she gan hir eyen on him caste  
Ful esily, and ful debonairly,
Avysing hir, and hyed not to faste
With never a word, but seyde him softely,
'Myn honour sauf, I wol wel trewely,
And in swich forme as he can now devyse,  
Receyven him fully to my servyse,

'Biseching him, for goddes love, that he
Wolde, in honour of trouthe and gentilesse,
As I wel mene, eek mene wel to me,
And myn honour, with wit and besinesse  
Ay kepe; and if I may don him gladnesse,
From hennes-forth, y-wis, I nil not feyne:
Now beeth al hool; no lenger ye ne pleyne.

'But nathelees, this warne I yow,' quod she,
'A kinges sone al-though ye be, y-wis,  
Ye shal na-more have soverainetee
Of me in love, than right in that cas is;
Ne I nil forbere, if that ye doon a-mis,
To wrathen yow; and whyl that ye me serve,
Cherycen yow right after ye deserve.  

'And shortly, dere herte and al my knight,
Beth glad, and draweth yow to lustinesse,
And I shal trewely, with al my might,
Your bittre tornen al in-to swetenesse.
If I be she that may yow do gladnesse,  
For every wo ye shal recovere a blisse';
And him in armes took, and gan him kisse.

Fil Pandarus on knees, and up his eyen
To hevene threw, and held his hondes hye,
'Immortal god!' quod he, 'That mayst nought dyen,  
Cupide I mene, of this mayst glorifye;
And Venus, thou mayst maken melodye;
With-outen hond, me semeth that in the towne,
For this merveyle, I here ech belle sowne.

'But **! No more as now of this matere,  
For-why this folk wol comen up anoon,
That han the lettre red; lo, I hem here.
But I coniure thee, Criseyde, and oon,
And two, thou Troilus, whan thow mayst goon,
That at myn hous ye been at my warninge,  
For I ful wel shal shape youre cominge;

'And eseth ther your hertes right y-nough;
And lat see which of yow shal bere the belle
To speke of love a-right!' ther-with he lough,
'For ther have ye a layser for to telle.'  
Quod Troilus, 'How longe shal I dwelle
Er this be doon?' Quod he, 'Whan thou mayst ryse,
This thing shal be right as I yow devyse.'

With that Eleyne and also Deiphebus
Tho comen upward, right at the steyres ende;  
And Lord, so than gan grone Troilus,
His brother and his suster for to blende.
Quod Pandarus, 'It tyme is that we wende;
Tak, nece myn, your leve at alle three,
And lat hem speke, and cometh forth with me.'  

She took hir leve at hem ful thriftily,
As she wel coude, and they hir reverence
Un-to the fulle diden hardely,
And speken wonder wel, in hir absence,
Of hir, in preysing of hir excellence,  
Hir governaunce, hir wit; and hir manere
Commendeden, it Ioye was to here.

Now lat hir wende un-to hir owne place,
And torne we to Troilus a-yein,
That gan ful lightly of the lettre passe  
That Deiphebus hadde in the gardin seyn.
And of Eleyne and him he wolde fayn
Delivered been, and seyde that him leste
To slepe, and after tales have reste.

Eleyne him kiste, and took hir leve blyve,  
Deiphebus eek, and hoom wente every wight;
And Pandarus, as faste as he may dryve,
To Troilus tho com, as lyne right;
And on a paillet, al that glade night,
By Troilus he lay, with mery chere,  
To tale; and wel was hem they were y-fere.

Whan every wight was voided but they two,
And alle the dores were faste y-shette,
To telle in short, with-oute wordes mo,
This Pandarus, with-outen any lette,  
Up roos, and on his beddes syde him sette,
And gan to speken in a sobre wyse
To Troilus, as I shal yow devyse:

'Myn alderlevest lord, and brother dere,
God woot, and thou, that it sat me so sore,  
When I thee saw so languisshing to-yere,
For love, of which thy wo wex alwey more;
That I, with al my might and al my lore,
Have ever sithen doon my bisinesse
To bringe thee to Ioye out of distresse,  

'And have it brought to swich plyt as thou wost,
So that, thorugh me, thow stondest now in weye
To fare wel, I seye it for no bost,
And wostow which? For shame it is to seye,
For thee have I bigonne a gamen pleye  
Which that I never doon shal eft for other,
Al-though he were a thousand fold my brother.

'That is to seye, for thee am I bicomen,
Bitwixen game and ernest, swich a mene
As maken wommen un-to men to comen;  
Al sey I nought, thou wost wel what I mene.
For thee have I my nece, of vyces clene,
So fully maad thy gentilesse triste,
That al shal been right as thy-selve liste.

'But god, that al wot, take I to witnesse,  
That never I this for coveityse wroughte,
But only for to abregge that distresse,
For which wel nygh thou deydest, as me thoughte.
But, gode brother, do now as thee oughte,
For goddes love, and kep hir out of blame,  
Sin thou art wys, and save alwey hir name.

'For wel thou wost, the name as yet of here
Among the peple, as who seyth, halwed is;
For that man is unbore, I dar wel swere,
That ever wiste that she dide amis.  
But wo is me, that I, that cause al this,
May thenken that she is my nece dere,
And I hir eem, and trattor eek y-fere!

'And were it wist that I, through myn engyn,
Hadde in my nece y-put this fantasye,  
To do thy lust, and hoolly to be thyn,
Why, al the world up-on it wolde crye,
And seye, that I the worste trecherye
Dide in this cas, that ever was bigonne,
And she for-lost, and thou right nought y-wonne.  

'Wher-fore, er I wol ferther goon a pas,
Yet eft I thee biseche and fully seye,
That privetee go with us in this cas;
That is to seye, that thou us never wreye;
And be nought wrooth, though I thee ofte preye  
To holden secree swich an heigh matere;
For skilful is, thow wost wel, my preyere.

'And thenk what wo ther hath bitid er this,
For makinge of avantes, as men rede;
And what mischaunce in this world yet ther is,  
Fro day to day, right for that wikked dede;
For which these wyse clerkes that ben dede
Han ever yet proverbed to us yonge,
That "Firste vertu is to kepe tonge."

'And, nere it that I wilne as now tabregge  
Diffusioun of speche, I coude almost
A thousand olde stories thee alegge
Of wommen lost, thorugh fals and foles bost;
Proverbes canst thy-self y-nowe, and wost,
Ayeins that vyce, for to been a labbe,  
Al seyde men sooth as often as they gabbe.

'O tonge, allas! So often here-biforn
Hastow made many a lady bright of hewe
Seyd, "Welawey! The day that I was born!"
And many a maydes sorwes for to newe;  
And, for the more part, al is untrewe
That men of yelpe, and it were brought to preve;
Of kinde non avauntour is to leve.

'Avauntour and a lyere, al is on;
As thus: I pose, a womman graunte me  
Hir love, and seyth that other wol she non,
And I am sworn to holden it secree,
And after I go telle it two or three;
Y-wis, I am avauntour at the leste,
And lyere, for I breke my biheste.  

'Now loke thanne, if they be nought to blame,
Swich maner folk; what shal I clepe hem, what,
That hem avaunte of wommen, and by name,
That never yet bihighte hem this ne that,
Ne knewe hem more than myn olde hat?  
No wonder is, so god me sende hele,
Though wommen drede with us men to dele.

'I sey not this for no mistrust of yow,
Ne for no wys man, but for foles nyce,
And for the harm that in the world is now,  
As wel for foly ofte as for malyce;
For wel wot I, in wyse folk, that vyce
No womman drat, if she be wel avysed;
For wyse ben by foles harm chastysed.

'But now to purpos; leve brother dere,  
Have al this thing that I have seyd in minde,
And keep thee clos, and be now of good chere,
For at thy day thou shalt me trewe finde.
I shal thy proces sette in swich a kinde,
And god to-forn, that it shall thee suffyse,  
For it shal been right as thou wolt devyse.

'For wel I woot, thou menest wel, parde;
Therfore I dar this fully undertake.
Thou wost eek what thy lady graunted thee,
And day is set, the chartres up to make.  
Have now good night, I may no lenger wake;
And bid for me, sin thou art now in blisse,
That god me sende deeth or sone lisse.'

Who mighte telle half the Ioye or feste
Which that the sowle of Troilus tho felte,  
Heringe theffect of Pandarus biheste?
His olde wo, that made his herte swelte,
Gan tho for Ioye wasten and to-melte,
And al the richesse of his sykes sore
At ones fledde, he felte of hem no more.  

But right so as these holtes and these hayes,
That han in winter dede been and dreye,
Revesten hem in grene, whan that May is,
Whan every ***** lyketh best to pleye;
Right in that selve wyse, sooth to seye,  
Wax sodeynliche his herte ful of Ioye,
That gladder was ther never man in Troye.

And gan his look on Pandarus up caste
Ful sobrely, and frendly for to see,
And seyde, 'Freend, in Aprille the laste,  
As wel thou wost, if it remembre thee,
How neigh the deeth for wo thou founde me;
And how thou didest al thy bisinesse
To knowe of me the cause of my distresse.

'Thou wost how longe I it for-bar to seye  
To thee, that art the man that I best triste;
And peril was it noon to thee by-wreye,
That wiste I wel; but tel me, if thee liste,
Sith I so looth was that thy-self it wiste,
How dorst I mo tellen of this matere,  
That quake now, and no wight may us here?

'But natheles, by that god I thee swere,
That, as him list, may al this world governe,
And, if I lye, Achilles with his spere
Myn herte cleve, al were my lyf eterne,  
As I am mortal, if I late or yerne
Wolde it b
Dorothy A May 2016
They could practically be heard arguing throughout the whole diner, but they were oblivious to their small audience of onlookers in the heat of their conflict. Tori stood there with her hands on her hips as her husband, Hank, made himself clear that he was upset. He was sitting up at the counter on one of the barstools eating his chili. On the other side, Tori poured herself a much needed cup of coffee.

“You’re a waitress, not Mother Theresa! A mother with two hungry mouths!” he bellowed out to her. “That’s less money that goes into our pockets! What the hell were you thinking, Tor?”

“Was only helping a poor guy out!” she shot back. “He looked hungry and—big deal—so I bought him something to eat! So forget it, Hank, cuz I’m not sorry!” She remained defiant in her stance, unapologetic in her Good Samaritan role. Her boss never allowed her to give free food away, so the food was on her. It was a hot dog and fries, one time, some bacon and eggs, another.  She got the man bagels, donuts, toast, oatmeal—whatever she could supply with his usual cup of coffee he ordered. It was obvious from the word go that he had little in his pocket, and he could barely put a tip on the table—usually a nickel or a dime, sometimes a few pennies. He wore the same shabby tee shirt, flannel shirt and bummy jeans. And those pitiful shoes—with his dingy white socks poking through at the big toe of his right foot—that was pitiful.  So what if she had two young children? Nobody was going into the poor house because she bought a poor guy a few meals.

“Well, stop buying him food! No more!” Hank commanded. Tori gave him her best you’re not the boss of me look as he put his spoon down and walked over to the booth towhere the man with unkempt, silvery hair, and an untrimmed beard, sat.  That was his usual spot, and that was Tori’s booth to cover.  

The man just stared at him, not seemingly startled by the younger man who boldly confronted him. “Hey, look!” Hank said, lowly, yet sharply, “Straight up and no *******. Get a job. Get a life. Just quit taking advantage of my wife. Got it?”

It didn’t seem like the intimidation was working. The man just stared at Hank, his deep, soulful, brown eyes could penetrate right through him, and Hank wanted to shift his gaze away. He didn’t though, for that wouldn’t have given him the menacing upper hand. “Well!” he demanded, fidgety and frustrated, “What’s your problem?” The response was simply the same silent stare and Hank blurted out through clenched teeth, “Don’t take nothing no more from my wife!”

Unexpectedly, the man placed his hand upon Hank’s and said, “My son, don’t be angry. Sin no more. I give you my blessing, and go now in peace”. Hank quickly pulled his hand away, his face burning with embarrassment. A few guys at table nearby snickered at the sight of the pair.

“The guy’s nuts!” Hank got up and moved back to the counter. “What does he think? He’s Jesus or something?”

“Hank, quit stirring up drama or you gotta leave! You’re gonna drive out business!” Al chimed in. Al was in the kitchen helping the cooks in the back to get out orders. Now if anyone had a right to kick Hank out it was him. He owned the place.

Hank, still enraged, pointed his finger at Tory and promised, “We’ll talk later!” He quickly stormed out. Tory was not to be dictated to, feeling vindicated for her kind actions.

Well, everyone thought the man who tried to bless Hank was harmless, off kilter, maybe, but harmless. He didn’t seem to cause any trouble, and he minded his own business—only spoke until spoken to, and it was always with grace. Was there something special about him? It was only Tori and fellow waitress, Bonnie, who put more stock into this than anyone else would.

“And what if he is God?” Bonnie asked.

Al scoffed, trying to keep the conversation at a low minimum.  “You sound just as loony as he is”

“Well? And what if he was?” Tori backed up Bonnie. “Or maybe even an angel! You know they can come in many disguises! Maybe God is trying to test us to see if we really give a ****. Did you ever think of that?”

Al shook his head. He couldn’t believe he was having this conversation. “Test us?” he asked back as if Tori had no sense at all. “You’ve watched too many TV shows!” He raised his hands up in a grand fashion of showmanship, knife in hand,” Or maybe I’m not the owner of Al’s Diner, but I’m really God myself”, he mocked.  “So, as God, my dear little children, I command you back to work! Come on, now! Chop, chop!” He started to shoo everyone away. “How you think we are going to feed the masses, huh? With loaves and fishes? Customers! Customers! Get those orders moving!”  

The smells and sizzling sound of hamburgers on the grill were enticing to the senses. Tori and Bonnie went back to busily retrieving orders, and Al went to chopping some tomatoes, but soon he was playfully tapped on the shoulder.  It was Amber, another waitress who never seemed privy to the conversation.  “You remember this song?” she asked him, singing the tune in an off-key way, “What if God was one of us, just a slob like one of us….”

“Just a stranger on a bus, trying to make his way home…” Tori sung along, cheerfully moving about, adding a pretty, more melodious tone to the song.  

“Exactly”, Bonnie exclaimed, enthusiastically. “Like God’s gone undercover!”

Al rolled his eyes, for he thought he made himself clear he was done with this talk. But he couldn’t help but get a kick out his quirky waitresses. “Sure I know that tune—a few decades back—blonde chick—what’s her name?” he asked, smirking.  

“Joan Osborne”, Bonnie proudly stated. “Cool song, too. Makes you think a bit…at least for me.”

“And so why not ask him who he is?” Joey asked. “He’s got a name.”

It was like everyone forgot Joey was in the room though he was busily busing tables and sweeping floors. Tory, Bonnie and Al stopped what they were doing and intently looked at the teen. He seemed to ask a sincere question.  Al burst out laughing. “Now someone’s talking sense, and chalk it up to the kid with good wits. Yeah, Joey, these ladies just want to exist in fantasy land. Go, Team Al!”

Joey shook his head and said, soberly, “Not taking anyone’s side. I just think he’s got a name and he’s got a story behind him…and it isn’t what you think, Tori…or even you, Al.”

Al waved his hand to dismiss the whole thing. “Yeah, his name is probably Ralph, or something. Even then, I bet Tory would believe he is the Almighty right there in the flesh!”

“I would!” Tory shot back. She looked at Joey and answered, “Maybe you do think I’m as bad as Al does, but you’re too polite to admit it…but…yeah…I did ask him his name.”

“And, so?” Al asked, pretending with wide eyes to be full wonder, like he was clinging to every word, anxiously. “What’s his name?”

He was simply finding humor at her expense, and Tori wished she never said a thing. She reluctantly replied, “I am what I am.”

What?” Bonnie asked. “What does that mean?”  

Al replied, “I am what I am! Well, that sure don’t mean Popeye, sweetie!” With a comical, gravelly voice, he did his best Popeye imitation, “I yam what I yam and that’s all I am!”, squinting up one of his eyes he teased Tori, “Got that Olive Oyl?”

Bonnie and Joey laughed along at the sight of him, and Al added, “Look! I may be practically an atheist, but I’m not ignorant to the bible. That’s just what God said to Moses when he asked the same question!”

Tory defended the poor man that she so proudly helped. “So what if he does think he is God? He’s not doing anyone any harm, is he?” Al completely ignored her, so Tory to turned to Joey, and asked again, “What harm is there in it?”

