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¡Si vieras qué cama tan suave es el pasto
cuando recién nace, verde claro y húmedo!...
Parece que uno durmiera entre panas.
El plumón del bosque se me antoja el musgo.

¡Y tanto como hace que en él no me acuesto!
¿Vamos este año, por enero, al campo?
Se vuelve uno triste siempre en las ciudades,
donde hasta más serios parecen los pájaros.

Y yo que estoy siempre pálida y callada
¡ya verás entonces si me pongo loca!
Tú no me conoces cómo soy de alegre,
de rosada y ágil en las selvas solas.

Quererse en el campo de cara a los cielos...
¡Ah tampoco sabes lo bueno que es eso!
Es como beberse la vida en un sorbo
tan fuerte y tan hondo, que a veces de miedo.

Decídete. Vamos. Al tornar, la casa
ha de parecernos más clara y más nueva,
porque volveremos sanos y optimistas
como una pareja de amantes de aldea.
La noche es suave y muelle
tal cual si fuera hecha
con los vellones blandos
de alguna oveja negra.

No hay luna. Vago a oscuras
por el campo hechizado.
Huelo frescor de juncos,
de sauces y de álamos.

Voy junto a la laguna,
¡oh misterio del agua!
El agua es un ser vivo
que me contempla y calla.

La laguna, esta noche,
parece pensativa.
Mi alma se alarga a ella
como una serpentina.

¡Cuánto me gusta el agua!
¡Cuánto me gusta el agua!
Hacia ella se inclina
cual un junco mi alma.

Acaso, en otra vida
ancestral, yo habré sido
antes de ser de carne,
cisterna, fuente o río...
Relámpago vital, liebre cenceña
entre el llantén y el tallo de la menta.
Hoy era tanto siendo tan pequeña.
Ahora es sólo una piedra de tormenta.

Torpe y mediano el cazador detuvo
su sigiloso ovillo de camino.
Centella como era, nunca hubo.
Sellado en cuatro huellas, su destino.

Inmóvil, fría, ojuelos sin oriente,
lloro la muerte de su entraña viva,
sobre el camino de balasto, ausente,

sin la eléctrica gracia sensitiva,
tan sólo porque un hombre indiferente,
casi sin verla, le tronchó la vida.
¡Oh la luna, la luna que cantan los poetas!
¡Oh la luna brillante de tristeza tremenda!
¡La luna que no sabe ni del frescor del agua
ni del viento que tacta, como un fauno, las selvas!

¡La luna que no tiene ni un árbol, ni una brizna,
ni una mujer y un hombre que se quieran en ella,
ni un puñado de polvo que dance en remolinos,
ni un río que haga ruido saltando entre sus piedras!

Parece tan hermosa, tan nueva, tan luciente,
y no es más que una pobre vieja desposeída,
frente a frente a la tierra millonaria de dones
una muerta consciente frente a frente a una viva.

¡Piedad para la luna! ¡Piedad para la luna!
No beséis vuestras novias, ¡oh novios!, ante ella.
¡Dios sabe de qué envidias y angustias está llena
la luz que nos envían la luna y las estrellas.
Soy enredadera:
¡Bendecida el hacha que mi tronco hiera!

              Soy una amatista:
¡Alabado el lodo que mi lumbre vista!

              Lámpara votiva,
Maldigo al aceite que me tiene viva.

              Falena rosada,
Sueño en una espina, para ser clavada.

Roca que desdeña la miel de la fruta,
Pido, en cambio, el vaso lleno de cicuta.

Puesto que he perdido la luz de su amor,
El ser que me diste, ¡tómalo, Señor!

Mutila mi lengua que aún por él dama.
Ciégame estos ojos que aún buscan su llama.

Córtame estas manos cobardes que imploran
Y cierra estos labios que por él te oran!

              Convierte en ceniza,
Estos pies que aún buscan la ruta que él pisa.

              Tapia los oídos,
Que aún su acento atisban en todos los ruidos.

              ¡Ay, triste de mí,
Que luz y alegría con su amor perdí!

              ¡Ay, triste de mí,
Que ya nunca, nunca seré lo que fui!
¡Canastito repleto de fresas!
¡Ay, si él estuviese
esta tarde conmigo en la mesa!

¡Tanto como gusta
de las últimas fresas redondas
que las lluvias de Marzo maduran!

Y después que las hemos comido,
lentamente besarme en los labios
que ellas ponen fragantes y vivos.

