La lluvia se hace más cristalina iluminada por bombillas de mercurio. Los humanos que no quieren recibir su caricia se abrigan bajo sombrillas de colores extraños. Sólo los niños y algunos locos extasiados levantan la cara al cielo para permitir el roce de múltiples acuosos dedos: palpando, deslizándose por mejilla y ojos asombrados.