Joey slightly smiled at Tory, trying to remain respectful to her beliefs, and said, “Truth be told, I don’t know much about God. I’m not a churchy person. He pointed over at the poor man in the booth and said, “I just know if God existed, it’s not him.”
  
Tori was saddened by Joey’s words. It was not that because he didn’t believe her ideas were feasible—that maybe God was testing them—but that he didn’t even know if God existed. The youth nowadays—who did they have to look up to?  Who guided them? The internet? Their cell phones? So many people seemed to have walked away from their faith or had none at all. And Al reminded Tori so much of her own dad. She grew up in a home without religion. Her mom had a vague notion of God, but her dad was a huge skeptic that had the same mocking spirit that Al had. Neither her father or Al were bad guys, but there were no miracles in their worldview. There was nothing divine, and everything was so ordinary and practical.

But Tori always felt awestruck by the world, nature and the animals, a curious minded child. She was the one who had that childlike faith—even now as a grown woman—and she yearned to know God, personally, not just know about Him. She just had to believe that this world and the universe were not all just for nothing, not at all a happenstance, not a just a brief journey on this earth and then that was it. It was after searching and yearning that Tori went to her friend’s church, and soon became a Catholic. She might have been alone in her family in this endeavor, but it gave her life more meaning.

Tori would look at the figure of Jesus upon the crucifixion and oddly was comforted by the sight of him that might bring others revulsion or doubt—the nails piercing his hands and feet, the thorn of crowns, the blood, the tragic sight of his lifeless body so cruelly tacked up upon the cross.  She raised her own two children to know God, and Hank’s lukewarm feelings did not match hers. He wasn’t much help in that department at all. But she knew by looking through the bible that true life was about helping other people, that God loved the poor and the downcast. To find your life, you had to lose your life. To feel exalted, you had to humble yourself. To give your life, to save someone else’s—well, that was the greatest gift you could give. That means you gave it all.  She might not have been the smartest person in the world, but she didn’t need to be bible scholar to figure such things out.  

Well, it would be a while before Tori would see her special customer again. But one day she ran back into the kitchen and told Al, excitedly, “His name is Bill!”

Al shot her a strange look, and then he got the connection. “Oh, so that’s God name?” he said jokingly.

Tori pulled him by the arm and took him out front, summoning Bonnie and Joey over, too. Bill was sitting in the same booth he often did, but there at the counter stool sat a petite, sixty-something-year-old woman whom everyone was about to meet. “Al, Bonnie, Joey, this is Bill’s sister, Mary”, Tori introduced her. “She shared with me about Bill’s story, and I think you should know, too.”   She looked like Bill, but had black dyed hair and was better put together. There was a warm and gentle way about her that intrigued Tori. And she sat there to shield her brother by keeping him out of the conversation, for she didn't want to upset her brother by mentioning something that might cause him pain.

Actually, they all were intrigued by her story.  Mary had told them that Bill once had a family, a wife and two sons. He couldn’t keep a steady job, though, and he was diagnosed with bipolar disorder and schizophrenia. His wife divorced him years ago and moved out of state with their two boys. His sons never tried to contact him, and he hasn’t seem ever since. For quite a while, Bill lived on his own, but he didn’t take good care of himself. He was living more poorly than ever—not eating right or caring for himself, erratically taking his medication, and so it wasn’t a surprise that he lived a deluded life. “He does strange stuff like that, think he is God”, Mary admitted to Tori. “He’s been made fun of a lot for acting that way, and it’s my job to watch over him and see that he is safe. So now I help take care of him, and he lives with me. Bill’s always been too proud to accept my help, but the doctor says being with me will help to give him a better life”. Mary was a widow, and she didn’t have much money herself, but she did what she could to protect her brother.  

Al looked embarrassed, knowing now the truth about Bill and realizing he was making fun when he should have known better. Mary gave Tori a huge hug. “And thank you”, she said to Tory, “for looking out for my brother, too.”  Everyone, even Al, was deeply touched by their embrace.  

“You know that Tori is a saint”, Bonnie bragged on her behalf to reiterate the same sentiment. “There should be more people like her.”

Tori remained humble and disagreed, “No, I’m just doing what we should all do in this world. If anything, it teaches me that we should all see God in every opportunity.”

Al whispered into Tori’s ear and told her, “You want to give him something to eat again, well now don't bother paying for it. It's on me”.  She smiled at him like was ready to give him a big hug, and he added, “Don’t think this makes me all buying all this God stuff—or anything”.

“And why not?” she asked.  

He replied with his own question, the ultimate question that people have been asking for ages. "Why would any god allow a man to suffer like that? Just look at him! How could that happen and you still think there is some guy in the sky that's all warm and fuzzy, like some invisible Teddy bear?"  

"Oh, you mean so how can God be loving, fair and merciful?", she snapped back, hurt that Al would make faith sound so childish and idiotic. Tori thought a moment, and simply replied, "I could ask the same question. Is life fair? Is it just wishful thinking? Actually, all my life I've wondered such things. The difference between us though is I don't know all the answer any better than you...but I still believe."

Al waved his hand away at her, "Whatever..."

"Wait!", Tori commanded him as he walked away. Al stopped and turned to face her like he was more than through with this conversation.  She said, "Maybe if us mere mortals did our job on earth of helping others, it would better a whole nother story. You'd probably have a different point of view, Al."

She didn't expect Al to have some bolt of enlightenment when it came to God, but before he went back to the kitchen he left her with words she wished he didn’t say. “All those people way back then…all those prophets and saints…supposing they were around today. You think they'd they stand up to today's world? I don't. Wouldn’t they on meds, too? I'd say we wouldn't see them any differently than we'd see Bill.”  Blindsided, she never did know how to follow up with all that. Al just knew how to rain on her nice parade.

Joey never said anything about that day, but when Bill came in again, Tori surely took special notice of them sitting together for a while. When she passed by the table, Joey was watching Bill walk around, and she quickly noticed the new black and green athletic shoes on his feet. Even on him, they looked sharp.

”They fit alright?”  Joey asked. Bill nodded, and shook the boy’s hand. He never said anything about it, but his silly, old grin—along with a few missing teeth—was priceless. He truly was happy to get those shoes. The old ones, with the hole in the toes, remained on the floor to be pitched out.  

Tori had to ask Joey, “You bought those for him? That’s so sweet of you!”

Joey smiled. “I just never could stand those beat up, old shoes”, he replied. “They are a good brand, but didn’t put me back that much. I’m not making a big deal about it, though. I’m not even going to tell anyone I did it. Only telling you, because you asked.”

“Makes you feel good, doesn’t it? Like it really makes a difference”.

“Yeah, it does. It’s like buying God a pair of shoes.”

Did he just say it was buying God a pair of shoes? How odd to hear that from Joey, but how that statement impacted her, and Tori would never forget that.  She gave Joey a peck on the cheek and a hug. He was like a little brother to him. She didn’t feel old enough to be a mother figure, but she felt some kind of sisterly feeling for him.

Joey went on to explain, “Yeah, I’ve been thinking a lot about Bill, lately. He lost his job, his family—he lost everything. No, he’s not God, but I was thinking…though I don’t know that much about religion or God, I thought that if you do
Piramidal, funesta de la tierra
nacida sombra, al cielo encaminaba
de vanos obeliscos ***** altiva,
escalar pretendiendo las estrellas;
si bien sus luces bellas
esemptas siempre, siempre rutilantes,
la tenebrosa guerra
que con negros vapores le intimaba
la vaporosa sombra fugitiva
burlaban tan distantes,
que su atezado ceño
al superior convexo aún no llegaba
del orbe de la diosa
que tres veces hermosa
con tres hermosos rostros ser ostenta;
quedando sólo dueño
del aire que empañaba
con el aliento denso que exhalaba.
Y en la quietud contenta
de impero silencioso,
sumisas sólo voces consentía
de las nocturnas aves
tan oscuras tan graves,
que aún el silencio no se interrumpía.
Con tardo vuelo, y canto, de él oído
mal, y aún peor del ánimo admitido,
la avergonzada Nictímene acecha
de las sagradas puertas los resquicios
o de las claraboyas eminentes
los huecos más propicios,
que capaz a su intento le abren la brecha,
y sacrílega llega a los lucientes
faroles sacros de perenne llama,
que extingue, sino inflama
en licor claro la materia crasa
consumiendo; que el árbol de Minerva
de su fruto, de prensas agravado,
congojoso sudó y rindió forzado.
Y aquellas que su casa
campo vieron volver, sus telas yerba,
a la deidad de Baco inobedientes
ya no historias contando diferentes,
en forma si afrentosa transformadas
segunda forman niebla,
ser vistas, aun temiendo en la tiniebla,
aves sin pluma aladas:
aquellas tres oficiosas, digo,
atrevidas hermanas,
que el tremendo castigo
de desnudas les dio pardas membranas
alas, tan mal dispuestas
que escarnio son aun de las más funestas:
éstas con el parlero
ministro de Plutón un tiempo, ahora
supersticioso indicio agorero,
solos la no canora
componían capilla pavorosa,
máximas negras, longas entonando
y pausas, más que voces, esperando
a la torpe mensura perezosa
de mayor proporción tal vez que el viento
con flemático echaba movimiento
de tan tardo compás, tan detenido,
que en medio se quedó tal vez dormido.
Este. pues, triste son intercadente
de la asombrosa turba temerosa,
menos a la atención solicitaba
que al suelo persuadía;
antes si, lentamente,
si su obtusa consonancia espaciosa
al sosiego inducía
y al reposo los miembros convidaba,
el silencio intimando a los vivientes,
uno y otro sellando labio obscuro
con indicante dedo, Harpócrates la noche silenciosa;
a cuyo, aunque no duro, si bien imperioso
precepto, todos fueron obedientes.
El viento sosegado, el can dormido:
éste yace, aquél quedo,
los átomos no mueve
con el susurro hacer temiendo leve,
aunque poco sacrílego ruido,
violador del silencio sosegado.
El mar, no ya alterado,
ni aún la instable mecía
cerúlea cuna donde el sol dormía;
y los dormidos siempre mudos peces,
en los lechos 1amosos
de sus obscuros senos cavernosos,
mudos eran dos veces.
Y entre ellos la engañosa encantadora
Almone, a los que antes
en peces transformó simples amantes,
transformada también vengaba ahora.
En los del monte senos escondidos
cóncavos de peñascos mal formados,
de su esperanza menos defendidos
que de su obscuridad asegurados,
cuya mansión sombría
ser puede noche en la mitad del día,
incógnita aún al cierto
montaraz pie del cazador experto,
depuesta la fiereza
de unos, y de otros el temor depuesto,
yacía el vulgo bruto,
a la naturaleza
el de su potestad vagando impuesto,
universal tributo.
Y el rey -que vigilancias afectaba-
aun con abiertos ojos no velaba.
El de sus mismos perros acosado,
monarca en otro tiempo esclarecido,
tímido ya venado,
con vigilante oído,
del sosegado ambiente,
al menor perceptible movimiento
que los átomos muda,
la oreja alterna aguda
y el leve rumor siente
que aun le altera dormido.
Y en 1a quietud del nido,
que de brozas y lodo instable hamaca
formó en la más opaca
parte del árbol, duerme recogida
la leve turba, descansando el viento
del que le corta alado movimiento.
De Júpiter el ave generosa
(como el fin reina) por no darse entera
al descanso, que vicio considera
si de preciso pasa, cuidadosa
de no incurrir de omisa en el exceso,
a un sólo pie librada fía el peso
y en otro guarda el cálculo pequeño,
despertador reloj del leve sueño,
porque si necesario fue admitido
no pueda dilatarse continuado,
antes interrumpido
del regio sea pastoral cuidado.
¡Oh de la majestad pensión gravosa,
que aun el menor descuido no perdona!
Causa quizá que ha hecho misteriosa,
circular denotando la corona
en círculo dorado,
que el afán es no menos continuado.
El sueño todo, en fin, lo poseía:
todo. en fin, el silencio lo ocupaba.
Aun el ladrón dormía:
aun el amante no se desvelaba:
el conticinio casi ya pasando
iba y la sombra dimidiaba, cuando
de las diurnas tareas fatigados
y no sólo oprimidos
del afán ponderosos
del corporal trabajo, más cansados
del deleite también; que también cansa
objeto continuado a 1os sentidos
aún siendo deleitoso;
que la naturaleza siempre alterna
ya una, ya otra balanza,
distribuyendo varios ejercicios,
ya al ocio, ya al trabajo destinados,
en el fiel infiel con que gobierna
la aparatosa máquina del mundo.
Así pues, del profundo
sueño dulce los miembros ocupados,
quedaron los sentidos
del que ejercicio tiene ordinario
trabajo, en fin, pero trabajo amado
-si hay amable trabajo-
si privados no, al menos suspendidos.
Y cediendo al retrato del contrario
de la vida que lentamente armado
cobarde embiste y vence perezoso
con armas soñolientas,
desde el cayado humilde al cetro altivo
sin que haya distintivo
que el sayal de la púrpura discierna;
pues su nivel, en todo poderoso,
gradúa por esemptas
a ningunas personas,
desde la de a quien tres forman coronas
soberana tiara
hasta la que pajiza vive choza;
desde la que el Danubio undoso dora,
a la que junco humilde, humilde mora;
y con siempre igual vara
(como, en efecto, imagen poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el brocado.
El alma, pues, suspensa
del exterior gobierno en que ocupada
en material empleo,
o bien o mal da el día por gastado,
solamente dispensa,
remota, si del todo separada
no, a los de muerte temporal opresos,
lánguidos miembros, sosegados huesos,
los gajes del calor vegetativo,
el cuerpo siendo, en sosegada calma,
un cadáver con alma,
muerto a la vida y a la muerte vivo,
de lo segundo dando tardas señas
el de reloj humano
vital volante que, sino con mano,
con arterial concierto, unas pequeñas
muestras, pulsando, manifiesta lento
de su bien regulado movimiento.
Este, pues, miembro rey y centro vivo
de espíritus vitales,
con su asociado respirante fuelle
pulmón, que imán del viento es atractivo,
que en movimientos nunca desiguales
o comprimiendo yo o ya dilatando
el musculoso, claro, arcaduz blando,
hace que en él resuelle
el que le circunscribe fresco ambiente
que impele ya caliente
y él venga su expulsión haciendo activo
pequeños robos al calor nativo,
algún tiempo llorados,
nunca recuperados,
si ahora no sentidos de su dueño,
que repetido no hay robo pequeño.
Estos, pues, de mayor, como ya digo,
excepción, uno y otro fiel testigo,
la vida aseguraban,
mientras con mudas voces impugnaban
la información, callados los sentidos
con no replicar sólo defendidos;
y la lengua, torpe, enmudecía,
con no poder hablar los desmentía;
y aquella del calor más competente
científica oficina
próvida de los miembros despensera,
que avara nunca v siempre diligente,
ni a la parte prefiere más vecina
ni olvida a la remota,
y, en ajustado natural cuadrante,
las cuantidades nota
que a cada cual tocarle considera,
del que alambicó quilo el incesante
calor en el manjar que medianero
piadoso entre él y el húmedo interpuso
su inocente substancia,
pagando por entero
la que ya piedad sea o ya arrogancia,
al contrario voraz necio la expuso
merecido castigo, aunque se excuse
al que en pendencia ajena se introduce.
Esta, pues, si no fragua de Vulcano,
templada hoguera del calor humano,
al cerebro enviaba
húmedos, mas tan claros los vapores
de los atemperados cuatro humores,
que con ellos no sólo empañaba
los simulacros que la estimativa
dio a la imaginativa,
y aquesta por custodia más segura
en forma ya más pura
entregó a la memoria que, oficiosa,
gravó tenaz y guarda cuidadosa
sino que daban a la fantasía
lugar de que formase
imágenes diversas y del modo
que en tersa superficie, que de faro
cristalino portento, asilo raro
fue en distancia longísima se veían,
(sin que ésta le estorbase)
del reino casi de Neptuno todo,
las que distantes le surcaban naves.
Viéndose claramente,
en su azogada luna,
el número, el tamaño y la fortuna
que en la instable campaña transparente
arriesgadas tenían,
mientras aguas y vientos dividían
sus velas leves y sus quillas graves,
así ella, sosegada, iba copiando
las imágenes todas de las cosas
y el pincel invisible iba formando
de mentales, sin luz, siempre vistosas
colores. las figuras,
no sólo ya de todas las criaturas
sublunares, mas aun también de aquellas
que intelectuales claras son estrellas
y en el modo posible
que concebirse puede lo invisible,
en sí mañosa las representaba
y al alma las mostraba.
La cual, en tanto, toda convertida
a su inmaterial ser y esencia bella,
aquella contemplaba,
participada de alto ser centella,
que con similitud en sí gozaba.
I juzgándose casi dividida
de aquella que impedida
siempre la tiene, corporal cadena
que grosera embaraza y torpe impide
el vuelo intelectual con que ya mide
la cuantidad inmensa de la esfera,
ya el curso considera
regular con que giran desiguales
los cuerpos celestiales;
culpa si grave, merecida pena,
torcedor del sosiego riguroso
de estudio vanamente juicioso;
puesta a su parecer, en la eminente
cumbre de un monte a quien el mismo Atlante
que preside gigante
a los demás, enano obedecía,
y Olimpo, cuya sosegada frente,
nunca de aura agitada
consintió ser violada,
aun falda suya ser no merecía,
pues las nubes que opaca son corona
de la más elevada corpulencia
del volcán más soberbio que en la tierra
gigante erguido intima al cielo guerra,
apenas densa zona
de su altiva eminencia
o a su vasta cintura
cíngulo tosco son, que mal ceñido
o el viento lo desata sacudido
o vecino el calor del sol, lo apura
a la región primera de su altura,
ínfima parte, digo, dividiendo
en tres su continuado cuerpo horrendo,
el rápido no pudo, el veloz vuelo
del águila -que puntas hace al cielo
y el sol bebe los rayos pretendiendo
entre sus luces colocar su nido-
llegar; bien que esforzando
mas que nunca el impulso, ya batiendo
las dos plumadas velas, ya peinando
con las garras el aire, ha pretendido
tejiendo de los átomos escalas
que su inmunidad rompan sus dos alas.
Las pirámides dos -ostentaciones
de Menfis vano y de la arquitectura
último esmero- si ya no pendones
fijos, no tremolantes, cuya altura
coronada de bárbaros trofeos,
tumba y bandera fue a los Ptolomeos,
que al viento, que a las nubes publicaba,
si ya también el cielo no decía
de su grande su siempre vencedora
ciudad -ya Cairo ahora-
las que, porque a su copia enmudecía
la fama no contaba
gitanas glorias, menéficas proezas,
aun en el viento, aun en el cielo impresas.
Estas que en nivelada simetría
su estatura crecía
con tal disminución, con arte tanto,
que cuánto más al cielo caminaba
a la vista que lince la miraba,
entre los vientos se desaparecía
sin permitir mirar la sutil *****
que al primer orbe finge que se junta
hasta que fatigada del espanto,
no descendida sino despeñada
se hallaba al pie de la espaciosa basa.
Tarde o mal recobrada
del desvanecimiento,
que pena fue no escasa
del visual alado atrevimiento,
cuyos cuerpos opacos
no al sol opuestos, antes avenidos
con sus luces, si no confederados
con él, como en efecto confiantes,
tan del todo bañados
de un resplandor eran, que lucidos,
nunca de calurosos caminantes
al fatigado aliento, a los pies flacos
ofrecieron alfombra,
aun de pequeña, aun de señal de sombra.
Estas que glorias ya sean de gitanas
o elaciones profanas,
bárbaros hieroglíficos de ciego
error, según el griego,
ciego también dulcísimo poeta,
si ya por las que escribe
aquileyas proezas
o marciales, de Ulises, sutilezas,
la unión no le recibe
de los historiadores o le acepta
cuando entre su catálogo le cuente,
que gloría más que número le aumente,
de cuya dulce serie numerosa
fuera más fácil cosa
al temido Jonante
el rayo fulminante
quitar o la pescada
a Alcídes clava herrada,
que un hemistiquio solo
-de los que le: dictó propicio Apolo-
según de Homero digo, la sentencia.
Las pirámides fueron materiales
tipos solos, señales exteriores
de las que dimensiones interiores
especies son del alma intencionales
que como sube en piramidal *****
al cielo la ambiciosa llama ardiente,
así la humana mente
su figura trasunta
y a la causa primera siempre aspira,
céntrico punto donde recta tira
la línea, si ya no circunferencia
que contiene infinita toda esencia.
Estos pues, montes dos artificiales,
bien maravillas, bien milagros sean,
y aun aquella blasfema altiva torre,
de quien hoy dolorosas son señales
no en piedras, sino en lenguas desiguales
porque voraz el tiempo no ]as borre,
los idiomas diversos que escasean
el sociable trato de las gentes
haciendo que parezcan diferentes
los que unos hizo la naturaleza,
de la lengua por solo la extrañeza; .
si fueran comparados
a la mental pirámide elevada,
donde, sin saber como colocada
el alma se miró, tan atrasados
se hallaran que cualquiera
graduara su cima por esfera,
pues su ambicioso anhelo,
haciendo cumbre de su propio vuelo,
en lo más eminente
la encumbró parte de su propia mente,
de sí tan remontada que creía
que a otra nueva región de sí salía.
En cuya casi elevación inmensa,
gozosa, mas suspensa,
suspensa, pero ufana
y atónita, aunque ufana la suprema
de lo sublunar reina soberana,
la vista perspicaz libre de antojos
de sus intelectuales y bellos ojos,
sin que distancia tema
ni de obstáculo opaco se recele,
de que interpuesto algún objeto cele,
libre tendió por todo lo criado,
cuyo inmenso agregado
cúmulo incomprehensible
aunque a la vista quiso manifiesto
dar señas de posible,
a la comprehensión no, que entorpecida
con la sobra de objetos y excedida
de la grandeza de ellos su potencia,
retrocedió cobarde,
tanto no del osado presupuesto
revocó la intención arrepentida,
la vista que intentó descomedida
en vano hacer alarde
contra objeto que excede en excelencia
las líneas visuales,
contra el sol, digo, cuerpo luminoso,
cuyos rayos castigo son fogoso,
de fuerzas desiguales
despreciando, castigan rayo a rayo
el confiado antes atrevido
y ya llorado ensayo,
necia experiencia que costosa tanto
fue que Icaro ya su propio llanto
lo anegó enternecido
como el entendimiento aquí vencido,
no menos de la inmensa muchedumbre
de tanta maquinosa pesadumbre
de diversas especies conglobado
esférico compuesto,
que de las cualidades
de cada cual cedió tan asombrado
que, entre la copia puesto,
pobre con ella en las neutralidades
de un mar de asombros, la elección confusa
equívoco las ondas zozobraba.
Y por mirarlo todo; nada veía,
ni discernir podía,
bota la facultad intelectiva
en tanta, tan difusa
incomprensible especie que miraba
desde el un eje en que librada estriba
la máquina voluble de la esfera,
el contrapuesto polo,
las partes ya no sólo,
que al universo todo considera
serle perfeccionantes
a su ornato no más pertenecientes;
mas ni aun las que ignorantes;
miembros son de su cuerpo dilatado,
proporcionadamente competentes.
Mas como al que ha usurpado
diuturna obscuridad de los objetos
visibles los colores
si súbitos le asaltan resplandores,
con la sombra de luz queda más ciego:
que el exceso contrarios hace efectos
en la torpe potencia, que la lumbre
del sol admitir luego
no puede por la falta de costumbre;
y a la tiniebla misma que antes era
tenebroso a la vista impedimento,
de los agravios de la luz apela
y una vez y otra con la mano cela
de los débiles ojos deslumbrados
los rayos vacilantes,
sirviendo va piadosa medianera
la sombra de instrumento
para que recobrados
por grados se habiliten,
porque después constantes
su operación más firme ejerciten.
Recurso natural, innata ciencia
que confirmada ya de la experiencia,
maestro quizá mudo,
retórico ejemplar inducir pudo
a uno y otro galeno
para que del mortífero veneno,
en bien proporcionadas cantidades,
escrupulosamente regulando
las ocultas nocivas cualidades,
ya por sobrado exceso
de cálidas o frías,
o ya por ignoradas simpatías
o antipatías con que van obrando
las causas naturales su progreso,
a la admiración dando, suspendida,
efecto cierto en causa no sabida,
con prolijo desvelo y remirada,
empírica
Incipit Prohemium Secundi Libri.

