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El bruno ibero, el galo de actitud retadora,
el garonés moreno, de ocre y carmín pintado,
sobre el mármol votivo por su esfuerzo tallado,
de la aguas dijeron la virtud bienhechora.

E Imperators, alzando bandera vencedora,
terma y piscina hicieron, y al pie de este collado,
rabia Festa, verbena y malva, don preciado
en ofrenda a los Dioses cogió suplicadora.

Como antes, en los días de Ilixon, cristalinas
las fuentes me han cantado sus canciones divinas,
el azufre aún humea en la atmósfera clara.

Por eso en estos versos, cumpliendo un sacro voto,
alzar quiero, cual Unnu en un tiempo remoto,
las Ninfas que viven bajo la tierra, un ara.
Fue en los días sombríos en que la patria, muerta
Parecía en su senda de sangre y amargura...
El prisionero duerme junto. La noche fría, oscura.
Los centinelas todos pasan la voz de alerta.

Ella, amor de su vida, logra entrar; lo despierta;
«¡Aquí la muerte. Parte!» le dicen con dulzura;
Y ante ruegos y llanto cambió de vestidura.
Ella quedó de hinojos, y él libre halló la puerta.

Pero al verse en la calle, con femenil vestido,
Él, fiero en los combates, que siempre con la espada
En alto, se abrió paso, sintiose envilecido;

Y en el instante mismo volvió al cuartel. Al día
Siguiente, su cabeza, lívida, ensangrentada,
En escarpia de hierro la multitud veía.
En la vieja Colonia, en el oscuro
  rincón de una taberna,
tres estudiantes de Alemania un día
  bebíamos cerveza.Cerca, el Rhin murmuraba entre la bruma,
  evocando leyendas,
y sobre el muerto campo y en las almas
  flotaba la tristeza.Hablábamos de amor, y Franz, el triste,
  el soñador poeta,
de versos enfermizos, cual las hadas
  de sus vagos poemas:«Yo brindo -dijo- por la amada mía,
  la que vive en las nieblas,
en los viejos castillos y en las sombras
  de las mudas iglesias;»Por mi pálida Musa de ojos castos
  y rubia cabellera,
que cuando entro de noche a mi buhardilla
  en la frente me besa».Y Karl, el de las rimas aceradas,
  el de la lira enérgica,
cantor del Sol, de los radiantes cielos
  y de las hondas selvas,el poeta del pueblo, el que ha narrado
  las campestres faenas,
el de los versos que en las almas vibran
  cual músicas guerreras:«Yo brindo -dijo- por la Musa mía,
  la hermosa lorenesa,
de ojos ardientes, de encendidos labios
  y riza cabellera;»por la mujer de besos ardorosos
  que aguarda ya mi vuelta
en los verdes viñedos donde arrastra
  sus aguas el Mosela».«¡Brinda tú!»-me dijeron-. Yo callaba
  de codos en la mesa,
y ocultando una lágrima, alcé el vaso
  y dije con voz trémula:«¡Brindo por el amor que nunca acaba!»
  y apuré la cerveza;
y entre cantos y gritos exclamamos:
  «¡Por la pasión eterna!».Y seguimos risueños, charladores,
  en nuestra alegre fiesta...
Y allí mi corazón se me moría,
se moría de frío y de tristeza.
Bochorno. En la noche cálida
El barco cruje subiendo,
Y en el río va cayendo
De la luna la luz pálida.

Se abanican los palmares
En las orillas del río,
Y vienen desde el bohío
Del leñador los cantares.

El ocaso se arrebola
Con vaga fosforescencia,
Y se escucha la cadencia
De un tiple y una bandola.

Todo el barco so estremece;
Y mientras la noche sueña,
Con las chispas de la leña
La chimenea florece.

Doquiera, calor de horno;
Vibra lejos una copla,
Y ni una aura fresca sopla
De la noche en el bochorno.

Entre el verde matorral
La luz de cocuyos brilla,
Y aduerme, desde la orilla,
El rumor del platanal.

Deja el barco leves huellas,
Y van las chispas subiendo,
Y las chispas van cayendo
Como una lluvia de estrellas.
En el parque. En un banco. Luz de plata
En cielo y mar, y pensativa ella.
Lejos, canto de alegre serenata,
Y en el azul, muy lejos, rubia estrella.

Esbelta y nívea, con su abrigo blanco,
Y cual pensando en nada, distraída,
Era como alba nube en ese banco,
Como una estrella pálida y dormida.

Alzó la mano con gentil decoro,
Y sorprendido me quedé mirando
En su dedo anular, aro de oro...
«La argolla del deber», dijo llorando.

En mí vio como impulso a su belleza,
Y poniéndose en pie, la frente alta,
«¡No!» me dijo... «Prefiero mi tristeza
Al placer y vergüenza de la falta».
¡Oh! ¡La alegría de vivir!... La fiesta
Entre el fulgor de luces en derroche;
Concento de violines en la orquesta,
Y el mar, con luz de luna, entre la noche.

Parejas y parejas van pasando;
Ojos ardientes, bocas reidoras...
¡La juventud, sus rosas deshojando
En el raudo desfile de las horas!

¿En qué piensas?... Y luz y gracia miro
 En ti fundidas, en feliz connubio,
Mientras fulgen tus ojos de zafiro
Tal vez soñando con tu azul Danubio.

Ya amanece. Y extínguese la huella
De la luna, y el sol los campos dora...
Entre el cielo y el mar brilla una estrella,
Y en nuestras almas un azul de aurora.
Oculto, en madreselvas, la veía
De rosal en rosal vagar ligera.
El jardín aromado sonreía
Bajo radiante luz de primavera.

Rosado y blanco su vestido; rojos
Los lazos del sombrero; la sombrilla
Blanca; rubio el cabello, azules ojos
Y vivo rosicler en la mejilla.

Y en su amplia cesta, rosas y más rosas;
Y cantaba entre aromas y fulgores
Su canción matinal. Las mariposas
Eran, en torno de ella, aladas flores.

Y yo dudaba, oculto en la verdura.
Bajo ese cielo azul de primavera,
Si era rosal fragante su hermosura,
O si un rosal entre las rosas era.
En el puente del barco que la aleja
Del país de naranjos y jazmines,
Visión soñada y fúlgida semeja
Como en concierto de arpas y violines.

En un ensueño azul flotar parece;
Rinde las almas, al andar, su porte,
Y el claro encanto de la luz florece
En su belleza pálida del Norte.

Melancólica, el ruido la importuna,
Y como lejos de terreno halago,
Y de blanco vestida, es luz de luna
Que va dormida en el cristal de un lago.

