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No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.

Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.

Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!

Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
La luna pudo detenerse al fin por la curva blanquísima de los caballos.
Un rayo de luz violenta que se escapaba de la herida
proyectó en el cielo el instante de la circuncisión de un niño muerto.

La sangre bajaba por el monte y los ángeles la buscaban,
pero los cálices eran de viento y al fin llenaba los zapatos.
Cojos perros fumaban sus pipas y un olor de cuero caliente
ponía grises los labios redondos de los que vomitaban en las esquinas.
Y llegaban largos alaridos por el Sur de la noche seca.
Era que la luna quemaba con sus bujías el falo de los caballos.
Un sastre especialista en púrpura
había encerrado a tres santas mujeres
y les enseñaba una calavera por los vidrios de la ventana.
Las tres en el arrabal rodeaban a un camello blanco,
que lloraba porque al alba
tenía que pasar sin remedio por el ojo de una aguja.
¡Oh cruz! ¡Oh clavos! ¡Oh espina!
¡Oh espina clavada en el hueso hasta que se oxíden los planetas!
Como nadie volvía la cabeza, el cielo pudo desnudarse.
Entonces se oyó la gran voz y los fariseos dijeron:
Esa maldita vaca tiene las tetas llenas de leche.
La muchedumbre cerraba las puertas
y la lluvia bajaba por las calles decidida a mojar el corazón
mientras la tarde se puso turbia de latidos y leñadores
y la oscura ciudad agonizaba bajo el martillo de los carpinteros.

Esa maldita vaca
tiene las tetas llenas de perdigones,
dijeron los fariseos.
Pero la sangre mojó sus pies y los espíritus inmundos
estrellaban ampollas de laguna sobre las paredes del templo.
Se supo el momento preciso de la salvación de nuestra vida.
Porque la luna lavó con agua
las quemaduras de los caballos
y no la niña viva que callaron en la arena.
Entonces salieron los fríos cantando sus canciones
y las ranas encendieron sus lumbres en la doble orilla del rio.
Esa maldita vaca, maldita, maldita, maldita
no nos dejará dormir, dijeron los fariseos,
y se alejaron a sus casas por el tumulto de la calle
dando empujones a los borrachos y escupiendo sal de los sacrificios
mientras la sangre los seguía con un balido de cordero.
Fue entonces
y la tierra despertó arrojando temblorosos ríos de polilla.
En lo alto de aquel monte
hay un arbolillo verde.
  Pastor que vas,
  pastor que vienes.
Olivares soñolientos
bajan al llano caliente.
  Pastor que vas,
  pastor que vienes.
Ni ovejas blancas ni perro
ni cayado ni amor tienes.
  Pastor que vas.
Como una sombra de oro
en el trigal te disuelves.
  pastor que vienes.
La piedra es una frente donde los sueños gimen
sin tener agua curva ni cipreses helados,
La piedra es una espalda para llevar al tiempo
con árboles de lágrimas y cintas y planetas.

Yo he visto lluvias grises hacia las olas
levantando sus tiernos brazos acribillados,
para no ser cazadas por la piedra tendida
que desata sus miembros sin empapar la sangre.

Porque la piedra coge simientes y nublados,
esqueletos de alondras y lobos de penumbra;
pero no da sonidos, ni cristales, ni fuego,
sino plazas y plazas y otras plazas sin muros.

Ya está sobre la piedra Ignacio el bien nacido.
Ya se acabó; ¿que pasa? Contemplad su figura:
la muerte le ha cubierto de pálidos azufres
y le ha puesto cabeza de oscuro minotauro.

Ya se acabó. La lluvia penetra por su boca.
El aire como loco deja su pecho hundido,
y el Amor, empapado con lágrimas de nieve,
se calienta en la cumbre de las ganaderías.

¿Qué dicen? Un silencio con hedores reposa.
Estamos con un cuerpo presente que se esfuma,
con una forma clara que tuvo ruiseñores
y la vemos llenarse de agujeros sin fondo.

¿Quién arruga el sudario? ¡No es verdad lo que dice!
Aquí no canta nadie, ni llora en el rincón,
ni pica las espuelas, ni espanta la serpiente:
aquí no quiero más que los ojos redondos
para ver ese cuerpo sin posible descanso.

Yo quiero ver aquí los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales.

Aquí quiero yo verlos. Delante de la piedra.
Delante de este cuerpo con las riendas quebradas.
Yo quiero que me enseñen donde está la salida
para este capitán atado por la muerte.

Yo quiero que me enseñen un llanto como un río
que tenga dulces nieblas y profundas orillas,
para llevar el cuerpo de Ignacio y que se pierda
sin escuchar el doble resuello de los toros.

Que se pierda en la plaza redonda de la luna
que finge cuando niña doliente res inmóvil;
que se pierda en la noche sin canto de los peces
y en la maleza blanca del humo congelado.