Out of these blake wawes for to sayle,
O wind, O wind, the weder ginneth clere;
For in this see the boot hath swich travayle,
Of my conning, that unnethe I it stere:
This see clepe I the tempestous matere  
Of desespeyr that Troilus was inne:
But now of hope the calendes biginne.
O lady myn, that called art Cleo,
Thou be my speed fro this forth, and my muse,
To ryme wel this book, til I have do;  
Me nedeth here noon other art to use.
For-why to every lovere I me excuse,
That of no sentement I this endyte,
But out of Latin in my tonge it wryte.

Wherfore I nil have neither thank ne blame  
Of al this werk, but prey yow mekely,
Disblameth me if any word be lame,
For as myn auctor seyde, so seye I.
Eek though I speke of love unfelingly,
No wondre is, for it no-thing of newe is;  
A blind man can nat Iuggen wel in hewis.

Ye knowe eek, that in forme of speche is chaunge
With-inne a thousand yeer, and wordes tho
That hadden prys, now wonder nyce and straunge
Us thinketh hem; and yet they spake hem so,  
And spedde as wel in love as men now do;
Eek for to winne love in sondry ages,
In sondry londes, sondry ben usages.

And for-thy if it happe in any wyse,
That here be any lovere in this place  
That herkneth, as the storie wol devyse,
How Troilus com to his lady grace,
And thenketh, so nolde I nat love purchace,
Or wondreth on his speche or his doinge,
I noot; but it is me no wonderinge;  

For every wight which that to Rome went,
Halt nat o path, or alwey o manere;
Eek in som lond were al the gamen shent,
If that they ferde in love as men don here,
As thus, in open doing or in chere,  
In visitinge, in forme, or seyde hire sawes;
For-thy men seyn, ech contree hath his lawes.

Eek scarsly been ther in this place three
That han in love seid lyk and doon in al;
For to thy purpos this may lyken thee,  
And thee right nought, yet al is seyd or shal;
Eek som men grave in tree, som in stoon wal,
As it bitit; but sin I have begonne,
Myn auctor shal I folwen, if I conne.

Exclipit prohemium Secundi Libri.

Incipit Liber Secundus.

In May, that moder is of monthes glade,  
That fresshe floures, blewe, and whyte, and rede,
Ben quike agayn, that winter dede made,
And ful of bawme is fleting every mede;
Whan Phebus doth his brighte bemes sprede
Right in the whyte Bole, it so bitidde  
As I shal singe, on Mayes day the thridde,

That Pandarus, for al his wyse speche,
Felt eek his part of loves shottes kene,
That, coude he never so wel of loving preche,
It made his hewe a-day ful ofte grene;  
So shoop it, that hym fil that day a tene
In love, for which in wo to bedde he wente,
And made, er it was day, ful many a wente.

The swalwe Proigne, with a sorwful lay,
Whan morwe com, gan make hir waymentinge,  
Why she forshapen was; and ever lay
Pandare a-bedde, half in a slomeringe,
Til she so neigh him made hir chiteringe
How Tereus gan forth hir suster take,
That with the noyse of hir he gan a-wake;  

And gan to calle, and dresse him up to ryse,
Remembringe him his erand was to done
From Troilus, and eek his greet empryse;
And caste and knew in good plyt was the mone
To doon viage, and took his wey ful sone  
Un-to his neces paleys ther bi-syde;
Now Ianus, god of entree, thou him gyde!

Whan he was come un-to his neces place,
'Wher is my lady?' to hir folk seyde he;
And they him tolde; and he forth in gan pace,  
And fond, two othere ladyes sete and she,
With-inne a paved parlour; and they three
Herden a mayden reden hem the geste
Of the Sege of Thebes, whyl hem leste.

Quod Pandarus, 'Ma dame, god yow see,  
With al your book and al the companye!'
'Ey, uncle myn, welcome y-wis,' quod she,
And up she roos, and by the hond in hye
She took him faste, and seyde, 'This night thrye,
To goode mote it turne, of yow I mette!'  
And with that word she doun on bench him sette.

'Ye, nece, ye shal fare wel the bet,
If god wole, al this yeer,' quod Pandarus;
'But I am sory that I have yow let
To herknen of your book ye preysen thus;  
For goddes love, what seith it? tel it us.
Is it of love? O, som good ye me lere!'
'Uncle,' quod she, 'your maistresse is not here!'

With that they gonnen laughe, and tho she seyde,
'This romaunce is of Thebes, that we rede;  
And we han herd how that king Laius deyde
Thurgh Edippus his sone, and al that dede;
And here we stenten at these lettres rede,
How the bisshop, as the book can telle,
Amphiorax, fil thurgh the ground to helle.'  

Quod Pandarus, 'Al this knowe I my-selve,
And al the assege of Thebes and the care;
For her-of been ther maked bokes twelve: --
But lat be this, and tel me how ye fare;
Do wey your barbe, and shew your face bare;  
Do wey your book, rys up, and lat us daunce,
And lat us don to May som observaunce.'

'A! God forbede!' quod she. 'Be ye mad?
Is that a widewes lyf, so god you save?
By god, ye maken me right sore a-drad,  
Ye ben so wilde, it semeth as ye rave!
It sete me wel bet ay in a cave
To bidde, and rede on holy seyntes lyves;
Lat maydens gon to daunce, and yonge wyves.'

'As ever thryve I,' quod this Pandarus,  
'Yet coude I telle a thing to doon you pleye.'
'Now, uncle dere,' quod she, 'tel it us
For goddes love; is than the assege aweye?
I am of Grekes so ferd that I deye.'
'Nay, nay,' quod he, 'as ever mote I thryve!  
It is a thing wel bet than swiche fyve.'

'Ye, holy god,' quod she, 'what thing is that?
What! Bet than swiche fyve? Ey, nay, y-wis!
For al this world ne can I reden what
It sholde been; som Iape, I trowe, is this;  
And but your-selven telle us what it is,
My wit is for to arede it al to lene;
As help me god, I noot nat what ye meene.'

'And I your borow, ne never shal, for me,
This thing be told to yow, as mote I thryve!'  
'And why so, uncle myn? Why so?' quod she.
'By god,' quod he, 'that wole I telle as blyve;
For prouder womman were ther noon on-lyve,
And ye it wiste, in al the toun of Troye;
I iape nought, as ever have I Ioye!'  

Tho gan she wondren more than biforn
A thousand fold, and doun hir eyen caste;
For never, sith the tyme that she was born,
To knowe thing desired she so faste;
And with a syk she seyde him at the laste,  
'Now, uncle myn, I nil yow nought displese,
Nor axen more, that may do yow disese.'

So after this, with many wordes glade,
And freendly tales, and with mery chere,
Of this and that they pleyde, and gunnen wade  
In many an unkouth glad and deep matere,
As freendes doon, whan they ben met y-fere;
Til she gan axen him how Ector ferde,
That was the tounes wal and Grekes yerde.

'Ful wel, I thanke it god,' quod Pandarus,  
'Save in his arm he hath a litel wounde;
And eek his fresshe brother Troilus,
The wyse worthy Ector the secounde,
In whom that ever vertu list abounde,
As alle trouthe and alle gentillesse,  
Wysdom, honour, fredom, and worthinesse.'

'In good feith, eem,' quod she, 'that lyketh me;
They faren wel, god save hem bothe two!
For trewely I holde it greet deyntee
A kinges sone in armes wel to do,  
And been of good condiciouns ther-to;
For greet power and moral vertu here
Is selde y-seye in o persone y-fere.'

'In good feith, that is sooth,' quod Pandarus;
'But, by my trouthe, the king hath sones tweye,  
That is to mene, Ector and Troilus,
That certainly, though that I sholde deye,
They been as voyde of vyces, dar I seye,
As any men that liveth under the sonne,
Hir might is wyde y-knowe, and what they conne.  

'Of Ector nedeth it nought for to telle:
In al this world ther nis a bettre knight
Than he, that is of worthinesse welle;
And he wel more vertu hath than might.
This knoweth many a wys and worthy wight.  
The same prys of Troilus I seye,
God help me so, I knowe not swiche tweye.'

