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Las mariposas blancas me seguían
y bendecía el Padre mi ganado,
las eras con el pan, y los amados
seres que el Paraíso me extendían.

Los selváticos tigres que venían
a beber sangre, calmos y amansados
por mi aureola de paz, eran sagrados
huéspedes que en mi sueño subvivían.

Ahora ya soy el ángel del lamento
junto al hombre caído en el momento
cenital de la dicha y su aventura

con el cielo y el mundo. Amargamente
sin comprender me hundo en la corriente
de la ría letal, ancha y oscura.
¿Versos? Sí, algunos cada día
sobre la luz que el alba nos rehace
y mientras Sirio por el cielo trace
su indescriptible plan de cetrería.

Muchos, de amor, la vaga melodía
del clave cuya música renace,
porque no hay Primavera que se aplace
y Octubre estalla en rosas todavía.

Versos, sí, por la risa, por el llanto,
por una pena o un furtivo canto,
por una flor o un ruiseñor divino.

Versos porque se vive, y se enamora
una mujer, un día fuera de hora
en el reloj tremendo del destino.
En su caballo de ligero vidrio
pasa la lluvia de este fin de invierno
y yo siento sus cascos en el sueño
en que de miedo y soledad me ovillo.

Como me faltan los oscuros brillos
de su presencia, se me vuelve eterno
todo minuto del contado infierno
de saber que está lejos y está herido.

Mi amigo el viento juega con espadas
y no quiere escucharme las palabras
mitad de ruegos y mitad de llanto.

¡Quién me le dice. ¡quién! que estoy temblando!
En alta fiebre él duerme acaso, y cuando
abra los ojos no verá mi espanto.
El áureo hexámetro o la cuaderna vía
domar quisiera para hallar el canto
que abre en mi pecho el signo del encanto
en la primera luz del nuevo día.

¿Cómo decir mi nardo de alegría,
la clara yema del ceñido acanto,
y hasta el hilado treno del espanto
de la paloma que la sierpe espía?

¿Cómo decir el valle, la majada,
el recental de hambre apresurada,
mi aliento, en humo, al frío convertido,

la sensación profunda de la vida
en el lento minuto de la huida
de la noche, ante el sol recién bruñido?
La palma, talle juvenil del aire,
el granado, mi brasa superada,
mi George Dickson, sangre bien rizada,
violetas, miniaturas al desgaire,

han de rodear mi casa, la del sueño
y del ensueño musical y breve,
con una dicha asordinada y leve
y un bien medido bienestar pequeño.

Empezar en pobrezas armoniosas
la conquista de panes y de rosas,
que me entreguen la paz de cada día.

Medirme la ambición con una vara,
que nunca pueda resultarme cara,
ni darle pena ya a Santa María.
Bajo las alas rosa de este laurel florido,
Amémonos. El viejo y eterno lampadario
De la luna ha encendido su fulgor milenario
Y este rincón de hierba tiene calor de nido.

  Amémonos. Acaso haya un fauno escondido
Junto al tronco del dulce laurel hospitalario
Y llore al encontrarse sin amor, solitario,
Mirando nuestro idilio frente al prado dormido.

  Amémonos. La noche clara, aromosa y mística
Tiene no sé qué suave dulzura cabalística.
Somos grandes y solos sobre el haz de los campos.

  Y se aman las luciérnagas entre nuestros cabellos,
Con estremecimientos breves como destellos
De vagas esmeraldas y extraños crisolampos.
Primavera
En gracia de olor.
      Primavera
En gracia de amor.

      Sueño desvelado,
      Rara sensación.
¿Qué abeja se ha entrado
      En mi corazón?

      Inquieta,
No como ni duermo tranquila.
Ansiedad secreta,
Llama en la pupila.

      Yo estoy embrujada
¡Antes no era así!
Yo estoy hechizada
Desde que lo vi.

      Lengua que no canta
Es mala señal.
Boca que no canta
Va gritando el mal.

      Y sigo la vía
Sin saber si es que
Encontré alegría
O si angustia hallé.

      Yo estoy embrujada.
¡Antes no era así!
¡Yo estoy hechizada
Desde que lo vi!
Ancho zurrón, ni pan moreno lleva,
ni espiga antigua, ni naranja nueva.
El vacío me hiela, ese vacío
de arenal, de riscal, de seco río.

Y mi laurel ya lejos, y el lucero
ciego, en el cielo de desierto acero.
S ólo en la mano, con salada huella,
me dio la mar una callada estrella.

