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¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen.
Mi amante besóme las manos, y en ellas,
¡Oh gracia! brotaron rosas como estrellas.

Y voy por la senda voceando el encanto
Y de dicha alterno sonrisa con llanto
Y bajo el milagro de mi encantamiento
Se aroman de rosas las alas del viento.

Y murmura al verme la gente que pasa:
-«¿No veis que está loca? Tornadla a su casa.
¡Dice que en las manos le han nacido rosas
Y las va agitando como mariposas!»

¡Ah, pobre la gente que nunca comprende
Un milagro de éstos y que sólo entiende,
Que no nacen rosas más que en los rosales
Y que no hay más trigo que el de los trigales!

Que requiere líneas y color y forma,
Y que sólo admite realidad por norma.
Que cuando uno dice: -«Voy con la dulzura»,
De inmediato buscan a la criatura.

Que me digan loca, que en celda me encierren,
Que con siete llaves la puerta me cierren,
Que junto a la puerta pongan un lebrel,
Carcelero rudo, carcelero fiel.

Cantaré lo mismo: -«Mis manos florecen.
Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen».
¡Y toda mi celda tendrá la fragancia
De un inmenso ramo de rosas de Francia!
Hoy he visto un seto cubierto de rosas
Y he vuelto a mi casa loca de alegría.
¡Hoy he visto un seto cubierto de rosas!
¡Qué impresión de fiesta de amor, alma mía

He vuelto a mi casa llena de contento
Como cuando vemos de nuevo al amante,
Por quién suspiramos a cada momento
Y que hace ya mucho se hallaba distante.

Yo que amo las selvas, los campos, los prados,
Los largos caminos verdes y encantados,
El amor sin trabas en la paz campestre,

Sueño ya con dulces fiestas amorosas,
Ante este temprano florecer de rosas
Sobre la negrura de un cerco silvestre.
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La pesca
La espuma me salpica como un rocío blanco
y el viento me enmaraña el cabello en la frente.
A mi espalda está el verde respaldo del barranco
y a mis pies el gran río de elástica corriente.

Rumores de la selva y rezongos del agua
y tal como una lepra sobre el dorso del río,
la mancha oblonga y negra que pinta la piragua,
en la fresca penumbra del recodo sombrío.

No medito, no sueño, no anhelo, estoy ligera
de todo pensamiento y de toda quimera.
Soy en este momento la hembra primitiva,

atenta sólo al grave problema de su cena,
y vigilo glotona, con un ansia instintiva,
el corcho que se mece sobre el agua serena.
1.2k
Redención
Mi alma era una choza cerrada a cal y canto.
Acaso no sabía ni de sol ni de luz,
E ignoraba así mismo del inmenso quebranto
Que sufrió en el calvario nuestro hermano Jesús.

Una queja tan honda como un lloro doliente
La abrió luego a la vida como un cáliz en flor.
Y fué un deslumbramiento magnífico y ardiente
A través de esa brecha que le hiciera el dolor.

Y ahora está mi alma abierta a cuatro vientos.
Fue cada sufrimiento una nueva ventana
Hacia los dilatados y puros firmamentos.

Era inhospitalaria, insensible y oscura.
Dolor abrió sus puertas y ahora de ella mana
Un gran haz de luz clara de infinita dulzura.
Tómame de la mano. Vámonos a la lluvia
descalzos y ligeros de ropa, sin paraguas,
con el cabello al viento y el cuerpo a la caricia
oblicua, refrescante y menuda, del agua.

¡Que rían los vecinos! Puesto que somos jóvenes
y los dos nos amamos y nos gusta la lluvia,
vamos a ser felices con el gozo sencillo
de un casal de gorriones que en la vía se arrulla.

Más allá están los campos y el camino de acacias
y la quinta suntuosa de aquel pobre señor
millonario y obeso, que con todos sus oros,

no podría comprarnos ni un gramo del tesoro
inefable y supremo que nos ha dado Dios:
ser flexibles, ser jóvenes, estar llenos de amor.
Bajo la luna llena, que es una oblea de cobre,
Vagamos taciturnos en un éxtasis vago,
Como sombras delgadas que se deslizan sobre
Las arenas de bronce de la orilla del lago.

Silencio en nuestros labios una rosa ha florido
¡Oh, si a mi amante vencen tentaciones de hablar!,
La corola, deshecha, como un pájaro herido,
Caerá, rompiendo el suave misterio sublunar.

¡Oh dioses, que no hable! ¡Con la venda más fuerte
que tengáis en las manos, su acento sofocad!
¡Y si es preciso, el manto de piedra de la muerte
para formar la venda de su boca, rasgad!

Yo no quiero que hable. Yo no quiero que hable.
Sobre el silencio éste, ¡qué ofensa la palabra!
¡Oh lengua de ceniza! ¡Oh lengua miserable,
No intentes que ahora el sello de mis labios te abra!

