Éramos. Tan iguales como la luz y la sombra, afianzados a lo real de un sueño utópico.
Tan iguales como miles de sabores disfrazados, de esos que se encuentran con cada vuelta cósmica. Y sin remedio los saboreamos, hasta sentirnos hartos, como para nunca olvidarlos.
Éramos. Tan iguales como el verano y el invierno, como la playa salada y los imponentes Alpes.
Y nos dijimos adiós, tantas otras veces, que ya ni nos creíamos.