Ya no tengo más bien ni más fortuna
que la plata sin plata de la luna
y la abeja, la abeja de mi canto

matinal, me traerá sortija, encanto
de oro bermejo, puro y centellante
para alabar con lengua de diamante.
Hoy estoy triste, amor. Hoy tengo el alma
              Gris y desmelenada.
¡Tierra propicia para toda pena!
¡Para todo placer tierra negada!

      La rosa de mi cuerpo
Hoy es lirio beato.
Con triples vendas la ciñó la angustia
Y yo con triples velos la recato.
Hoy estoy triste, amor. Hoy no pretendo
Sentir mi risa.
¡Me endurece los labios
un agror de ceniza!
Soy hija del llano. Nunca vi montañas,
Hace pocos años que conozco el mar
Y vivo soñando con raros países
Y vivo acosada del ansia de andar.

¡Tanto que tenemos luego que estar quietos,
Tanto que más tarde hay que reposar,
Y desperdiciamos la hora presente
Y nos contentamos sólo con soñar!

¡Ay, los caminitos en ásperas cuestas,
Serpentinas claras sobre las montanas!
¿No han de hollarlos nunca mis pies andariegos?
¿No he de ir yo nunca por tierras extrañas?

¿Nunca mis pupilas, hartas de llanuras,
Han de mirar cerca las cumbres soñadas?
¿Qué es lo que me guardan los dioses herméticos?
¿Qué, en mi canastilla, pusieron las hadas?

¡Ay, noches de insomnio, de agrio descontento,
De interrogaciones vanas e impacientes!
¡A veces parece que tañen campanas
Y a veces, Dios mío, que silban serpientes!
Como San Sebastián, blanco de dardos,
muero y renazco en noche y mediodía.
Nada importan la herida y la agonía,
los ramos del dolor, los goces tardos.

Mi escudo de palomas y de nardos,
el corazón, en blanca hechicería,
resguarda para canto y melodía.
Los honderos se harán tristes y tardos.

Golondrinas de miel han de vendarme
y antiguas brujas han de perdonarme
al fin aquella juventud de cielo.

Porque hasta el mal ya sabe que soy mansa
y que sólo he arrojado en mi balanza,
versos, amor, silencio y desconsuelo.
De la matriz del día
se alzó la rosa vertical y blanca
mientras todo rugía:
la tierra, el aire, el agua.

Tendí la mano para protegerla,
criatura de paz y de armonía,
completa, virgen, intocable, exacta
en la extensión total del mediodía.

Y me llevó el brazo la metralla.
Impávida seguía
en su serenidad y su victoria,
aunque en mi sangre la embebía.

Ni mi alarido hizo temblar sus pétalos
ni apagó su fragancia mi agonía.
Era la rosa, la perfecta y única.
Nada la detenía.
Hacia el cielo tu himno de rubíes,
tus espumas de púrpuras en vuelo;
hacia él tu orgulloso terciopelo,
tu desafío a dalias y alhelíes.

Toda al cielo te das, creces y ríes,
sangre floral y brasa del anhelo.
Llora el reloj tu inevitable duelo
mientras toda en fragancia te deslíes.

Tú también, tú también, ave de fuego,
nacida hoy has de tonar ya luego
a la potente tierra innominada.

No detiene la muerte tu hermosura.
En vuelta en ella vas, ¡oh, criatura!
desde la fiel raíz hasta la nada.
Sin espejos la tarde, escaso el día
que apenas su cyclamen insinuaba
y la prímula en flor se balanceaba
entre follajes de neblina fría.

Y mi azor, ah mi azor de fina gualda,
ausente y sin mensajes en el viento,
como si fuera piedra el pensamiento
o se hubiera apagado mi esmeralda.

Muda interrogo al aire sin fulgores
y nada escucha rezo ni loores
para obtener la gracia de su arribo.

Me cercarán los monstruos del desvelo
y hasta el alba estaré oteando el cielo
para ver si sus gemas apercibo.
Por quietas calles andaba
Juanita Fernández, que era
muchacha como de pájaros
y naranjas y colmenas.
Nadie veía su guardia
callada de serafines,
nadie veía en sus sienes,
invisible, el arco iris.

Nadie, ni padre, ni madre,
ni parientes, ni padrinos,
sabía que a aquella niña
la había marcado el Destino.
«¡Qué inteligente, Juanita!
¡Qué fina piel de durazno!
¡Qué dos ojos de lucero
en un cielo de verano!»

Y andaba Juanita, andaba,
con sus muñecas, su perro
Tilo y sus libros de estudio
por las callejas del pueblo.
Andaba Juanita, andaba,
con su ángel de custodia,
y su pobreza tan rica
y sus ensueños de novia.