No quiero que le tapen la cara con pañuelos
para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Vete Ignacio: No sientas el caliente bramido.
Duerme, vuela, reposa: ¡También se muere el mar!
¡Fita aquel branco galán,
olla seu transido corpo!
É a lúa que baila
na Quintana dos mortos.
Fita seu corpo transido,
***** de somas e lobos.
Nai: A lúa está bailando
na Quintana dos mortos.
¿Quén fire potro de pedra
na mesma porta do sono?
¡É a lúa! ¡É a lúa
na Quintana dos mortos!
¿Quén fita meus grises vidros
cheos de nubens seus ollos?
É a lúa, é a lúa
na Quintana dos mortos.
Déixame morrer no leito
soñando con froles d'ouro.
Nai: A lúa está bailando
na Quintana dos mortos.
¡Ai filla, co ár do céo
vólvome branca de pronto!
Non é o ar, é a triste lúa
na Quintana dos mortos.
¿Quén brúa co-este xemido
d'imenso boi melancónico?
Nai: É a lúa, é a lúa
na Quintana dos mortos.
íSi, a lúa, a lúa
coronada de toxos,
que baila, e baila, e baila
na Quintana dos mortos!
El Mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo viene del África a New York!

Se fueron los árboles de la pimienta,
los pequeños botones de fósforo.
Se fueron los camellos de carne desgarrada
y los valles de luz que el cisne levantaba con el pico.

Era el momento de las cosas secas,
de la espiga en el ojo y el gato laminado,
del óxido de hierro de los grandes puentes
y el definitivo silencio del corcho.

Era la gran reunión de los animales muertos,
traspasados por las espadas de la luz;
la alegría eterna del hipopótamo con las pezuñas de ceniza
y de la gacela con una siempreviva en la garganta.

En la marchita soledad sin honda
el abollado mascarón danzaba.
Medio lado del mundo era de arena,
mercurio y sol dormido el otro medio.

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Arena, caimán y miedo sobre Nueva York!

Desfiladeros de cal aprisionaban un cielo vacío
donde sonaban las voces de los que mueren bajo el guano.
Un cielo mondado y puro, idéntico a sí mismo,
con el bozo y lirio agudo de sus montañas invisibles,

acabó con los más leves tallitos del canto
y se fue al diluvio empaquetado de la savia,
a través del descanso de los últimos desfiles,
levantando con el rabo pedazos de espejo.

Cuando el chino lloraba en el tejado
sin encontrar el desnudo de su mujer
y el director del banco observaba el manómetro
que mide el cruel silencio de la moneda,
el mascarón llegaba al Wall Street.

No es extraño para la danza
este columbario que pone los ojos amarillos.
De la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso
que atraviesa el corazón de todos los niños pobres.
El ímpetu primitivo baila con el ímpetu mecánico,
ignorantes en su frenesí de la luz original.
Porque si la rueda olvida su fórmula,
ya puede cantar desnuda con las manadas de caballos;
y si una llama quema los helados proyectos,
el cielo tendrá que huir ante el tumulto de las ventanas.
No es extraño este sitio para la danza, yo lo digo.
El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,
entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados
que aullarán, noche oscura, por tu tiempo sin luces,
¡oh salvaje Norteamérica! ¡oh impúdica! ¡oh salvaje,
tendida en la frontera de la nieve!

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Qué ola de fango y luciérnaga sobre Nueva York!

Yo estaba en la terraza luchando con la luna.
Enjambres de ventanas acribillaban un muslo de la noche.
En mis ojos bebían las dulces vacas de los cielos.
Y las brisas de largos remos
golpeaban los cenicientos cristales de Broadway.

La gota de sangre buscaba la luz de la yema del astro
para fingir una muerta semilla de manzana.
El aire de la llanura, empujado por los pastores,
temblaba con un miedo de molusco sin concha.

Pero no son los muertos los que bailan,
estoy seguro.
Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos.
Son los otros los que bailan con el mascarón y su vihuela;
son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos,
los que crecen en el cruce de los muslos y llamas duras,
los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras,
los que beben en el banco lágrimas de niña muerta
o los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba.

¡Que no baile el Papa!
¡No, que no baile el Papa!
Ni el Rey,
ni el millonario de dientes azules,
ni las bailarinas secas de las catedrales,
ni construcciones, ni esmeraldas, ni locos, ni sodomitas.
Sólo este mascarón,
este mascarón de vieja escarlatina,
¡sólo este mascarón!

Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,
que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas,
que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,
que ya vendrán lianas después de los fusiles
y muy pronto, muy pronto, muy pronto.
¡Ay, Wall Street!

El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo escupe veneno de bosque
por la angustia imperfecta de Nueva York!
Dawn in New York has
four columns of mire
and a hurricane of black pigeons
splashing in the putrid waters.

Dawn in New York groans
on enormous fire escapes
searching between the angles
for spikenards of drafted anguish.

Dawn arrives and no one receives it in his mouth
because morning and hope are impossible there:
sometimes the furious swarming coins
penetrate like drills and devour abandoned children.

Those who go out early know in their bones
there will be no paradise or loves that bloom and die:
they know they will be mired in numbers and laws,
in mindless games, in fruitless labors.

