Alguien que me salve de la vida. Dirán que estamos bien enjuagándose la boca con tanto tanto vacío familiar. Sí, sí. La vida, larga vida, adorable viento matutino, cortinas ligeras ondeando en los ventanales, sí, sí, larga vida, alegría plena. Alguien que me salve, por favor. Pero está bien. Uno encuentra razones. Pronto lo verás. Eso dicen y se marchan muy contentos de haber servido para absolutamente nada. Tal vez esa es la fuente de la dicha. Se jactan de la bendita ignorancia como guía y declaran el patetismo como aspiración intelectual, sin saberlo claro está. Pero ahora que entiendo las cosas como son (metafísica de asientos plásticos de metro y envoltorios abre fácil nada fáciles de abrir: una tortura común) puedo disimular un poco mi existencia, y desfilar mi mal olor en público limpia la consciencia por las feromonas. Tantas soluciones para un problema y siempre la que no se comprende es la más sencilla, la más aplicada, la más conocida, hablo pues de la errónea que mantiene viva la creencia. Alguien termine de salvarme, que yo solo podría pero no puedo.