Consigo una pizca de mi felicidad casi sin querer prolongar en tu coche cuando, de noche, me devuelves a casa.
Me transluzco incrédulo de mi sonrisa porque en el silencio del motor callado no me besaste pero siento ahí un peso, donde tanto roce desgastó la piel, como hacen muchas pisadas el camino, donde no queda ya labio, solo beso, que prefiere ser carne a solo recuerdo.
Y atrapo carnívoramente la presión sentida, suave e invisible en mis labios para que no se vuele por accidente,
pero tú lo desatas distraídamente y dejas uno fresco sobre mi boca, y yo dejo al hipocampo recoger este beso ya pasado que se esfuma; perturbe así mis sueños todos por siempre.