Baja la luna-cobre, taciturnos amantes,
Con los ojos gimamos, con los ojos hablemos.
Serán nuestras pupilas dos lenguas de diamantes
Movidas por la magia de diálogos supremos.
834
La luna
¡Oh la luna, la luna que cantan los poetas!
¡Oh la luna brillante de tristeza tremenda!
¡La luna que no sabe ni del frescor del agua
ni del viento que tacta, como un fauno, las selvas!

¡La luna que no tiene ni un árbol, ni una brizna,
ni una mujer y un hombre que se quieran en ella,
ni un puñado de polvo que dance en remolinos,
ni un río que haga ruido saltando entre sus piedras!

Parece tan hermosa, tan nueva, tan luciente,
y no es más que una pobre vieja desposeída,
frente a frente a la tierra millonaria de dones
una muerta consciente frente a frente a una viva.

¡Piedad para la luna! ¡Piedad para la luna!
No beséis vuestras novias, ¡oh novios!, ante ella.
¡Dios sabe de qué envidias y angustias está llena
la luz que nos envían la luna y las estrellas.
Agua limpia, clara, clara, clara,
tan limpia y tan clara que parece cristal,
tan clara y tan limpia que yo la deseara
convertida en la tela de un vestido nupcial.

¡Qué feliz la novia rubia que lo usara!
Tendría que ser buena, hermosa y virginal.
¿Se concibe nada más bello que agua clara
transformada en la tela de un vestido nupcial?

¡Qué pena que no haya en nuestro siglo, hadas!
Que se hayan concluido todas las encantadas
madrinas que creara la fábula oriental.

¡Yo quisiera un vestido hecho con agua clara!
¡Yo quisiera un vestido tal como lo soñara
mirando esa corriente que parece cristal!
Y te di el olor
De todas mis dalias y nardos en flor.

              Y te di el tesoro,
De las ondas minas de mis sueños de oro.

              Y te di la miel,
Del panal moreno que finge mi piel.

              ¡Y todo te di!
Y como una fuente generosa y viva para tu alma fui.

              Y tú, dios de piedra
Entre cuyas manos ni la yedra medra;

              Y tú, dios de hierro,
Ante cuyas plantas velé como un perro,

Desdeñaste el oro, la miel y el olor.
¡Y ahora retornas, mendigo de amor,

A buscar las dalias, a implorar el oro,
A pedir de nuevo todo aquel tesoro!

              Oye, pordiosero:
Ahora que tú quieres es que yo no quiero.

              Si el rosal florece,
Es ya para otro que en capullos crece.

              Vete, dios de piedra,
Sin fuentes, sin dalias, sin mieles, sin yedra.

              Igual que una estatua,
A quien Dios bajara del plinto, por fatua.

              ¡Vete, dios de hierro,
Que junto a otras plantas se ha tendido el perro!
791
La tarde
He bebido del chorro cándido de la fuente.
Traigo los labios frescos y la cara mojada.
Mi boca hoy tiene toda la estupenda dulzura
de una rosa jugosa, nueva y recién cortada.

El cielo ostenta una limpidez de diamante.
Estoy ebria de tarde, de viento y primavera.
¿No sientes en mis trenzas olor a trigo ondeante?
¿No me hallas hoy flexible como una enredadera?

Elástica de gozo como un gamo he corrido
por todos los ceñudos senderos de la sierra.
Y el galgo cazador que es mi guía, rendido,
se ha acostado a mis pies, largo a largo, en la tierra.

¡Ah, qué inmensa fatiga me derriba en la grama
y abate en tus rodillas mi cabeza morena,
mientras que de una iglesia campesina y lejana
nos llega un lento y grave llamado de novena!
Yo siento por el agua un cariño de hermana.
¡Cuánta suave dulzura para mí, de ella emana!
Yo entiendo lo que dicen las gotas cantarinas.
La lluvia, en mi ventana, tiene voces divinas.

El agua es una viva, múltiple criatura,
Que guarda para todos el pan de su ternura.
-Hermana: es como fragua mi boca, con la sed.
Y el agua ofrece el seno y susurra: -¡Bebed!

Hermana: de mi amante la mano honrada y buena,
Se hirió mientras segaba los oros. de la avena.
Y el agua con sublime, sencilla caridad,
Murmura: Entre mis ondas su herida refrescad.

¡Oh santa, milagrosa, sencilla criatura!
¡Fluye como una fuente para ti, mi ternura!
He mordido manzanas y he besado tus labios.
Me he abrazado a los pinos olorosos y negros.
Hundí, inquieta, mis manos en el agua que corre.
He huroneado en la selva milenaria de cedros
Que cruza la pradera como una sierpe grave,
Y he corrido por todos los pedrosos caminos
Que ciñen como fajas la ventruda montaña.

¡Oh amado, no te irrites por mi inquietud sin tregua!
¡Oh amado, no me riñas porque cante y me ría!
Ha de llegar un día en que he de estarme quieta,
           
¡Ay, por siempre, por siempre!
Con las manos cruzadas y apagados los ojos,
Con los oídos sordos y con la boca muda,
Y los pies andariegos en reposo perpetuo
           
Sobre la tierra negra.
¡Y estará roto el vaso de cristal de mi risa
En la grieta obstinada de mis labios cerrados!

