Me gusta el fuego, el roce de lo rudo,
la pasión desatada en la piel al compas,
pero tu, tan inocente, con tu dulzura en el mundo,
me haces dudar si el deseo será capaz.
Tus ojos son un océano de ternura infinita,
cada sonrisa tuya, un soplo de calma,
mientras mi mente anhela la lujuria que habita,
en sombras y susurros que mandan el alma.
Quisiera mostrarte mis deseos ocultos,
las noches de entrega, los gritos en la piel,
pero temo romper esa burbuja de frutos,
donde tu inocencia florece como un caracol en papel.
Hay un abismo entre lo suave y lo salvaje,
entre lo tierno y lo que arde sin freno,
y en cada mirada, se siente el viaje,
donde el amor y el deseo se cruzan en veneno.
Así, en este juego de placeres y dudas,
te admiro, te deseo, con un fuego voraz,
pero en mi corazón, la pregunta se muda:
¿Cómo unir estos mundos sin romper la paz?