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De una torre de palacio   se salió por un postigo
la Cava con sus doncellas   con gran fiesta y regocijo.
Metiéronse en un jardín   cerca de un espeso ombrío
de jazmines y arrayanes,   de pámpanos y racimos.
Junto a una fuente que vierte   por seis caños de oro fino
cristal y perlas sonoras   entre espadañas y lirios,
reposaron las doncellas   buscando solaz y alivio
al fuego de mocedad   y a los ardores de estío.
Daban al agua sus brazos,   y tentada de su frío,
fue la Cava la primera   que desnudó sus vestidos.
En la sombreada alberca   su cuerpo brilla tan lindo
que al de todas las demás   como sol ha escurecido.
Pensó la Cava estar sola,   pero la ventura quiso
que entre unas espesas yedras   la miraba el rey Rodrigo.
Puso la ocasión el fuego   en el corazón altivo,
y amor, batiendo sus alas,   abrasóle de improviso.
De la pérdida de España   fue aquí funesto principio
una mujer sin ventura   y un hombre de amor rendido.
Florinda perdió su flor,   el rey padeció el castigo;
ella dice que hubo fuerza,   él que gusto consentido.
Si dicen quién de los dos   la mayor culpa ha tenido,
digan los hombres: la Cava   y las mujeres: Rodrigo.
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