El invierno ha tocado a mi puerta y no tengo quien me abrigue. Mi cuerpo y alma, piden a gritos el calor de unos besos sinceros, una fogata de abrazos tentadores, el arruyo adulador de unos ojos que no quieran sino mirarme con locura. Pasiones para satisfacer mi hambre, una locura de amaneceres desnudos que me dejen sin aliento. Sonrisas. Bailes en la cama, con el morbo lujurioso de la música de unos labios que gritan de placer. Alejar a Cupido de mí, como quien huye de la lluvia fría, buscando refugio entre los portales de una boca ardiente, en los sabores que en una piel se anidan, alumbrando el camino a casa con la luz de sus ojos, para que nada dañe nuestro apogeo de lascivia y tentación prohibida, aventuras de las cuales no sabe el amor; con promesas que se quedan en la tierra mientras yo busco tocar el cielo.