Allá donde arden los infiernos
de la existencia,
sin dejar de ser
nunca un ángel.
Como halcón peregrino,
solo, sin ayuda,
sin herir, sin temor,
durante un tiempo más
que prolongado:
¡Se lanzó en picado
a los abismos
terrenales!
Saboreó el fuego,
sintió la quemadura,
abrazó su propia caída,
vivió su propio infierno...
con su alma
inquebrantable.
Como la mariposa que
rompe su crisálida,
resurgió una y otra vez,
más fuerte,
más persistente,
más audaz:
¡Más resiliente
de lo que jamás hubiera
imaginado!
Sobrevivió a sus propias
cenizas,
a los nudos de su alma,
a los laberintos de su mente...
y a aquellos días infernales.
Por eso,
gracias al halcón
peregrino que un día fue,
allá donde arden los
infiernos terrenales...
donde la batalla entre
sombra y luz es intensa,
profunda y constante.
Por haber conocido,
alimentado, tragado y
expulsado a sus propios
demonios,
terrenales,
mentales y espirituales,
sin perder nunca su pureza,
ni dejar de ser un ángel.
Hoy se conoce más allá
de sí mismo,
más allá de lo que
nunca hubiera imaginado.
Por ello, cada día
que pasa,
reconoce, agradece
y honra lo verdaderamente
importante:
Su propia luz conquistada,
por siempre eterna,
por siempre indestructible,
y salvo, por conocimiento,
transformación y evolución...
¡ Por siempre inalterable!