¡Oh cestito cestito de fresas
que forrado de pámpanos verdes
has traído la pena a mi mesa!

¿Dónde se halla a esta hora el ausente?
¿Con quién come? ¿Qué piensa?
¿Qué hace
que sabiéndome triste no vuelve?

¡Para qué habrán traído estas fresas!
¡Para qué quiero aroma en los labios
si él no está hoy a mi lado en la mesa!
Ahora soy zagala que apacenta un rebaño
De estrellas. ¡Dios lo libre de todo mal y daño!
Y si rondan los lobos, y si amaga la peste,
¡Dios haga invulnerable mi rebaño celeste!

Amor que de los cielos dio fuga a las centellas
Para que yo formara mi rebaño de estrellas,
Las piedras de la senda con sus manos alisa
Y pone entre mis labios la flauta de la risa.

-¿.Adónde vas, pastora de mirada encantada?
-Voy a prados de rosas a pacer ni¡ majada.
Y trina, trina, trina la flauta de cristal
Y se apiada la gula del lobo y el chacal.

-Mañana... -Mas, ¿quién piensa de veras en
mañana?
-Tu rebaño de estrellas pastora sobrehumana...
-¡Oh. cállate, profeta! No adelantes el mal.
(Y da una nota falsa la flauta de cristal).
Yo siento por la luz un amor de salvaje.
Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge;
¿No será, cada lumbre, un cáliz que recoge
El calor de las almas que pasan en su viaje?

Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas,
Lo mismo que las almas taciturnas y buenas.
Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas.
Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.

Yo respeto y adoro la luz como si fuera
Una cosa que vive, que siente, que medita,
Un ser que nos contempla transformado en hoguera.

Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado
Una pequeña llama de dulzura infinita
Para tus largas noches de amante desolado.
La espuma me salpica como un rocío blanco
y el viento me enmaraña el cabello en la frente.
A mi espalda está el verde respaldo del barranco
y a mis pies el gran río de elástica corriente.

Rumores de la selva y rezongos del agua
y tal como una lepra sobre el dorso del río,
la mancha oblonga y negra que pinta la piragua,
en la fresca penumbra del recodo sombrío.

No medito, no sueño, no anhelo, estoy ligera
de todo pensamiento y de toda quimera.
Soy en este momento la hembra primitiva,

atenta sólo al grave problema de su cena,
y vigilo glotona, con un ansia instintiva,
el corcho que se mece sobre el agua serena.
¡Todo el oro del mundo parecía
Diluido en la tarde luminosa!
Apenas un crepúsculo de rosa
La copa de los árboles teñía.

Un imprevisto amor, mi mano unía
A tu mano, morena y temblorosa.
Eramos Booz y Ruth ante la hermosa
Era que circundaba la alquería!

-¿Me amarás? -murmuraste. Lenta y grave
Vibró en mis labios la promesa suave
De la dulce, la amante moabita.

Y fue como un ¡amén! en ese instante,
El toque de oración que alzó vibrante
La rítmica campana de la ermita.
Reclinada en el aire mañanero,
azúcares y sal, polen y aroma,
en el mundo floral eres la poma
que bruñeron artífices de Enero.

De ti se vierte el frágil aguacero,
de ti sale hecho vuelo la paloma,
de ti, la estrella que primero asoma
y la plata verdosa del lucero.

Tu ausencia ha de llorar el leve tallo
que es ahora tu escala y tu caballo,
tu mástil y tu brazo erguido y fuerte.

Mañana ya tan sólo el viento aleve
jugará con tus pétalos de nieve,
hecho collar de perlas de la muerte.
Tenía las pupilas tristes y tenebrosas
Como dos pozos secos. Y en la boca dos rosas
        De fiebre v avidez.
Y dos rosas de sangre purpuraban sus pies.

Limpias muchachas rubias volvían de la fuente
Con las cánr tras llenas (le agua clara y bullente.
        Y clamó él: -¡Piedad!
Pero ellas pasaron sordas a su ansiedad.

Las muchachas de piedra cantando se alejaron
Y en el aire una estela de frescura dejaron.
El gemía. Mi alma gritó entonces: -¡Piedad!
Y el grito entre mis labios se hizo clamor: -¡Piedad!

La sed era en su boca como un largo rubí.
Y yo el cántaro vivo de ni¡ cuerpo le di.
Se enojó la luna,
se enojó el lucero,
porque esta niñita
riñó con el sueño.

Duérmete, Natacha,
para que la luna
se ponga contenta
y te dé aceitunas.

