El momento en que supe lo que sentía por ti, no fue ruidoso, no fue repentino, solo un gesto silencioso hacia los papelitos que dejaste atrás.
Pequeños cuadros con tu letra apurada, dejados sobre el mostrador, pegados en monitores. Usa esto si se te olvida, dijiste, dimensiones anotadas para que yo recordara.
Pequeños cuadros de guía silenciosa mientras yo aún aprendía el ritmo, aún con algo de nervios. Tus notas visibles, justo cuando más las necesitaba.
No tenías que escribirlas, pero lo hiciste. Cada una fue un gesto pequeño que solo yo noté. De entre todas las personas, me elegiste a mí para ayudar, a tu manera callada.
Pero para mí, fueron todo. Comencé a guardarlas como cartas de amor disfrazadas en tinta de oficina.
Recordatorios de que alguna vez estuviste lo suficientemente cerca como para dejar huellas.
Ya pasó un año. El trabajo cambió. Tú cambiaste. Yo cambié. Pero las notas… todavía están guardadas en mi caja de recuerdos. Esquinas suaves por el tiempo, la tinta desvaneciéndose, pero no el sentimiento.
Tal vez las guardé porque una parte de mí todavía te guarda a ti. Incluso en tus gestos más pequeños, dejaste una marca. Y nunca he sido buena para soltar lo que alguna vez se sintió real.