Sentada, pensativa ¿irá su mente
Al país de naranjos y jazmines?
Y cierra las pupilas lentamente
Como en concierto de arpas y violines.
En los naranjos susurrando el viento;
El patio por la luna iluminado;
Mi corazón llorando en su aislamiento,
Y cerca su sillón abandonado.

De ese grato soñar en la alborada
Las horas eran cual danzante ronda;
Y hoy yace oscura la mansión callada
Sin que el amor a la ilusión responda.

Distraída bordaba. Yo leía
Entre el azul de atardecer risueño,
Y cual hilo de luz, la poesía
Nuestras almas juntaba un ensueño.

Ensueño ¿En dónde estás?… ¡Oh vida en calma
De otro tiempo… hoy ausencia y hondo hastío!
Se va la luna… y se me oprime el alma
Viendo a mi lado su sillón vacío.
Cortina de los pilares
es la enredadera verde.
¡Cuál se amontonan pesares
cuando la ilusión se pierde!
¿Ya olvidaste la canción
que decía penas hondas?
De un violín el grato son
se oía bajo las frondas.
Suspendida del alar
lucía mata de flores.
¿Ya olvidaste aquel cantar,
cantar de viejos amores?
De noche en el corredor
te hablaba siempre en voz baja.
¡Cómo murió nuestro amor!
¡Qué triste la noche baja!
Por el patio van las hojas...
en sombras está el salón...
¡Qué tristes son las congojas
de un herido corazón!
Por el parque, abstraída, bajo el cielo otoñal,
donde puso la tarde lividez de marfil,
el semblante cubierto con un velo sutil,
de la Quinta Avenida va la flor ideal.

En contraste armonioso con lo obscuro del chal
las mejillas resaltan, como rosas de abril,
y parece, en su coche, Dogaresa gentil
que en su góndola fuera recorriendo el Canal.

La adorable flor rubia de esta enorme Babel
se confunde, a lo lejos, entre el raudo tropel
de las hojas marchitas, bajo el cielo otoñal;

Mientras sueña en su triunfo, cuando al brillo del sol,
en París, el bosque, sea un áureo arrebol
De su muelle carruaje la corona condal.
Desde media noche, aquel día
No terminaba de llover.
¡Qué gris y honda melancolía
La de ese triste amanecer!

Dos lámparas agonizantes
Daban luz vaga al corredor.
Leves sombras, y en los semblantes
Huellas de insomnio y de dolor.

Desde el patio se columbraba
Oscura cerrazón sin fin.
Bajo la lluvia se doblaba
El jazminero en el jardín.

Sobre su lecho de caoba
Se agitaba, y un fuerte olor
De ácido fénico en la alcoba
Aumentaba nuestro dolor.

Su cabello en las almohadas,
Inmóvil en su reposar,
Fingía dos alas plegadas
En blancas espumas del mar.

Cual quietos remos en la ola
Sus brazos dejaba caer,
Y un fulgor como de aureola
Parecía en su frente arder.

Entre la sombra y la tormenta,
Del agua no cesaba el son...
¡Cómo el dolor la lluvia aumenta
Cuando está triste el corazón!

De un crucifijo se veía
A su lado la triste faz,
Y ante él un cirio se extinguía
Con chisporroteo tenaz.

En torno de ella, flor ya mustia,
Última luz de una ilusión,
Las almas eran honda angustia,
Los labios eran oración.

¡Veintiún años!... Rosal florido
Iba la muerte a deshojar...
¡Y cayendo en aguas de olvido
Ya su corona de azahar!

Cuando el alba, entre el aguacero,
En el alto cerro brilló,
Un gemido largo, el postrero,
Sus labios por siempre cerró.

En redor, sollozos ahogados...
¡Vino a ella la eterna paz!
Sus ojos estaban cerrados,
Pero ellos veían ya más.
La calle sola, plácido el ambiente...
Un piano suena, y vibra con tristeza;
Y al compás de la música doliente
Mi pensamiento a divagar empieza.

¿Quién arranca esos ritmos que así gimen?
¿Qué alma en el mundo sin amor perdida
Vierte esas notas trémulas que exprimen
El dolor y el cansancio de la vida?

Y sigue divagando el pensamiento...
Y de la luna al moribundo brillo,
En alta roca donde silba el viento,
Miro las torres de ojival castillo.

Temblando llego al levadizo puente;
Dormitan en la sombra los arqueros,
Y del cielo en la bóveda luciente
Parpadean los pálidos luceros.

¡Oh edad lejana que en mis sueños lloro,
¿En dónde está mi ***** ferreruelo,
Mi alto calzón y mis espuelas de oro,
Y mi jubón de suave terciopelo?

¿En dónde está la hermosa castellana?
¿En dónde está la soñadora rubia,
Que la escala no prende en la ventana,
Como en las noches de tristeza y lluvia?

Tiempo hace ya que tu presencia aguardo
Y la angustia en mi pecho se dilata;
Despierta ya que mi laúd de bardo
Quiere entonar la alegre serenata.

La última nota lánguida fenece,
Y de la luna al moribundo brillo,
En el lejano azul se desvanece
La sombría silueta del castillo.
Dame, pálido monje solitario,
El sayal que te cubre y tu cilicio;
Dame tu crucifijo y tu rosario
Y tu desnuda celda, del bullicio
Mundano lejos y su pompa vana,
Desde donde al través de la ventana
Que se abre al sol y a la vivaz llanura,
Miras, en la elación de tus anhelos,
De las trémulas frondas la verdura
Y las dulces sonrisas de los cielos.

Dame tus alboradas, que de oro
Tiñen y de carmín la lejanía.
Y el éxtasis profundo de la pía
Salmodia de los monjes en el coro;
De tus tranquilos claustros el misterio
Dame y la honda paz del mediodía,
Cuando sobre el callado monasterio,
Que enorme y blanco se alza en la llanura,
A torrentes el sol su luz envía,
Y en tu celda hay silencio y hay frescura.

Dame tus noches de quietud y calma,
Y la tristeza donde toma el vuelo
La oración que del alma sube al cielo,
Y trae bendiciones para el alma.
Pero, si tanto puedes, yo te pido
Un don mayor, cuanto en mi vida anhelo:
Hermano, pide para mí el olvido.
Tristes unos, tal vez indiferentes
Otros, en el andén. Rumor. Pitazos.
Muchachos con periódicos. Y gentes
Que entrando van al tren. Besos y abrazos.

Tú, tranquila fingiéndote, sonríes;
Estrecho con dolor tu mano helada:
La voz llora en tus labios carmesíes,
Y bajas, en silencio, la mirada.