Duérmete, Natacha,
para que el lucero
te haga una almohadita
de albahaca y romero.
He vuelto de la cita con cuatro alas de abejas
Prendidas en los labios. Cuatro alas de abejas
              Doradas y bermejas.

    ¡Milagro como el de la barba de Dionisos,
El dios de acento dulce! La barba de Dionisos
Que tenía cuatro alas de abeja en vez de rizos.

    Tus labios en mis labios derramaron su miel
Y brotaron las alas. Derramaron su miel
Y tuve las dulzuras de un panal en la piel.

    No riáis. Las cuatro alas de abeja no se ven,
Mas las siento en la boca. Las alas no se ven,
Mas a veces, ¡prodigio!, vibran hasta en mi sien.

    Y más adentro aún. Las dulces alas vibran
Hasta en mi corazón. Las dulces alas vibran
Y a mi alma de toda angustia y pena libran.

    Mas si un día dejaran de aletear y zumbar...
Si se hicieran ceniza... Si cesara el zumbar
De las alas que hiciste en mis labios brotar...

    ¡Qué tristeza de muerte!
¡Qué alas negras de queja
Brotarían entonces! ¡Qué alas negras de queja
En lugar de las alas transparentes de abeja!
Tu beso fue en mis labios
            de un dulzor refrescante.
Sensación de agua viva y moras negras
            me dio tu boca amante.

  Cansada me acosté sobre los pastos
con tu brazo tendido, por apoyo.
Y me cayó tu beso entre los labios,
como un fruto maduro de la selva
o un lavado guijarro del arroyo.

  Tengo sed otra vez, amado mío.
¡Dame tu beso fresco tal como una
            piedrezuela del río!
Prado
De una esmeralda rutilante y ácida.
Sol de cobre cegante en el sembrado,
Y de tul luminoso entre la plácida
Fugitiva glorieta de glicinas.
Sopor, calor, fragancias bochornosas
De estrujadas corolas campesinas
              Y maceradas rosas.

      Sopor, calor y pesadéz, fatiga
Que se acrecienta al recordar la fuente,
La casa blanca con la alcoba amiga,
La almohada limpia bajo nuestra frente.

      La planta en el camino polvoroso,
La idea fija en el hogar lejano,
Y un deseo creciente e imperioso
De la caricia fresca de tu mano.
No termines, ¡oh día!, sin dejarme en la mano,

No termines, ¡oh día!, sin dejarme en la mano
Como una rosa abierta bajo el sol de la tarde
Este estío tardío que entre mis labios arde
Y que hoy, desde el alba, yo te he pedido en vano.

Déjalo que madure como un fruto en verano
Y aunque amargue su entraña mi lasura cobarde
Dámelo terso y puro para que en él se guarde
Un poco de este diario y salobre desgano.

Dámelo, día de enero, para que él me averguence
Mañana de esta misma blandura que me vence
Y que ciega mis ojos para tu claridad.

No sé cómo se puede estar grave este día;
Presiento que he pecado con mi melancolía
Y que es todo un delito mi taciturnidad.
Bajo la luna llena, que es una oblea de cobre,
Vagamos taciturnos en un éxtasis vago,
Como sombras delgadas que se deslizan sobre
Las arenas de bronce de la orilla del lago.

Silencio en nuestros labios una rosa ha florido
¡Oh, si a mi amante vencen tentaciones de hablar!,
La corola, deshecha, como un pájaro herido,
Caerá, rompiendo el suave misterio sublunar.

¡Oh dioses, que no hable! ¡Con la venda más fuerte
que tengáis en las manos, su acento sofocad!
¡Y si es preciso, el manto de piedra de la muerte
para formar la venda de su boca, rasgad!

Yo no quiero que hable. Yo no quiero que hable.
Sobre el silencio éste, ¡qué ofensa la palabra!
¡Oh lengua de ceniza! ¡Oh lengua miserable,
No intentes que ahora el sello de mis labios te abra!

Baja la luna-cobre, taciturnos amantes,
Con los ojos gimamos, con los ojos hablemos.
Serán nuestras pupilas dos lenguas de diamantes
Movidas por la magia de diálogos supremos.
Una parva es un lecho que Amor aroma y mulle,
Y el sol, como un amigo cómplice, entibia y dora.
Tan pronto hace de nido donde un jilguero bulle,
Como es cama mullida de cansada pastora.

La adoran los zagales. Las parvas campesinas
Se prestan a inocentes placeres rustícanos,
O son como opulentas y agrestes celestinas
Erguidas en la alfombra musgosa de los llanos.