'By god,' quod she, 'of Ector that is sooth;
Of Troilus the same thing trowe I;
For, dredelees, men tellen that he dooth  
In armes day by day so worthily,
And bereth him here at hoom so gentilly
To every wight, that al the prys hath he
Of hem that me were levest preysed be.'

'Ye sey right sooth, y-wis,' quod Pandarus;  
'For yesterday, who-so hadde with him been,
He might have wondred up-on Troilus;
For never yet so thikke a swarm of been
Ne fleigh, as Grekes fro him gonne fleen;
And thorugh the feld, in everi wightes ere,  
Ther nas no cry but "Troilus is there!"

'Now here, now there, he hunted hem so faste,
Ther nas but Grekes blood; and Troilus,
Now hem he hurte, and hem alle doun he caste;
Ay where he wente, it was arayed thus:  
He was hir deeth, and sheld and lyf for us;
That as that day ther dorste noon with-stonde,
Whyl that he held his blody swerd in honde.

'Therto he is the freendlieste man
Of grete estat, that ever I saw my lyve;  
And wher him list, best felawshipe can
To suche as him thinketh able for to thryve.'
And with that word tho Pandarus, as blyve,
He took his leve, and seyde, 'I wol go henne.'
'Nay, blame have I, myn uncle,' quod she thenne.  

'What eyleth yow to be thus wery sone,
And namelich of wommen? Wol ye so?
Nay, sitteth down; by god, I have to done
With yow, to speke of wisdom er ye go.'
And every wight that was a-boute hem tho,  
That herde that, gan fer a-wey to stonde,
Whyl they two hadde al that hem liste in honde.

Whan that hir tale al brought was to an ende,
Of hire estat and of hir governaunce,
Quod Pandarus, 'Now is it tyme I wende;  
But yet, I seye, aryseth, lat us daunce,
And cast your widwes habit to mischaunce:
What list yow thus your-self to disfigure,
Sith yow is tid thus fair an aventure?'

'A! Wel bithought! For love of god,' quod she,  
'Shal I not witen what ye mene of this?'
'No, this thing axeth layser,' tho quod he,
'And eek me wolde muche greve, y-wis,
If I it tolde, and ye it **** amis.
Yet were it bet my tonge for to stille  
Than seye a sooth that were ayeins your wille.

'For, nece, by the goddesse Minerve,
And Iuppiter, that maketh the thonder ringe,
And by the blisful Venus that I serve,
Ye been the womman in this world livinge,  
With-oute paramours, to my wittinge,
That I best love, and lothest am to greve,
And that ye witen wel your-self, I leve.'

'Y-wis, myn uncle,' quod she, 'grant mercy;
Your freendship have I founden ever yit;  
I am to no man holden trewely,
So muche as yow, and have so litel quit;
And, with the grace of god, emforth my wit,
As in my gilt I shal you never offende;
And if I have er this, I wol amende.  

'But, for the love of god, I yow beseche,
As ye ben he that I love most and triste,
Lat be to me your fremde manere speche,
And sey to me, your nece, what yow liste:'
And with that word hir uncle anoon hir kiste,  
And seyde, 'Gladly, leve nece dere,
Tak it for good that I shal seye yow here.'

With that she gan hir eiyen doun to caste,
And Pandarus to coghe gan a lyte,
And seyde, 'Nece, alwey, lo! To the laste,  
How-so it be that som men hem delyte
With subtil art hir tales for to endyte,
Yet for al that, in hir entencioun
Hir tale is al for som conclusioun.

'And sithen thende is every tales strengthe,  
And this matere is so bihovely,
What sholde I peynte or drawen it on lengthe
To yow, that been my freend so feithfully?'
And with that word he gan right inwardly
Biholden hir, and loken on hir face,  
And seyde, 'On suche a mirour goode grace!'

Than thoughte he thus: 'If I my tale endyte
Ought hard, or make a proces any whyle,
She shal no savour han ther-in but lyte,
And trowe I wolde hir in my wil bigyle.  
For tendre wittes wenen al be wyle
Ther-as they can nat pleynly understonde;
For-thy hir wit to serven wol I fonde --'

And loked on hir in a besy wyse,
And she was war that he byheld hir so,  
And seyde, 'Lord! So faste ye me avyse!
Sey ye me never er now? What sey ye, no?'
'Yes, yes,' quod he, 'and bet wole er I go;
But, by my trouthe, I thoughte now if ye
Be fortunat, for now men shal it see.  

'For to every wight som goodly aventure
Som tyme is shape, if he it can receyven;
And if that he wol take of it no cure,
Whan that it commeth, but wilfully it weyven,
Lo, neither cas nor fortune him deceyven,  
But right his verray slouthe and wrecchednesse;
And swich a wight is for to blame, I gesse.

'Good aventure, O bele nece, have ye
Ful lightly founden, and ye conne it take;
And, for the love of god, and eek of me,  
Cacche it anoon, lest aventure slake.
What sholde I lenger proces of it make?
Yif me your hond, for in this world is noon,
If that yow list, a wight so wel begoon.

'And sith I speke of good entencioun,  
As I to yow have told wel here-biforn,
And love as wel your honour and renoun
As creature in al this world y-born;
By alle the othes that I have yow sworn,
And ye be wrooth therfore, or wene I lye,  
Ne shal I never seen yow eft with ye.

'Beth nought agast, ne quaketh nat; wher-to?
Ne chaungeth nat for fere so your hewe;
For hardely the werste of this is do;
And though my tale as now be to yow newe,  
Yet trist alwey, ye shal me finde trewe;
And were it thing that me thoughte unsittinge,
To yow nolde I no swiche tales bringe.'

'Now, my good eem, for goddes love, I preye,'
Quod she, 'com of, and tel me what it is;  
For bothe I am agast what ye wol seye,
And eek me longeth it to wite, y-wis.
For whether it be wel or be amis,
Say on, lat me not in this fere dwelle:'
'So wol I doon; now herkneth, I shal telle:  

'Now, nece myn, the kinges dere sone,
The goode, wyse, worthy, fresshe, and free,
Which alwey for to do wel is his wone,
The noble Troilus, so loveth thee,
That, bot ye helpe, it wol his bane be.  
Lo, here is al, what sholde I more seye?
Doth what yow list, to make him live or deye.

'But if ye lete him deye, I wol sterve;
Have her my trouthe, nece, I nil not lyen;
Al sholde I with this knyf my throte kerve --'  
With that the teres braste out of his yen,
And seyde, 'If that ye doon us bothe dyen,
Thus giltelees, than have ye fisshed faire;
What mende ye, though that we bothe apeyre?

'Allas! He which that is my lord so dere,  
That trewe man, that noble gentil knight,
That nought desireth but your freendly chere,
I see him deye, ther he goth up-right,
And hasteth him, with al his fulle might,
For to be slayn, if fortune wol assente;  
Allas! That god yow swich a beautee sente!

'If it be so that ye so cruel be,
That of his deeth yow liste nought to recche,
That is so trewe and worthy, as ye see,
No more than of a Iapere or a wrecche,  
If ye be swich, your beautee may not strecche
To make amendes of so cruel a dede;
Avysement is good bifore the nede.

'Wo worth the faire gemme vertulees!
Wo worth that herbe also that dooth no bote!  
Wo worth that beautee that is routhelees!
Wo worth that wight that tret ech under fote!
And ye, that been of beautee crop and rote,
If therwith-al in you ther be no routhe,
Than is it harm ye liven, by my trouthe!  

'And also thenk wel that this is no gaude;
For me were lever, thou and I and he
Were hanged, than I sholde been his baude,
As heyghe, as men mighte on us alle y-see:
I am thyn eem, the shame were to me,  
As wel as thee, if that I sholde assente,
Thorugh myn abet, that he thyn honour shente.

'Now understond, for I yow nought requere,
To binde yow to him thorugh no beheste,
But only that ye make him bettre chere  
Than ye han doon er this, and more feste,
So that his lyf be saved, at the leste;
This al and som, and playnly our entente;
God help me so, I never other mente.

'Lo, this request is not but skile, y-wis,  
Ne doute of reson, pardee, is ther noon.
I sette the worste that ye dredden this,
Men wolden wondren seen him come or goon:
Ther-ayeins answere I thus a-noon,
That every wight, but he be fool of kinde,  
Wol deme it love of freendship in his minde.

'What? Who wol deme, though he see a man
To temple go, that he the images eteth?
Thenk eek how wel and wy
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
                          un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,

un caminar entre las espesuras
de los días futuros y el aciago
fulgor de la desdicha como un ave
petrificando el bosque con su canto
y las felicidades inminentes
entre las ramas que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los pájaros,
presagios que se escapan de la mano,

una presencia como un canto súbito,
como el viento cantando en el incendio,
una mirada que sostiene en vilo
al mundo con sus mares y sus montes,
cuerpo de luz filtrada por un ágata,
piernas de luz, vientre de luz, bahías,
roca solar, cuerpo color de nube,
color de día rápido que salta,
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia,

voy entre galerías de sonidos,
fluyo entre las presencias resonantes,
voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
oh bosque de pilares encantados,
bajo los arcos de la luz penetro
los corredores de un otoño diáfano,

voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,

vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño en esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,

tu falda de maíz ondula y canta,
tu falda de cristal, tu falda de agua,
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,

voy por tu talle como por un río,
voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina,
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,

corredores sin fin de la memoria,
puertas abiertas a un salón vacío
donde se pudren todos los veranos,
las joyas de la sed arden al fondo,
rostro desvanecido al recordarlo,
mano que se deshace si la toco,
cabelleras de arañas en tumulto
sobre sonrisas de hace muchos años,

a la salida de mi frente busco,
busco sin encontrar, busco un instante,
un rostro de relámpago y tormenta
corriendo entre los árboles nocturnos,
rostro de lluvia en un jardín a oscuras,
agua tenaz que fluye a mi costado,
busco sin encontrar, escribo a solas,
no hay nadie, cae el día, cae el año,
caigo con el instante, caigo a fondo,
invisible camino sobre espejos
que repiten mi imagen destrozada,
piso días, instantes caminados,
piso los pensamientos de mi sombra.
piso mi sombra en busca de un instante,

busco una fecha viva como un pájaro,
busco el sol de las cinco de la tarde
templado por los muros de tezontle:
la hora maduraba sus racimos
y al abrirse salían las muchachas
de su entraña rosada y se esparcían
por los patios de piedra del colegio,
alta como el otoño caminaba
envuelta por la luz bajo la arcada
y el espacio al ceñirla la vestía
de una piel más dorada y transparente,

tigre color de luz, pardo venado
por los alrededores de la noche,
entrevista muchacha reclinada
en los balcones verdes de la lluvia,
adolescente rostro innumerable,
he olvidado tu nombre, Melusina,
Laura, Isabel, Perséfona, María,
tienes todos los rostros y ninguno,
eres todas las horas y ninguna,
te pareces al árbol y a la nube,
eres todos los pájaros y un astro,
te pareces al filo de la espada
y a la copa de sangre del verdugo,
yedra que avanza, envuelve y desarraiga
al alma y la divide de sí misma,

escritura del fuego sobre el jade,
grieta en la roca, reina de serpientes,
columna de vapor, fuente en la peña,
circo lunar, peñasco de las águilas,
grano de anís, espina diminuta
y mortal que da penas inmortales,
pastora de los valles submarinos
y guardiana del valle de los muertos,
liana que cuelga del cantil del vértigo,
enredadera, planta venenosa,
flor de resurrección, uva de vida,
señora de la flauta y del relámpago,
terraza del jazmín, sal en la herida,
ramo de rosas para el fusilado,
nieve en agosto, luna del patíbulo,
escritura del mar sobre el basalto,
escritura del viento en el desierto,
testamento del sol, granada, espiga,

rostro de llamas, rostro devorado,
adolescente rostro perseguido
años fantasmas, días circulares
que dan al mismo patio, al mismo muro,
arde el instante y son un solo rostro
los sucesivos rostros de la llama,
todos los nombres son un solo nombre,
todos los rostros son un solo rostro,
todos los siglos son un solo instante
y por todos los siglos de los siglos
cierra el paso al futuro un par de ojos,

no hay nada frente a mí, sólo un instante
rescatado esta noche, contra un sueño
de ayuntadas imágenes soñado,
duramente esculpido contra el sueño,
arrancado a la nada de esta noche,
a pulso levantado letra a letra,
mientras afuera el tiempo se desboca
y golpea las puertas de mi alma
el mundo con su horario carnicero,

sólo un instante mientras las ciudades,
los nombres, los sabores, lo vivido,
se desmoronan en mi frente ciega,
mientras la pesadumbre de la noche
mi pensamiento humilla y mi esqueleto,
y mi sangre camina más despacio
y mis dientes se aflojan y mis ojos
se nublan y los días y los años
sus horrores vacíos acumulan,

mientras el tiempo cierra su abanico
y no hay nada detrás de sus imágenes
el instante se abisma y sobrenada
rodeado de muerte, amenazado
por la noche y su lúgubre bostezo,
amenazado por la algarabía
de la muerte vivaz y enmascarada
el instante se abisma y penetra,
como un puño se cierra, como un fruto
que madura hacia dentro, echa raíces,
crece dentro de mí, me ocupa todo,
me expulsa el follaje delirante,
mis pensamientos sólo son sus pájaros
su mercurio circula por mis venas,
árbol mental, frutos sabor de tiempo,

oh vida por vivir y ya vivida,
tiempo que vuelve en una marejada
y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece:

frente a la tarde de salitre y piedra
armada de navajas invisibles
una roja escritura indescifrable
escribes en mi piel y esas heridas
como un traje de llamas me recubren,
ardo sin consumirme, busco el agua
y en tus ojos no hay agua, son de piedra,
y tus pechos, tu vientre, tus caderas
son de piedra, tu boca sabe a polvo,
tu boca sabe a tiempo emponzoñado,
tu cuerpo sabe a pozo sin salida,
pasadizo de espejos que repiten
los ojos del sediento, pasadizo
que vuelve siempre al punto de partida,
y tú me llevas ciego de la mano
por esas galerías obstinadas
hacia el centro del círculo y te yergues
como un fulgor que se congela en hacha,
como luz que desuella, fascinante
como el cadalso para el condenado,
flexible como el látigo y esbelta
como un arma gemela de la luna,
y tus palabras afiladas cavan
mi pecho y me despueblan y vacían,
uno a uno me arrancas los recuerdos,
he olvidado mi nombre, mis amigos
gruñen entre los cerdos o se pudren
comidos por el sol en un barranco,

no hay nada en mí sino una larga herida,
una oquedad que ya nadie recorre,
presente sin ventanas, pensamiento
que vuelve, se repite, se refleja
y se pierde en su misma transparencia,
conciencia traspasada por un ojo
que se mira mirarse hasta anegarse
de claridad:
                  yo vi tu atroz escama,
melusina, brillar verdosa al alba,
dormías enroscada entre las sábanas
y al despertar gritaste como un pájaro
y caíste sin fin, quebrada y blanca,
nada quedó de ti sino tu grito,
y la cabo de los siglos me descubro
con tos y mala vista, barajando
viejas fotos:
                    no hay nadie, no eres nadie,
un montón de ceniza y una escoba,
un cuchillo mellado y un plumero,
un pellejo colgado de unos huesos,
un racimo ya seco, un hoyo *****
y en el fondo del hoy los dos ojos
de una niña ahogada hace mil años,

miradas enterradas en un pozo,
miradas que nos ven desde el principio,
mirada niña de la madre vieja
que ve en el hijo grande su padre joven,
mirada madre de la niña sola
que ve en el padre grande un hijo niño,
miradas que nos miran desde el fondo
de la vida y son trampas de la muerte
-¿o es al revés: caer en esos ojos
es volver a la vida verdadera?,