El tren se aleja... Más se va alejando.
¡Adiós! En el azul rotos anhelos...
¡Adiós! ¡Adiós!... Y sígnense agitando,
En la estación y el tren, blancos pañuelos.

¡Oh pañuelo que agita mano amada,
En lágrimas tal vez humedecido....
Blanca ilusión pareces destrozada
Flotando en la tristeza del olvido!
Campesinita que sola
Cerca estás del manantial,
Pareces una amapola
En el dormido trigal.

Oyes del agua el correr
Y al cristal la frente inclinas.
¿Será que te quieres ver
Entre rojas clavellinas?

Tu cabellera muy negra
Con las espumas contrasta,
Y es flor que tu boca alegra
Tu leve sonrisa casta.

Campesinita que el son
De la fuente estás oyendo:
Sed tiene mi corazón,
Y de sed se está muriendo.
En la noche callada, muchas veces,
Cuando el sueño se aleja de mis ojos,
El recuerdo de días que pasaron
Flota como una luz... y entonces oigo
Juramentos de amor, gratas canciones,
y veo en un crepúsculo radioso
Dulces sonrisas en amados labios
y en brillantes pupilas dulce lloro,
Ojos que se apagaron para siempre,
y corazones en la tumba rotos.
y al recordar a los amigos caros
Al corazón, que de mi vida en torno
Fueron cayendo, por la muerte heridos,
Cual hojas amarillas en otoño,
De un banquete el salón abandonado
Entonces me parece que recorro,

Donde las luces a extinguirse empiezan,
y las guirnaldas a secarse... y todos
Los convidados veo que se alejan,
¡Todos... excepto yo, que vago solo!
En la noche callada, cuando el sueño
No ha cerrado mis párpados piadoso,
El recuerdo tenaz que nunca duerme
Flota como una luz ante mis ojos.
Aunque de hinojos no doblé la frente,
y no entro del Señor a la morada,
Corno luz de mis sombras, impaciente
Esperaré en la puerta su llegada.

¡Es ella!... Ya sus pasos apresura
y la ansiedad del corazón mitiga...
Ya llega... y pasa. ¡Cuán hermosa y pura!
¡Que el Señor de los Cielos la bendiga!

¡Arrodíllate y ruega solitaria!
No he de pasar del templo los umbrales
Para manchar tu virginal plegaria
Con torpes pensamientos mundanales.

Y desde lejos te verán mis ojos
Corno ideal remoto de mi anhelo,
Corno entre luz, los ángeles de hinojos,
Mira Luzbel desde el umbral del Cielo.
En las noches de insomnio, cuando el viento
Se oye en los corredores cual gemido,
Y, agrandado en la sombra, todo ruido
Llega a la oscuridad del aposento,

Con qué amargura viene al pensamiento,
A torturarlo, cuanto se ha perdido,
Y cuanto «pudo ser y que no ha sido»
Por propia cobardía o desaliento!...

Entonces, con la frente pensativa,
Vemos que los recuerdos van pasando,
Y nos arrancan lágrima furtiva;

Y son cual los cantares campesinos
Que oímos por la noche, suspirando,
En la gran soledad de los caminos.
Y seguimos pensando en el mañana,
Tal vez sobre arrasada primavera,
En el azul de la ilusión primera
Que la vida borró cual sombra vana;

En los ensueños de la edad lejana
Que brillan ya con claridad postrera,
Y en la amargura de una larga espera
¡Para encontrar cerrada la ventana!

Y entre la soledad aterradora
Que en torno de nosotros se ennegrece,
Pensamos: «¡cuándo asomará la
aurora!»...

Y entonces, de terror sobrecogidos,
¡Cómo en la sombra el alma se estremece
Con el recuerdo de los tiempos idos!
Música en la terraza del casino,
Máscaras, alegría, amor y canto,
En claras copas rebosando el vino...
Y allí, en dos almas, rebosando el llanto.

¿El azar, o atracción irresistible?...
Y se fundió mi orgullo en tu belleza,
Y lo que era imposible, fue posible,
Y lo que era capricho, fue firmeza.

Y viendo cerca el puerto, que mi errante
Rumbo marcaba hacia región lejana,
Vi lágrimas y angustia en tu semblante,
Y estremecido murmuré: «¡Mañana!»...

«¡Mañana!»... respondiste en un sollozo.,
Y en tanto en la terraza del casino,
Todo era luz, y risas y alborozo,
En la embriaguez de la pasión y el vino.
El sendero, en los alcores,
A su casa conducía.
Cuando a la aldea venía
Perfumaban más las flores.

Cuando bajaba la niña
Con su sonrisa hechicera,
Más azul el cielo era,
Y más verde la campiña.

Sendero que hasta su casa
Llevabas por los alcores:
Segó el verano tus flores
Y ella por ti ya no pasa.

Qué tristes las tardes son...
En vano espero y espero.
¡Parece que en el sendero
Se quejara un corazón!
Al porvenir con paso giganteo
Avanza ¡oh Juventud! ¡Sonó la hora!
Potente, de la sombra enervadora,
El pensamiento se alza como Anteo.Los dioses ya se van, y erguirse veo
La Ciencia en sus altares vencedora.
¡Ya irradia en las tinieblas luz de aurora!
¡Ya rompe sus cadenas Prometeo!La augusta voz de redención se escucha,
Y la Razón alumbra el limbo oscuro
En donde esclava la conciencia lucha.¡Adelante! El combate ha comenzado:
¡Entonemos el himno del Futuro
De pie sobre las ruinas del pasado!
¡Mira! Es noche de lluvia. Deja el piano.
Hace frío: cerremos los balcones.
Abramos al amor los corazones
Y ven conmigo a tu cojín persiano.

Tu azul pupila, cielo de verano,
Renueve las pasadas efusiones;
Haz revivir las muertas ilusiones,
Y abandona tu mano entre mi mano.

El Sena se divisa a la distancia;
París brilla en la sombra.  Flota el sueño
Y hay languidez y aromas en la estancia.

