Helados como el té eran sus besos. Espontáneos. Lacrimógena, su mirada de gacela. Me mordía los labios, sólo por posesión. No hubo cariño. Se sentaba en mis muslos. Eran un simple asiento. A veces, hasta hablaba de futuro. Sólo mentiras que nunca entendí. Así la quise. Y la olvidé mañana.