Primero, novia del aire,
y después, de un capitán.
Andaba Juanita, andaba,
y era rica más y más.
¿Qué importan la casa pobre,
los vestidos de algodones,
los zapatitos de cuero,
la blusa sin prendedores?

Veinte años casi sin crónica
con sólo el hijo y la paz
de sus versos y sus flores
de alambres y de cambray.
Alegre, tierna y callada,
amante y sin ambición,
gorjeaba en cantos y canto
de vida y callado amor.

Ya sobre el pecho una estrella,
ya otra más sobre la sien,
ya mil clarines al viento
y el toque de somatén.
Ya el llanto por sus mejillas,
ya grises fuegos su luna.
Mañanas de helada niebla,
noches a desvelo y bruma.

Ya zapatos de gamuza
y vestidos de París.
Ya la sonrisa perdida,
ya el deseo de morir.
El amor, como una rosa;
la vida, cáliz y cruz.
Tilo, borrado en la sombra,
brumosa la Cruz del Sur.

Y en su Río de la Plata
sólo el barco de su fe,
aunque sigan los clarines
y el toque de somatén.
¡Qué sola y sola Juanita
en su casona vacía!
América por sus salas
pasa, y Juanita perdida.

Ya no sabe de laureles
ni de nardos en el alba.
Traen orquídeas a sus manos
y mendiga un vaso de agua.
Secreto, ¡ay secreto, oh Dios,
oculto el romance puro!
Vela el ángel con su túnica
el préstamo sin futuro.

Y cuando muera Juanita
a gritos todos dirán
que fue bendito aquel día
ocho de Marzo, San Juan
de Dios, en tierras de Melo
que la historia alabará.
Y ha de dormirse llevando
sobre la mortaja un sol:
el de un amor silencioso
que nadie le adivinó.
¡Cómo resbala el agua por mi espalda!
              ¡Cómo moja mi falda,
Y pone en mis mejillas su frescura de nieve!
              Llueve, llueve, llueve,

              Y voy, senda adelante,
Con el alma ligera y la cara radiante,
              Sin sentir, sin soñar,
Llena de la voluptuosidad de no pensar.

              Un pájaro se baña
En una charca turbia. Mi presencia le extraña,
Se detiene... Me mira... Nos sentimos amigos...
¡Los dos amamos muchos cielos, campos y trigos!

              Después es el asombro
De un labriego que pasa con su azada en el hombro.

              Y la lluvia me cubre
De todas las fragancias que a los setos da octubre.

Y es, sobre mi cuerpo por el agua empapado,
Como un maravilloso y estupendo tocado
De gotas cristalinas, de flores deshojadas
Que vuelcan a mi paso las plantas asombradas.

              Y siento, en la vacuidad
Del cerebro sin sueños, la voluptuosidad
Del placer infinito, dulce y desconocido,
              De un minuto de olvido.

              Llueve, llueve, llueve,
Y tengo, en alma y carne, como un frescor de nieve.
Aquel que esperaba
sin saber su cara,
pasó hoy a mi lado
y llevóse mi alma.

La trova que en ese
momento cantaba,
se quebró en mis labios
y tornéme pálida.

Alguien me lo dijo
sin voz ni palabra:
-¡Levanta los ojos,
que pasa el que aguardas!

Me puse a seguirlo
como una sonámbula,
con las manos trémulas
y la cara pálida.

Mas él, sin mirarme,
se adentró a su casa,
sin saber que a rastras
se llevaba un alma.

Me volví tan triste
que lloré hasta el alba,
¡le daría la vida
y él no sabe nada!
Viento que te vas
a donde no puedo
        yo ir,
¿no me llevarás?

Si tuviera alas,
alas como tú,
¡ay, contigo iría
por el cielo azul!

Porque estoy tan triste
que deseara huir.
Llévame, ¡oh pampero
muy lejos de aquí!

Haréme liviana,
más de lo que soy,
para pesar menos
he llorado hoy.

Para pesar menos,
si preciso es,
mi trenza sombría,
¡ay!, me cortaré.

Para pesar menos
ni he de sonreír
cuando al fin me lleves
muy lejos de aquí.

Lo único, viento,
que no puede ser,
es que yo a aquel hombre
deje de querer.

Aunque pese mucho
ese amor irá
a donde yo vaya.
¿Me podrás llevar?
Flauta de sal, ayer; hoy dulce caña
en que ya trina una esperanza nueva
que ni llovizna ni tristura empaña
y ecos de plata por el campo lleva,

Estéril es el valle de la saña,
y nadie más en él sembrar se atreva.
El que dañarme quiera, a sí se daña,
que hasta mi ángel en mi frente abreva.

