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Guardaste mis secretos:  
los poemas que arranqué del pecho  
y lancé hacia tu oscuridad.  

Esos versos torpes,  
hojas arrugadas por el llanto,  
pedazos de alma  
que terminaron en tu vientre de metal.  

Nadie supo que fuiste  
el horno donde quemé  
cartas de "siempre"
y sobres de "nunca más".  
Tus esquinas aún huelen  
a tinta derretida.  

Sepultaste las cenizas  
sin preguntar nombres.  
Ahora esos papeles  
—los que sobrevivieron al fuego—  
alumbran otras noches ajenas.  

¿Quién notaría que eres  
solo una papelera?  
Que en tu silencio  
hay más verdades  
que en todos los poemas
que aún no he publicado.  

Mel Zalewsky.
Crecí entre rocas frías,  
sediento de tu agua.  
Tus nubes pasaron de largo,  
y el polvo se volvió mi banquete.  

La luz del sol —antes verdugo—  
ahora es mi cómplice.  
Bebo de sobras de rocío,  
de tus palabras evaporadas  
antes del amanecer.  

Me vestí de espinas,  
no por rencor,  
sino porque hasta el desierto  
merece guardianes.  

Y aun así,  
doy flores.  
Pequeñas,  
rojas como heridas recientes.  

No moriré  
para renacer en tu selva.  
Soy cactus:  
mi belleza  
es un acto de guerra  
contra la sequía.

Mel Zalewsky.
Mis hojas ya no son verdes.  
Las mariposas que dormían en mi sombra  
se fueron sin dejar rastro.  

Yo las vi partir.  
No corrí tras ellas.  

Entendí que el otoño  
ese ladrón silencioso
había marcado tu fin.  
Tus venas estaban negras de plaga,  
y yo,  
en lugar de regarte,  
dejé que la savia se volviera lágrima.  
Que el viento te arrancara  
hoja por hoja  
hasta dejarme desnudo.  

Ahora el invierno viene.  
Lo sé.  
Pero prefiero este frío limpio  
a tu follaje podrido.  

Tú fuiste todo:  
agua, sol, luna.  
Ahora solo eres  
el crujir de hojas muertas  
bajo mis pies.

Mel Zalewsky.
Antes,  
sus gritos eran hachazos.  
Sus pasos,  
tala indiscriminada.  

Ahora,  
arrodillado ante los tocones,  
les ofrece abono  
como disculpa.  

Su hacha está rota  
—igual que su orgullo—.  
En su lugar,  
usa tijeras de tinta:  
podará con versos  
las ramas enfermas,  
injertará sueños  
donde solo quedó corteza muerta.  

Se ha vuelto jardinero.  
Hasta de sí mismo:  
cortó sus hojas venenosas,  
desenredó la hiedra  
que estrangulaba sus rosas.  

Y aunque sabe  
que los árboles caídos  
no se levantan,  
riega la tierra  
por si las raíces  
aún recuerdan  
cómo ser semilla.  

Mel Zalewsky.
Mel Zalewsky May 5
Miramos juntos el cielo.  
Reímos.  
Pero dime: ¿qué viste tú?  
¿El azul vacío? ¿Una nube pasajera?  

Yo te mostré mi cielo:  
constelaciones de cicatrices,  
astros que solo brillan  
cuando alguien los nombra.  

Mis nubes no son tristeza.  
Son los velos que tejí  
Luego que te fueras...
Jamás preguntaste
que era lo que pintaba
Mi cielo de rojo.

¿Quién será esa alma  
que no tema a mi noche?  
¿Quién leerá mis estrellas  
como versos en vez de puntos?  
¿Quién mirará este abismo  
y dirá:  
"Aquí no hay vacío,  
solo luz  
esperando a ser descifrada"?
Mel Zalewsky.
Mel Zalewsky May 5
Estos poemas  
—antes cicatrices, antes noches sin luna—  
ahora son losas de mármol  
pulidas por el tiempo.  

Me presento ante ustedes:  
almas con maletas de dolor.  
Aquí, mi pecho es mesa,  
mis versos, estantes.  

Guarden sus recuerdos  
en las vitrinas limpias.  
No hay candados,  
ni boletos de entrada.  
Solo una regla:  
"Trae tu vacío,  
y llévate el eco  
de lo que un día  
también fue alegría."
  

El mármol no miente.  
Mira cómo brilla  
aunque lo tallaron  
con lágrimas.
Mel Zalewsky.

— The End —