¡caer, volver, soñarme y que me sueñen
otros ojos futuros, otra vida,
otras nubes, morirme de otra muerte!
-esta noche me basta, y este instante
que no acaba de abrirse y revelarme
dónde estuve, quién fui, cómo te llamas,
cómo me llamo yo:
                              ¿hacía planes
para el verano -y todos los veranos-
en Christopher Street, hace diez años,
con Filis que tenía dos hoyuelos
donde veían luz los gorriones?,
¿por la Reforma Carmen me decía
"no pesa el aire, aquí siempre es octubre",
o se lo dijo a otro que he perdido
o yo lo invento y nadie me lo ha dicho?,
¿caminé por la noche de Oaxaca,
inmensa y verdinegra como un árbol,
hablando solo como el viento loco
y al llegar a mi cuarto -siempre un cuarto-
no me reconocieron los espejos?,
¿desde el hotel Vernet vimos al alba
bailar con los castaños - "ya es muy tarde"
decías al peinarte y yo veía
manchas en la pared, sin decir nada?,
¿subimos juntos a la torre, vimos
caer la tarde desde el arrecife?,
¿comimos uvas en Bidart?, ¿compramos
gardenias en Perote?,
                                  nombres, sitios,
calles y calles, rostros, plazas, calles,
estaciones, un parque, cuartos solos,
manchas en la pared, alguien se peina,
alguien canta a mi lado, alguien se viste,
cuartos, lugares, calles, nombres, cuartos,

Madrid, 1937,
en la Plaza del Ángel las mujeres
cosían y cantaban con sus hijos,
después sonó la alarma y hubo gritos,
casas arrodilladas en el polvo,
torres hendidas, frentes escupidas
y el huracán de los motores, fijo:
los dos se desnudaron y se amaron
por defender nuestra porción eterna,
nuestra ración de tiempo y paraíso,
tocar nuestra raíz y recobrarnos,
recobrar nuestra herencia arrebatada
por ladrones de vida hace mil siglos,
los dos se desnudaron y besaron
porque las desnudeces enlazadas
saltan el tiempo y son invulnerables,
nada las toca, vuelven al principio,
no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,
verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,
oh ser total...
                      cuartos a la deriva
entre ciudades que se van a pique,
cuartos y calles, nombres como heridas,
el cuarto con ventanas a otros cuartos
con el mismo papel descolorido
donde un hombre en camisa lee el periódico
o plancha una mujer; el cuarto claro
que visitan las ramas del durazno;
el otro cuarto: afuera siempre llueve
y hay un patio y tres niños oxidados;
cuartos que son navíos que se mecen
en un golfo de luz; o submarinos:
el silencio se esparce en olas verdes,
todo lo que tocamos fosforece;
mausoleos del lujo, ya roídos
los retratos, raídos los tapetes;
trampas, celdas, cavernas encantadas,
pajareras y cuartos numerados,
todos se transfiguran, todos vuelan,
cada moldura es nube, cada puerta
da al mar, al campo, al aire, cada mesa
es un festín; cerrados como conchas
el tiempo inútilmente los asedia,
no hay tiempo ya, ni muro: ¡espacio, espacio,
abre la mano, coge esta riqueza,
corta los frutos, come de la vida,
tiéndete al pie del árbol, bebe el agua!,

todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto,
es la primera noche, el primer día,
el mundo nace cuando dos se besan,
gota de luz de entrañas transparentes
el cuarto como un fruto se entreabre
o estalla como un astro taciturno
y las leyes comidas de ratones,
las rejas de papel, las alambradas,
los timbres y las púas y los pinchos,
el sermón monocorde de las armas,
el escorpión meloso y con bonete,
el tigre con chistera, presidente
del Club Vegetariano y la Cruz Roja,
el burro pedagogo, el cocodrilo
metido a redentor, padre de pueblos,
el Jefe, el tiburón, el arquitecto
del porvenir, el cerdo uniformado,
el hijo predilecto de la Iglesia
que se lava la negra dentadura
con el agua bendita y toma clases
de inglés y democracia, las paredes
invisible, las máscaras podridas
que dividen al hombre de los hombres,
al hombre de sí mismo,
                                      se derrumban
por un instante inmenso y vislumbramos
nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
y compartir el pan, el sol, la muerte,
el olvidado asombro de estar vivos;

amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
                                    el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,
amar es desnudarse de los nombres:
"déjame ser tu puta", son palabras
de Eloísa, mas él cedió a las leyes,
la tomó por esposa y como premio
lo castraron después;
                                    mejor el crimen,
los amantes suicidas, el incesto
de los hermanos como dos espejos
enamorados de su semejanza,
mejor comer el pan envenenado,
el adulterio en lechos de ceniza,
los amores feroces, el delirio,
su yedra ponzoñosa, el sodomita
que lleva por clavel en la solapa
un gargajo, mejor ser lapidado
en las plazas que dar vuelta a la noria
que exprime la sustancia de la vida,
cambia la eternidad en horas huecas,
los minutos en cárceles, el tiempo
en monedas de cobre y mierda abstracta;

mejor la castidad, flor invisible
que se mece en los tallos del silencio,
el difícil diamante de los santos
que filtra los deseos, sacia al tiempo,
nupcias de la quietud y el movimiento,
canta la soledad en su corola,
pétalo de cristal es cada hora,
el mundo se despoja de sus máscaras
y en su centro, vibrante transparencia,
lo que llamamos Dios, el ser sin nombre,
se contempla en la nada, el ser sin rostro
emerge de sí mismo, sol de soles,
plenitud de presencias y de nombres;

sigo mi desvarío, cuartos, calles,
camino a tientas por los corredores
del tiempo y subo y bajo sus peldaños
y sus paredes palpo y no me muevo,
vuelvo adonde empecé, busco tu rostro,
camino por las calles de mí mismo
bajo un sol sin edad, y tú a mi lado
caminas como un árbol, como un río,
creces como una espiga entre mis manos,
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
                                    el mundo cambia
si dos, vertiginosos y enlazados,
caen sobre la yerba: el cielo baja,
los árboles ascienden, el espacio
sólo es luz y silencio, sólo espacio
abierto para el águila del ojo,
pasa la blanca tribu de las nubes,
rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,
perdemos nuestros nombres y flotamos
a la deriva entre el azul y el verde,
tiempo total donde no pasa nada
sino su propio transcurrir dichoso,

no pasa nada, callas, parpadeas
(silencio: cruzó un ángel este instante
grande como la vida de cien soles),
¿no pasa nada, sólo un parpadeo?
-y el festín, el destierro, el primer crimen,
la quijada del asno, el ruido opaco
y la mirada incrédula del muerto
al caer en el llano ceniciento,
Agamenón y su mugido inmenso
y el repetido grito de Casandra
más fuerte que los gritos de las olas,
Sócrates en cadenas (el sol nace,
morir es despertar: "Critón, un gallo
a Esculapio, ya sano de la vida"),
el chacal que diserta entre las ruinas
de Nínive, la sombra que vio Bruto
antes de la batalla, Moctezuma
en el lecho de espinas de su insomnio,
el viaje en la carreta hacia la muerte
-el viaje interminable mas contado
por Robespierre minuto tras minuto,
la mandíbula rota entre las manos-,
Churruca en su barrica como un trono
es
Siendo mozo Alvargonzález,
dueño de mediana hacienda,
que en otras tierras se dice
bienestar y aquí, opulencia,
en la feria de Berlanga
prendóse de una doncella,
y la tomó por mujer
al año de conocerla.Muy ricas las bodas fueron
y quien las vio las recuerda;
sonadas las tornabodas
que hizo Alvar en su aldea;
hubo gaitas, tamboriles,
flauta, bandurria y vihuela,
fuegos a la valenciana
y danza a la aragonesa.   Feliz vivió Alvargonzález
en el amor de su tierra.
Naciéronle tres varones,
que en el campo son riqueza,
y, ya crecidos, los puso,
uno a cultivar la huerta,
otro a cuidar los merinos,
y dio el menor a la Iglesia.   Mucha sangre de Caín
tiene la gente labriega,
y en el hogar campesino
armó la envidia pelea.   Casáronse los mayores;
tuvo Alvargonzález nueras,
que le trajeron cizaña,
antes que nietos le dieran.   La codicia de los campos
ve tras la muerte la herencia;
no goza de lo que tiene
por ansia de lo que espera.   El menor, que a los latines
prefería las doncellas
hermosas y no gustaba
de vestir por la cabeza,
colgó la sotana un día
y partió a lejanas tierras.La madre lloró, y el padre
diole bendición y herencia.   Alvargonzález ya tiene
la adusta frente arrugada,
por la barba le platea
la sombra azul de la cara.   Una mañana de otoño
salió solo de su casa;
no llevaba sus lebreles,
agudos canes de caza;

  iba triste y pensativo
por la alameda dorada;
anduvo largo camino
y llegó a una fuente clara.   Echóse en la tierra; puso
sobre una piedra la manta,
y a la vera de la fuente
durmió al arrullo del agua.   Y Alvargonzález veía,
como Jacob, una escala
que iba de la tierra al cielo,
y oyó una voz que le hablaba.Mas las hadas hilanderas,
entre las vedijas blancas
y vellones de oro, han puesto
un mechón de negra lana.Tres niños están jugando
a la puerta de su casa;
entre los mayores brinca
un cuervo de negras alas.La mujer vigila, cose
y, a ratos, sonríe y canta.-Hijos, ¿qué hacéis? -les pregunta.Ellos se miran y callan.-Subid al monte, hijos míos,
y antes que la noche caiga,
con un brazado de estepas
hacedme una buena llama.   Sobre el lar de Alvargonzález
está la leña apilada;
el mayor quiere encenderla,
pero no brota la llama.-Padre, la hoguera no prende,
está la estepa mojada.   Su hermano viene a ayudarle
y arroja astillas y ramas
sobre los troncos de roble;
pero el rescoldo se apaga.Acude el menor, y enciende,
bajo la negra campana
de la cocina, una hoguera
que alumbra toda la casa.   Alvargonzález levanta
en brazos al más pequeño
y en sus rodillas lo sienta;-Tus manos hacen el fuego;
aunque el último naciste
tú eres en mi amor primero.   Los dos mayores se alejan
por los rincones del sueño.
Entre los dos fugitivos
reluce un hacha de hierro.   Sobre los campos desnudos,
la luna llena manchada
de un arrebol purpurino,
enorme globo, asomaba.Los hijos de Alvargonzález
silenciosos caminaban,
y han visto al padre dormido
junto de la fuente clara.   Tiene el padre entre las cejas
un ceño que le aborrasca
el rostro, un tachón sombrío
como la huella de un hacha.Soñando está con sus hijos,
que sus hijos lo apuñalan;
y cuando despierta mira
que es cierto lo que soñaba.   A la vera de la fuente
quedó Alvargonzález muerto.Tiene cuatro puñaladas
entre el costado y el pecho,
por donde la sangre brota,
más un hachazo en el cuello.Cuenta la hazaña del campo
el agua clara corriendo,
mientras los dos asesinos
huyen hacia los hayedos.Hasta la Laguna Negra,
bajo las fuentes del Duero,
llevan el muerto, dejando
detrás un rastro sangriento,
y en la laguna sin fondo,
que guarda bien los secretos,
con una piedra amarrada
a los pies, tumba le dieron.   Se encontró junto a la fuente
la manta de Alvargonzález,
y, camino del hayedo,
se vio un reguero de sangre.Nadie de la aldea ha osado
a la laguna acercarse,
y el sondarla inútil fuera,
que es la laguna insondable.Un buhonero, que cruzaba
aquellas tierras errante,
fue en Dauria acusado, preso
y muerto en garrote infame.   Pasados algunos meses,
la madre murió de pena.Los que muerta la encontraron
dicen que las manos yertas
sobre su rostro tenía,
oculto el rostro con ellas.   Los hijos de Alvargonzález
ya tienen majada y huerta,
campos de trigo y centeno
y prados de fina hierba;
en el olmo viejo, hendido
por el rayo, la colmena,
dos yuntas para el arado,
un mastín y mil ovejas.
    Ya están las zarzas floridas
y los ciruelos blanquean;
ya las abejas doradas
liban para sus colmenas,
y en los nidos, que coronan
las torres de las iglesias,
asoman los garabatos
ganchudos de las cigüeñas.Ya los olmos del camino
y chopos de las riberas
de los arroyos, que buscan
al padre Duero, verdean.El cielo está azul, los montes
sin nieve son de violeta.La tierra de Alvargonzález
se colmará de riqueza;
muerto está quien la ha labrado,
mas no le cubre la tierra.   La hermosa tierra de España
adusta, fina y guerrera
Castilla, de largos ríos,
tiene un puñado de sierras
entre Soria y Burgos como
reductos de fortaleza,
como yelmos crestonados,
y Urbión es una cimera.   Los hijos de Alvargonzález,
por una empinada senda,
para tomar el camino
de Salduero a Covaleda,
cabalgan en pardas mulas,
bajo el pinar de Vinuesa.Van en busca de ganado
con que volver a su aldea,
y por tierra de pinares
larga jornada comienzan.Van Duero arriba, dejando
atrás los arcos de piedra
del puente y el caserío
de la ociosa y opulenta
villa de indianos. El río
al fondo del valle, suena,
y de las cabalgaduras
los cascos baten las piedras.A la otra orilla del Duero
canta una voz lastimera:«La tierra de Alvargonzález
se colmará de riqueza,
y el que la tierra ha labrado
no duerme bajo la tierra.»   Llegados son a un paraje
en donde el pinar se espesa,
y el mayor, que abre la marcha,
su parda mula espolea,
diciendo: -Démonos prisa;
porque son más de dos leguas
de pinar y hay que apurarlas
antes que la noche venga.Dos hijos del campo, hechos
a quebradas y asperezas,
porque recuerdan un día
la tarde en el monte tiemblan.Allá en lo espeso del bosque
otra vez la copla suena:«La tierra de Alvargonzález
se colmará de riqueza,
y el que la tierra ha labrado
no duerme bajo la tierra».   Desde Salduero el camino
va al hilo de la ribera;
a ambas márgenes del río
el pinar crece y se eleva,
y las rocas se aborrascan,
al par que el valle se estrecha.Los fuertes pinos del bosque
con sus copas gigantescas
y sus desnudas raíces
amarradas a las piedras;
los de troncos plateados
cuyas frondas azulean,
pinos jóvenes; los viejos,
cubiertos de blanca lepra,
musgos y líquenes canos
que el grueso tronco rodean,
colman el valle y se pierden
rebasando ambas laderasJuan, el mayor, dice: -Hermano,
si Blas Antonio apacienta
cerca de Urbión su vacada,
largo camino nos queda.-Cuando hacia Urbión alarguemos
se puede acortar de vuelta,
tomando por el atajo,
hacia la Laguna Negra
y bajando por el puerto
de Santa Inés a Vinuesa.-Mala tierra y peor camino.
Te juro que no quisiera
verlos otra vez. Cerremos
los tratos en Covaleda;
hagamos noche y, al alba,
volvámonos a la aldea
por este valle, que, a veces,
quien piensa atajar rodea.Cerca del río cabalgan
los hermanos, y contemplan
cómo el bosque centenario,
al par que avanzan, aumenta,
y la roqueda del monte
el horizonte les cierra.El agua, que va saltando,
parece que canta o cuenta:«La tierra de Alvargonzález
se colmará de riqueza,
y el que la tierra ha labrado
no duerme bajo la tierra».
    Aunque la codicia tiene
redil que encierre la oveja,
trojes que guarden el trigo,
bolsas para la moneda,
y garras, no tiene manos
que sepan labrar la tierra.Así, a un año de abundancia
siguió un año de pobreza.   En los sembrados crecieron
las amapolas sangrientas;
pudrió el tizón las espigas
de trigales y de avenas;
hielos tardíos mataron
en flor la fruta en la huerta,
y una mala hechicería
hizo enfermar las ovejas.A los dos Alvargonzález
maldijo Dios en sus tierras,
y al año pobre siguieron
largos años de miseria.   Es una noche de invierno.
Cae la nieve en remolinos.
Los Alvargonzález velan
un fuego casi extinguido.El pensamiento amarrado
tienen a un recuerdo mismo,
y en las ascuas mortecinas
del hogar los ojos fijos.No tienen leña ni sueño.Larga es la noche y el frío
arrecia. Un candil humea
en el muro ennegrecido.El aire agita la llama,
que pone un  fulgor rojizo
sobre las dos pensativas 
testas de los asesinos.El mayor de Alvargonzález,
lanzando un ronco suspiro,
rompe el silencio, exclamando:-Hermano, ¡qué mal hicimos!El viento la puerta bate
hace temblar el postigo,
y suena en la chimenea
con hueco y largo bramido.Después, el silencio vuelve,
y a intervalos el pabilo
del candil chisporrotea
en el aire aterecido.El segundo dijo: -Hermano,
¡demos lo viejo al olvido!