Siga afuera tenaz la helada lluvia...
Si dormir quieres, duerme, dulce dueño,
Y apoya en mi hombro tu cabeza rubia.
Pensativa, y de codos, en la áurea balaustrada,
De la ruidosa fiesta la Reina fatigada,
En la azul torrentera, que refleja, entre frondas,
Del castillo las torres en sus radiantes ondas,
Con dedos constelados de perlas y rubíes
Va deshojando lirios y rosas carmesíes,
Que flotan en las aguas hacia lejana tierra,
Hacia el Príncipe hermoso que ha partido a la guerra,
y en la inmensa llanura, bajo ígneas llamaradas,
Entre la esplendorosa pompa de las espadas,
Ve ondular victorioso su estandarte real,
Contra el oro y la sangre de una tarde estival.
Ya aspiro los aromas de su huerto;
Las brisas gimen y las hojas tiemblan.
Cuán bella ¡oh luna! a nuestra cita vienes...
        Sueña, alma mía... ¡sueña!
Herido traigo el corazón... ¿Deliro?
¿Es el canto del ave que se queja?
Es su voz... ¡y me llama! ¿Por qué tardas?
        Ven, mis brazos te esperan.
¿Son mentira tus besos?... ¡No me engañes!
Ábreme tu alma y cuéntame tus penas.
¿Lloras?... ¿por qué ?... Si nuestro amor es crimen,
        Crimen, bendito seas;
Traigo para tu sien una corona,
Para ensalzarte mi arpa de poeta.
Yo haré en mis cantos, alma de mi alma,
        ¡Nuestra pasión, eterna!
Jura otra vez que me amas, que eres mía;
Jura... ¡nadie ríos oye! ¡Nada temas!
-«¡Tuya! bien mío... ¡para siempre tuya!»
        ¡Sueña, alma mía... sueña!
Mil quinientos treinta y siete,
Mes de abril.
Opaco día,
Y entre la niebla, la urbe
Del noble y temido Zipa.
Asoma el alba. Luz trémula
Con persistente llovizna
Se riega por la llanura
Que verde yerba tapiza.
En las montañas distantes
Se extiende espesa neblina.
Regando charcos, va el río
Manso y de aguas amarillas,
Entre árboles casi escuetos
Que soñolientos se inclinan,
Diseminados o en grupos
Al soplo de helada brisa.
Bohíos se ven regados
En la tristeza infinita
De los campos, donde sólo
Aquí y allá, cual sonrisas
En el húmedo silencio
De aquella mañana fría,
Corolas blancas y rojas
Entre zarzales oscilan.

Mudas las chozas. Apenas,
Como señales de vida,
Sobre los techos de paja
Aves que juegan y trinan.

Entre cercado de horcones
Se alza el palacio del Zipa.
Un ámbito enorme ocupa;
Y Quesada, ante su fila
De jinetes y soldados
Llega, la cota ceñida.
El acero desenvaina;
La bandera de Castilla
Hace desplegar al aire;
Toque de corneta vibra
En la mañana. Y silencio...
Hachas las puertas derriban
Con estrépito. No hay guardias
Que a los intrusos resistan.

El primer patio, desierto;
Luego una sala, vacía.
Los infantes y jinetes
Penetran, las armas listas,
Temiendo alguna asechanza,
Huyó con su gente el Zipa
A media noche, llevando
Sus trescientas concubinas,
Y a espaldas de indios el oro
Que en el palacio tenía,
Y todas sus esmeraldas
A región desconocida.

Tesoros, regios tesoros,
Que juntaron dinastías
En lento correr de siglos;
Esmeraldas de hondas minas
Que lucieron esplendentes
En diademas; gargantillas,
Brazaletes, áureas planchas
Que prietos pechos cubrían;
Riquezas de los santuarios...
En gruta remota, umbría,
Yaciendo estáis para siempre
Lejos de humana codicia,
Pues dejaron los cargueros
Con los tesoros la vida.

Avanzan. Patios, más patios...
Salas, más salas vacías.
Corredores... patios, salas...
Después huertos.

Fuertes vigas,
Desde lejanas regiones
Hasta la Corte traídas,
Sostienen los techos. Paja
Que cual oro vivaz brilla
Luce en los muros que exhiben
Telas de rojo teñidas
Y ornadas con plumas de aves
Cazadas en las orillas
Del Río Grande.

Al fin oro
Y esmeraldas escondidas
Sacaron, cavando el suelo,
Y así, con manos vacías
No se les vio. No encontrando
A quién con agua bendita
Cristianar, no fue perdido.

Para su provecho el día,
Y hasta para herrar caballos
Que despeados venían,
Andando entre barrizales
Y ascendiendo a serranías,
De baja ley oro hallaron

Huía lejos el Zipa.
Rezagados unos indios
Cabizbajos se veían;
Y aterrados, friolentos,
De charcos en las orillas
Se preguntaban: ¿Qué tribu
Será esa tribu sacrílega
Que a nuestro rey hace guerra?
¿Qué genio del mal envía
A esos terríficos monstruos
Que con cuatro pies caminan
Y que tienen dos cabezas
Y que lucen piel distinta
A la nuestra, y el semblante
Les cubre barba tupida?

En ese instante de miedo,
Frente al sol que ya se hundía,
Una salva de arcabuces
Se oyó en la llanura muisca.
Los hijos del Sol!... dijeron,
Y aterrados, la faz lívida,
Contra el suelo, sollozaban
La noche cayó sombría
En desolación profunda
Sobre la raza vencida.
De helada niebla bajo espeso manto,
Sin una flor, desierto, triste y frío,
Sin que se oiga de un ave el dulce canto,
Así se extiende el páramo sombrío...

Lejos de ti, sin que tu rostro amado
Sonría a mi dolor, dulce bien mío,
Siento mi corazón triste y helado,
Así... como este páramo sombrío.
Los tres Reyes Magos, bajo los fulgores
de la Estrella, avanzan por campos y eriales,
con cofres, camellos y ricos metales.
Así vense en láminas de antiguos pintores.

Del Oriente llegan a rendirle honores,
al Niño venido a curar los males
que  en la tierra sufren hombres y animales.
Sus vestidos lucen relucientes flores.

Al llegar se quitan la corona. El Niño,
cuya frente adorna resplandor intenso,
los mira y sonríe con jovial cariño.

Así,  bajo César Augusto potente,
a Belén llevaron oro, mina, incienso,
los tres Reyes Magos del lejano Oriente.
Ya la verde cigarra yace aquí, pasajero,
Que por dos estaciones nutriose en el sembrado
y cuya ala vibrante bajo su pie dentado,
zumbaba en los citizos y pinos del otero.

La lira de los bosques desde el albor primero,
la Musa de los surcos y el trigal, ha callado;
para que el sueño suyo no vaya a ser turbado,
sé muy leve sobre ella y prosigue ligero.

En medio del tomillo reposa solitaria.
Fue erigida hace poco su piedra funeraria.
¡No termina de muchos así el vivir sombrío!

Un niño en esa tumba desconsolado llora,
y en esa tumba deja compasiva la Aurora
libación cada día de gotas de rocío.
A la Discordia bélica y al rudo Ares... Anciano
ya soy; por eso ayúdame para colgar mi escudo
de este poste, y mis armas melladas y mi rudo
casco roto, que en lides siempre llevé yo ufano.