The light is buried under chains and noises
in the impudent challenge of rootless science.
And crowds stagger sleeplessly through the boroughs
as if they had just escaped a shipwreck of blood.
What effort!
What effort the horse makes
To be a dog!
What effort the dog to become a swallow!
What effort the swallow to be a bee!
What effort the bee to become a horse!
And the horse,
what a sharp shaft it steals from the rose!
what grey rosiness lifts from its lips!
And the rose,
what a flock of lights and cries
caught in the living sap of its stem!
And the sap,
what thorns it dreams in its vigil!
And the tiny daggers
what moon, and no stable, what nakedness,
skin eternal and reddened, they go seeking!
And I, in the eaves,
what a burning seraph I seek and am!
But the arch of plaster,
how vast, invisible, how minute,
without effort!
To Isidore de Blas
Mi sombra va silenciosa
por el agua de la acecia.
  Por mi sombra están las ranas
privadas de las estrellas.
  La sombra manda a mi cuerpo
reflejos de cosas quietas.
  Mi sombra va como inmenso
cínife color violeta.
  Cien grillos quieren dorar
la luz de la cañavera.
  Una luz nace en mi pecho,
reflejado, de la acequia.
My shadow glides in silence
over the watercourse.

On account of my shadow
the frogs are deprived of stars.

The shadow sends my body
reflections of quiet things.

My shadow moves like a huge
violet-colored mosquito.

A hundred crickets are trying
to gild the glow of the reeds.

A glow arises in my breast,
the one mirrored in the water.
Find them a conscience declared in
an absolute casual
sun, find them a feat
declared by the happy
things
Absolute windows, absolute little lives
Always tell a wall, letter throne
stone desk-life, as it may
That which through
a cautious power dwells, accidental and passing.
Sólo tu corazón caliente,
Y nada más.
  Mi paraíso, un campo
Sin ruiseñor
Ni liras,
Con un río discreto
Y una fuentecilla.
  Sin la espuela del viento
Sobre la fronda,
Ni la estrella que quiere
Ser hoja.
  Una enorme luz
Que fuera
Luciérnaga
De otra,
En un campo de
Miradas rotas.
  Un reposo claro
Y allí nuestros besos,
Lunares sonoros
Del eco,
Se abrirían muy lejos.
  Y tu corazón caliente,
Nada más.
In the green morning
I wanted to be a heart.
A heart.

And in the ripe evening
I wanted to be a nightingale.
A nightingale.

(Soul,
turn orange-colored.
Soul,
turn the color of love.)

In the vivid morning
I wanted to by myself.
A heart.

And at the evening's end
I wanted to be my voice.
A nightingale.

Soul,
turn orange-colored.
Soul,
turn the color of love.
"Our cattle graze, the wind breathes." -Garcilaso *

It was my ancient voice
ignorant of thick bitter juices.
I sense it lapping my feet
beneath the fragile wet ferns.

Ay, ancient voice of my love,
ay, voice of my truth,
ay, voice of my open flank,
when all the roses flowed from my tongue
and grass knew nothing of horses' impassive teeth!

Here are you drinking my blood,
drinking my tedious childhood mood,
while in the wind my eyes are bludgeoned
by aluminum and drunken voices.

Let me pass the gates
where Eve eats ants
and Adam seeds dazzled fish.
Let me return, manikins with horns,
to the grove where I stretch
and leap with joy.

I know a rite so secret
it requires an old rusty pin
and I know the horror of open eyes
on a plate's concrete surface.

But I want neither world nor dream, nor divine voice,
I want my freedom, my human love
in the darkest corner of breeze that no oen wants.
My human love!

Those hounds of the sea chase each other
and the wind spies on careless tree trunks.
Oh ancient voice, burn with your tongue
this voice of tin and talc!

I long to weep because I want to,
as the children cry in the last row,
because I'm not man, nor poet, nor leaf,
but only a wounded pulse circling the things of the other side

I want to cry out speaking my name,
rose, child and fir-tree beside this lake,
to speak my truth as a man of blood
slay in myself teh tricks and turns of the word.

No, no. I'm not asking, I, desire,
voice, my freedom that laps my hands.
In the labyrinth of screens it's my nakedness receives
the moon of punishment and the ash-drowned clock.

Thus I was speaking.
Thus I was speaking with Saturn stopped the trains,
when the fod and Dream and Death were seeking me.
Seeking me
where the cows, with tiny pages' feet, bellow
and where my body floats between opposing fulcrums.
My heart rests, by the cold fountain.
               (Fill it with threads,
               spider of silence.)

The fountain-water sang it the song.
               (Fill it with threads,
               spider of silence.)

My heart, waking, sang its desires.
               (Spider of nothingness,
               spin your mystery.)

The fountain-water listened sombrely.
              (Spider of nothingness,
               spin your mystery.)

My heart falls into the cold of the fountain.
               (White hands, far-out,
               hold back the water.)

The water carries it, singing with joy.
              (White hands, far-out,
               nothing there in the water!)
Si muero
Dejad el balcón abierto

El niño come naranjas
(Desde mi balcón lo veo)

El segador siega el trigo
(Desde mi balcón lo siento)

Si muero
Dejad el balcón abierto.
En el café de Chinitas
dijo Paquiro a su hermano:
«Soy más valiente que tú,
más torero y más gitano».En el café de Chinitas
dijo Paquiro a Frascuelo:
«Soy más valiente que tú,
más gitano y más torero».Sacó Paquiro el reló
y dijo de esta manera:
«Este toro ha de morir
antes de las cuatro y media».Al dar las cuatro en la calle
se salieron del café
y era Paquiro en la calle
un torero de cartel.
El diamante de una estrella
Ha rayado el hondo cielo,
Pájaro de luz que quiere
Escapar del universo
Y huye del enorme nido
Donde estaba prisionero
Sin saber que lleva atada
Una cadena en el cuello.
    Cazadores extrahumanos
Están cazando luceros,
Cisnes de plata maciza
En el agua del silencio.
    Los chopos niños recitan
La cartilla. Es el maestro
Un chopo antiguo que mueve
Tranquilo sus brazos viejos.