  Es una noche de invierno.
Azota el viento las ramas
de los álamos. La nieve
ha puesto la tierra blanca.Bajo la nevada, un hombre
por el camino cabalga;
va cubierto hasta los ojos,
embozado en negra capa.Entrado en la aldea, busca
de Alvargonzález la casa,
y ante su puerta llegado,
sin echar pie a tierra, llama.   Los dos hermanos oyeron
una aldabada a la puerta,
y de una cabalgadura
los cascos sobre las piedras.Ambos los ojos alzaron
llenos de espanto y sorpresa.-¿Quién es?  Responda -gritaron.-Miguel -respondieron fuera.Era la voz del viajero
que partió a lejanas tierras.   Abierto el portón, entróse
a caballo el caballero
y echó pie a tierra. Venía
todo de nieve cubierto.En brazos de sus hermanos
lloró algún rato en silencio.Después dio el caballo al uno,
al otro, capa y sombrero,
y en la estancia campesina
buscó el arrimo del fuego.   El menor de los hermanos,
que niño y aventurero
fue más allá de los mares
y hoy torna indiano opulento,
vestía con ***** traje
de peludo terciopelo,
ajustado a la cintura
por ancho cinto de cuero.Gruesa cadena formaba
un bucle de oro en su pecho.Era un hombre alto y robusto,
con ojos grandes y negros
llenos de melancolía;
la tez de color moreno,
y sobre la frente comba
enmarañados cabellos;
el hijo que saca porte
señor de padre labriego,
a quien fortuna le debe
amor, poder y dinero.
De los tres Alvargonzález
era Miguel el más bello;
porque al mayor afeaba
el muy poblado entrecejo
bajo la frente mezquina,
y al segundo, los inquietos
ojos que mirar no saben
de frente, torvos y fieros.   Los tres hermanos contemplan
el triste hogar en silencio;
y con la noche cerrada
arrecia el frío y el viento.-Hermanos, ¿no tenéis leña?-dice Miguel.             -No tenemos
-responde el mayor.               Un hombre,
milagrosamente, ha abierto
la gruesa puerta cerrada
con doble barra de hierro.

El hombre que ha entrado tiene
el rostro del padre muerto.Un halo de luz dorada
orla sus blancos cabellos.
Lleva un haz de leña al hombro
y empuña un hacha de hierro.   De aquellos campos malditos,
Miguel a sus dos hermanos
compró una parte, que mucho
caudal de América trajo,
y aun en tierra mala, el oro
luce mejor que enterrado,
y más en mano de pobres
que oculto en orza de barro.   Diose a trabajar la tierra
con fe y tesón el indiano,
y a laborar los mayores
sus pegujales tornaron.   Ya con macizas espigas,
preñadas de rubios granos,
a los campos de Miguel
tornó el fecundo verano;
y ya de aldea en aldea
se cuenta como un milagro,
que los asesinos tienen
la maldición en sus campos.   Ya el pueblo canta una copla
que narra el crimen pasado:«A la orilla de la fuente
lo asesinaron.¡qué mala muerte le dieron
los hijos malos!En la laguna sin fondo
al padre muerto arrojaron.No duerme bajo la tierra
el que la tierra ha labrado».   Miguel, con sus dos lebreles
y armado de su escopeta,
hacia el azul de los montes,
en una tarde serena,
caminaba entre los verdes
chopos de la carretera,
y oyó una voz que cantaba:«No tiene tumba en la tierra.
Entre los pinos del valle
del Revinuesa,
al padre muerto llevaron
hasta la Laguna Negra».
    La casa de Alvargonzález
era una casona vieja,
con cuatro estrechas ventanas,
separada de la aldea
cien pasos y entre dos olmos
que, gigantes centinelas,
sombra le dan en verano,
y en el otoño hojas secas.   Es casa de labradores,
gente aunque rica plebeya,
donde el hogar humeante
con sus escaños de piedra
se ve sin entrar, si tiene
abierta al campo la puerta.   Al arrimo del rescoldo
del hogar borbollonean
dos pucherillos de barro,
que a dos familias sustentan.   A diestra mano, la cuadra
y el corral; a la siniestra,
huerto y abejar, y, al fondo,
una gastada escalera,
que va a las habitaciones
partidas en dos viviendas.   Los Alvargonzález moran
con sus mujeres en ellas.
A ambas parejas que hubieron,
sin que lograrse pudieran,
dos hijos, sobrado espacio
les da la casa paterna.   En una estancia que tiene
luz al huerto, hay una mesa
con gruesa tabla de roble,
dos sillones de vaqueta,
colgado en el muro, un *****
ábaco de enormes cuentas,
y unas espuelas mohosas
sobre un arcón de madera.   Era una estancia olvidada
donde hoy Miguel se aposenta.
Y era allí donde los padres
veían en primavera
el huerto en flor, y en el cielo
de mayo, azul, la cigüeña
-cuando las rosas se abren
y los zarzales blanquean-
que enseñaba a sus hijuelos
a usar de las alas lentas.   Y en las noches del verano,
cuando la calor desvela,
desde la ventana al dulce
ruiseñor cantar oyeran.   Fue allí donde Alvargonzález,
del orgullo de su huerta
y del amor a los suyos,
sacó sueños de grandeza.   Cuando en brazos de la madre
vio la figura risueña
del primer hijo, bruñida
de rubio sol la cabeza,
del niño que levantaba
las codiciosas, pequeñas
manos a las rojas guindas
y a las moradas ciruelas,
o aquella tarde de otoño,
dorada, plácida y buena,
él pensó que ser podría
feliz el hombre en la tierra.   Hoy canta el pueblo una copla
que va de aldea en aldea:«¡Oh casa de Alvargonzález,
qué malos días te esperan;
casa de los asesinos,
que nadie llame a tu puerta!»   Es una tarde de otoño.
En la alameda dorada
no quedan ya ruiseñores;
enmudeció la cigarra.   Las últimas golondrinas,
que no emprendieron la marcha,
morirán, y las cigüeñas
de sus nidos de retamas,
en torres y campanarios,
huyeron.           Sobre la casa
de Alvargonzález, los olmos
sus hojas que el viento arranca
van dejando. Todavía
las tres redondas acacias,
en el atrio de la iglesia,
conservan verdes sus ramas,
y las castañas de Indias
a intervalos se desgajan
cubiertas de sus erizos;
tiene el rosal rosas grana
otra vez, y en las praderas
brilla la alegre otoñada.   En laderas y en alcores,
en ribazos y en cañadas,
el verde nuevo y la hierba,
aún del estío quemada,
alternan; los serrijones
pelados, las lomas calvas,
se coronan de plomizas
nubes apelotonadas;
y bajo el pinar gigante,
entre las marchitas zarzas
y amarillentos helechos,
corren las crecidas aguas
a engrosar el padre río
por canchales y barrancas.   Abunda en la tierra un gris
de plomo y azul de plata,
con manchas de roja herrumbre,
todo envuelto en luz violada.   ¡Oh tierras de Alvargonzález,
en el corazón de España,
tierras pobres, tierras tristes,
tan tristes que tienen alma!   Páramo que cruza el lobo
aullando a la luna clara
de bosque a bosque, baldíos
llenos de peñas rodadas,
donde roída de buitres
brilla una osamenta blanca;
pobres campos solitarios
sin caminos ni posadas,¡oh pobres campos malditos,
pobres campos de mi patria!
    Una mañana de otoño,
cuando la tierra se labra,
Juan y el indiano aparejan
las dos yuntas de la casa.
Martín se quedó en el huerto
arrancando hierbas malas.   Una mañana de otoño,
cuando los campos se aran,
sobre un otero, que tiene
el cielo de la mañana
por fondo, la parda yunta
de Juan lentamente avanza.   Cardos, lampazos y abrojos,
avena loca y cizaña,
llenan la tierra maldita,
tenaz a pico y a escarda.   Del corvo arado de roble
la hundida reja trabaja
con vano esfuerzo; parece,
que al par que hiende la entraña
del campo y hace camino
se cierra otra vez la zanja.   «Cuando el asesino labre
será su labor pesada;
antes que un surco en la tierra,
tendrá una arruga en su cara».   Martín, que estaba en la huerta
cavando, sobre su azada
quedó apoyado un momento;
frío sudor le bañaba
el rostro.           Por el Oriente,
la luna llena, manchada
de un arrebol purpurino,
lucía tras de la tapia
del huerto.           Martín tenía
la sangre de horror helada.
La azada que hundió en la tierra
teñida de sangre estaba.   En la tierra en que ha nacido
supo afincar el indiano;
por mujer a una doncella
rica y hermosa ha tomado.   La hacienda de Alvargonzález
ya es suya, que sus hermanos
todo le vendieron: casa,
huerto, colmenar y campo.   Juan y Martín, los mayores
de Alvargonzález, un
Me viene, hay días, una gana ubérrima, política,
de querer, de besar al cariño en sus dos rostros,
y me viene de lejos un querer
demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza,
al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito,
a la que llora por el que lloraba,
al rey del vino, al esclavo del agua,
al que ocultóse en su ira,
al que suda, al que pasa, al que sacude su persona en mi alma.
Y quiero, por lo tanto, acomodarle
al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado;
su luz, al grande; su grandeza, al chico.
Quiero planchar directamente
un pañuelo al que no puede llorar
y, cuando estoy triste o me duele la dicha,
remendar a los niños y a los genios.
Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo
y me urge estar sentado
a la diestra del zurdo, y responder al mundo,
tratando de serle útil en
lo que puedo, y también quiero muchísimo
lavarle al cojo el pie,
y ayudarle a dormir al tuerto próximo.
¡Ah querer, éste, el mío, éste, el mundial,
interhumano y parroquial, proyecto!
Me viene a pelo
desde el cimiento, desde la ingle pública,
y, viniendo de lejos, da ganas de besarle
la bufanda al cantor,
y al que sufre, besarle en su sartén,
al sordo, en su rumor craneano, impávido;
al que me da lo que olvidé en mi seno,
en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros.
Quiero, para terminar,
cuando estoy al borde célebre de la violencia
o lleno de pecho el corazón, querría
ayudar a reír al que sonríe,
ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca,
cuidar a los enfermos enfadándolos,
comprarle al vendedor,
ayudar a matar al matador -cosa terrible-
y quisiera yo ser bueno conmigo
en todo.
The double 12 sorwe of Troilus to tellen,  
That was the king Priamus sone of Troye,
In lovinge, how his aventures fellen
Fro wo to wele, and after out of Ioye,
My purpos is, er that I parte fro ye.  
Thesiphone, thou help me for tendyte
Thise woful vers, that wepen as I wryte!

To thee clepe I, thou goddesse of torment,
Thou cruel Furie, sorwing ever in peyne;
Help me, that am the sorwful instrument  
That helpeth lovers, as I can, to pleyne!
For wel sit it, the sothe for to seyne,
A woful wight to han a drery fere,
And, to a sorwful tale, a sory chere.

For I, that god of Loves servaunts serve,  
Ne dar to Love, for myn unlyklinesse,
Preyen for speed, al sholde I therfor sterve,
So fer am I fro his help in derknesse;
But nathelees, if this may doon gladnesse
To any lover, and his cause avayle,  
Have he my thank, and myn be this travayle!

But ye loveres, that bathen in gladnesse,
If any drope of pitee in yow be,
Remembreth yow on passed hevinesse
That ye han felt, and on the adversitee  
Of othere folk, and thenketh how that ye
Han felt that Love dorste yow displese;
Or ye han wonne hym with to greet an ese.

And preyeth for hem that ben in the cas
Of Troilus, as ye may after here,  
That love hem bringe in hevene to solas,
And eek for me preyeth to god so dere,
That I have might to shewe, in som manere,
Swich peyne and wo as Loves folk endure,
In Troilus unsely aventure.  

And biddeth eek for hem that been despeyred
In love, that never nil recovered be,
And eek for hem that falsly been apeyred
Thorugh wikked tonges, be it he or she;
Thus biddeth god, for his benignitee,  
So graunte hem sone out of this world to pace,
That been despeyred out of Loves grace.

And biddeth eek for hem that been at ese,
That god hem graunte ay good perseveraunce,
And sende hem might hir ladies so to plese,  
That it to Love be worship and plesaunce.
For so hope I my soule best avaunce,
To preye for hem that Loves servaunts be,
And wryte hir wo, and live in charitee.

And for to have of hem compassioun  
As though I were hir owene brother dere.
Now herkeneth with a gode entencioun,
For now wol I gon streight to my matere,
In whiche ye may the double sorwes here
Of Troilus, in loving of Criseyde,  
And how that she forsook him er she deyde.

It is wel wist, how that the Grekes stronge
In armes with a thousand shippes wente
To Troyewardes, and the citee longe
Assegeden neigh ten yeer er they stente,  
And, in diverse wyse and oon entente,
The ravisshing to wreken of Eleyne,
By Paris doon, they wroughten al hir peyne.

Now fil it so, that in the toun ther was
Dwellinge a lord of greet auctoritee,  
A gret devyn that cleped was Calkas,
That in science so expert was, that he
Knew wel that Troye sholde destroyed be,
By answere of his god, that highte thus,
Daun Phebus or Apollo Delphicus.  

So whan this Calkas knew by calculinge,
And eek by answere of this Appollo,
That Grekes sholden swich a peple bringe,
Thorugh which that Troye moste been for-do,
He caste anoon out of the toun to go;  
For wel wiste he, by sort, that Troye sholde
Destroyed ben, ye, wolde who-so nolde.

For which, for to departen softely
Took purpos ful this forknowinge wyse,
And to the Grekes ost ful prively  
He stal anoon; and they, in curteys wyse,
Hym deden bothe worship and servyse,
In trust that he hath conning hem to rede
In every peril which that is to drede.

The noyse up roos, whan it was first aspyed,  
Thorugh al the toun, and generally was spoken,
That Calkas traytor fled was, and allyed
With hem of Grece; and casten to ben wroken
On him that falsly hadde his feith so broken;
And seyden, he and al his kin at ones  
Ben worthy for to brennen, fel and bones.

Now hadde Calkas left, in this meschaunce,
Al unwist of this false and wikked dede,
His doughter, which that was in gret penaunce,
For of hir lyf she was ful sore in drede,  
As she that niste what was best to rede;
For bothe a widowe was she, and allone
Of any freend to whom she dorste hir mone.

Criseyde was this lady name a-right;
As to my dome, in al Troyes citee  
Nas noon so fair, for passing every wight
So aungellyk was hir natyf beautee,
That lyk a thing immortal semed she,
As doth an hevenish parfit creature,
That doun were sent in scorning of nature.  

This lady, which that al-day herde at ere
Hir fadres shame, his falsnesse and tresoun,
Wel nigh out of hir wit for sorwe and fere,
In widewes habit large of samit broun,
On knees she fil biforn Ector a-doun;  
With pitous voys, and tendrely wepinge,
His mercy bad, hir-selven excusinge.

Now was this Ector pitous of nature,
And saw that she was sorwfully bigoon,
And that she was so fair a creature;  
Of his goodnesse he gladed hir anoon,
And seyde, 'Lat your fadres treson goon
Forth with mischaunce, and ye your-self, in Ioye,
Dwelleth with us, whyl you good list, in Troye.

'And al thonour that men may doon yow have,  
As ferforth as your fader dwelled here,
Ye shul han, and your body shal men save,
As fer as I may ought enquere or here.'
And she him thonked with ful humble chere,
And ofter wolde, and it hadde ben his wille,  
And took hir leve, and hoom, and held hir stille.

And in hir hous she abood with swich meynee
As to hir honour nede was to holde;
And whyl she was dwellinge in that citee,
Kepte hir estat, and bothe of yonge and olde  
Ful wel beloved, and wel men of hir tolde.
But whether that she children hadde or noon,
I rede it naught; therfore I late it goon.

The thinges fellen, as they doon of werre,
Bitwixen hem of Troye and Grekes ofte;  
For som day boughten they of Troye it derre,
And eft the Grekes founden no thing softe
The folk of Troye; and thus fortune on-lofte,
And under eft, gan hem to wheelen bothe
After hir cours, ay whyl they were wrothe.  

But how this toun com to destruccioun
Ne falleth nought to purpos me to telle;
For it were a long digressioun
Fro my matere, and yow to longe dwelle.
But the Troyane gestes, as they felle,  
In Omer, or in Dares, or in Dyte,
Who-so that can, may rede hem as they wryte.