Dafnis y Cloe buscan su sombra protectora.
Juega como un cordero la pequeña pastora
Rodando entre la paja que le dora las greñas.

Y, cómplices de amantes en las nocturnas citas,
Se aroman de ese vago perfume a margaritas
Que llevan en las alas las auras abrileñas.
Esmaltan el contorno entero de la fuente,
Y son cual pebeteros que aroman la corriente.
Recogiéndolas sufro por la glotona pena
De que no quepan todas en mi canasta llena.

Allí las plantó un mago para que cada moza
Que llene en esa fuente sus ánforas de loza,
Sienta la tentación de prenderlas al seno
Como en un raro búcaro opulento y moreno.

¿Quieres tú una? Aspírala. ¡Si parecen de miel
Y dejan largo rato su perfume en la piel!
Exprímela en los labios. ¡Qué picante sabor!

Juraría que guarda cada cáliz, amor.
Tal vez por eso un mago las plantó allí en la fuente
Para hacer algún filtro con la clara corriente.
He bebido del chorro cándido de la fuente.
Traigo los labios frescos y la cara mojada.
Mi boca hoy tiene toda la estupenda dulzura
de una rosa jugosa, nueva y recién cortada.

El cielo ostenta una limpidez de diamante.
Estoy ebria de tarde, de viento y primavera.
¿No sientes en mis trenzas olor a trigo ondeante?
¿No me hallas hoy flexible como una enredadera?

Elástica de gozo como un gamo he corrido
por todos los ceñudos senderos de la sierra.
Y el galgo cazador que es mi guía, rendido,
se ha acostado a mis pies, largo a largo, en la tierra.

¡Ah, qué inmensa fatiga me derriba en la grama
y abate en tus rodillas mi cabeza morena,
mientras que de una iglesia campesina y lejana
nos llega un lento y grave llamado de novena!
Yo odio a la luna. La luna me embruja
Y me pone triste con su faz de bruja.
Tan triste me pone que a veces parece
Que en mi alma un ***** ciprés se estremece.

Bajo su luz clara mi alma queda inerte
Y es como un guiñapo con olor a muerte.
Bajo su luz clara , tan estéril es
Como un prado ***** cubierto de pez.

Cavadora blanca, con su azada ahonda
El pozo sombrío de mi pena honda,
Y con sus dos largas manos de cristal,
Derrama en ni¡ senda puñados de sal.

Aunque cubra el ascua de mi angustia viva
Con grises cenizas, la bruja, de arriba
Me arroja su soplo y reanima el fuego,
Ciega a todo llanto, sorda a todo ruego.

            ¡No podré olvidar
Mientras a la luna tenga que mirar!
            ¡Clamo la ceguera!
¡Quién no ver su lumbre nunca nmás, me diera!
En el hato de vacas cariblancas
y mamones terneros bien nutridos,
el viento aprovisiona sus mugidos,
restañando su látigo en las ancas.

Junto a la llama leo libro amado.
Duerme mi azor al son de la ventisca,
mientras el sueño ya mi ojo pellizca
y me guiñan mis perros al costado.

Paz. La casa es pequeña y melodiosa.
En la música blanca de la rosa,
alrededor del vaso de la miel.

El toro-viento muge, mas no hiere
y de espaldas a mí la senda inquiere,
el rizo de las hadas de la miel.
¡Ah si pudiera ser de piedra o cobre
        Para no sufrir!
Para que así dejara de fluir
        La cisterna salobre
        De mi corazón.
Para que así mis ojos se apagaran
Cual dos trozos mojados de carbón.

¡Convertir en metal la greda viva,
La greda miserable y sensitiva
Donde ha hecho nido la culebra negra
        Y eterna del dolor!
¡Ah! ¡Qué mordiera entonces la serpiente!
Riendo le diera como en desafío,
Mi corazón helado como mármol de fuente,
¡Mi corazón de cobre,
Donde hubiera cesado de fluir
        La cisterna salobre!

¡Y en él mi amor a ti ya no sería
Más que una extraña estalactita fría!
Cierva,
Que come en tus manos la olorosa hierba.

                  Can
Que sigue tus pasos doquiera que van.

                Estrella
Para ti doblada de sol y centella.
                  Fuente
Que a tus pies ondula como una serpiente.

                  Flor
Que para ti solo da mieles y olor.