Ya tengo dulce pecho en qué apoyarme
ya quién la amante sangre quiera darme
y quién, con la ancha sombra de la encina

mi cuerpo y mi heredad proteja fuerte.
Y ya, desafiadora de la muerte
he de subir, cantando, la colina.
Borriquillo blando de la Virgen María,
manso borriquillo que llevó a Jesús
con su Madre santa, que el Egipto huía,
una noche negra, sin astros ni luz.

¡Lindo borriquito de luciente lomo!
hasta el niño mío te venera ya,
y dice, mirando tu imagen en cromo:
«¿Es el de la Virgen que hacia Egipto va?»

¡Dulce borriquito, todo mansedumbre:
nunca a tus pupilas asomó el vislumbre
más fugaz y leve del orgullo atroz;

y eso que una noche, sin luna ni estrella;
por largos caminos dejaste tus huellas,
llevando la carga sagrada de Dios!
Tuve la rosa, el ruiseñor, el río
en que danzaban los azules peces;
tuve la leche de las blancas reses
en las mieladas albas del estío.

Tuve el amor, la risa, el sueño mío,
el himno envuelto en las jocundas preces
y el ángel de oro, centinela a veces,
del giratorio sol de mi albedrío.

Caí de bruces en la seca tierra;
empecé a conocer tristeza y guerra,
a ser el despojado y el proscrito.

Miré hacia Dios y me cegó su niebla.
Me levanté jadeante en la tiniebla
y sobre el mundo comenzó mi grito.
Es alegre el camino bajo las ramas
Flexibles y doradas de las retamas,
De tal modo floridas que es el sendero,
Para los verdes prados, un pebetero.

Las glotonas abejas viven de fiesta
Bajo la joya viva de la floresta.
¿Qué buen mago en el valle pulió el tesoro
De estas tan opulentas retamas de oro?

Traigo las trenzas llenas de la fragante
Lluvia de las corolas . Cuando mi amante
Pose en ellas los labios llevará en ellos

El perfume a retama de mis cabellos,
Como un alma aromosa, radiante y loca,
Que el sabor de la cita pondrá en su boca.
Inocente Murano del rocío,
canto del pino, miel de la mañana,
la flor del camalote en la fontana,
viento de Mayo sazonado frío,

y Diana dirigiendo mi albedrío
hacia la selva, fronteriza liana,
donde alza el mirlo su jocunda diana
y empieza el roble a flor de caserío.

Madrugadora fiel, sobre la frente,
me nace el sol atempranado, y siente
mi sangre la salud del fresco día.

Los nervios tienen un cordaje cálido
y se ilumina el rostro enjuto y pálido
con una nueva luz de epifanía.
¡Cómo mi nombre es repetido: Juana!
¡Cómo se ha dicho para el mal y el bien,
con la rosa feliz de la mañana
y en los heroicos nardos de la sien!

Juana en amor, y para el odio, Juana.
¡Ay, Juana en los sollozos, y también
en el triunfar alerta de la diana
y en la añorante ola del llantén!

Ahora ya sólo el eco de algún día...
¡Juaaaana!, de una lejana epifanía,
¡Juaaaana!, del grito ronco del chacal.

Me voy durmiendo sin temer la muerte,
que ya camina, en mi callada suerte,
con su paso de fieltro, a mi portal.
Por qué caminos del alba
Andas descubriendo el cielo
Ese, prometido a unos
Los que sufrimos, creemos
Y le pedimos a Dios
Ir a bruñir sus luceros

Porqué sendas, asombrada,
Ya vas encontrando el cielo,
Mientras aquí las banderas
Y pueblos, están de duelo.
Porque te fuiste, tan pronto
Precipitando el invierno
Cuando aun, lleno de flores,
Se desgranaba febrero

Yucas y conquistadores
Te irán formando cortejo;
Pizarro barbado y noble
-Bronce, plata, encaje, acero-
Con una ciudad de Torres
Entre sus brazos sin huesos.
Y una muchedumbre oscura
Que va detrás de Atahualpa
Te sigue cantando himnos
En lengua quechua y aymara

Ya estás, Gabriela, en la gloria,
Mitad de princesa incaica,
Mitad de reina española,
Como Isabel, la magnánima.

Ya sé que no has de escribir
A nadie mas en la tierra,
Que oficinas de correo
A la eternidad se veda

¡Pero es tan dulce que sepas
Gabriela, que toda América
Por ti está tan conmovida
Como tu patria chilena...!

El cielo junto al copihue
La orquídea venezolana
Se une a la victoria-regia
Del Brasil, y en la sabana
De Colombia, los gomeros
Detienen su savia trágica.

¡Toda la flora de América
Quiere mirarte la cara!