    Ahora en el monte lejano
jugarán todos los muertos
a la baraja. ¡Es tan triste
la vida en el cementerio!

    ¡Rana, empieza tu cantar!
¡Grillo, sal de tu agujero!
Haced un bosque sonoro
Con vuestras flautas. Yo vuelo
Hacia mi casa intranquilo.
    Se agitan en mi recuerdo
Dos palomas campesinas
Y en el horizonte, lejos,
Se hunde el arcaduz del día.
¡Terrible noria del tiempo!
Silencio, ¿dónde llevas
tu cristal empañado
de risas, de palabras
y sollozos del árbol?
¿Cómo limpias, silencio,
el rocío del canto
y las manchas sonoras
que los mares lejanos
dejan sobre la albura
serena de tu manto?
¿Quién cierra tus heridas
cuando sobre los campos
alguna vieja noria
clava su lento dardo
en tu cristal inmenso?
¿Dónde vas si al ocaso
te hieren las campanas
y quiebran tu remanso
las bandadas de coplas
y el gran rumor dorado
que cae sobre los montes
azules sollozando?

El aire del invierno
hace tu azul pedazos,
y troncha tus florestas
el lamentar callado
de alguna fuente fría.
Donde posas tus manos,
la espina de la risa
o el caluroso hachazo
de la pasión encuentras.

Si te vas a los astros,
el zumbido solemne
de los azules pájaros
quiebra el gran equilibrio
de tu escondido cráneo.

Huyendo del sonido
eres sonido mismo,
espectro de armonía,
humo de grito y canto.
Vienes para decirnos
en las noches oscuras
la palabra infinita
sin aliento y sin labios.

Taladrado de estrellas
y maduro de música,
¿donde llevas, silencio,
tu dolor extrahumano,
dolor de estar cautivo
en la araña melódica,
ciego ya para siempre
tu, manantial sagrado?


Hoy arrastran tus ondas
turbias de pensamiento
la ceniza sonora
y el dolor del antaño.
Los ecos de los gritos
que por siempre se fueron.
El estruendo remoto
del mar, momificado.

Si Jehová se ha dormido,
sube al trono brillante,
quiébrale en su cabeza
un lucero apagado,
y acaba seriamente
con la música eterna,
la armonía sonora
de luz, y mientras tanto,
vuelve a tu manantial,
donde en la noche eterna,
antes que Dios y el tiempo,
manabas sosegado.
El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.

Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!

Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.

¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay, cómo lloran y lloran,
¡ay! ¡ay! cómo están llorando!
Entre mariposas negras
va una muchacha morena
junto a una blanca serpiente
de niebla.
Tierra de luz,
cielo de tierra.
Va encadenada al temblor
de un ritmo que nunca llega;
tiene el corazón de plata
y un puñal en la diestra.
¿Adónde vas, siguiriya,
con un ritmo sin cabeza?
¿Qué luna recogerá
tu dolor de cal y adelfa?
Tierra de luz,
cielo de tierra.
Amor de mis entrañas, viva muerte,
en vano espero tu palabra escrita
y pienso, con la flor que se marchita,
que si vivo sin mí quiero perderte.
El aire es inmortal. La piedra inerte
ni conoce la sombra ni la evita.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.
Pero yo te sufrí. Rasgué mis venas,
tigre y paloma, sobre tu cintura
en duelo de mordiscos y azucenas.
Llena pues de palabras mi locura
o déjame vivir en mi serena
noche del alma para siempre oscura.
Con una cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.

Fuego de siempre dormía en los pedernales,
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.

Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.

Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire,
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.

Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor *****
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.

Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.

¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.

Tenía la noche una hendidura y quietas salamandras de marfil.
Las muchachas americanas
llevaban niños y monedas en el vientre
y los muchachos se desmayaban en la cruz del desperezo.
Ellos son.
Ellos son los que beben el whisky de plata junto a los volcanes
y tragan pedacitos de corazón por las heladas montañas del oso.

Aquella noche el rey de Harlem con una durísima cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Los negros lloraban confundidos
entre paraguas y soles de oro,
los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco,
y el viento empañaba espejos
y quebraba las venas de los bailarines.

Negros, Negros, Negros, Negros.

La sangre no tiene puertas en vuestra noche boca arriba.
No hay rubor. Sangre furiosa por debajo de las pieles,
viva en la espina del puñal y en el pecho de los paisajes,
bajo las pinzas y las retamas de la celeste luna de cáncer.

Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardo,
cielos yertos, en declive, donde las colonias de planetas
rueden por las playas con los objetos abandonados.

Sangre que mira lenta con el rabo del ojo,
hecha de espartos exprimidos, néctares de subterráneos.
Sangre que oxida el alisio descuidado en una huella
y disuelve a las mariposas en los cristales de la ventana.