Todo eso yo soy para ti.
Mi alma en todas sus formas te di.
Cierva y can, astro y flor,
Agua viva que glisa a tus pies,
                Mi alma es
                Para ti,
                  Amor.
Rueda-rueda de árboles, como antes.
Los pinos otra vez, los pinos puros,
mis eucaliptos cálidos y oscuros,
las sauces festoneando de diamantes,

y el agua mía, Sor María Agua,
el agua simple y misteriosa, mía,
que se mojara el ruedo de la enagua
juvenil ¡Sor María Lejanía!

Mis bosques del ensueño adolescente,
la intacta, lisa, modelada frente
y aquellos quince años de ventura

con el cielo, la vida y la esperanza.
¡El tiempo de la dicha sin balanza
y la credulidad en la ventura!
Yo digo ¡pinos! y siento
      que se me aclara el alma.
      Yo digo ¡pinos! yen mis oídos
      rumorea la selva.
Yo digo ¡pinos! y por mis labios pasa
la frescura de las fuentes salvajes.

¡Pino, pinos, pinos! Y con los ojos cerrados,
veo la hilacha verde de los ramajes profundos,
que recortan el sol en obleas desiguales
y lo arrojan, como puñados de lentejuelas,
      a los caminos que bordean.

Yo digo ¡pinos! y me veo morena,
      quinceabrileña,
bajo uno que era amplio como una casa,
donde una tarde alguien puso en mi boca,
      como un fruto extraordinario,
      el primer beso amoroso.

¡Y todo mi cuerpo anémico tiembla
recordando su antiguo perfume a yerbabuena!

Y me duermo con los ojos llenos de lágrimas,
así como los pinos se duermen con las ramas
      llenas de rocío.
¡Ay luna nueva, fresquita
como una hilacha del día,
que en el cielo azul y claro
la tarde dejó perdida!

¡Ay luna recién llegada,
que en el fondo del aljibe
pareces una pestaña
Caída en el agua triste!

Voy a pedirte una gracia...
(Dicen que es bueno pedirla
cuando la luna es así,
delgada y recién nacida).

Ampárame con tu embrujo
esta pálida sonrisa,
que después de tanto tiempo
vuelve a prestarme la dicha.

Haz que ella crezca contigo
y que me alumbre la cara,
como tú, cuando semejas
Una medalla dorada.

Luna fina de Setiembre,
sobre el mar y sobre el campo:
¡sé cordial a mi dulzura
como lo fuiste a mi llanto!
En tus ojos sombríos me he mirado
Como en ci agua de dos lagos negros
Y un vértigo de abismo tenebroso
Me ha hecho temblar de angustia.

  ¡Ah si caigo en el fondo de la sima!
¡Ah si en los lagos tenebrosos caigo!
Yo sé que entonces no ha de haber prodigio
          Capaz de levantarme.

  Yo sé que siempre el embrujado abismo
          De tus pupilas hondas
Me retendrá lo mismo que un guiñapo
Agarrado en las uñas de las zarzas.
¡Oh, no apartes de mi tus ojos largos
Porque tiemblo de frío y de tristeza!
¡Yo quiero el mal de tus pupilas! Dame
Ese mal que hace bien al alma mía.
Lago hechizado de sus ojos: ¡sórbeme!
Mar
Mar
Todo el mar es un mar hecho de peces,
pez de la espuma, pez de la marea
y alrededor del barco que golpea,
pez de la soledad deshecho en eses.

Aliento zigzagueante de corales,
salmodia de tritones y sirenas
que en el lecho nupcial de las arenas
consuman sus oscuros funerales.

Sol y sombra, mordisco y mecedura
que eternamente la salmuera apura
para los mudos muertos de su entraña.

Amo la perla de tu valva ciega
¡Oh pez, oh pez de la epopeya griega
y la aventura cenital de España!
¡Oh este rayo de sol que a mi alcoba se cuela
Como una viva y larga, mágica lentejuela!

Oh este rayo de sol que en mi boca se posa
Fingiendo que en mis labios ha florido una rosa!

¡Oh este rayo de sol que se acuesta en mi seno,
Como una daga fina sobre el cutis moreno!

¡ Oh este rayo de sol que acaso ha acariciado
La dulce y taciturna cabeza de mi amado,

Que taivez en los labios de mi amante dormido
La misma rosa de oro que en mi boca, ha florido!

Enredaste sus manos y entibiaste sus sienes
Y ahora, ¡todo hechizado por su contacto vienes!

Te colgaste a su cuello y llamaste a sus ojos
En los que anoche el sueño pusiera sus cerrojos.