Entonces, aunque digas: -¡Anda!, ya no andaré.
Y aunque me digas: -¡Canta!, no volveré a cantar.
Me iré desmenuzando en quietud y en silencio
            Bajo la tierra negra,
Mientras encima mío se oirá zumbar la vida
            Como una abeja ebria.

¡Oh, déjame que guste el dulzor del momento
            Fugitivo e inquieto!

¡Oh, deja que la rosa desnuda de mi boca
            Se te oprima a los labios!

Después será ceniza sobre la tierra negra.
¡Oh, lengua de los cantares!
¡oh, lengua del Romancero!
te habló Teresa la mística,
te habla el hombre que yo quiero.

En ti he arrullado a mi hijo
e hice mis cartas de novia.
Y en ti canta el pueblo mío
el amor, la fe, el hastío,
el desengaño que agobia.

¡Lengua en que reza mi madre
y en la que dije: ¡Te quiero!
una noche americana
millonaria de luceros.

La más rica, la más bella,
la altanera, la bizarra,
la que acompaña mejor
las quejas de la guitarra.

¡La que amó el Manco glorioso
y amó Mariano de Larra!

Lengua castellana mía,
lengua de miel en el canto,
de viento recio en la ofensa,
de brisa suave en el llanto.

La de los gritos de guerra
más osados y más grandes,
¡la que es cantar en España
y vidalita en los Andes!

¡Lengua de toda mi raza,
habla de plata y cristal,
ardiente como una llama,
viva cual un manantial!
Crecí
              Para ti.
        Tálame. Mi acacia
Implora a tus manos su golpe de gracia.

              Florí
              Para ti.
        Córtame. Mi lirio
Al nacer dudaba ser flor o ser cirio.

              Fluí
              Para ti.
        Bébeme. El cristal
Envidia lo claro de mi manantial.

              Alas di
              Por ti.
        Cázame. Falena,
Rodeo tu llama de impaciencia llena.

              Por ti sufriré.
¡Bendito sea el daño que tu amor me dé!
¡Bendita sea el hacha, bendita la red,
Y loadas sean tijeras y sed!

              Sangre del costado
              Manaré, mi amado.
¿Qué broche más bello, qué joya más grata,
Que por ti una llaga color escarlata?

En vez de abalorios para mis cabellos
Siete espinas largas hundiré entre ellos.
Y en vez de zarcillos pondré en mis orejas,
Como dos rubíes dos ascuas bermejas.

              Me verás reír
              Viéndome sufrir.

        Y tú llorarás.
Y entonces... ¡más mío que nunca serás!
711
Mujer
Si yo fuera hombre, ¡qué hartazgo de luna,
De sombra y silencio me había de dar!
¡Cómo, noche a noche, solo ambularía
Por los campos quietos y por frente al mar!

Si yo fuera hombre, ¡qué extraño, qué loco,
Tenaz vagabundo que había de ser!
¡Amigo de todos los largos caminos
Que invitan a ir lejos para no volver!

Cuando así me acosan, ansias andariegas,
¡Qué pena tan honda me da ser mujer!
Un cielo de oro y de brasas
Un río de plata fina
Y Fray Bentos de esperanza,
Crece que crece en la orilla.

La paz jovial es su rosa
De Jericó, en la cintura.
Cantan antiguos bambúes
Bajo sus claros de luna.

Y canta el viento costeño
Coplas de islas y peces
Mientras el río jocundo
Deshila azules y verdes.

En la fragua de su ocaso
La noche se purifica
Tan leve y tan silenciosa
Como un racimo de lilas.

Fray Bentos lleno de duende
¡Qué buena para mi alma
Tu dulce vida perfecta!
¡Qué buena que en tí ha de ser
La riqueza de una casa
Y de un jardín de rosales
Hasta la orilla del agua!

Un crepúsculo me diste
En añiles y agapantos
Como yo nunca había visto
Si no en gladiolos y cardos.
Quizá Blanes lo soñaba
Y Cúneo tal vez un día,
Lo vea y ponga en sus cielos
De lunas y Tres Marías.

Guárdame, ciudad de gracia.
Un hueco para mi sueño,
En tu playa de bambúes
En tu placita de encuentros.

Un día yo iré a pedirte
Un vaso de agua una tarde
de magnolias y duraznos
De cielo en oro y jades.

¡No tengo más que un romance
Para tu arcángel del aire!
¡Fray Bentos: tómamelo
Como si fuera un diamante!
672
La cuna
Si yo supiera de qué selva vino
El árbol vigoroso que dio el cedro
Para tornear la cuna de mi hijo…
Quisiera bendecir su nombre exótico.
Quisiera adivinar bajo qué cielo,
Bajo qué brisa fue creciendo lento
El árbol que nació con el destino
De ser tan puro y diminuto lecho.