Es la sangre que viene, que vendrá
por los tejados y azoteas, por todas partes,
para quemar la clorofila de las mujeres rubias,
para gemir al pie de las camas ante el insomnio de los lavabos
y estrellarse en una aurora de tabaco y bajo amarillo.

Hay que huir,
huir por las esquinas y encerrarse en los últimos pisos,
porque el tuétano del bosque penetrará por las rendijas
para dejar en vuestra carne una leve huella de eclipse
y una falsa tristeza de guante desteñido y rosa química.

Es por el silencio sapientísimo
cuando los camareros y los cocineros y los que limpian con la lengua
las heridas de los millonarios
buscan al rey por las calles o en los ángulos del salitre.

Un viento sur de madera, oblicuo en el ***** fango,
escupe a las barcas rotas y se clava puntillas en los hombros;
un viento sur que lleva
colmillos, girasoles, alfabetos
y una pila de Volta con avispas ahogadas.

El olvido estaba expresado por tres gotas de tinta sobre el monóculo,
el amor por un solo rostro invisible a flor de piedra.
Médulas y corolas componían sobre las nubes
un desierto de tallos sin una sola rosa.

A la izquierda, a la derecha, por el sur y por el norte,
se levanta el muro impasible
para el topo, la aguja del agua.
No busquéis, negros, su grieta
para hallar la máscara infinita.
Buscad el gran sol del centro
hechos una piña zumbadora.

El sol que se desliza por los bosques
seguro de no encontrar una ninfa,
el sol que destruye números y no ha cruzado nunca un sueño,
el tatuado sol que baja por el río
y muge seguido de caimanes.

Negros, Negros, Negros, Negros.

Jamás sierpe, ni cebra, ni mula
palidecieron al morir.
El leñador no sabe cuándo expiran
los clamorosos árboles que corta.
Aguardad bajo la sombra vegetal de vuestro rey
a que cicutas y cardos y ortigas turben postreras azoteas.
Entonces, negros, entonces, entonces,
podréis besar con frenesí las ruedas de las bicicletas,
poner parejas de microscopios en las cuevas de las ardillas
y danzar al fin, sin duda, mientras las flores erizadas
asesinan a nuestro Moisés casi en los juncos del cielo.

¡Ay, Harlem, disfrazada!
¡Ay, Harlem, amenazada por un gentío de trajes sin cabeza!
Me llega tu rumor,
me llega tu rumor atravesando troncos y ascensores,
a través de láminas grises
donde flotan tus automóviles cubiertos de dientes,
a través de los caballos muertos y los crímenes diminutos,
a través de tu gran rey desesperado
cuyas barbas llegan al mar.
Oye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo.
Flower of sunlight.
Flower of water.

Myself:      Was that you, with ******* of fire,
                         so that I could not see you?
She:           How many times did they brush you,
                        the ribbons of my dress?
Myself:     In your sealed throat, I hear
                        white voices, of my children.
She:           Your children swim in my eyes,
                         like pale diamonds.
Myself:      Was that you, my love? Where were you,
                         trailing infinite clouds of hair?
She:            In the Moon. You smile? Well then,
                         round the flower of Narcissus.
Myself:      In my chest, preventing sleep,
                         a serpent of ancient kisses.
She:           The moment fell open, and settled
                         its roots on my sighs.
Myself:      Joined by the one breeze, face to face,
                         we did not know each other!
She:           The branches are thickening, go now.
                         Neither of us two have been born!

Flower of sunlight.
Flower of water.
Ni tú ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.
Tú... por lo que ya sabes.
¡Yo la he querido tanto!
Sigue esa veredita.
En las manos
tengo los agujeros
de los clavos.
¿No ves cómo me estoy
desangrando?
No mires nunca atrás,
vete despacio
y reza como yo
a San Cayetano,
que ni tú ni yo estamos
en disposición
de encontrarnos.
Por las orillas del río
se está la noche mojando
y en los pechos de ******
se mueren de amor los ramos.
  Se mueren de amor los ramos.
  La noche canta desnuda
sobre los puentes de marzo.
****** lava su cuerpo
con agua salobre y nardos.
  Se mueren de amor los ramos.
    La noche de anís y plata
relumbra por los tejados.
Plata de arroyos y espejos.
Anís de tus muslos blancos.
  Se mueren de amor los ramos.
¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!
  Por tu amor me duele el aire,
el corazón
y el sombrero.
  ¿Quién me compraría a mí
este cintillo que tengo
y esta tristeza de hilo
blanco, para hacer pañuelos?
  ¡Ay qué trabajo me cuesta
quererte como te quiero!
Every song
is the reamins
of love.

Every light
the remains
of time.
A knot
of time.

And every sign
that remains
of a cry.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo,

the three of them frozen:
Enrique by the world of beds;
Emilio by the world of eyes and wounded hands;
Lorenzo by the world of roofless universities.

Lorenzo,
Emilio,
Enrique,

the three of them burned:
Lorenzo by the world of leaves and billiard *****;
Emilio by the world of blood and white pins;
Enrique by the world of the dead and abandoned newspapers.

Lorenzo,
Emilio,
Enrique,
the three of them buried:
Lorenzo in one of Flora's *******;
Emilio in the dead gin forgotten in the glass;
Enrique in the ant, the sea, and the empty eyes of birds.