              Ras o de sol fragante
              Que has besado a mi amante!

(Y el rayo es como una culebra de deseo
Que en mi cuerpo vibrante pone su centelleo).
No sé qué fragancia a azahares
hoy tiene el agua del mar.
¿Será este Mayo de oro,
esta cimera solar,
o este viento de palomas,
que anda sin sentirse andar?

Si él estuviera a mi lado,
oh Dios, ¡qué felicidad!
Amor que te has ido lejos,
amor que ya no me ves,
amor que me has elegido
entre cien;
¡amor que eres mi corona
y mi bien!

Di si tu mejilla guarda
de mi mejilla el calor;
di si por las noches sientes
en sueños mi corazón.
¡Di si me buscas en sueños,
oh, amor!

Acaso una vez me veas
en torno tuyo alentar.
Acaso, sombra pequeña,
pase a tu lado fugaz,
¡acaso ya no me tengas
nunca más!

Si lejos de ti me muero,
si ya no me has de besar,
si he de perderme en la selva
o he de extraviarme en el mar,
¡no mires ya nunca a otra
jamás!

¡Medianoche de la ausencia
herida de soledad!
¡Ay, tu voz y tu palabra!
¡Ay, mi ternura y mi afán!
¡Ay, halcones cazadores
cuando tan lejos te vas!

¡Dile al viento y a la luna,
dile a los hombres y al sol,
dile al polvo y a la lluvia
que soy tu amor!

¡Di a todos los que te escuchan
que tuya soy!
La sutil hilandera teje su encaje oscuro
Con ansiedad extraña, con paciencia amorosa.
¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro
Y fuera, en vez de negra la araña, color rosa!

En un rincón del huerto aromoso y sombrío
La velluda hilandera teje su tela leve.
En ella sus diamantes suspenderá el rocío
Y la amarán la luna, el alba, el sol, la nieve.

Amiga araña: hilo cual tú mi velo de oro
Y en medio del silencio mis joyas elaboro.
Nos une, pues, la angustia de un idéntico afán.

Mas pagan tu desvelo la luna y el rocío.
¡Dios sabe, amiga araña, qué hallaré por el
mío!
¡Dios sabe, amiga araña, qué premio me darán!
Me encontraste en la orilla de la vida,
menta oscura y balsámica,
sumisa, malherida golondrina.

Venías de la luz, broncíneo arcángel
que trae la miel, el óleo, el sueño puro,
el laúd ovidado por mi ángel.

No alcé mi grito ni el perfume triste
de las hojas, gavilla macerada,
pero, Destino, con la mirada del amor me viste.

Sabes la claridad que me ofrecías,
la llama que brotaba de tu mano,
el mensaje celeste que traías.

Luego, en punzante trenza de alaridos,
nos rodearon los vientos enconados
y el arcángel y yo fuimos heridos.

Como eres fuerte, ni el dolor te arredra,
soy amorosa y dócil. En ti sigo,
menta, desesperadamente hiedra.
Tómame de la mano. Vámonos a la lluvia
descalzos y ligeros de ropa, sin paraguas,
con el cabello al viento y el cuerpo a la caricia
oblicua, refrescante y menuda, del agua.

¡Que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes
y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia,
vamos a ser felices con el gozo sencillo
de un casal de gorriones que en la vía se arrulla.

Más allá están los campos y el camino de acacias
y la quinta suntuosa de aquel pobre señor
millonario y obeso, que con todos sus oros,

no podría comprarnos ni un gramo del tesoro
inefable y supremo que nos ha dado Dios:
ser flexibles, ser jóvenes, estar llenos de amor.
Allá, por Cerro Largo, es Primavera
con oro y rojo de los macachines.
S alvajes y tostados serafines
duermen siesta en el trigo de mi era.

Allá, por Cerro Largo, es Primavera,
pero yo he traspasado los confines
del Otoño, y conmigo, mis mastines
miden a pasos lentos la pradera.

Melancolía de ceniza pálida
en medio de la luz mielada y cálida
entre la azul riqueza de este día.

Venus y Diana me han abandonado
y tan sólo Minerva, a mi costado,
me habla, doctamente, de poesía.
Mi voz, mi voz, las voces de tu aliento,
de tu mano de raso y aceituna,
de mi párpado herido por la luna,
de tu risa perdida por el viento.

Tu voz, tu voz, mi voz en el acento
de la ráfaga, corza sin fortuna,
de la canción desmantelada en una
tormenta contenida en un lamento.

