Llueve y el aire frío azota mi cuerpo. Me recuerda lo frágil que puedo llegar a ser.
Tiemblo sin poder evitarlo. Tiemblo sin abrigo para cubrir mi piel.
El agua se encharca bajo mis pies descalzos. Se acumula como las desilusiones vividas en postreros meses, algo desérticos de amor real y cariño mutuo.
Me siento exonerado de las dañinas flechas con que Cupido cínico engaña y ciega.
Mi subconsciente me trae recuerdos tiránicos que preferiría que no regresaran, para cicatrizar la tromba de heridas profundas que ya no sangran, pero en suspenso duelen.
Llueve y el sol se esconde entre grises nubarrones que opaca los colores y la ilusión de mejores tiempos.
El frío se adentra pernicioso por mis ropas mojadas, quema la poca cabalidad que dejaron mis insultos internos y la jerárquica guerra entre corazón y cerebro.
Intento caminar, mis pasos están atorados, siento la rigidez cansina y frívola de la inclemencia.
Llueve y cada gota que cae en mi rostro me recuerda las lágrimas derramadas días atrás.
Hoy me rehúso al llanto, espero con paciencia y premeditada seguridad el paso firme de la tormenta, la salida inminente del sol, la reafirmación del arcoiris.
Hoy llueve, mañana habrá calma, sosiego y mejores tiempos.