Asómate entre las nubes
Una tarde arrebolada;
Muéstranos tu frente ancha
De madre tan bien amada,
¡Déjanos poquito a poco,
Del todo no te nos vayas!

Aquí ha quedado tu verso,
Tu palabra estructurada
Con lo mejor del idioma
Y lo mejor de tu alma.
Pero nos falta tu rostro
Con la sonrisa cansada,
Que a todos nos descansaba
Cuando nos daba en los ojos.

Oye, Gabriela, las voces
Desde tu «bosque perfecto»
Damos la señal que diga
Que llega a ti nuestro acento,
Y repasa, tu que tanto
Sobre la tierra anduviste,
¡Reposa y se haga radiante
Su risa aquella, tan triste!

Descubre el cielo y descansa,
Pero, Gabriela ¡no olvides!
En mi ansiedad por el naciente día
dorado girasol o flor desnuda,
está tu cara con la marca dura
que ayer vi que en tu frente te imprimía.

Rostro de alerta corzo entre la umbría,
que el dardo siente vivo en quemadura,
y el torvo vino del dolor apura,
con lenta bien habida altanería.

Un serafín armado anda en tu sombra
y ya tu fuerte capitán se nombra
en la voz sigilosa de su aliento.

Llama ya con un silbo a tus azores
y sale, cazador, de tus alcores,
pues hay voces de furias en el viento.
Se ha apagado el fuego. Queda sólo un blando
montón de cenizas,
donde estuvo ondulando la llama.

Ahí tienes, amigo, hecho porción quieta
de polvo liviano,
a aquel pino inmenso que nos dio su sombra,
fresca y movediza, durante el verano.

Tan alto, tan alto, que pasaba el techo
de la casa mía.
Si hubiera podido guardarlo en dobleces,
ni en el arca grande del desván cabría.

Y del pino inmenso ya ves lo que queda.
Yo, que soy tan pequeña y delgada,
¡qué montón tan chiquito de polvo
seré cuando muera!
Como un ala negra tendí mis cabellos
            sobre tus rodillas.
Cerrando los ojos su olor aspiraste
            diciéndome luego:
-¿Duermes sobre piedras cubiertas de musgos?
¿Con ramas de sauces te atas las trenzas?
¿Tu almohada es de trébol? ¿Las tienes tan negras
porque acaso en ellas exprimiste un zumo
retinto y espeso de moras silvestres?
¡Qué fresca y extraña fragancia te envuelve!
Hueles a arroyuelos, a tierra y a selvas.
¿Qué perfume usas? Y riendo le dije:
            -¡Ninguno, ninguno!
Te amo y soy joven, huelo a primavera.
Este olor que sientes es de carne firme,
de mejillas claras y de sangre nueva.
¡Te quiero y soy joven, por eso es que tengo
las mismas fragancias de la primavera!
De la brasa de amor que me consume
se alza la rosa de tu epifanía.
Canto de gozo en la mitad del día.
Sagarda columnita del perfume.

Fuego azul y elevado que me insume
tiempo de llanto y hora de alegría.
Cantares en sazón de letanía.
Tórtola fiel y ruiseñor implume.

La espesa sombra derrotada ha sido
por la llama feliz, clara memoria
de tu beso, en mi pecho estremecido.

Sólo leal a la tenaz historia
de tu amor y mi amor, lirio encendido
como un ascua de miel sobre la escoria.
Lo quiero con la sangre, con el hueso,
con el ojo que mira y el aliento,
con la frente que inclina el pensamiento,
con este corazón caliente y preso,
y con el sueño fatalmente obseso
de este amor que me copa el sentimiento,
desde la breve risa hasta el lamento,
desde la herida bruja hasta su beso.
Mi vida es de tu vida tributaria,
ya te parezca tumulto, o solitaria,
como una sola flor desesperada.
Depende de él como del leño duro
la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro,
que solo en él respira levantada.
Quererte con el iris, con el trueno,
en la pomposa barca de la espuma,
a flavo sol, a bien bruñida luna
y espigada madeja de centeno.

Con envidia de nube transitoria
y paciencia de piedra en el camino,
a ocre martillo y a curioso pino.
A olvido, a permanencia y a memoria.

Con la cambiante ágata del sino
y la obsidiana en blanco de la suerte,
en el mármol sin voces de la muerte

y por el canto unido a mi destino.
Quererte con escándalo o licencia,
mas siempre con altiva transparencia.
Azucenas lunares y luciérnagas
en una sola isla. Derramada,
noche de miel sobre jardín y ciénagas,
en mi sien a dosel, y en su alaborada.