Yo elegí esta cunita
Una mañana cálida de Enero.
Mi compañero la quería de mimbre,
Blanca y pequeña como un lindo cesto.
Pero hubo un cedro que nació hace años
Con el sino de ser para mi hijo
Y preferí la de madera rica
Con adornos de bronce. ¡Estaba escrito!

A veces mientras duerme el pequeñuelo
Yo me doy a forjar bellas historias:
Tal vez bajo su copa cobriza
Madre venía a amamantar su niño
Todas las tardecitas, a la hora
En que este cedro aparador de nidos
Se llenaba de pájaros con sueño,
De música de arrullos y de píos.

¡Debió de ser tan alto y tan erguido,
Tan fuerte contra el cierzo y la borrasca,
Que jamás el granizo le hizo mella
Ni nunca el viento doblegó sus ramas!

Él, en las primaveras retoñaba
Primero que ninguno. ¡Era tan sano!
Tenía el aspecto de un gigante bueno
Con su gran tronco y su ramaje amplio.

Árbol inmenso, que te hiciste humilde
Para acunar a un niño entre tus gajos:
¡Has de mecer los hijos de mis hijos!
¡Toda mi raza dormirá en tus brazos.
670
Insomnio
No he podido dormir. Esta noche
            Me ha sido negada
            La gracia sencilla
            Del sueño habitual.
En un zumo de lirios morados
Se anegan mis ojos sombríos y largos
Y en un zumo amarillo de cera,
O de vara de nardo marchita,
Se han ahogado las llamas rosadas
Que coloran la piel de mis labios.

Si me pongo recta, cruzadas las manos,
            La boca estrujada,
Abrochados los párpados lacios,
            Parezco una muerta.
El insomnio taladra mis sienes
Con sus siete clavos de vigilia ácida.
Y retoñan, retoñan deseos.
¿Dónde se halla, Señor, el amante
Que mis finos cabellos peinaba,
Con sus manos morenas que olían
A mazos de trigo y a ramo de dalias?
En mi lecho, que es nata de linos,
Su vacío lugar mana angustia.
Y en el blanco mantel de las sábanas.

            Me agito intranquila
Como un haz de culebras trenzadas
            Que el látigo rojo
Del insomnio implacable fustiga.

No sentir... No pensar... Mas ahora,
¿Qué imprevista dulzura ha llegado
A sentarse a los pies de mi cama?
A mis párpados largos parece
Que una venda de bronce desciende
Y mis manos nerviosas se aquietan
En cruzado ademán de reposo.
No sentir... No pensar... ¿Es el sueño,
O eres tú, monja,negra, que llaman
            Los hombres, la Muerte?
Ángel Falcó me trajo heroica talla
de México, jardín de colorines
y ella le da a mi casa serafines
y está al paso de idilios y batalla.

En su mano con lustre de azucena,
mi Dora Isella Russell la condujo,
hasta mi mano que no tiene lujo,
pero que es , para amigos, talla buena.

S anta María Guadalupe, fina:
reinarás en mi casa con mi ama,
S anta María del Socorro, dina

de todo apego y toda exacta llama.
Bajo esa doble ala tan divina,
bordo confiada y calma, mi oriflama.
En tus ojos sombríos me he mirado
Como en ci agua de dos lagos negros
Y un vértigo de abismo tenebroso
Me ha hecho temblar de angustia.

  ¡Ah si caigo en el fondo de la sima!
¡Ah si en los lagos tenebrosos caigo!
Yo sé que entonces no ha de haber prodigio
          Capaz de levantarme.

  Yo sé que siempre el embrujado abismo
          De tus pupilas hondas
Me retendrá lo mismo que un guiñapo
Agarrado en las uñas de las zarzas.
¡Oh, no apartes de mi tus ojos largos
Porque tiemblo de frío y de tristeza!
¡Yo quiero el mal de tus pupilas! Dame
Ese mal que hace bien al alma mía.
Lago hechizado de sus ojos: ¡sórbeme!
Me vestiré de blanco, me aromaré de rosas,
E iremos por las rutas que huelen a tomillo,
Igual que una zagala va con su pastorcillo
En busca de lejanas capillas milagrosas.

  He de tener las manos frescas como de agua.
Has de tener los labios dulces como de fresa.
Y en el ruedo crujiente de mi cándida enagua
Cien espinas fragantes prenderán la maleza.

  Y dirán los labriegos que se paren a vernos:
La morena zagala de sonrisa encantada,
Con el pastor de ojos encantados y tiernos
Se vá, ruta adelante y olvida la majada.

  Y reiremos, reiremos llenos de maravilla
Por ser libres y alegres, por ser locos y castos,
Dueños indiscutibles de toda la gramilla,
De las moras maduras y los ásperos pastos.

  Y después, al retorno, cual de nuevo moldeados,
Tez caldeada, alma clara, frente limpia y serena.
Y en los ojos en alto, todavía extasiados,
Una imprevista llama de bondad nazarena.
He vuelto de la cita con cuatro alas de abejas
Prendidas en los labios. Cuatro alas de abejas
              Doradas y bermejas.