Este arco también cuelga. Pues no querrás en vano
que el cáñamo en él tuerza, porque brazo membrudo
y fuerte, su madera jamás doblegar pudo.
¿O esperas que la cuerda logre templar mi mano?

También, para colgado, toma el carcaj de cuero
donde tus ojos buscan las flechas del arquero
que el viento del combate con su furor dispersa.

Está vacío, es cierto, pero serán halladas:
búscalas en el campo de Maratón. Del Persa
en la garganta, un día, quedáronse clavadas.
Eres tú como una flor,
Hermosa, adorable y pura,
Y al verte, cruel dolor
El corazón me tortura.

Las manos poner anhelo
Sobre tu frente radiosa,
Y pedir te guarde el cielo
Siempre pura y siempre hermosa.
Bajo zarzas tupidas, del Citerón al lado,
Se abre la roca, abrigo donde erguida fulgura
Con sus ojos de oro y su altiva hermosura
La Virgen de alas de águila, y que nadie ha tocado.

En el umbral detúvose el Hombre, deslumbrado,
-¿Cuál es la sombra que hace mi mansión más oscura?
-El amor. -¿Dios acaso? -Soy el Héroe. -Segura
Tendrás la muerte, si entras. -Pues entro, ese es mi hado.

Domó Belerofonte a la Quimera loca;
-¡Huye! -Los labios míos hacen temblar tu boca,
-¡Ven, pues! Entre mis brazos se romperán tus huesos,

Y en tu carne mis uñas. -¡No importa tu servicia,
Si conquisté la gloria y arrebaté tus besos!
-Tu triunfo será vano: morirás... -Oh delicia.
Si escudo no me veis de roja barra,
Señora Encomendera de «Pasquilla»,
Pechero os juro que no fui en Sevilla,
Cual Pedro Antúnez mentiroso narra.

Combatí contra el moro en la Alpujarra,
Fui a Flandes con los tercios de Castilla,
Y lo mismo que esgrimo la cuchilla
Punteo en el estrado la guitarra.

En mi linaje y mi valor fiaos,
Que esta gente locuaz santafereña
Enredos siempre en los corrillos forja;

Y si el fin no sabéis de los «pijaos»,
Preguntad, doña Elvira, a vuestra dueña
Lo que dice de mí don Juan de Borja.
No quiero verlos, oye. Llévate esos clisés,
Que copian, según dices, nuestra vida y su historia.
Mis recuerdos, más bellos, están en mi memoria.
Como evocarlos quieres tanto tiempo después,
Habrás de evaporarlos... Llévate esos clisés,
Donde todo se achica, se esfuma, y el pasado,
Si surge, es despojado
De su color y música, de su encanto y su aroma,
Mientras que impertinente detalle vida toma
Con visible importancia de relieve cruel.
Mi memoria es más fiel
Aunque a veces olvida. Tal vez ha confundido
Las líneas, o un contorno no está bien definido;
Pero siempre el recuerdo, que a veces trae llanto,
Le ha dado a mi memoria como imborrable encanto;
Conserva mis placeres, cuanto ha sido mi anhelo,
Y al menor llamamiento, con toda su dulzura,
Ante los ojos míos los tiende, con la altura
De su radiante cielo.
Y las horas felices que vivir ansío
Me las das, si lo quiero, pues todo lo ha guardado:
El acre olor del bosque, de aquel bosque sombrío
De pinos en la playa que nos dejó embriagado
El corazón; el viento que se llevó en la duna
Nuestros besos, al claro de la naciente luna;
La aldeíta, el estrecho recodo del camino
En donde disputamos al fulgor vespertino;
Nuestro largo regreso;
Y como yo con modos fingidos o reales
Te regañaba, el tiempo que empleaste ex profeso
Comprando bagatelas y tarjetas postales;
Después, perdón y llanto, la entrada a la capilla
Con aroma de incienso, nuestra casa sencilla;
En tardes de verano, bajo cielo violeta,
Nuestros largos paseos en veloz bicicleta;
Nuestros cantos y gritos, nuestras horas sombrías;
Y por el campo, aquellas alegres correrías...
Todo eso mi memoria, con imborrable acopio
De recuerdos, me vuelve, recuerdos de otros días...
¿No piensas que ella vale más que tu
estereoscopio?...

¿No piensas qué lo tuyo semeja cosa trunca,
Esos blancos y negros, conjunto deslustrado
De ataúdes en donde vivo quedó el pasado
Y de donde a la vida no ha de salir ya nunca?
Habrás de mostrar esos sarcófagos sombríos
En donde nuestros días se encuentran prisioneros,
Y dirán tus amigos con rostros placenteros:
«¡Qué grande vuestra playa, qué campos y
qué ríos,
Y qué árboles teníais! ¿solos en esta aldea
Vivisteis?». Para luego reír a costa mía
De mi torpe apostura. ¡Que eso tu encanto sea!

Tú diviértete, y hazlos que vivan nuestro viaje;
Mas todos esos sitios y muros y paisaje
Que tan feliz me hicieron y que guardo en la mente,
Cuadros en donde surges con aire indiferente,
Y siempre aire placentero,
Guárdalos sin mostrármelos, porque verlos no quiero.
De otras bellas imágenes mi mente está repleta,
Y me interesan más...
Tus clisés no me importan. El recuerdo es poeta,
Pero ¡por Dios! No lo hagas historiador jamás.
Ante él, y por millares, los pájaros doquiera,
desde la orilla, a donde ya el Héroe ha descendido,
volaron, como ráfaga, sobre el negror dormido
del lago de aguas Fúnebres, en bandada agorera.

Otros, cruzaban tardos, rozando en la ribera
la frente que de Onfalia los besos ha sentido,
cuando el Arquero, el dardo sobre el nervio tendido,
avanzó entre las cañas, con la mirada fiera.

A la nube de pájaros dispara, y ella, luego
lanza lluvia de plumas, como dardos punzantes,
que eran, entre relámpagos, vivos dardos de fuego;

y al fin vio el sol, ya rota la gran nube sombría,
en donde el arco hizo desgarrones radiantes,
ensangrentado a Hércules que al cielo sonreía.
Por senda solitaria yo venía
Doquier dejando mi dolor su huella.
Flor de luz en el cielo se entreabría
Y me detuve a contemplar la estrella.

El pasado... el presente.  Ayer la aurora,
Fulgor en infinita lontananza...
Hoy triste atardecer que ruinas dora,
Sollozo de un adiós sin esperanza.

Estrella!... ¿No me ves?  Gime en la sombí
Evocando el pasado, mi amargura....
Tembloroso mi labio no la nombra,
Pero es luz, en mi noche, su hermosura.