Lorenzo,
Emilio,
Enrique,
the three in my hands were
three Chinese mountains,
three shadows of a horse,
three landscapes of snow and a cabin of white lilies
by the pigeon coops where the moon lies flat under the rooster.

One
and one
and one,
the three of them mummified,
with the flies of winter,
with the inkwells the dog ****** and the thistle despises,
with the breeze that freezes theh eart of all the mothers,
by the white ruins of Jupiter where drunks snack on death.

Three
and two
and one,
I saw them disappear, crying and singing
into a hen's egg,
into the night that showed its skeleton of tobacco,
into my sorrow full of faces and piercing bone splinters of moon,
into my happiness of whips and notched wheels,
into my breast troubled by pigeons,
into my deserted death with one mistaken wanderer.

I had killed the fifth moon
and the fans and the applause drank water from the fountains.
Hidden away, the warm milk of newborn girls,
shook the roses with a long white sorrow.
Enrique,
Emilio,
Lorenzo,

Diana is hard,
but somtimes she has ******* of clouds.
The white stone can beat in the blood of a deer
and the deer can dream through the eyes of a horse.

When the pure forms sank
under the cri cri of  daisies
I understood they had murdered me.
They searched the cafés and the graveyards and churches,
they opened the wine casks and wardrobes,
they destroyed three skeletons to pull out their gold teeth.
Still they couldn't fine me.
They couldn't?
No. They couldn't.
But they learned the sixth moon fled against the torrent,
and the sea remembered, suddenly,
the names of all her drowned.
¡Ay, petenera gitana!
¡Yayay petenera!
Tu entierro no tuvo niñas
buenas.
Niñas que le dan a Cristo muerto
sus guedejas,
y llevan blancas mantillas
en las ferias.
Tu entierro fue de gente
siniestra.
Gente con el corazón
en la cabeza,
que te siguió llorando
por las callejas.
¡Ay, petenera gitana!
¡Yayay petenera!
If I die,
leave the balcony open.

The little boy is eating oranges.
(From my balcony I can see him.)

The reaper is harvesting the wheat.
(From my balcony I can hear him.)

If I die,
leave the balcony open!
The moon lays a long horn,
of light, on the sea.

Tremoring, ecstatic,
the grey-green unicorn.

The sky floats over the wind,
a huge flower of lotus.

(O you, walking alone,
in the last house of night!)
I want to sleep the sleep of apples,
far from the tumult of cemeteries.
I want to sleep the sleep of that child
who longed to cut out his heart at sea.

I don't wish to hear that the dead lose no blood;
that the shattered mouth still begs for water.
don't wish to know of torments granted by grass,
nor of the moon with the serpent's mouth
that goes to work before dawn.

I want to sleep for a while,
a while, a minute, a century;
as long as all know I am not dead;
that in my lips is a golden manager;
that I'm the slight friend of the West Wind;
that I'm the immense shadow of tears.

Cover me, at dawn, with a veil
since she'll hurl at me fistfuls of ants;
and wet my shoes with harsh water,
so her scorpion's string will slide by.

For I want to sleep the sleep of apples
learn a lament that will cleanse me of earth;
for I want to live with that hidden child
who longed to cut out his heart at sea.
There's a bitter root
and a world of a thousand terraces.
Not even the smallest hand
shatters the gate of waters.

Where are you going, where, where?
There's a sky of a thousand windows
- a battle of bruised bees -
and there's a bitter root.

Bitter.

Sore on the sole of the foot,
on the inside of the face,
and sore in the cool trunk
of the freshly cut night.

Love, my enemy,
bite on your bitter root!
Each afternoon in Granada,
each afternoon, a child dies.
Each afternoon the water sits down
and chats with its companions.

The dead wear mossy wings.
The cloudy wind and the clear wind
are two pheasants in flight through the towers,
and the day is a wounded boy.

Not a flicker of lark was left in the air
when I met you in the caverns of wine.
Not the crumb of a cloud was left in the ground
when you were drowned in the river.

A giant of water fell down over the hills,
and the valley was tumbling with lilies and dogs.
In my hands' violet shadow, your body,
dead on the bank, was an angel of coldness.
Often I lost myself in the sea,
my ears filled with fresh-cut flowers
my tongue filled with love and anguish.
Often I lost myself in the sea,
as I am lost in the hearts of children.

No one when giving a kiss
fails to feel the smile of faceless people.
No one who touches a newborn child,
forgets the immobile skulls of horses.

Because the roses search the forehead,
for the toughened landscapes of bone,
and Man's hands have no fate,
but to imitate roots, under the ground.

As I am lost in the hearts of children,
often I lost myself in the sea.
Ignorant of water, I go searching,
for death, in light, consuming me.
Do not carry your remembrance.
Leave it, alone, in my breast,

tremor of a white cherry tree
in the torment of January.

There divides me from the dead
a wall of difficult dreams.

I give the pain of a fresh lily
for a heart of chalk.

All night long, in the orchard
my eyes, like two dogs.

All night long, quinces
of poison, flowing.

Sometimes the wind
is a tulip of fear,

a sick tulip,
daybreak of winter.

A wall of difficult dreams
divides me from the dead.
I want the river to lose its way.
I want the wind to quit the valley.