    ¡Milagro como el de la barba de Dionisos,
El dios de acento dulce! La barba de Dionisos
Que tenía cuatro alas de abeja en vez de rizos.

    Tus labios en mis labios derramaron su miel
Y brotaron las alas. Derramaron su miel
Y tuve las dulzuras de un panal en la piel.

    No riáis. Las cuatro alas de abeja no se ven,
Mas las siento en la boca. Las alas no se ven,
Mas a veces, ¡prodigio!, vibran hasta en mi sien.

    Y más adentro aún. Las dulces alas vibran
Hasta en mi corazón. Las dulces alas vibran
Y a mi alma de toda angustia y pena libran.

    Mas si un día dejaran de aletear y zumbar...
Si se hicieran ceniza... Si cesara el zumbar
De las alas que hiciste en mis labios brotar...

    ¡Qué tristeza de muerte!
¡Qué alas negras de queja
Brotarían entonces! ¡Qué alas negras de queja
En lugar de las alas transparentes de abeja!
Amante: no me lleves, si muero al camposanto
A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente
Alboroto divino de alguna pajarera
O junto a la encantada charla de alguna fuente

  A flor de tierrra, amante. Casi sobre la tierra,
Donde el sol me caliente los huesos, y mis ojos,
Alargados en tallos, suban a ver de nuevo
La lámpara salvaje de los ocasos rojos.

  A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea
        Más breve. Yo presiento
La lucha de mi carne por volver hacia arriba,
Por sentir en sus átomos la frescura del viento.

  Yo sé que acaso nunca allá abajo mis manos
        Podrán estarse quietas.
Que seimpre como topos arañarán la tierra
En medio de las sombras estrujadas y prietas.

  Arrójame semillas. Yo quiero que se enraícen
En la greda amarilla de mis huesos menguados.
¡Por la parda escalera de las raíces vivas
Yo subiré a mirarte en los lirios morados!
Asida de una rama de neblina
dialogo con mi ayer, oro y tormenta.
La furia del clavel entre la menta
enciende todavía la colina.

Mientras la dulce tarde se asordina
otra música llega, grave y lenta,
a enclaustrarme en sus gritos de tormenta
y su olor de jazmines y resina.

El ayer... Ah que mundo tan lejano
de esta avidez de presa de mi mano,
halcón menudo que cazó centellas,

ave de paraíso ya perdida,
entre la selva muerta de una vida
que iluminaron todas las estrellas.
¿Qué azul me queda?

¿En qué oro y en qué rosa me detengo,
qué dicha se hace miel entre mi boca
o qué río me canta frente al pecho?

Es la hora de la hiel, la hora morada
en que el pasado, como un fruto acedo,
sólo me da su raso deslucido
y una confusa sensación de miedo.

Se me acerca la tierra del descanso
final, bajo los árboles erectos,
los cipreses aquellos que he cantado
y veo ahora en guardia de los muertos.

Amé, ay Dios, amé a hombres y bestias
y sólo tengo la lealtad del perro
que aún vigila a mi lado mis insomnios
con sus ojos tan dulces y tan buenos.
En mi gran soledad florece el canto.
Girasol de una luz recién creada,
porque teniendo rota la mirada,
fluía sólo la fuente de mi llanto.

Pero venciendo al ogro del espanto
llegaste tú, tan tierno en la jornada,
que un girasol de luz recién creada
me convirtió la sombra en amaranto.

¡Ah!, secreta dulzura de este verso
en que yo puedo darte el universo
como se da una flor, un pez de oro,

una fugaz centella, un sicomoro,
una lágrima azul, o un esplendente
ruiseñor de cristal resplandeciente.
554
Ofrenda
Cuido mi cuerpo moreno
como a un suntuoso marfil.
Cuido mi cuerpo moreno
para que de gracia lleno
sea del pie hasta el perfil.

Copa con vino de vida,
vaso con miel de pasión.
¡Copa con vino de vida,
y un ascua viva encendida
en lugar del corazón!

¡Oh, mi amante, te lo ofrendo
como un regalo de amor!
¡Oh, mi amante, te lo ofrendo
en el engarce estupendo
de mi chal multicolor!

Sangre-fuego, carne-cera,
olor a sol y a panal.
Sangre-fuego, carne-cera...
Te lo doy como si fuera
un raro bronce oriental!
Por qué caminos del alba
Andas descubriendo el cielo
Ese, prometido a unos
Los que sufrimos, creemos
Y le pedimos a Dios
Ir a bruñir sus luceros

Porqué sendas, asombrada,
Ya vas encontrando el cielo,
Mientras aquí las banderas
Y pueblos, están de duelo.
Porque te fuiste, tan pronto
Precipitando el invierno
Cuando aun, lleno de flores,
Se desgranaba febrero

Yucas y conquistadores
Te irán formando cortejo;
Pizarro barbado y noble
-Bronce, plata, encaje, acero-
Con una ciudad de Torres
Entre sus brazos sin huesos.
Y una muchedumbre oscura
Que va detrás de Atahualpa
Te sigue cantando himnos
En lengua quechua y aymara

Ya estás, Gabriela, en la gloria,
Mitad de princesa incaica,
Mitad de reina española,
Como Isabel, la magnánima.