Y solo voy sin que tinieblas ajen
Su recuerdo que en viva luz destella,
Y el alma copia fúlgida su imagen,
Como remanso azul copia una estrella.
Te quiero, sí, te quiero. ¿Me has oído?
Estoy loco por ti, loco perdido.
Y hablo, y hablo, mas siempre, muy sincero,
Sólo es para decirte que te quiero.

¡Te quiero! ¿Me has oído? ¡Dilo pronto!
¿y te ríes? ¿Acaso me ves aire de tonto?
Pero ¿qué hacer entonces para que tú comprendas,
Para que mis palabras sean claras, sin vendas?...
Siempre lo que se dice parece tontería,
Porque cuanto decimos suena a cosa vacía
Busco, y busco algún modo, pero ¡tiempo perdido!
Pues nunca a las palabras los besos han suplido.

Algo el pecho me oprime cual si un sollozo fuera;
Quiero explicarme, pero no encuentro la manera;
Sólo llega a las almas lo que saber decimos,
Y al través de palabras más o menos vivimos.
Necesito palabras, y quiero, en ansia ardiente,
y entre análisis frío, pesarlas en la mente.

Es fuerza que te diga, que sepas lo que siento,
Todo esto que confuso bulle en mi pensamiento;
Mas ¿Cómo? Si lograra… si lograra en mi inquieta
Tortura, hallar hermosas palabras de poeta,
Mucho más te diría que esto que aquí sentado,
Cerca de ti, te digo con labio balbuciente,
Y que cien y mil veces repito emocionado:
«¡Tú, siempre, amada mía!... Siempre tú, solamente».
¿Otra vez la discusión?
¿Quieres que nos expliquemos?
¿Continuar es tu intención?
Oye: préstame atención.
¡Dios mío! ¿Qué nos diremos?

Cosas tristes ¿para qué?
¿Para qué amargar la noche?
Si dura la riña fue,
Olvidémosla. ¿El corsé
 Quieres que te desabroche?

Eso lo mejor será.
Lo que has de decirme, bien
De antemano lo sé ya.
Quítate el traje, que está
Mi amor en tu espera. Ven.

Siempre uno mejor se entiende
Sin tomar aire de tonto,
Cuando en la cama se tiende,
Tu corazón me comprende...
Más quítate el traje pronto.

Dejémonos de altercados.
¿No has oído lo que he dicho?
Los cuerpos enamorados
Bien se entienden, abrazados.
Ven. Y cese tu capricho.

Deja de estar enojada.
 Suéltate el traje y los lazos.
 La disputa comenzada...
Aquí quedará acabada...
Ven, pero pronto, a mis brazos.
Leía y meditaba. Era la hora
En que el alma en la carne se ajiganta.
El sol caía en la naciente sombra;
La tarde se apagaba.
Meditaba, y mi espíritu subía,
Subía como al cielo se alza el águila;
Me asomé al infinito, y vi tinieblas,
Y me perdí en la nada.
Sentí hervidero de astros en la sombra,
Y pregunté al vacío ¿dónde se halla
Esa luz creadora que los mundos
De entre el caos levanta?
Y subía, y subía... Lo impalpable
A mis ojos abríase sin vallas;
Y en la sombra, sondando lo infinito,
Mi espíritu flotaba.
De repente la luna alzó su disco.
Brotaron las estrellas a miriadas;
Y la noche me habló con su silencio,
¡Y Dios habló a mi alma!
En medio de los hombres, amada, dulce y bella
Cruzaba como una alba, como un radioso ensueño;
Después su rojo labio dejó de ser risueño,
Y semejaba, pálida, una enfermiza estrella.

Las puertas de un convento cerráronse tras ella;
Era todo lo humano, para su amor, pequeño;
Y hoy se abre ante sus ojos .el mundo azul del sueño,
Y finge que su planta ya el Paraíso huella.

Lejos del mundo triste, donde el dolor es austro,
Su alma es incensario, y aquella flor del claustro
Derrama en torno suyo de santidad perfume.

Cerrado para siempre su oído a la lisonja,
De rosas y de lirios riega el altar la monja,
Y en éxtasis, orando, su vida se consume.
Adiós, pues. ¿Nada olvidas? Está bien. Puedes irte.
Ya nada más debemos decirnos... ¿Para qué?
Te dejo. Partir puedes. Pero aguarda un momento...
está lloviendo. Espera que deje de llover.
Abrígate. Está haciendo mucho frío en la calle.
Ponte capa de invierno. Y abrígate muy bien.
¿Todo te lo he devuelto? ¿Nada tuyo me queda?
¿Tu retrato te llevas y tus cartas también?
Por última vez mírame. Vamos a separarnos.
Óyeme. No lloremos, pues necedad sería...
¡Y qué esfuerzo debemos los dos hacer ahora
para ser lo que fuimos... lo que fuimos un día!
Se habían nuestras almas tan bien compenetrado,
y hoy de nuevo su vida cada cual ha tomado.
Con un distinto nombre por senda aparte iremos,
a errar, a vivir solos... Sin duda sufriremos.
Sufriremos un tiempo. Después vendrá el olvido,
lo solo que perdona. Tú, de mí desunida,
serás lo que antes fuiste. Yo, lo que antes he sido...
Dos distintas personas seremos en la vida.
Vas a entrar desde ahora por siempre en mi pasado;
tal vez nos encontremos en la calle algún día.
Te veré desde lejos con aire descuidado,
y llevarás un traje que no te conocía.
Después pasarán meses sin que te vea. En tanto,
habrán de hablarte amigos de mí. Yo bien lo sé;
y cuando en mi presencia te recuerden, encanto
que fuiste de mi vida, «¿Cómo está?» les diré.
Y qué grandes creímos nuestros dos corazones,
¡y qué pequeños! ¡Cómo nos quisimos tú y yo!
¿Recuerdas otros días? ¡Qué gratas ilusiones!
Y mira en lo que ahora nuestra pasión quedó.
Y nosotros, lo mismo que los demás mortales,
en promesas ardientes de eterno amor creyendo.
¡Verdad que humilla! ¿Todos somos acaso iguales?
¿Somos como los otros? Mira, sigue lloviendo.
Quédate. ¡Ven! No escampa. Y en la calle hace frío.
Quizá nos entendamos. Yo no sé de qué modo.
Aunque han cambiado tanto tu corazón y el mío,
tal vez al fin digamos: «¡No está perdido todo!»
Hagamos lo posible. Que acabe este desvío.
Vencer nuestras costumbres es inútil. ¿Verdad?
¡Ven, siéntate! A mi lado recobrarás tu hastío,
y volverá a tu lado mi triste soledad.
Del sol muere el postrer lampo,
Nube gris el cielo tizna,
Y va cayendo en el campo
                  La llovizna.

