Así como no se puede dar marcha atrás a una palabra dicha, no retroceden los pasos dados, no se limitan las emociones sufridas; mucho menos las frías en un entrono inhumano.
Recomiendo en todo lo posible dejarse llevar por el día para mantenerse intacto de lo vano y lo penoso, también sé es parte del error, ese que nos envuelve tan fríamente.
Las bases depresivas o más bien, maniático depresivas a las que solemos acostumbrarnos, las que amanamos con tanto fervor y no queremos dejar ir porque ¿qué sería del arte sin la lujuria, el sufrimiento y la ebriedad?
La rutina de los decadentes, o de los que eligen decaer; estar deprimido es un acto puro del cerebro brillante, grande e indoloro al que le encanta padecer. Y buscamos -para los que no sentimos con naturalidad el dolor- constante aceptación; amarga e injusta que resulta odioso para nuestros pares.
El dolor como parte egoísta de la juventud empírica y naturaleza del cuerpo, que busca también la compañía para compartirla y destrozarla. Y destrozar a esas personas cercanos a nosotros; pares, mierdas, animales o terceros.
Es la decadencia la forma de la vida, el cliché nunca debe morir por los poetas deprimidos no debe extinguirse; la pintura agresiva, ni los filmes fuertes. Las formas son la expresión del imbécil natural, natural, natural; que nace y respira, que muere y se ahoga en sus propias palabras escritas, en sus pensamientos turbios de noche.