But though that Grekes hem of Troye shetten,
And hir citee bisegede al a-boute,
Hir olde usage wolde they not letten,  
As for to honoure hir goddes ful devoute;
But aldermost in honour, out of doute,
They hadde a relik hight Palladion,
That was hir trist a-boven everichon.

And so bifel, whan comen was the tyme  
Of Aperil, whan clothed is the mede
With newe grene, of ***** Ver the pryme,
And swote smellen floures whyte and rede,
In sondry wyses shewed, as I rede,
The folk of Troye hir observaunces olde,  
Palladiones feste for to holde.

And to the temple, in al hir beste wyse,
In general, ther wente many a wight,
To herknen of Palladion servyse;
And namely, so many a ***** knight,  
So many a lady fresh and mayden bright,
Ful wel arayed, bothe moste and leste,
Ye, bothe for the seson and the feste.

Among thise othere folk was Criseyda,
In widewes habite blak; but nathelees,  
Right as our firste lettre is now an A,
In beautee first so stood she, makelees;
Hir godly looking gladede al the prees.
Nas never seyn thing to ben preysed derre,
Nor under cloude blak so bright a sterre  

As was Criseyde, as folk seyde everichoon
That hir behelden in hir blake wede;
And yet she stood ful lowe and stille alloon,
Bihinden othere folk, in litel brede,
And neigh the dore, ay under shames drede,  
Simple of a-tyr, and debonaire of chere,
With ful assured loking and manere.

This Troilus, as he was wont to gyde
His yonge knightes, ladde hem up and doun
In thilke large temple on every syde,  
Biholding ay the ladyes of the toun,
Now here, now there, for no devocioun
Hadde he to noon, to reven him his reste,
But gan to preyse and lakken whom him leste.

And in his walk ful fast he gan to wayten  
If knight or squyer of his companye
Gan for to syke, or lete his eyen bayten
On any woman that he coude aspye;
He wolde smyle, and holden it folye,
And seye him thus, 'god wot, she slepeth softe  
For love of thee, whan thou tornest ful ofte!

'I have herd told, pardieux, of your livinge,
Ye lovers, and your lewede observaunces,
And which a labour folk han in winninge
Of love, and, in the keping, which doutaunces;  
And whan your preye is lost, wo and penaunces;
O verrey foles! nyce and blinde be ye;
Ther nis not oon can war by other be.'

And with that word he gan cast up the browe,
Ascaunces, 'Lo! is this nought wysly spoken?'  
At which the god of love gan loken rowe
Right for despyt, and shoop for to ben wroken;
He kidde anoon his bowe nas not broken;
For sodeynly he hit him at the fulle;
And yet as proud a pekok can he pulle.  

O blinde world, O blinde entencioun!
How ofte falleth al theffect contraire
Of surquidrye and foul presumpcioun;
For caught is proud, and caught is debonaire.
This Troilus is clomben on the staire,  
And litel weneth that he moot descenden.
But al-day falleth thing that foles ne wenden.

As proude Bayard ginneth for to skippe
Out of the wey, so priketh him his corn,
Til he a lash have of the longe whippe,  
Than thenketh he, 'Though I praunce al biforn
First in the trays, ful fat and newe shorn,
Yet am I but an hors, and horses lawe
I moot endure, and with my feres drawe.'

So ferde it by this fers and proude knight;  
Though he a worthy kinges sone were,
And wende nothing hadde had swiche might
Ayens his wil that sholde his herte stere,
Yet with a look his herte wex a-fere,
That he, that now was most in pryde above,  
Wex sodeynly most subget un-to love.

For-thy ensample taketh of this man,
Ye wyse, proude, and worthy folkes alle,
To scornen Love, which that so sone can
The freedom of your hertes to him thralle;  
For ever it was, and ever it shal bifalle,
That Love is he that alle thing may binde;
For may no man for-do the lawe of kinde.

That this be sooth, hath preved and doth yet;
For this trowe I ye knowen, alle or some,  
Men reden not that folk han gretter wit
Than they that han be most with love y-nome;
And strengest folk ben therwith overcome,
The worthiest and grettest of degree:
This was, and is, and yet men shal it see.  

And trewelich it sit wel to be so;
For alderwysest han ther-with ben plesed;
And they that han ben aldermost in wo,
With love han ben conforted most and esed;
And ofte it hath the cruel herte apesed,  
And worthy folk maad worthier of name,
And causeth most to dreden vyce and shame.

Now sith it may not goodly be withstonde,
And is a thing so vertuous in kinde,
Refuseth not to Love for to be bonde,  
Sin, as him-selven list, he may yow binde.
The yerde is bet that bowen wole and winde
Than that that brest; and therfor I yow rede
To folwen him that so wel can yow lede.

But for to tellen forth in special  
As of this kinges sone of which I tolde,
And leten other thing collateral,
Of him thenke I my tale for to holde,
Both of his Ioye, and of his cares colde;
And al his werk, as touching this matere,  
For I it gan, I wol ther-to refere.

With-inne the temple he wente him forth pleyinge,
This Troilus, of every wight aboute,
On this lady and now on that lokinge,
Wher-so she were of toune, or of with-oute:  
And up-on cas bifel, that thorugh a route
His eye perced, and so depe it wente,
Til on Criseyde it smoot, and ther it stente.

And sodeynly he wax ther-with astoned,
And gan hire bet biholde in thrifty wyse:  
'O mercy, god!' thoughte he, 'wher hastow woned,
That art so fair and goodly to devyse?'
Ther-with his herte gan to sprede and ryse,
And softe sighed, lest men mighte him here,
And caughte a-yein his firste pleyinge chere.  

She nas nat with the leste of hir stature,
But alle hir limes so wel answeringe
Weren to womanhode, that creature
Was neuer lasse mannish in seminge.
And eek the pure wyse of here meninge  
Shewede wel, that men might in hir gesse
Honour, estat, and wommanly noblesse.

To Troilus right wonder wel with-alle
Gan for to lyke hir meninge and hir chere,
Which somdel deynous was, for she leet falle  
Hir look a lite a-side, in swich manere,
Ascaunces, 'What! May I not stonden here?'
And after that hir loking gan she lighte,
That never thoughte him seen so good a sighte.

And of hir look in him ther gan to quiken  
So greet desir, and swich affeccioun,
That in his herte botme gan to stiken
Of hir his fixe and depe impressioun:
And though he erst hadde poured up and doun,
He was tho glad his hornes in to shrinke;  
Unnethes wiste he how to loke or winke.

Lo, he that leet him-selven so konninge,
And scorned hem that loves peynes dryen,
Was ful unwar that love hadde his dwellinge
With-inne the subtile stremes of hir yen;  
That sodeynly him thoughte he felte dyen,
Right with hir look, the spirit in his herte;
Blissed be love, that thus can folk converte!

She, this in blak, likinge to Troylus,
Over alle thyng, he stood for to biholde;  
Ne his desir, ne wherfor he stood thus,
He neither chere made, ne worde tolde;
But from a-fer, his maner for to holde,
On other thing his look som-tyme he caste,
And eft on hir, whyl that servyse laste.  

And after this, not fulliche al awhaped,
Out of the temple al esiliche he wente,
Repentinge him that he hadde ever y-iaped
Of loves folk, lest fully the descente
Of scorn fille on him-self; but, what he mente,  
Lest it were wist on any maner syde,
His wo he gan dissimulen and hyde.

Whan he was fro the temple thus departed,
He streyght anoon un-to his paleys torneth,
Right with hir look thurgh-shoten and thurgh-darted,  
Al feyneth he in lust that he soiorneth;
And al his chere and speche also he borneth;
And ay, of loves servants every whyle,
Him-self to wrye, at hem he gan to smyle.

And seyde, 'Lord, so ye live al in lest,  
Ye loveres! For the conningest of yow,
That serveth most ententiflich and best,
Him *** as often harm ther-of as prow;
Your hyre is quit ayein, ye, god wot how!
Nought wel for wel, but scorn for good servyse;  
In feith, your ordre is ruled in good wyse!

'In noun-certeyn ben alle your observaunces,
But it a sely fewe poyntes be;
Ne no-thing asketh so grete attendaunces
As doth youre lay, and that knowe alle ye;  
But that is not the worste, as mote I thee;
But, tolde I yow the worste poynt, I leve,
Al seyde I sooth, ye wolden at me greve!

'But tak this, that ye loveres ofte eschuwe,
Or elles doon of good entencioun,  
Ful ofte thy lady wole it misconstrue,
And deme it harm in hir opinioun;
And yet if she, for other enchesoun,
Be wrooth, than shalt thou han a groyn anoon:
Lord! wel is him that may be of yow oon!'  

But for al this, whan that he say his tyme,
He held his pees, non other bote him gayned;
For love bigan his fetheres so to lyme,
That wel unnethe un-to his folk he fayned
That othere besye nedes him destrayned;  
For wo was him, that what to doon he niste,
But bad his folk to goon wher that hem liste.

And whan that he in chaumbre was allone,
He doun up-on his beddes feet him sette,
And first be gan to syke, and eft to grone,  
And thoughte ay on hir so, with-outen lette,
That, as he sat and wook, his spirit mette
That he hir saw a temple, and al the wyse
Right of hir loke, and gan it newe avyse.

Thus gan he make a mirour of his minde,  
In which he saugh al hoolly hir figure;
And that he wel coude in his herte finde,
It was to him a right good aventure
To love swich oon, and if he dide his cure
To serven hir, yet mighte he falle in grace,  
Or elles, for oon of hir servaunts pace.

Imagininge that travaille nor grame
Ne mighte, for so goodly oon, be lorn
As she, ne him for his desir ne shame,
Al were it wist, but in prys and up-born  
Of alle lovers wel more than biforn;
Thus argumented he in his ginninge,
Ful unavysed of his wo cominge.

Thus took he purpos loves craft to suwe,
And thou
La mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama nace bajo la frente del que sueña:
soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros como granadas,
tornasol solitario, ojo de oro girando en el centro de una explanada calcinada,
bosques de cristal de sonido, bosques de ecos y respuestas y ondas, diálogo de transparencias,
¡viento, galope de agua entre los muros interminables de una garganta de azabache,
caballo, cometa, cohete que se clava justo en el corazón de la noche, plumas, surtidores,
plumas, súbito florecer de las antorchas, velas, alas, invasión de lo blanco,
pájaros de las islas cantando bajo la frente del que sueña!Abrí los ojos, los alcé hasta el cielo y vi cómo la noche se cubría de estrellas.
¡Islas vivas, brazaletes de islas llameantes, piedras ardiendo, respirando, racimos de piedras vivas,
cuánta fuente, qué claridades, qué cabelleras sobre una espalda oscura,
cuánto río allá arriba, y ese sonar remoto de agua junto al fuego, de luz contra la sombra!
Harpas, jardines de harpas.Pero a mi lado no había nadie.
Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan bajo el sol.
No cantaba el grillo,
había un vago olor a cal y semillas quemadas,
las calles del poblado eran arroyos secos
y el aire se habría roto en mil pedazos si alguien hubiese gritado: ¿quién vive?
Cerros pelados, volcán frío, piedra y jadeo bajo tanto esplendor, sequía, sabor de polvo,
rumor de pies descalzos sobre el polvo, ¡y el pirú en medio del llano como un surtidor petrificado!Dime, sequía, dime, tierra quemada, tierra de huesos remolidos, dime, luna agónica,
¿no hay agua,
hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos sobre la espina,
sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía impío como un cacique de oro?
¿No hay relinchos de caballos a la orilla del río, entre las grandes piedras redondas y relucientes,
en el remanso, bajo la luz verde de las hojas y los gritos de los hombres y las mujeres bahándose al alba?
El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen,
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la fuente cegada?
¿Sólo está vivo el sapo,
sólo reluce y brilla en la noche de México el sapo verduzco,
sólo el cacique gordo de Cempoala es inmortal?Tendido al pie del divino árbol de jade regado con sangre, mientras dos esclavos jóvenes lo abanican,
en los días de las grandes procesiones al frente del pueblo, apoyado en la cruz: arma y bastón,
en traje de batalla, el esculpido rostro de silex aspirando como un incienso precioso el humo de los fusilamientos,
los fines de semana en su casa blindada junto al mar, al lado de su querida cubierta de joyas de gas neón,
¿sólo el sapo es inmortal?He aquí a la rabia verde y fría y a su cola de navajas y vidrio cortado,
he aqui al perro y a su aullido sarnoso,
al maguey taciturno, al nopal y al candelabro erizados, he aquí a la flor que sangra y hace sangrar,
la flor de inexorable y tajante geometría como un delicado instrumento de tortura,
he aquí a la noche de dientes largos y mirada filosa, la noche que desuella con un pedernal invisible,
oye a los dientes chocar uno contra otro,
oye a los huesos machacando a los huesos,
al tambor de piel humana golpeado por el fémur,
al tambor del pecho golpeado por el talón rabioso,
al tam-tam de los tímpanos golpeados por el sol delirante,
he aqui al polvo que se levanta como un rey amarillo y todo lo descuaja y danza solitario y se derrumba
como un árbol al que de pronto se le han secado las raíces, como una torre que cae de un solo tajo,
he aquí al hombre que cae y se levanta y come polvo y se arrastra,
al insecto humano que perfora la piedra y perfora los siglos y carcome la luz,
he aquí a la piedra rota, al hombre roto, a la luz rota.¿Abrir los ojos o cerrarlos, todo es igual?
Castillos interiores que incendia el pensamiento porque otro más puro se levante, sólo fulgor y llama,
semilla de la imagen que crece hasta ser árbol y hace estallar el cráneo,
palabra que busca unos labios que la digan,
sobre la antigua fuente humana cayeron grandes piedras,
hay siglos de piedras, años de losas, minutos espesores sobre la fuente humana.Dime, sequía, piedra pulida por el tiempo sin dientes, por el hambre sin dientes,
polvo molido por dientes que son siglos, por siglos que son hambres,
dime, cántaro roto caído en el polvo, dime,
¿la luz nace frotando hueso contra hueso, hombre contra hombre, hambre contra hambre,
hasta que surja al fin la chispa, el grito, la palabra,
hasta que brote al fin el agua y crezca el árbol de anchas hojas de turquesa?Hay que dormir con los ojos abiertos, hay que soñar con las manos,
soñemos sueños activos de río buscando su cauce, sueños de sol soñando sus mundos,
hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros,
cantar hasta que el sueño engendre y brote del costado del dormido la espiga roja de la resurrección,
el agua de la mujer, el manantial para beber y mirarse y reconocerse y recobrarse,
el manantial para saberse hombre, el agua que habla a solas en la noche y nos llama con nuestro nombre,
el manantial de las palabras para decir yo, tú, él, nosotros, bajo el gran árbol viviente estatua de la lluvia,
para decir los pronombres hermosos y reconocernos y ser fieles a nuestros nombres
hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba,
más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las aguas del bautismo,
echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre, juntar de nuevo lo que fue separado,
vida y muerte no son mundos contrarios, somos un solo tallo con dos flores gemelas,
hay que desenterrar la palabra perdida, soñar hacia dentro y también hacia afuera,
descifrar el tatuaje de la noche y mirar cara a cara al mediodía y arrancarle su máscara,
bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la escritura del astro y la del río,
recordar lo que dicen la sangre y la marea, la tierra y el cuerpo, volver al punto de partida,
ni adentro ni afuera, ni arriba ni abajo, al cruce de caminos, adonde empiezan los caminos,
porque la luz canta con un rumor de agua, con un rumor de follaje canta el agua
y el alba está cargada de frutos, el día y la noche reconciliados fluyen como un río manso,
el día y la noche se acarician largamente como un hombre y una mujer enamorados,
como un solo río interminable bajo arcos de siglos fluyen las estaciones y los hombres,
hacia allá, al centro vivo del origen, más allá de fin y comienzo.
El césped. Desde la tribuna es un tapete verde. Liso, regular,
aterciopelado, estimulante. Desde la tribuna quizá crean que,
con semejante alfombra, es imposible errar un gol y mucho menos errar
un pase. Los jugadores corren como sobre patines o como figuras de
ballet. Quien es derrumbado cae seguramente sobre un colchón de
plumas, y si se toma, doliéndose, un tobillo, es porque el gesto
forma parte de una pantomima mayor. Además, cobran mucho dinero
simplemente por divertirse, por abrazarse y treparse unos sobre otros
cuando el que queda bajo ese sudoroso conglomerado hizo el gol
decisivo. O no decisivo, es lo mismo. Lo bueno es treparse unos sobre
otros mientras los rivales regresan a sus puestos, taciturnos, amargos,
cabizbajos, cada uno con su barata soledad a cuestas. Desde la tribuna
es tan disfrutable el racimo humano de los vencedores como el drama
particular de cada vencido. Por supuesto, ciertos avispados
espectadores siempre saben cómo hacer la jugada maestra y no
acaban de explicarse, y sobre todo de explicarlo a sus vecinos, por
qué este o aquel jugador no logra hacerla. Y cuando el
árbitro sanciona el penal, el espectador avispado también
intuye hacia qué lado irá el tiro, y un segundo
después, cuando el balón brinca ya en las redes, no
alcanza a comprender cómo el golero no lo supo. O acaso
sí lo supo y con toda deliberación se arrojó al
otro palo, en un alarde de masoquismo o venalidad o estupidez
congénita. Desde la tribuna es tan fácil. Se conoce la
historia y la prehistoria. O sea que se poseen elementos suficientes
como para comparar la inexpugnable eficacia de aquel zaguero
olímpico con la torpeza del patadura actual, que no acierta
nunca y es esquivado una y mil veces. Recuerdo borroso de una
época en que había un centre-half y un centre-forward,
cada uno bien plantado en su comarca propia y capaz de distribuir el
juego en serio y no jugando a jugar, como ahora, ¿no? El
espectador veterano sabe que cuando el fútbol se
convirtió en balompié y la ball en pelota y el dribbling
en finta y el centre-half en volante y el centre-forward en alma en
pena, todo se vino abajo y ésa es la explicación de que
muchos lleven al estadio sus radios a transistores, ya que al menos
quienes relatan el partido ponen un poco de emoción en las
estupendas jugadas que imaginan. Bueno, para eso les pagan,
¿verdad? Para imaginar estupendas jugadas y está bien.
Por eso, cuando alguien ha hecho un gol y después de los abrazos
y pirámides humanas el juego se reanuda, el locutor
idóneo sigue colgado de la "o" de su gooooooool, que en realidad
es una jugada suya, subjetiva, personal, y no exactamente del delantero
que se limitó a empujar con la frente un centro que, entre todas
las otras, eligió su cabeza. Y cuando el locutor idóneo
llega por fin al desenlace de la "ele" final de su gooooooool privado,
ya el árbitro ha señalado un orsai que favorece,
¿por qué no?, al locatario.