En el crepúsculo quieto,
Surcos abriendo en el barro,
De amarilla mies repleto
                  Pasa un carro.

Lenta la noche a la aldea
Desciende y las ondas mancha.
Junto al muelle cabecea
                  Vieja lancha.

Radián luces vacilantes
En callejas silenciosas,
Bajo bandadas de errantes
                  Mariposas.

Cual fantasma do pavura
Su ramazón casi escueta
Alza un árbol, en la oscura
                  Plazoleta.

Desolación que da frío
En esta angustiosa calina...
¡Soledad en torno mío
                  Y en el alma!

Desde el hotel del balneario
En torno tiendo la vista.
Mi corazón solitario
                  Se contrista.

Para que venga el olvido
El alma ensueños ingenia.
¡Quién tu víctima no ha sido,
                  Neurastenia!

Se van borrando, borrando,
En sombras los campos yermos.
Las horas están contando
                  Los enfermos.

Una música que gime
En un organillo empieza...
¡Cómo el corazón oprime
                  La tristeza!

Esa música... ¿Qué encanto
De lejos viene a traerme?
¡Recuerdo bañado en llanto,
                  Duerme, duerme!

Y mañana... El mismo día
Sin luz que en sombras irradie.
Siempre gris melancolía...
                  ¡Cerca... nadie!

Se han ido muchos.
A trechos. Hay cuartos solos, sombríos.
¡Honda tristeza de lechos
                  Ya vacíos!

Es fin de estación.
Al valle Ya cayendo sombra leve.
Nadie pasa por la calle...
                  Llueve... Llueve.
Ebrios de sangre y crímenes, en turba jadeante
Suben en fuga al monte que esconde su guarida;
Cerca la muerte llevan en su veloz huida,
Y de león perciben un acre olor distante.

Raudos salvan, hollando la Hidra amenazante,
Torrentes y barrancos, riscos y roca hendida,
Y ya, cortando él cielo, se alza la cumbre erguida
Del Pelión, de la Osa, o el Olimpo radiante.

De pronto un fugitivo se encabrita; atrás lanza
Una mirada; asústase; vuelve a mirar, y en tanto
Corre, y de un salto sólo sobre el rebaño avanza,

Porque ha visto a la luna, y en su terror se asombra,
Alargar detrás de ellos, como supremo espanto,
El horror gigantesco de la Herculana sombra.
Dijo el Amor:
                        (entonces a los lampos
                      de un claro sol; en los serenos campos
                      sonreía a la luz la primavera;
                      en el soto arrullaban las palomas,
                      y cada flor en los alcores era
                      como un abierto búcaro de aromas).

-«Yo seré tu poeta: tendrás flores
Para tu frente, y rimas armoniosas
Que cual perlas de luz darán fulgores,
Y perfumes darán como las rosas.

»Seré espacio sin fin para tu anhelo,
La ilusión que te encante...
Seré el azul de tu estrellado cielo,
Seré la estrofa que en tu oído cante.

»Y en la onda dormida
Donde los astros verterán risueños
Su fulgor, en la onda de tu vida
Seré la barca en donde irán tus sueños».

Dijo la Muerte:
                        (entonces a los lampos
                      de un sol de invierno, los marchitos campos
                      sudarios parecían,
                      blancos de nieve y de verdura escuetos,
                      y a lo lejos los árboles fingían,
                      en la bruma, un desfile de esqueletos).

-«Yo soy la Segadora,
La eterna Vencedora
Que con el Bien y la Virtud en guerra
Deja a su paso destrucción y duelo,
La que troncha las flores en la tierra,
La que apaga los astros en el cielo.
Yo soy la Muerte... Ven!»

                                                    Cual rosa blanca,
Como azucena en el vergel riente
Que de su tallo el ventarrón arranca,
Así la Virgen doblegó la frente.

Amó... Vivió... Pasó...!
                                    Fue nube leve

Que llevaba benéfico rocío;
En la montaña azul, copo de nieve,
Y blanca espuma en el cristal del río.

                        (Entonces, al radiar eterna aurora
                      En las tinieblas de la tumba inerte,
                      La Virgen, la vencida por la Muerte,
                      Entró en el Paraíso vencedora).
De láminas un libro yo hojeaba,
Y en un extremo de la sala, Lola,
Junto a su madre -que también cosía-
        Cosía silenciosa.

De pronto «¡Watherloo!» dije en voz alta;
«¡Aquí Napoleón... éstas sus hordas!...
Lola, acércate, ¡ven! que raras veces
        Se ven tan bellas cosas».

Dejó la niña su costura al punto,
Juntó a la mía su cabeza blonda,
Y de un beso el calor sintió extenderse
        Por su frente marmórea.

Y mirando a su madre de soslayo,
Dijo quedo: ¡qué lámina preciosa!
Y añadió cabizbaja y sonriente:
        Oh ¡muéstramelas todas!
El lago una mancha
Parece de azogue.
¡Que arranque la lancha!
¡Que bogue, que bogue!

Mi Musa que esmalte
Adquiere en las cimas,
Será gerifalte
A caza de rimas.

Aromas diluye
Sobre el campo el aura.
Doquier vida fluye
Que el cuerpo restaura.

Ramazón umbría
Sobre el agua cuelga.
La pajarería
Canta alegre en huelga.

Mariposas raudas
Van entre fulgores;
Del guadual las caudas
Dan gratos rumores.

En mundos que fragua
La mente me pierdo,
Y el rumor del agua
Aduerme el recuerdo.

Cual góndola zarpa
El alma a la aurora.
El bosque es un arpa
Que alivia al que llora.

Que traiga el ensueño
Bienhechor descanso:
¡Oh campo, oh risueño
Celeste remanso!

La ciudad ahoga....
¡Que mi cuerpo vibre!
¡Boga, lancha, boga!
¡El alma aquí es libre!
El grafófono,
A tarde y mañana,
En el puente del barco
Sonaba y sonaba.

Era un barco muy viejo,
Un barco de carga
(Ron, azúcar y negros).
Que todos los meses salía
                              El día 19,
                              De Martinica
                              Para Burdeos.

                  Negros y negras
(Café tinto con gotas de leche)
Bailaban a tarde y mañana
Shimmy, jaba y fox-trot en el puente;
Charleston no se bailaba

Que es mal de San Vito reciente;
Corbatas muy rojas, los hombres,
De rojo y azul las mujeres,
Zarcillos de oro, muy largos,
          De carey, brazaletes,
Y Houbigant y sudor confundidos....
Houbigant en sudor.... ¡qué mal hueles!