Ya sé que no has de escribir
A nadie mas en la tierra,
Que oficinas de correo
A la eternidad se veda

¡Pero es tan dulce que sepas
Gabriela, que toda América
Por ti está tan conmovida
Como tu patria chilena...!

El cielo junto al copihue
La orquídea venezolana
Se une a la victoria-regia
Del Brasil, y en la sabana
De Colombia, los gomeros
Detienen su savia trágica.

¡Toda la flora de América
Quiere mirarte la cara!

Asómate entre las nubes
Una tarde arrebolada;
Muéstranos tu frente ancha
De madre tan bien amada,
¡Déjanos poquito a poco,
Del todo no te nos vayas!

Aquí ha quedado tu verso,
Tu palabra estructurada
Con lo mejor del idioma
Y lo mejor de tu alma.
Pero nos falta tu rostro
Con la sonrisa cansada,
Que a todos nos descansaba
Cuando nos daba en los ojos.

Oye, Gabriela, las voces
Desde tu «bosque perfecto»
Damos la señal que diga
Que llega a ti nuestro acento,
Y repasa, tu que tanto
Sobre la tierra anduviste,
¡Reposa y se haga radiante
Su risa aquella, tan triste!

Descubre el cielo y descansa,
Pero, Gabriela ¡no olvides!
547
Angustia
Hoy estoy triste, amor. Hoy tengo el alma
              Gris y desmelenada.
¡Tierra propicia para toda pena!
¡Para todo placer tierra negada!

      La rosa de mi cuerpo
Hoy es lirio beato.
Con triples vendas la ciñó la angustia
Y yo con triples velos la recato.
Hoy estoy triste, amor. Hoy no pretendo
Sentir mi risa.
¡Me endurece los labios
un agror de ceniza!
Cerrado el horizonte hasta mi puerta
y ni menta ni cardo en el camino.
Yo me decía a solas: ¡el destino!
callé mis truenos y tendime a muerta.

En el silencio al fin hubo una incierta,
mínima melodía, casi un trino
de agua o de flauta, en el vespertino
palor como de tierna aurora alerta.

Y llegó, ah, llegó lo inesperado
y lo irreal. El ensueño no soñado,
la libertad de alondras y laureles.

En el umbral de paz reconquistada,
oteo, sin terror en la mirada
hambrientos tigres, jerifaltes crueles.
Por el molino del huerto
Asciende una enredadera.
El esqueleto de hierro
Va a tener un chal de seda

Ahora verde, azul más tarde
Cuando llegue el mes de Enero
Y se abran las campanillas
Como puñados de cielo.

Alma mía: ¡quién pudiera
Vestirte de enredadera!
He de hallar la pajiza flor del alba,
el mielado fulgor de la mañana
que todo embrujo de la noche salva,
para empezar mi vida americana.

Esa de Nueva York ancha y absurda
para nosotros, los latinos puros,
que Dios construye con su mano zurda,
sin contención, sin diques y sin muros.

Mi tiesa piel criolla y española
echaré sobre el hombro de una ola
al bajar en su puerto desmedido.

He de vivir la vida neoyorquina,
sin mi severa falda de latina,
pero el rosario al puño, suspendido.
483
Guión
Un prado de coral sobre las lises
y en forrajes, praderas de metales;
al este de la luz, los manantiales
del viento, siempre en coro de aprendices.

En la hincada raíz de los maíces,
sobre el lino plural de los perales,
los ángeles despiertos, miel y sales,
que han de bruñirme días más felices.

Vegetal esperanza que me adviene
de la tierra feraz, aya mestiza
que a su pezón jugoso me sostiene

como una negra aya advenediza,
arrulladora y fiel, alma de aurora.
bajo la oscura piel que el tiempo dora.
La sutil hilandera teje su encaje oscuro
Con ansiedad extraña, con paciencia amorosa.
¡Qué prodigio si fuera hecho de lino puro
Y fuera, en vez de negra la araña, color rosa!

En un rincón del huerto aromoso y sombrío
La velluda hilandera teje su tela leve.
En ella sus diamantes suspenderá el rocío
Y la amarán la luna, el alba, el sol, la nieve.

Amiga araña: hilo cual tú mi velo de oro
Y en medio del silencio mis joyas elaboro.
Nos une, pues, la angustia de un idéntico afán.

Mas pagan tu desvelo la luna y el rocío.
¡Dios sabe, amiga araña, qué hallaré por el
mío!
¡Dios sabe, amiga araña, qué premio me darán!
Este dolor heroico de hacerse para cada noche
Un nuevo par de alas...
Dónde estarán las que ayer puso sobre mis hombros
El insomnio de la primera hora del alba!

