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Virgilio Wilson

Poems

Que vuestros vivos astros, desde el cielo sereno,
Oh Dióscuros, protejan de riesgos al divino
poeta que va a Grecia, desde el sonar latino,
a ver brotar las Cíclades en el azul heleno.

Que soplo bonacible, de suave aroma lleno,
infle, y el leve Yápigo, por seguro camino,
la vela de la nave sobre el mar cristalino,
y la empujen a playa de hospitalario seno.

Por entre el archipiélago do el delfín al sol brilla,
conducid del mantuano cantor la frágil quilla;
hijo del cisne, préstale luz en su ruta nueva.

La mitad de mi alma va en la nave que zarpa,
y por el mar sagrado, do Arión cantó en su arpa,
al suelo de los Dioses al gran Virgilio lleva.
La amistad silenciosa de la luna
(cito mal a Virgilio) te acompaña
desde aquella perdida hoy en el tiempo
noche o atardecer en que tus vagos
ojos la descifraron para siempre
en un jardín o un patio que son polvo.
¿Para siempre? Yo sé que alguien, un día,
podrá decirte verdaderamente:
No volverás a ver la clara luna,
Has agotado ya la inalterable
suma de veces que te da el destino.
Inútil abrir todas las ventanas
del mundo. Es tarde. No darás con ella.
Vivimos descubriendo y olvidando
esa dulce costumbre de la noche.
Hay que mirarla bien. Puede ser la última.
Juanilla, por tus pies andan perdidos
más poetas que bancos, aunque hay tantos,
que tus paños lavando entre unos cantos
oscureció su nieve a los tendidos.
Virgilio no los tiene tan medidos,
las musas hacen con la envidia espantos;
que no hay picos de rosca en Todos Sa[n]tos
como tus dedos blancos y bruñidos.
Andar en puntos nunca lo recelas,
que no llegan a cuatro tus pies bellos,
ni por calzar penado te desvelas.
Que es tanta la belleza que hay en ellos,
que pueden ser zarcillos tus chinelas
con higas de cristal pe[n]dientes dellos.