Incandescente noche de suspiros
y ciegas pomas y plurales manos.
Hierve el amor en nidos y manzanos,
en granito sin nervios, y zafiros.

Alta Selene, en Salambó madrina
por milenios. Amante transparente,
a pulsera y sortija diamantina.

Oh noche, noche, noche intrascendente
desde hace tantos años. Ahora fina
corona de coral sobre mi frente.
Flota un áspero olor de hinojos y de espinos.
Enfrente, la montaña se alza riscosa, agreste,
Con la cresta empolvada de neblina celeste
Y la planta en el borde de andariegos caminos.

Frescura de agua viva, pastos altos y finos,
Praderas patriarcales de esmeraldina verte,
Cual serpiente negra dormida en el oeste,
Un bosque susurrante de cedros y de pinos.

Se ensanchan los pulmones con el vaho bravío
De los cardos ceñidos de cuentas de rocío.
Pasa un pastor cetrino con un blanco rebaño.

Después una zagala rubia como una espiga.
Y ríe la mañana placentera y amiga,
Bajo el sol que madura las cosechas del año.
Un perfume de amor me acompañaba.
Volvía hacia la aldea de la cita,
Bajo la paz suprema e infinita
Que el ocaso en el campo destilaba.

En mis labios ardientes aleteaba
La caricia final, pura y bendita,
Y era como una alegre Sulamita
Que a su lar, entre trigos, regresaba.

Y al llegar a un recodo del camino
Tras el cual queda oculto ya el molino,
El puente y la represa bullidora,

Volví atrás la cabeza un breve instante
Y bajo el tilo en flor, ¡vi a mi amante
Que besaba en la sien a una pastora!
Delicia, delicia de la casa en sombra,
de la casa fresca bajo la canícula,
de la mecedora y el libro en la verde
penumbra del patio techado de parras
donde runrunean avispas glotonas
y toda la siesta canta una chicharra.

Y luego, ¡delicia del sueño que afloja
la loca y eterna tensión de mis nervios!
¡Ah, qué estoy cansada! Me he reído tanto,
Tanto, que a mis ojos ha asomado el llanto;
Tanto, que este rictus que contrae mi boca
Es un rastro extraño de mi risa loca.

Tanto, que esta intensa palidez que tengo
(Como en los retratos de viejo abolengo),
Es por la fatiga de la loca risa
Que en todo mis nervios su sopor desliza.

¡Ah, qué estoy cansada! Déjame que duerma;
Pues, como la angustia, la alegría enferma.
¡Qué rara ocurrencia decir que estoy triste!
¿Cuándo más alegre que ahora me viste?

¡Mentira! No tengo ni dudas, ni celos,
Ni inquietud, ni angustias, ni penas, ni anhelos,
Si brilla en mis ojos la humedad del llanto,
Es por el esfuerzo de reírme tanto...
Absorto pez, dormida golondrina,
mariposa en el aire de la muerte,
rosa fallida en la impasible umbría,
esmeralda evadiéndose del verde
color de su destino. En las heridas
la sangre blanca y el dolor ausente,
el mundo trastrocado en una orilla
en que la luz y el ámbito se pierden.

Dentro de la avellana de mi sueño
esa hilera de imágenes sin filo,
ese jardín de helados asfodelos,
esa playa de lápices y vidrios,
esa manada afónica de renos,
esa luna guiñando sobre el cirio.

¡Gozo de despertar equilibrada,
como cualquier mañana de los días!
¡Gozo de sol y éxtasis del agua,
exacta magnitud de la alegría,
regreso de la imagen dislocada
en los espejos de la pesadilla
y la casa, mis perros, la mañana,
en la gracia y el orden de la vida!
Te voy dando el aliento de mi vida
con huracán o silfos de la brisa,
con duro llanto o elevada risa,
con ademán abierto o mano asida.

Del caballo en que voy tienes la brida,
lo puedes detener o darle prisa,
enjaezarlo de oro o de ceniza,
dármele brasa o llama contenida.

Así será ya siempre en el marcado
libro del sino, hoy por ti dorado
a fuego, como lámina preciosa.

Escribe lentamente lo que quieras.
Será mi ley, será en mis nuevas eras
sagrado trigo y elegida rosa.
¡Qué pequeño es mi sueño, qué delgado,
y qué pobre, mi sueño que no tiene
ni rosas, ni alcanfores, ni venado,
y a pie descalzo por el fango viene!

Mi sueño, tan hambriento y flagelado
que noche a noche a mi costado adviene
tiritando de frío, y se sostiene
con un hilo de aliento congelado.

En el pasado fue tan poderoso
que frente a él eran la loba, el oso,
juguetes sin valor, pálida arcilla.