I want the night to lose its sight,
and my heart its flower of gold;

the cattle to speak to the great leaves,
and the worm to die of shadows;

the teeth on the skull to shine,
and the silk to be drowned in yellows.

I can see wounded midnight's duel
struggling, knotted, with noon light.

I resist the broken arch, where time suffers,
and the green venom of twilight.

But do not make a black cactus,
open in reeds, of your nakedness.

Leave me afraid of dark planets,
but do not show me your calm waist.
No one understood the perfume
of the dark magnolia of your womb
Nobody knew that you tormented
a hummingbird of love between your teeth.

A thousand Persian little horses fell asleep
in the plaza with moon of your forehead,
while through four nights I embraced
your waist, enemy of the snow.

Between plaster and jasmins, your glance
was a pale branch of seeds.
I sought in my heart to give you
the ivory letters that say "siempre",

"Siempre", "siempre": garden of my agony,
your body elusive always,
that blood of your veins in my mouth,
your mouth already lightless for my  death.
Fresquísimas violas.
Bandadas de rubores levantados
por este don de lágrimas que enlaza
la muchedumbre de las viejecillas
con la niña y el niño de mi frente.

Fresquísimas violas. Sí. Del aire,
del aire por el aire sin tu cristal,
coros en aspa fija en un punto.
Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata,
nubes rasgadas por una mano de coral
que lleva en el dorso una almendra de fuego,
Peces de arsénico como tiburones,
tiburones como gotas de llanto para cegar una multitud,
rosas que hieren
Y agujas instaladas en los caños de la sangre,
mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos
caerán sobre ti. Caerán sobre la gran cúpula
que untan de aceite las lenguas militares
donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma
y escupe carbón machacado
rodeado de miles de campanillas.

Porque ya no hay quien reparte el pan ni el vino,
ni quien cultive hierbas en la boca del muerto,
ni quien abra los linos del reposo,
ni quien llore por las heridas de los elegantes.
No hay más que un millón de herreros
forjando cadenas para los niños que han de venir.
No hay más que un millón de carpinteros
que hacen ataúdes sin cruz.
No hay más que un gentío de lamentos
que se abren las ropas en espera de la bala.
El hombre que desprecia la paloma debía hablar,
debía gritar desnudo entre las columnas,
y ponerse una inyección para adquirir la lepra
y llorar un llanto tan terrible
que disolviera sus anillos y sus teléfonos de diamante.
Pero el hombre vestido de blanco
ignora el misterio de la espiga,
ignora el gemido de la parturienta,
ignora que Cristo puede dar agua todavía,
ignora que la moneda quema el beso de prodigio
y da la sangre del cordero al pico idiota del faisán.

Los maestros enseñan a los niños
una luz maravillosa que viene del monte;
pero lo que llega es una reunión de cloacas
donde gritan las oscuras ninfas del cólera.
Los maestros señalan con devoción las enormes cúpulas sahumadas;
pero debajo de las estatuas no hay amor,
no hay amor bajo los ojos de cristal definitivo.
El amor está en las carnes desgarradas por la sed,
en la choza diminuta que lucha con la inundación;
el amor está en los fosos donde luchan las sierpes del hambre,
en el triste mar que mece los cadáveres de las gaviotas
y en el oscurísimo beso punzante debajo de las almohadas.

Pero el viejo de las manos traslucidas
dirá: amor, amor, amor,
aclamado por millones de moribundos;
dirá: amor, amor, amor,
entre el tisú estremecido de ternura;
dirá: paz, paz, paz,
entre el tirite de cuchillos y melones de dinamita;
dirá: amor, amor, amor,
hasta que se le pongan de plata los labios.