Día, afilador de tijeras de oro,
Y puñales de acero, y espaldas de hierro;
Anoche yo tenía alas
Y estuve cerca del cielo.
Pero esta mañana
Llegaste tú con tu flauta, tu piedra.
Tus doce cuchillos de plata.

Y lentamente me fuiste cortando las alas.
472
Matinal
¡Oh este rayo de sol que a mi alcoba se cuela
Como una viva y larga, mágica lentejuela!

Oh este rayo de sol que en mi boca se posa
Fingiendo que en mis labios ha florido una rosa!

¡Oh este rayo de sol que se acuesta en mi seno,
Como una daga fina sobre el cutis moreno!

¡ Oh este rayo de sol que acaso ha acariciado
La dulce y taciturna cabeza de mi amado,

Que taivez en los labios de mi amante dormido
La misma rosa de oro que en mi boca, ha florido!

Enredaste sus manos y entibiaste sus sienes
Y ahora, ¡todo hechizado por su contacto vienes!

Te colgaste a su cuello y llamaste a sus ojos
En los que anoche el sueño pusiera sus cerrojos.

              Ras o de sol fragante
              Que has besado a mi amante!

(Y el rayo es como una culebra de deseo
Que en mi cuerpo vibrante pone su centelleo).
469
Cazador
En mi ansiedad por el naciente día
dorado girasol o flor desnuda,
está tu cara con la marca dura
que ayer vi que en tu frente te imprimía.

Rostro de alerta corzo entre la umbría,
que el dardo siente vivo en quemadura,
y el torvo vino del dolor apura,
con lenta bien habida altanería.

Un serafín armado anda en tu sombra
y ya tu fuerte capitán se nombra
en la voz sigilosa de su aliento.

Llama ya con un silbo a tus azores
y sale, cazador, de tus alcores,
pues hay voces de furias en el viento.
Evocación tropical.
Cielo añil. Cañaveral,
chillón de urracas y loros.
Río profundo, sol cobre,
que deja flotando sobre
las arenas leves oros.
Y la delicia suprema
de la selva, mientras quema
la siesta todas sus ascuas
en los ardientes ribazos.
Y la suprema delicia
de la más casta impudicia:
dormir desnuda en tus brazos.
Yo siento por la luz un amor de salvaje.
Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge;
¿No será, cada lumbre, un cáliz que recoge
El calor de las almas que pasan en su viaje?

Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas,
Lo mismo que las almas taciturnas y buenas.
Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas.
Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.

Yo respeto y adoro la luz como si fuera
Una cosa que vive, que siente, que medita,
Un ser que nos contempla transformado en hoguera.

Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado
Una pequeña llama de dulzura infinita
Para tus largas noches de amante desolado.
456
El pozo
Asiento de musgo florido
sobre el viejo brocal derruido.
Sitio que elegimos para hablar de amor,
bajo el enorme paraíso en flor.

¡Ay, pobre del agua que del fondo mira,
tal vez envidiosa, quizás dolorida!
¡Tan triste la pobre, tan muda, tan quieta
bajo esta nerviosa ramazón violeta!

-Vámonos. No quiero que el agua nos vea
cuando me acaricies. Tal vez eso sea
darle una tortura. ¿Quién la ama a ella?
-¡Tonta! ¡Si de noche la besa una estrella!
454
Amémonos
Bajo las alas rosa de este laurel florido,
Amémonos. El viejo y eterno lampadario
De la luna ha encendido su fulgor milenario
Y este rincón de hierba tiene calor de nido.

  Amémonos. Acaso haya un fauno escondido
Junto al tronco del dulce laurel hospitalario
Y llore al encontrarse sin amor, solitario,
Mirando nuestro idilio frente al prado dormido.

  Amémonos. La noche clara, aromosa y mística
Tiene no sé qué suave dulzura cabalística.
Somos grandes y solos sobre el haz de los campos.

  Y se aman las luciérnagas entre nuestros cabellos,
Con estremecimientos breves como destellos
De vagas esmeraldas y extraños crisolampos.
Lo quiero con la sangre, con el hueso,
con el ojo que mira y el aliento,
con la frente que inclina el pensamiento,
con este corazón caliente y preso,
y con el sueño fatalmente obseso
de este amor que me copa el sentimiento,
desde la breve risa hasta el lamento,
desde la herida bruja hasta su beso.
Mi vida es de tu vida tributaria,
ya te parezca tumulto, o solitaria,
como una sola flor desesperada.
Depende de él como del leño duro
la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro,
que solo en él respira levantada.
Con tu hímnica espada de diamantes,
derrótame al dragón, fuego y azufre,
redime al ser de mieles que le sufre,
no desampares, fiel, alucinantes

de azúcar, azucenas, ámbar tierno
en azulada costa, amable vida.
Defiéndeme, mi azor. estío, invierno,
noches de cyclamor y amanecida,

con tu yermo de ámbar, y el escudo
lapislázuli claro, cielo al pecho.
Combáteme, oh mi azor, a trasgo impuro

y a hechiceras sin leyes ni derecho.
Signo tienes del ángel, en tu muro
y en sustancia de arcángel estás hecho.
451
Salvaje
Bebo del agua limpia y clara del arroyo
Y vago por los campos  teniendo por apoyo
Un gajo de algarrobo liso, fuerte y pulido
Que en sus ramas sostuvo la dulzura de un nido.