Dueño de mundo y señor de un cielo,
lo venció mi demonio del desvelo,
que lo ha vuelto una máscara amarilla.
Tu rostro siempre en mi sangre,
tu aliento sobre mi ensueño.
No hay torrentes ni murallas,
descansas sobre mi pecho.

Van y vienen aves lentas,
van y vienen golondrinas.
¡Ah, qué dulzura saberte
incorporado a mi vida!

Tan lejos y tan cercano.
Tan real y tan de mi niebla.
Vuelve la cara. Yo sé
que estás sintiendo mis venas.

Mi gozo es de luz y sombra
si te vas o te aproximas,
brilla o duerme la lucerna
que me alumbra la sonrisa.

¡Qué blando es el terciopelo
de tu ternura increíble!
Musgo que alivia mi sueño
cuando a la piedra se ciñe.

Anda y vuelve. Voy contigo
y quedas en mi desvelo.
Para mi sombra en tu sombra,
el cielo.
Un Padre Porto que ora y hace verso
dióme tu estampa desasida en santo.
Ya te tengo en mi fe y entre mi canto,
en alba de oro y en tramonto adverso.

Bordo de perlas tu sotana pobre,
porque te amo y en tu lujo gozo.
Si hacer tal cosa tan pagana, oso,
perdone Dios mi mujeril trasobre.

Juan Bosco el padre cobijó tu ala
y bien saliste de su invicto tino.
¡Tan alto vas en la divina escala!

Domingo Dominguito a quien destino
le dio rosario y no formón o pala:
Yo estoy aquí para alabar tu sino.
El día de duraznos, la noche de centauras,
todo el día y la noche fragancia, almendra y miel.
Decíamos: ¿Preguntan las sigilosas auras
si sobre el mundo hay sombras y en nuestro pan hay hiel?

¡Qué risa al contestarles que el mundo era una gloria,
que el pan que te servía era de un trigo igual
al que comen las reinas! Me duele la memoria
recordando esa risa. Y en este cabezal

En que me aduermo ahora tan sola y tan cansada,
que siento cual si fuera de arenisca la almohada
y de uñas la manta que nunca da calor,

triste como la muerte te grito sin un eco:
¿Qué haces? ¿Dónde vives? ¿En
qué país reseco
te hundes, olvidado del mundo del amor?
Vas por mis llanos sin los girasoles
de las cegadas albas del otoño;
vas por mis noches sin las bordaduras
de las constelaciones fuego y oro;

vas por mis ríos vueltos al silencio,
por mis caminos de saladas piedras;
vas donde voy, mi fiebre, tú, mi fiebre,
entre la red oscura de las venas.

Me alejo de los cielos y a mi lado
sigues conmigo esclavo,
por las rutas que temes o abominas,
por los turbados y secretos páramos.

Conmigo vas sin rostro y sin aliento,
eres mío sin yodos y sin cales;
conmigo vas, mi siervo, en las arterias
que sostienen los mares de la sangre.
Este dolor heroico de hacerse para cada noche
Un nuevo par de alas...
Dónde estarán las que ayer puso sobre mis hombros
El insomnio de la primera hora del alba!

Día, afilador de tijeras de oro,
Y puñales de acero, y espaldas de hierro;
Anoche yo tenía alas
Y estuve cerca del cielo.
Pero esta mañana
Llegaste tú con tu flauta, tu piedra.
Tus doce cuchillos de plata.

Y lentamente me fuiste cortando las alas.
¡Agua viva del mar!
¡Agua inquieta del mar!
¡Las poesías que inspiras
en tu eterno rodar!
Los mil ojos del agua.
¡Cuántas cosas verán!
Las mil bocas del agua.
¡Cuántas cosas dirán!
Viejo espejo de estrellas,
gruñidor, fiero mar
que por siempre a la tierra
como un can lamerás:
al rozarme los brazos,
al saltarme a la boca,
tu agua siéntese dueña
de la carne que toca.
¿De qué barco andariego
bajaré para ti?

En la noche de bodas,
¿qué tendrás para mí?
¡Oh novia a la que el novio
mecerá como un aya
para luego acostarla
ya dormida en la playa!
¡Novia predestinada
que ha de hacerse un collar
con los hilos de luna
que ondulan sobre el mnar!
¡Novia a la que el amante
carnal no tendrá más
que un momento impreciso,
que un instante fugaz!
Cuando envuelves los cuerpos,
cuando rozas las bocas,
mar: ¿te sientes ya el dueño
de la carne que tocas?
Me vestiré de blanco, me aromaré de rosas,
E iremos por las rutas que huelen a tomillo,
Igual que una zagala va con su pastorcillo
En busca de lejanas capillas milagrosas.