Tu voz, mi voz, tu voz, la voz unida
de mi pecho y tu labio, repartida
ya entre mi isla y tu jardín del día.

Vete, por Dios. La vida se me puebla
de amarga flor, de nieve sumergida
y apretada ceniza de tiniebla.
Monja Noche es augusta, misteriosa, callada,
Y viste hábito ***** con fulgente rosario.
Monja Noche padece (le la pena ignorada
De quien sabe qué extraño y estupendo calvario.

Posee el don milagroso de adormir los dolores
Bajo el gesto supremo de sus manos en cruz.
Monja Noche comprende los dolientes amores,
Las humanas miserias y el dolor de Jesús.

Yo la espero con ansia, pues acalla la pena
De mi amor imposible. Su faz triste, serena
Mi alma miserable, mi alma doliente y gris.

Monja Noche da tregua al dolor del calvario:
Con su hábito *****, su fulgente rosario,
Monja Noche es hermana de Francisco de Asís.
Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna,
De sombra y silencio me había de dar!
¡Cómo, noche a noche, solo ambularía
Por los campos quietos y por frente al mar!

Si yo fuera hombre, ¡qué extraño, qué loco,
Tenaz vagabundo que había de ser!
¡Amigo de todos los largos caminos
Que invitan a ir lejos para no volver!

Cuando así me acosan, ansias andariegas,
¡Qué pena tan honda me da ser mujer!
Llueve... Espera, no duermas,
estáte atento a lo que dice el viento
y a lo que dice el agua que golpea
con sus dedos menudos en los vidrios.

Todo mi corazón se vuelve oídos
para escuchar a la hechizada hermana,
que ha dormido en el cielo,
que ha visto el sol de cerca,
y baja ahora elástica y alegre
de la mano del viento,
igual que una viajera
que torna a un país de maravilla.

¡Cómo estará de alegre el trigo ondeante!
¡Con qué avidez se esponjará la hierba!
¡Cuántos diamantes colgarán ahora
del ramaje profundo de los pinos!

Espera, no te duermas. Escuchemos
            el ritmo de la lluvia.
            Apoya entre mis senos
            tu frente taciturna.
Yo sentiré el latir de tus dos sienes
            palpitantes y tibias,
como si fueran dos martillos vivos
            que golpearan mi carne.

Espera, no te duermas. Esta noche
somos los dos un mundo,
aislado por el viento y por la lluvia
entre la cuenca tibia de una alcoba.

Espera, no te duermas. Esta noche
somos acaso la raíz suprema
de donde debe germinar mañana
el tronco bello de una raza nueva
La noche tiene una
Torva y caliginosa dulcedumbre.
Sobre el cielo de estaño dá la luna
La impresión de un lunar lleno de herrumbre.

La brisa, como un gato, entre el ramaje
De los árboles negros, juega y salta.
Sobre el lomo del campo es un tatuaje
La alberca que de líquenes se esmalta.

Y es cada cosa un avisor oído
Que se alarga atisbando la tormenta.
Flota un olor de surco removido
              Y de tierra sedienta.

¡Ah, qué larga pereza nos enerva
Y con sus grillos nuestros piés sujeta!
¡ Qué ganas de dormir sobre esta hierba
              Esponjada y discreta!

Y así hasta que la lluvia nos despierte
Con sus cien dedos de frescor salobre,
Y el viento a nuestro lado agite fuerte,
Sus campanillas de cristal y cobre.

¡Qué alocado retorno hacia la aldea,
Ceñidos por los hilos de la lluvia,
Mientras el vendaval peina y orea
Mi testa negra y tu cabeza rubia!
Para esta mañana submarina
misteriosa de bruma prematura,
tengo toda sapiente criatura
una nueva esperanza cristalina.

¿Qué sería, si no, del alma fina,
qué, de la vida y su frutal frescura
si el ser erguido se hunde en la negrura,
y no hay defensa contra la neblina?

Haz tu jardín, ¡oh ánima de ensueño!
para la casa pálida del sueño.
Bruñe tu sol de oro permanente.

Su luz ha de vencer la helada sombra.
¡Escucha el fiel arcángel que te nombra
desde el invicto cielo de tu frente!
En su alazán sin freno ni montura
Regresa Octubre, el de la rosa plena,
El de la vara fiel de la azucena
Y un topacio de sol en la cintura.

Regresa Octubre ardiente en la dulzura
De la asombrosa faz de la sirena
Y del tritón nupcial, sobre la arena
Donde quiebra la ola su aventura.