                              «Adieu! Fort de France!»
                              Decían riendo.
¡Qué blancos sus dientes lucían
En los labios carnudos y anémicos!

                              Y seguía el grafófono,
Y seguían bailando los martiniqueños.

                              De pronto
El cielo se puso muy *****.
Y estrellóse en el barco una ola,
Una ola muy grande, rugiendo,
Y la ola inundó todo el puente
...Era el mar, que colérico
Acababa con música y baile
Y escupía en la cara a los negros.
Tras la bondad del Cielo que socorre,
Con el toque final de la campana
La gente a misa por entrar se afana;
Luego al mercado de la plaza corre.

Se ve después al Cura que recorre
Las ventas bajo ardiente resolana:
Una limosna con unción cristiana
Pidiendo va para acabar la torre.

Trigueñas aldeanas por la calle
Luciendo pasan, con esbelto talle,
Trajes ligeros y bordadas golas;

Y en el billar, ante la grey sumisa,
El Alcalde reviéntase de risa
Después de hacer catorce carambolas.
Tenía la tristeza del cielo en el otoño,
La tristeza de un rayo de luna sobre el mar;
Lo raro y misterioso que al corazón ******,
Y de un ensueño casto la dulce vaguedad.

Su palidez hablaba de anhelos imposibles,
-Estrellas apagadas en un lejano azul-,
De anhelos imposibles en días de esperanza,
Cuando se habría al cielo, cual flor, su juventud.

Copo de nieve, copo que cruza las tinieblas,
Intacto, así la vida cruzó su corazón.
Selló un misterio siempre su alma. Y sólo un beso,
El beso del Ensueño, su labio conoció.

De sueños de pureza formó su virgen alma,
-Enamorada eterna de un místico ideal-
De sueños de pureza... cual ramo de albas flores,
Cual ramo que debía morir en un altar.
A la luz de la tarde moribunda
Recorro el olvidado cementerio,
Y una dulce piedad mi pecho inunda
Al pensar de la muerte en el misterio.

Del occidente a las postreras luces
Mi errabunda mirada sólo advierte
Los toscos leños de torcidas cruces,
Despojos en la playa de la Muerte.

De madreselvas que el Abril enflora,
Cercado humilde en torno se levanta,
Donde vierte sus lágrimas la aurora,
Y donde el ave, por las tardes, canta.

Corre cerca un arroyo en hondo cauce
Que a trechos lama verdinegra viste,
Y de la orilla se levanta un sauce,
Cual de la Muerte centinela triste.

Y al oír el rumor en la maleza,
Mi mente inquiere, de la sombra esclava,
Si es rumor de la vida que ya empieza,
O rumor de la vida que se acaba.

«¿Muere todo?» me digo. En el instante
Alzarse veo de las verdes lomas,
Para perderse en el azul radiante,
Una blanca bandada de palomas.

Y del bardo sajón el hondo verso,
Verso consolador, mi oído hiere:
No hay muerte porque es vida el universo;
Los muertos no están muertos...  ¡Nada muere!
¡No hay muerte! ¡todo es vida!...
                                                     
El sol que ahora,
Por entre nubes de encendida grana
Va llegando al ocaso, ya es aurora
Para otros mundos, en región lejana.

Peregrina en la sombra, el alma yerra
Cuando un perdido bien llora en su duelo.
Los dones de los cielos a la tierra
No mueren... ¡Tornan de la tierra al cielo!
Si ya llegaron a la eterna vida
Los que a la sima del sepulcro ruedan,
Con júbilo cantemos su partida,
¡Y lloremos más bien por los que quedan!

Sus ojos vieron, en la tierra, cardos,
Y sangraron sus pies en los abrojos...
¡Ya los abrojos son fragantes nardos,
Y todo es fiesta y luz para sus ojos!

Su pan fue duro, y largo su camino,
Su dicha terrenal fue transitoria...
Si ya la muerte a libertarlos vino,
¿Porqué no alzarnos himnos de victoria?
La dulce faz en el hogar querida,
Que fue en las sombras cual polar estrella:
La dulce faz, ausente de la vida,
¡Ya sonríe más fúlgida y más bella!

La mano que posada en nuestra frente,
En horas de dolor fue blanda pluma,
Transfigurada, diáfana, fulgente,
Ya como rosa de Sarón perfuma.

Y los ojos queridos, siempre amados,
Que alegraron los páramos desiertos,
Aunque entre sombras los miréis cerrados,
¡Sabed que están para la luz abiertos!

Y el corazón que nos amó, santuario
De todos nuestros sueños terrenales,
Al surgir de la noche del osario,
Es ya vaso de aromas edenales.

Para la nave errante ya hay remanso;
Para la mente humana, un mundo abierto;
Para los pies heridos... ya hay descanso,
Y para el pobre náufrago... ya hay puerto.
No hay muerte, aunque se apague a nuestros ojos
Lo que dio a nuestra vida luz y encanto;
¡Todo es vida, aunque en míseros despojos
Caiga en raudal copioso nuestro llanto!

No hay muerte, aunque a la tumba a los que amamos
(La frente baja y de dolor cubiertos),
Llevemos a dormir... y aunque creamos
Que los muertos queridos están muertos.

Ni fue su adiós eterna despedida...
Como buscando un sol de primavera
Dejaron las tinieblas de la vida
Por nueva vida, en luminosa esfera.

Padre, madre y hermanos, de fatigas
En el mundo sufridos compañeros,
Grermen fuisteis ayer... ¡hoy sois espigas,
Espigas del Señor en los graneros!

Dejaron su terrena vestidura
Y ya lauro inmortal radia en sus frentes;
Y aunque partieron para excelsa altura,
Con nosotros están... no están ausentes!
Son luz para el humano pensamiento,
Rayo en la estrella y música en la brisa.
¿Canta el aura en las frondas?...  ¡Es su acento!
¿Una estrella miráis?...  ¡Es su sonrisa!

Por eso cuando en horas de amargura
El horizonte ennegrecido vemos,
Oímos como voces de dulzura
Pero de dónde vienen... ¡no sabemos!

¡Son ellos... cerca están!  Y aunque circuya
Luz eterna a sus almas donde moran
En el placer nuestra alegría es suya,
Y en el dolor, con nuestro llanto lloran.

A nuestro lado van.  Son luz y egida
De nuestros pasos débiles e inciertos
No hay muerte...  ¡Todo alienta, todo es vida!
¡Y los muertos queridos no están muertos!

Porque al caer el corazón inerte
Un mundo se abre de infinitas galas,
¡Y como eterno galardón, la Muerte
Cambia el sudario del sepulcro, en alas!
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