  He de tener las manos frescas como de agua.
Has de tener los labios dulces como de fresa.
Y en el ruedo crujiente de mi cándida enagua
Cien espinas fragantes prenderán la maleza.

  Y dirán los labriegos que se paren a vernos:
La morena zagala de sonrisa encantada,
Con el pastor de ojos encantados y tiernos
Se vá, ruta adelante y olvida la majada.

  Y reiremos, reiremos llenos de maravilla
Por ser libres y alegres, por ser locos y castos,
Dueños indiscutibles de toda la gramilla,
De las moras maduras y los ásperos pastos.

  Y después, al retorno, cual de nuevo moldeados,
Tez caldeada, alma clara, frente limpia y serena.
Y en los ojos en alto, todavía extasiados,
Una imprevista llama de bondad nazarena.
Hoy he pasado por un camino triste
Donde sólo cantan los sapos y los grillos.
Es un camino estéril, reseco, sin orillos
De lodo, y que no viste

Reborde de cicutas ni de cardos.
Me asaltó la garganta un sabor de ceniza.
Medrosa, entre mis labios se agazapó la risa.
Vi mis dedos rosados como diez huesos pardos,

Untados de penumbra, de humedad y de tierra.
Y cual si me golpearan las manos del espanto,
Huí de aquel camino largo del camposanto
Mientras el sol de azufre se acostaba en la sierra.
¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen.
Mi amante besóme las manos, y en ellas,
¡Oh gracia! brotaron rosas como estrellas.

Y voy por la senda voceando el encanto
Y de dicha alterno sonrisa con llanto
Y bajo el milagro de mi encantamiento
Se aroman de rosas las alas del viento.

Y murmura al verme la gente que pasa:
-«¿No veis que está loca? Tornadla a su casa.
¡Dice que en las manos le han nacido rosas
Y las va agitando como mariposas!»

¡Ah, pobre la gente que nunca comprende
Un milagro de éstos y que sólo entiende,
Que no nacen rosas más que en los rosales
Y que no hay más trigo que el de los trigales!

Que requiere líneas y color y forma,
Y que sólo admite realidad por norma.
Que cuando uno dice: -«Voy con la dulzura»,
De inmediato buscan a la criatura.

Que me digan loca, que en celda me encierren,
Que con siete llaves la puerta me cierren,
Que junto a la puerta pongan un lebrel,
Carcelero rudo, carcelero fiel.

Cantaré lo mismo: -«Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen».
¡Y toda mi celda tendrá la fragancia
De un inmenso ramo de rosas de Francia!
¡Ay espada del agua ya perdida!
¡Ay rama de la mar que no contemplo!
¡Ay viento, todo el día canturreando
sin la salobre fuerza en el aliento!
¡Ay viento de entre árboles, cortado
bajo retazos de menudos cielos!

Digo mil veces que me estoy ahogando
y sólo veo alrededor sonrisas.
Me estoy ahogando, vertical y en medio
de una avenida gris, ruidosa y lisa.

Ni una huella de pez hiende los aires.
Y yo me muero de ansias marineras.
Tenía mi casa tres ventanas puras,
y en torno, piedras, y hasta el mar, arena.

Aquí la tierra, ni siquiera es tierra;
no tiene azul, ni libertad, ni aurora.
Se han vuelto acero hasta las golondrinas,
y de hierro y estaño son las hojas.

No veo ya la barba del verano,
ni el caballo de vidrio del invierno.
¡Un balcón a una calle toda tráfico,
Y un sol lejano, sin pasión, ascético…
Crecí
              Para ti.
        Tálame. Mi acacia
Implora a tus manos su golpe de gracia.

              Florí
              Para ti.
        Córtame. Mi lirio
Al nacer dudaba ser flor o ser cirio.

              Fluí
              Para ti.
        Bébeme. El cristal
Envidia lo claro de mi manantial.

              Alas di
              Por ti.
        Cázame. Falena,
Rodeo tu llama de impaciencia llena.

              Por ti sufriré.
¡Bendito sea el daño que tu amor me dé!
¡Bendita sea el hacha, bendita la red,
Y loadas sean tijeras y sed!

              Sangre del costado
              Manaré, mi amado.
¿Qué broche más bello, qué joya más grata,
Que por ti una llaga color escarlata?

En vez de abalorios para mis cabellos
Siete espinas largas hundiré entre ellos.
Y en vez de zarcillos pondré en mis orejas,
Como dos rubíes dos ascuas bermejas.

              Me verás reír
              Viéndome sufrir.

        Y tú llorarás.
Y entonces... ¡más mío que nunca serás!
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