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Amante: no me lleves, si muero al camposanto
A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente
Alboroto divino de alguna pajarera
O junto a la encantada charla de alguna fuente

  A flor de tierrra, amante. Casi sobre la tierra,
Donde el sol me caliente los huesos, y mis ojos,
Alargados en tallos, suban a ver de nuevo
La lámpara salvaje de los ocasos rojos.

  A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea
        Más breve. Yo presiento
La lucha de mi carne por volver hacia arriba,
Por sentir en sus átomos la frescura del viento.

  Yo sé que acaso nunca allá abajo mis manos
        Podrán estarse quietas.
Que seimpre como topos arañarán la tierra
En medio de las sombras estrujadas y prietas.

  Arrójame semillas. Yo quiero que se enraícen
En la greda amarilla de mis huesos menguados.
¡Por la parda escalera de las raíces vivas
Yo subiré a mirarte en los lirios morados!
Me soñaba una ninfa entre las ondas
Verdosas, bajo el tul de la arboleda,
Que se extendía, en un dosel de seda,
Sobre las aguas mágicas y hondas.

  Tu impaciencia alejábate a las frondas
Umbrosas, para luego en una queda
Ansiedad, retornar entre la leda
Sombra de las aucáridas redondas.

  -¡Sal del baño!-imploraste. Y ya en la arena
Me quitaste la capa y fué serena
La visión de mi cuerpo rosa-té.

  Sentí frío, de nuevo me cubriste,
Pero quedó en la sombra de amatiste
Como un sensual olor de Salomé.
He de hallar la pajiza flor del alba,
el mielado fulgor de la mañana
que todo embrujo de la noche salva,
para empezar mi vida americana.

Esa de Nueva York ancha y absurda
para nosotros, los latinos puros,
que Dios construye con su mano zurda,
sin contención, sin diques y sin muros.

Mi tiesa piel criolla y española
echaré sobre el hombro de una ola
al bajar en su puerto desmedido.

He de vivir la vida neoyorquina,
sin mi severa falda de latina,
pero el rosario al puño, suspendido.
Frío está el joven de feliz estampa,
muerta su sangre, espuma de alelíes,
los huesos fatigados de su grampa,
los dientes, sin granada de rubíes.

Como era cazador, su jerifalte
la caperuza sobre el ojo de oro
en el yacente hombro da su esmalte.
Y une sus gritos al luctuoso coro.

Ya no más la casona y serranía,
enamorada, amigos, buena mesa.
Convecino del cielo y de su día,

tal vez no mire más hacia la tierra,
embebido en la perla en que se encierra,
soberana de luz, Santa María.
Miel de la niebla sobre el cielo en llamas,
caramelo de rosa en el poniente,
y a la noche, la cálida serpiente
de la sombra, creciendo en sus escamas.

La bruma apaga siderales ramas,
el mar azul se agrisa lentamente,
todo el tiempo se vuelve opalescente
entre el ardor de las postreras flamas.

Sin esperanza el límite del día.
Contra mi frente rómpese la estría
de mi último ensueño iluminado.

¿Adón de ir, galeote sin caminos,
bajo la red nocturna y sin los finos
ángeles que guardaron el pasado?

— The End —