Es bueno contemplar alguna vez la cancha desde aquí, desde lo
alto. Así al menos piensa Benjamín Ferrés,
veintitrés años, digamos delantero de un Club Chico,
alguien últimamente en alza según los cronistas
deportivos más estrictos, y que hoy, después de empatarle
al Club Grande y ducharse y cambiarse, no se fue del estadio con el
resto del equipo y prefirió quedarse a mirar, desde la tribuna
ya vacía (sólo quedan los cafeteros y heladeros y
vendedores de banderitas, que recogen sus bártulos o tal vez
hacen cuentas) aquel campo en el que estuvo corriendo durante noventa
minutos e incluso convirtió uno, el segundo, de los dos goles
que le otorgan al Club Chico eso que suele llamarse un punto de oro.
Sí, desde aquí arriba el césped es una alfombra,
casi un paño verde como el del casino, con la importante
diferencia de que allá los números son fijos,
permanentes, y aquí (él, por ejemplo, es el ocho) cambian
constantemente de lugar y además se repiten. A lo mejor con el
flaco Suárez (que lleva el once prendido en la espalda)
podrían ser una de las parejas negras. O no. Porque de ambos,
sólo el Flaco es oscurito.

Ahora se levanta un viento arisco y las gradas de cemento son
recorridas por vasos de plástico, hojas de diario, talones de
entradas, almohadillas, pelotas de papel. Remolinos casi fantasmales
dan la falsa impresión de que las gradas se mueven, giran,
bailotean, se sacuden por fin el sol de la tarde. Hay papeles que suben
las escaleras y otros que se precipitan al vacío. A
Benjamín (Benja, para la hinchada) le sube una bocanada de
desconsuelo, de extraña ansiedad al enfrentarse, ¿por
primera vez?, con la quimera de cemento en estado de pureza (o de
basura, que es casi lo mismo) y se le ocurre que el estadio
vacío, desolado, es como un esqueleto de multitud, un eco
fantasmal de esa misma muchedumbre cuando ruge o aplaude o insulta o
agita banderas. Se pregunta cómo se habrá visto su gol
desde aquí, desde esta tribuna generalmente ocupada por las
huestes del adversario. Para los de abajo en la tabla, el estadio
siempre es enemigo: miles y miles de voces que los acosan, los
persiguen, los hunden, porque generalmente el que juega aquí, el
permanente locatario, es uno de los Grandes, y los de abajo sólo
van al estadio cuando les toca enfrentarlos, y en esas ocasiones apenas
si acarrean, en el mejor de los casos, algunos cientos de
fanáticos del barrio, que, aunque se desgañitan y agitan
como locos su única y gastada bandera, en realidad no cuentan,
es imposible que tapen, desde su islote de alaridos, el gran rugido de
la hinchada mayor. Desde abajo se sabe que existen, claro, y eso es
bueno, y de vez en cuando, cuando se suspende el juego por
lesión o por cambio de jugadores, los del Club Chico van con la
mirada al encuentro de aquel rinconcito de tribuna donde su bandera
hace guiños en clave, señales secretas como las del
truco. Y ésta es la mejor anfetamina, porque los llena de
saludable euforia y además no aparece en los controles
antidopping.

Hoy empataron, no está mal, se dice Benja, el número
ocho. Y está mejor porque todos sus huesos están enteros,
a pesar de la alevosa zancadilla (esquivada sólo por
intuición) que le dedicaran en el toletole previo al primer gol,
dos segundos antes de que el Colorado empujara nuevamente la globa con
el empeine y la colocara, inalcanzable, junto al poste izquierdo.
Después de todo, la playa es mía. Desde hace quince
años la vengo adquiriendo en pequeñas cuotas. Cuotas de
sol y dunas. Todos esos prójimos, prójimas y projimitos
que se ven tendidos sobre las rocas o bajo las sombrillas o corriendo
tras una pelota de engañapichanga o jugando a la paleta en una
cancha marcada en la arena con líneas que al rato se borran,
todos esos otros, están en la playa gracias a que yo les permito
estar. Porque la playa es mía. Mío el horizonte con
toninas remotas y tres barquitos a vela. Míos los peces que
extraen mis pescadores con mis redes antiguas, remendadas. El aire
salitroso y los castillos de arena y las aguas vivas y las algas que ha
traído la penúltima ola. Todo es mío.
¿Qué sería de mí, el número ocho,
sin estas mañanas en que la playa me convence de que soy libre,
de que puedo abrazar esta roca, que es mi roca mujer o tal vez mi roca
madre, y estirarme sin otros límites que mi propio límite
o hasta que siento las tenazas del cangrejo barcino sobre mi dedo
gordo? Aquí soy número ocho sin llevarlo en la espalda.
Soy número ocho sencillamente porque es mi identidad. Un cura o
un teniente o un payaso no necesitan vestir sotana o uniforme o traje
de colores para ser cura o teniente o payaso. Soy número ocho
aunque no lo lleve dibujado en el lomo y aunque ningún botija se
arrime a pedirme autógrafos, porque sólo se piden
autógrafos a los de los Clubes Grandes. Y creo que siempre
seré de Club Chico, porque me gusta amargarles la fiesta, no a
los jugadores que después de todo son como nosotros, sólo
que con más suerte y más guita, ni siquiera a la hinchada
grande por más que nos insulte cuando hacemos un fau y festeje
ruidosamente cuando el otro nos propina un hachazo en la canilla. Me
gusta arruinarles la fiesta, sobre todo a los dirigentes, esos
industriales bien instalados en su cochazo, en su piso de la Rambla y
en su mondongo, señores cuya gimnasia sabatina o dominical
consiste en sentarse muy orondos, arriba en el palco oficial, y desde
ahí ver cómo allá abajo nos reventamos, nos
odiamos, nos derretimos en sudores, y cuando sus jugadores ganan,
condescienden a llegar al vestuario y a darles una palmadita en el
hombro, disimulando apenas el asco que les provoca aquella piel
todavía sudada, y en cambio, cuando sus jugadores pierden, se
van entonces directamente a su casa, esta vez por supuesto sin ocultar
el asco. En verdad, en verdad os digo que yo ignoro si hacen eso, pero
me lo imagino. Es decir, tengo que imaginarlo así, porque una
cosa son las instrucciones del entrenador, que por supuesto trato de
cumplir si no son demasiado absurdas, y otra cosa son las instrucciones
que yo me doy, verbigracia vamo vamo número ocho hay que aguarle
la fiesta a ese presidente cogotudo, jactancioso y mezquino, que viene
al estadio con sus tres o cuatro nenes que desde ya tienen caritas de
futuros presidentes cogotudos. Bueno, no sé ni siquiera si tiene
hijos, pero tengo que imaginarlo así porque soy el número
ocho, insustituible titular de un Club Chico y, ya que cobro poco,
tengo que inventarme recompensas compensatorias y de esas recompensas
inventadas la mejor es la posibilidad de aguarle la fiesta al cogotudo
presidente del Grande, a fin de que el lunes, cuando concurra a su
Banco o a su banca, pase también su vergüenza rica, su
vergüenza suntuosa, así como nosotros, los que andamos en
la segunda mitad de la tabla, sufrimos, cuando perdemos, nuestra
vergüenza pobre. Pero, claro, no es lo mismo, porque los Grandes
siempre tienen la obligación de ganar, y los Chicos, en cambio,
sólo tenemos la obligación de perder lo menos posible. Y
cuando no ganamos y volvemos al barrio, la gente no nos mira con
menosprecio sino con tristeza solidaria, en tanto que al presidente
cogotudo, cuando vuelve el lunes a su Banco o a su banca, la gente, si
bien a veces se atreve a decirle qué barbaridad doctor porque
ustedes merecieron ganar y además por varios goles, en realidad
está pensando te jodieron doctor qué salsa les dieron
esos petizos. Por eso a mí no me importa ser número ocho
titular y que no me pidan autógrafos aquí en la playa ni
en el cine ni en Dieciocho. Los partidos no se ganan con
autógrafos. Se ganan con goles y ésos los sé
hacer. Por ahora al menos. También es un consuelo que la playa
sea mía, y como mía pueda recorrerla descalzo, casi
desnudo, sintiendo el sol en la espalda y la brisa en los ojos, o
tendiéndome en las rocas pero de cara al mar, consciente de que
atrás dejo la ciudad que me espía o me protege,
según las horas y según mi ánimo, y adelante
está esa llanura líquida, infinita, que me lame, me
salpica, a veces me da vértigo y otras veces me brinda una
insólita paz, un extraño sosiego, tan extraño que
a veces me hace olvidar que soy número ocho.
Alejandra. Lo extraño había sido que Benja conociera sus
manos antes que su rostro, o mejor aún, que se enamorara de sus
manos antes que de su rostro. Él regresaba de San Pablo en un
vuelo de Pluna. El equipo se había trasladado para jugar dos
amistosos fuera de temporada, pero Benja sólo había
participado en el primero porque en una jugada tonta había
caído mal y el desgarramiento iba a necesitar por lo menos cinco
días de cuidado, así que el preparador físico
decidió mandarlo a Montevideo para que allí lo atendieran
mejor. De modo que volvía solo. A la media hora de vuelo se
levantó para ir al baño y cuando regresaba a su sitio
tuvo la impresión de ser mirado pero él no miró.
Simplemente se sentó y reinició la lectura de Agatha
Christie, que le proponía un enigma afilado, bienhumorado y
sutil como todos los suyos.

De pronto percibió que algo singular estaba ocurriendo. En el
respaldo que estaba frente a él apareció una mano de
mujer. Era una mano delgada, de dedos largos y finos, con uñas
cuidadas pero sin color. Una mano expresiva, o quizá que
expresaba algo, pero qué. A los dos o tres minutos hizo
irrupción la otra mano, que era complementaria pero no igual.
Cada mano tenía su carácter, aunque sin duda
compartían una inquietante identidad. Benja no pudo continuar su
lectura. Adiós enigma y adiós Agatha. Las manos se
movían con sobriedad, se rozaban a veces. Él
imaginó que lo llamaban sin llamarlo, que le contaban una
historia, que le ofrecían respuestas a interrogantes que
aún no había formulado; en fin, que querían ser
asidas. Y lo más preocupante era que él también
quería asirlas, con todos los riesgos que un acto así
podía implicar, verbigracia que la dueña de aquellas
manos llamara inmediatamente a la azafata, o se levantara, enfrentada a
su descaro, y le propinara una espléndida bofetada, con toda la
vergüenza, adicional y pública, que semejante castigo
podía provocar. Hasta llegó a concebir, como un destello,
un título, a sólo dos columnas (porque era número
ocho, pero sólo de un Club Chico): conocido futbolista uruguayo
abofeteado en pleno vuelo por dama que se defiende de agresión
******.

Y sin embargo las manos hablaban. Sutiles, seductoras,
finísimas, dialogaban uña a uña, yema a yema, como
creando una espera, construyendo una expectativa. Y cuando fue ordenado
el ajuste de los cinturones de seguridad, desaparecieron para cumplir
la orden, pero de inmediato volvieron a poblar el respaldo y con ello a
convocar la ansiedad del número ocho, que por fin decidió
jugarse el todo por el todo y asumir el riesgo del ridículo, el
escándalo y el titular a dos columnas que acabaran con su
carrera deportiva. De modo que, tomada la difícil
decisión y tras ajustarse también él el
cinturón, avanzó su propia mano hacia los dedos
cautivantes, que en aquel preciso momento estaban juntos. Notó
un leve temblor, pero las manos no se replegaron. La suya
prolongó aquel extraño contacto por unos segundos, luego
se retiró. Sólo entonces las otras manos desaparecieron,
pero no pasó nada. No hubo llamada a la azafata ni bofetada.
Él respiró y quedó a la espera. Cuando el
avión comenzaba el descenso, una de las manos apareció de
nuevo y traía un papel, más bien un papelito, doblado en
dos. Benja lo recogió y lo abrió lentamente. Conteniendo
la respiración, leyó: 912437.

Se sintió eufórico, casi como cuando hacía un gol
sobre la hora y la hinchada del barrio vitoreaba su nombre y él
alzaba discretamente un brazo, nada más que para comunicar que
recibía y apreciaba aquel apoyo colectivo, aquel afecto, pero
los compañeros sabían que a él no le gustaba toda
esa parafernalia de abrazos, besos y palmaditas en el trasero, algo que
se había vuelto habitual en todas las canchas del mundo.
Así que cuando metía un gol sólo le tocaban un
brazo o le hacían desde lejos un gesto solidario. Pero ahora,
con aquel prometedor 912437 en el bolsillo, descendió del
avión como de un podio olímpico y diez minutos
después pudo mirar discretamente hacia la dueña de las
manos, que en ese instante abría su valija frente al funcionario
aduanero, y Benja comprobó que el rostro no desmerecía la
belleza y la seducción de las manos que lo habían enamorado.
Benja y Martín se encontraron como siempre en la pizzería
del sordo Bellini. Desde que ambos integraran el cuadrito juvenil de La
Estrella habían cultivado una amistad a prueba de balas y
también de codazos y zancadillas. Benja jugaba entonces de
zaguero y sin embargo había terminado en número ocho.
Martín, que en la adolescencia fuera puntero derecho, más
tarde (a raíz de una sustitución de emergencia, tras
lesiones sucesivas y en el mismo partido del golero titular y del
suplente) se había afincado y afirmado en el arco y hoy era uno
de los guardametas más cotizados y confiables de Primera A.

El sordo Bellini disfrutaba plenamente con la presencia de los dos
futbolistas. Él, que normalmente no atendía las mesas
sino que se instalaba en la caja con su gorra de capitán de
barco, cuando Martín y Benja aparecían, solos o
acompañados, de inmediato se arrimaba solícito a dejarles
el menú, a recoger los pedidos, a recomendarles tal o cual plato
y sobre todo a comentar las jugadas más notables o más
polémicas del último domingo.

Era algo así como el fan particular de Benja y Martín y
su caballito de batalla era hacerles bromas c

— The End —