Aquí está Octubre y un ramal de llanto
Contra la boca me divide el canto
En sollozo y poema oscurecido.

En la frontera de mi aurora yerta
Abre este Octubre una dorada puerta
Y me lastima su fulgor erguido.
Cuido mi cuerpo moreno
como a un suntuoso marfil.
Cuido mi cuerpo moreno
para que de gracia lleno
sea del pie hasta el perfil.

Copa con vino de vida,
vaso con miel de pasión.
¡Copa con vino de vida,
y un ascua viva encendida
en lugar del corazón!

¡Oh, mi amante, te lo ofrendo
como un regalo de amor!
¡Oh, mi amante, te lo ofrendo
en el engarce estupendo
de mi chal multicolor!

Sangre-fuego, carne-cera,
olor a sol y a panal.
Sangre-fuego, carne-cera...
Te lo doy como si fuera
un raro bronce oriental!
Con membrillos maduros
              perfumo los armarios.
              Tiene toda mi ropa
Un aroma frutal que da a mi cuerpo
Un constante sabor a primavera.

              Cuando de los estantes
              pulidos y profundos
              saco un brazado blanco
              de ropa íntima,
              por el cuarto se esparce
              un ambiente de huerto.

¡Parece que tuviera en mis armarios
              preso el verano!

Ese perfume es mío. Besarás mil mujeres
jóvenes y amorosas, mas ninguna
te dará esa impresión de amor agreste
              que yo te doy.

              Por eso, en mis armarios
              guardo frutas maduras
y entre los pliegues de la ropa íntima
escondo, con manojos secos de vetiver.
Membrillos redondos y pintones.

              Mi piel está impregnada
              de esta fragancia viva.
Besarás mil mujeres, mas ninguna
te dará esta impresión de arroyo y selva
              que yo te doy.
Asida de una rama de neblina
dialogo con mi ayer, oro y tormenta.
La furia del clavel entre la menta
enciende todavía la colina.

Mientras la dulce tarde se asordina
otra música llega, grave y lenta,
a enclaustrarme en sus gritos de tormenta
y su olor de jazmines y resina.

El ayer... Ah que mundo tan lejano
de esta avidez de presa de mi mano,
halcón menudo que cazó centellas,

ave de paraíso ya perdida,
entre la selva muerta de una vida
que iluminaron todas las estrellas.
Con menta y con llantén llega el Otoño,
nuestro Otoño del Sur: verdes limones,
gravidez del naranjo, Abril bisoño,
últimas uvas dándose encontrones

con las primeras, agrias mandarinas.
La chaqueta de tweed cobra derecho
de maternal auxilio, en las esquinas
donde el picante viento está en acecho,

y retorna la cálida dulzura
de la casa abrigada, la ternura
del fuego, de la manta bien tejida,

el amor de los seres que guardamos,
y la vigencia de los duendes, amos
de las menudas gracias de la vida.
Siento un acre placer en tenderme en la tierra,
Con el sol matutino tibia como una cama.
Bajo mi cuerpo, ¡cuánta vida su vientre encierra!
¡Quién sabe qué diamante esconde aquí su llama!

¡Quién sabe qué tesoro, dentro de una miriada,
Surgirá de este mismo lugar donde reposo,
Si será el oro vivo de una era sembrada,
O la viva esmeralda de algún árbol frondoso!

¡Quién sabe qué estupenda y dorada simiente
Ha de brotar ahora bajo mi cuerpo ardiente!
Futuro pebetero que esparcirá a los vientos,

En las noches de estío, claras y rumorosas,
El calor de mi carne hecho aroma de rosas,
Fragancia de azucenas y olor de pensamientos.
¡Oh! No es, no, mi carne, la que sufre el martirio.
Es mi alma, mi alma tan blanca como un lirio
A veces, y otras veces, como una brasa, roja,
La que sufre la angustia y toda se deshoja.

En lágrimas salobres con un gusto de hiel.
En lágrimas amargas que dejan en la piel
De mi rostro moreno, cual maléfico riesgo,
Un rastro calcinante como un surco de fuego.

Es mi alma, ¡mi alma!, que sufre la tortura
Y se exalta en extraña ansiedad de ternura
Lo mismo que su hermana Teresa de Jesús.

Es mi alma, ¡mi alma!, que desea una cruz
De amor grande y doliente, de pasión y martirio.
¡Mi alma roja y blanca, de rosal y de lirio!
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