  Así paso los días, morena y descuidada,
Sobre la suave alfombra de la grama aromada,
Comiendo de la carne jugosa de las fresas
O en busca de fragantes racimos de frambuesas.

  Mi cuerpo está impregnado el aroma ardoroso
De los pastos maduros. Mi cabello sombroso
Esparce, al destrenzarlo, olor a sol y a heno,
A salvia, a yerbabuena  y a flores de centeno.

  ¡Soy libre, sana, alegre, juvenil y morena,
Cual si fuera la diosa del trigo y de la avena!
           
¡Soy casta como Diana
Y huelo a hierba clara nacida en la mañana!
451
El verano
Estaba tan absorta frente al mundo
que no sentí como volaba el tiempo
siempre adelante con sus duras garras
cargadas de sucesos y momentos,
halcón imperturbable, me llevaba
también a mí, la joven e inocente.
Y quise detenerme, mas no pude
se me filtra en la oscura cabellera
la escarcha de los fríos inclementes,
esclava de sus pasos siempre anduve
en busca del verano que es mi patria
como no puedo hallarle me he sentado
a llorar. Ya no soy sino una apátrida.
449
Pasión
¡Oh! No es, no, mi carne, la que sufre el martirio.
Es mi alma, mi alma tan blanca como un lirio
A veces, y otras veces, como una brasa, roja,
La que sufre la angustia y toda se deshoja.

En lágrimas salobres con un gusto de hiel.
En lágrimas amargas que dejan en la piel
De mi rostro moreno, cual maléfico riesgo,
Un rastro calcinante como un surco de fuego.

Es mi alma, ¡mi alma!, que sufre la tortura
Y se exalta en extraña ansiedad de ternura
Lo mismo que su hermana Teresa de Jesús.

Es mi alma, ¡mi alma!, que desea una cruz
De amor grande y doliente, de pasión y martirio.
¡Mi alma roja y blanca, de rosal y de lirio!
Se enojó la luna,
se enojó el lucero,
porque esta niñita
riñó con el sueño.

Duérmete, Natacha,
para que la luna
se ponga contenta
y te dé aceitunas.

Duérmete, Natacha,
para que el lucero
te haga una almohadita
de albahaca y romero.
Mi voz, mi voz, las voces de tu aliento,
de tu mano de raso y aceituna,
de mi párpado herido por la luna,
de tu risa perdida por el viento.

Tu voz, tu voz, mi voz en el acento
de la ráfaga, corza sin fortuna,
de la canción desmantelada en una
tormenta contenida en un lamento.

Tu voz, mi voz, tu voz, la voz unida
de mi pecho y tu labio, repartida
ya entre mi isla y tu jardín del día.

Vete, por Dios. La vida se me puebla
de amarga flor, de nieve sumergida
y apretada ceniza de tiniebla.
Llueve... Espera, no duermas,
estáte atento a lo que dice el viento
y a lo que dice el agua que golpea
con sus dedos menudos en los vidrios.

Todo mi corazón se vuelve oídos
para escuchar a la hechizada hermana,
que ha dormido en el cielo,
que ha visto el sol de cerca,
y baja ahora elástica y alegre
de la mano del viento,
igual que una viajera
que torna a un país de maravilla.

¡Cómo estará de alegre el trigo ondeante!
¡Con qué avidez se esponjará la hierba!
¡Cuántos diamantes colgarán ahora
del ramaje profundo de los pinos!

Espera, no te duermas. Escuchemos
            el ritmo de la lluvia.
            Apoya entre mis senos
            tu frente taciturna.
Yo sentiré el latir de tus dos sienes
            palpitantes y tibias,
como si fueran dos martillos vivos
            que golpearan mi carne.

Espera, no te duermas. Esta noche
somos los dos un mundo,
aislado por el viento y por la lluvia
entre la cuenca tibia de una alcoba.

Espera, no te duermas. Esta noche
somos acaso la raíz suprema
de donde debe germinar mañana
el tronco bello de una raza nueva
Me ha quedado clavada en los ojos
la visión de ese carro de trigo
que cruzó rechinante y pesado
sembrando de espigas el recto camino.

¡No pretendas ahora que ría!
¡Tú no sabes en qué hondos recuerdos
            estoy abstraída!

Desde el fondo del alma me sube
un sabor de pitanga a los labios.
Tiene aún mi epidermis morena
no sé que fragancias de trigo emparvado.

¡Ay, quisiera llevarte conmigo
a dormir una noche en el campo
y en tus brazos pasar hasta el día
bajo el techo alocado de un árbol!

Soy la misma muchacha salvaje
que hace años trajiste a tu lado.
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