Perdieron el norte cuando la mas brillante de las del sur fue sepultada por las nubes.
Giraron y giraron así como gira el deseo. Al son del viento que nos susurra al oído la cercanía de la tormenta.
Fundiéndose en la tempestad se alejaron, ignorando su pequeñez. Sobre el cielo encapotado, sin temor a los destellos, ni al aguacero que se anunciaba. Precipitándose sin saberlo a la nada.
Es incierto lo que el futuro les depara, y en el absurdo de su arrojo reside mi asombro, y de a ratos mi envidia. Las aves pueden arrojarse hacia la nada. Mientras que yo, simplemente estoy condenado al todo.