Hay un lugar que no aparece en los mapas,
un rincón que solo conoce mi alma,
donde el tiempo se hace pequeño,
y el silencio me mira como un espejo sincero.
No es tierra ni cielo,
es una raíz profunda que sostiene mis pensamientos,
una frontera invisible entre el sueño y lo eterno,
un sitio donde las preguntas duermen,
como niños que aún no saben llorar.
A veces le digo “hogar”,
pero sé que es mucho más:
es un vacío que me llena,
un misterio que me acaricia por dentro,
un recordatorio de que soy más grande que mis miedos,
más profundo que mis heridas,
más infinito que cada paso que doy sin saber adónde.
Allí, cuando cierro los ojos,
escucho al universo decirme:
“No eres solo carne, ni sombra,
eres fuego que atraviesa tormentas,
eres el latido que queda
cuando todo lo demás se apaga.”
En ese lugar me pierdo y me encuentro,
me rompo y me reconstruyo,
soy humano y, a la vez, eterno.
Soy la pregunta, soy la respuesta,
soy el silencio que abraza.
Ese lugar no lo ven los ojos,
solo el corazón desnudo
cuando tiene el valor de mirarse por dentro.
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Hay un sitio donde el ruido del mundo no existe,
donde el tiempo deja de golpear las horas.
Es un espacio sin paredes ni puertas,
sin nombre, sin cadenas.
Ahí me siento, despacio,
a mirar de frente el peso de mi existencia,
como si cada pensamiento fuera una estrella,
y cada duda, un río que busca el mar de su verdad.
En ese rincón entiendo que no soy lo que dicen,
ni la sombra que me persigue desde el pasado,
sino este instante vivo,
esta chispa que, aunque pequeña,
atraviesa la oscuridad sin rendirse.
La vida, allí, se me revela como un eco:
todo lo que doy vuelve,
todo lo que amo permanece,
y todo lo que temo se derrumba
cuando me atrevo a abrazarlo sin miedo.
Ese lugar es solo mío,
porque ahí soy libre.
Libre de las voces que me juzgan,
libre de las máscaras que me pesan,
libre de las palabras que, a veces,
nunca son suficientes.
Ahí converso conmigo mismo,
me pregunto quién soy,
por qué sigo soñando,
qué sentido tiene este respirar
en un universo tan vasto y silencioso.
Y mientras espero respuestas en el silencio,
descubro que mis heridas no son cadenas,
sino cicatrices que me enseñan
a caminar con más amor.
Aprendo que lo eterno no está lejos,
que vive en cada gesto sencillo,
en este milagro de existir,
en sentir el corazón latiendo sin explicación.
En ese lugar no soy Dani,
ni hombre, ni poeta, ni cuerpo:
soy algo más grande,
soy una pregunta que se convierte en luz,
soy el puente entre lo que fui y lo que seré,
soy el alma arrodillada ante el misterio,
abrazando la infinitud de estar vivo.
Derechos de autor ©️
~Daniii