Mientras tanto, mientras tanto, ¡ay!, mientras tanto,
los negros que sacan las escupideras,
los muchachos que tiemblan bajo el terror pálido de los
directores,
las mujeres ahogadas en aceites minerales,
la muchedumbre de martillo, de violín o de nube,
ha de gritar aunque le estrellen los sesos en el muro,
ha de gritar frente a las cúpulas,
ha de gritar loca de fuego,
ha de gritar loca de nieve,
ha de gritar con la cabeza llena de excremento,
ha de gritar como todas las noches juntas,
ha de gritar con voz tan desgarrada
hasta que las ciudades tiemblen como niñas
y rompan las prisiones del aceite y la música,
porque queremos el pan nuestro de cada día,
flor de aliso y perenne ternura desgranada,
porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra
que da sus frutos para todos.
I
I
Quiero bajar al pozo
quiero subir los muros de Granada
para mirar el corazón pasado
por el punzón oscuro de las aguas.
El niño herido gemía
con una corona de escarcha.
Estanques, aljibes y fuentes
levantaban al aire sus espadas.
¡Ay qué furia de amor! ¡qué hiriente filo!
¡qué nocturno rumor! ¡qué muerte blanca!,
¡qué desiertos de luz iban hundiendo
los arenales de la madrugada!
El niño estaba solo
con la ciudad dormida en la garganta.
Un surtidor que viene de los sueños
lo defiende del hambre de las algas.
El niño y su agonía, frente a frente
eran dos verdes lluvias enlazadas.
El niño se tendía por la tierra
y su agonía se curvaba.
Quiero bajar al pozo
quiero morir mi muerte a bocanadas
quiero llenar mi corazón de musgo
para ver al herido por el agua.
Ii
Ii
He cerrado mi balcón
porque no quiero oír el llanto
pero por detrás de los grises muros
no se oye otra cosa que el llanto.
Hay muy pocos ángeles que canten,
hay muy pocos perros que ladren,
mil violines caben en la palma de mi mano.
Pero el llanto es un perro inmenso,
el llanto es un ángel inmenso,
el llanto es un violín inmenso,
las lágrimas amordazan al viento
y no se oye otra cosa que el llanto.
Iii
Iii
La noche no quiere venir
para que tú no vengas
ni yo pueda ir.
Pero yo iré
aunque un sol de alacranes me coma la sien.
Pero tú vendrás
con la lengua quemada por la lluvia de sal.El día no quiere venir
para que tú no vengas
ni yo pueda ir.
Pero yo iré
entregando a los sapos mi mordido clavel.
Pero tú vendrás
por las turbias cloacas de la oscuridad.Ni la noche ni el día quieren venir
para que por ti muera
y tú mueras por mí.
Dulce chopo,
Dulce chopo,
Te has puesto
De oro.
Ayer estabas verde,
Un verde loco
De pájaros
Gloriosos.
Hoy estás abatido
Bajo el cielo de agosto
Como yo frente al cielo
De mi espíritu rojo.
La fragancia cautiva
De tu tronco
Vendrá a mi corazón
Piadoso.
¡Rudo abuelo del prado!
Nosotros,
Nos hemos puesto
De oro.
Over the horizon, lost in confusion,
came the sad night, pregnant with stars.
I, like the bearded mage of the tales,
knew the language of stones and flowers.

I learned the secrets of melancholy,
told by cypresses, nettles and ivy;
I knew the dream from lips of nard,
sang serene songs with the irises.

In the old forest, filled with its blackness,
all of them showed me the souls they have;
the pines, drunk on aroma and sound;
the old olives, burdened with knowledge;
the dead poplars, nests for the ants;
the moss, snowy with white violets.

All spoke tenderly to my heart
trembling in threads of rustling silk
where water involves motionless things,
like a web of eternal harmony.

The roses there were sounding the lyre,
oaks weaving the gold of legends,
and amidst their virile sadness
the junipers spoke of rustic fears.

I knew all the passion of woodland;
rhythms of leaves, rhythms of stars.
But tell me, oh cedars, if my heart
will sleep in the arms of perfect light!

I know the lyre you prophesy, roses:
fashioned of strings from my dead life.
Tell me what pool I might leave it in,
as former passions are left behind!

I know the mystery you sing of, cypress;
I am your brother of night and pain;
we hold inside us a tangle of nests,
you of nightingales, I of sadness!

I know your endless enchantment, old olive tree,
yielding us blood you extract from the Earth,
like you, I extract with my feelings
the sacred oil
held by ideas!

You all overwhelm me with songs;
I ask only for my uncertain one;
none of you will quell the anxieties
of this chaste fire
that burns in my breast.

O laurel divine, with soul inaccessible,
always so silent,
filled with nobility!
Pour in my ears your divine history,
all your wisdom, profound and sincere!

Tree that produces fruits of the silence,
maestro of kisses and mage of orchestras,
formed from Daphne's roseate flesh
with Apollo's potent sap in your veins!

O high priest of ancient knowledge!
O solemn mute, closed to lament!
All your forest brothers speak to me;
only you, harsh one, scorn my song!

Perhaps, oh maestro of rhythm, you muse
on the pointlessness of the poet's sad weeping.
Perhaps your leaves, flecking by the moonlight,
forgo all the illusions of spring.

The delicate tenderness of evening,
that covered the path with black dew,
holding out a vast canopy to night,
came solemnly, pregnant with stars.
Ay, the pain it costs me
to love you as I love you!

For love of you, the air, it hurts,
and my heart,
and my hat, they hurt me.

Who would buy it from me,
this ribbon I am holding,
and this sadness of cotton,
white, for making hankerchiefs with?

Ay, the pain it costs me
to love you as I love you!
Iv
Iv
Verte desnuda es recordar la Tierra.
La Tierra lisa, limpia de caballos.
La Tierra sin un junco, forma pura
cerrada al porvenir: confín de plata.
Verte desnuda es comprender el ansia
de la lluvia que busca débil talle
o la fiebre del mar de inmenso rostro
sin encontrar la luz de su mejilla.
La sangre sonará por las alcobas
y vendrá con espada fulgurante,
pero tú no sabrás dónde se ocultan
el corazón de sapo o la violeta.
Tu vientre es una lucha de raíces,
tus labios son un alba sin contorno,
bajo las rosas tibias de la cama
los muertos gimen esperando turno.
Ix
Ix
Por las ramas del laurel
vi dos palomas oscuras.
La una era el sol,
la otra la luna.
«Vecinita», les dije,
«¿dónde está mi sepultura?»
«En mi cola», dijo el sol.
«En mi garganta», dijo la luna.
Y yo que estaba caminando
con la tierra por la cintura
vi dos águilas de nieve
y una muchacha desnuda.
La una era la otra
y la muchacha era ninguna.
«Aguilitas», les dije,
«¿dónde está mi sepultura?»
«En mi cola», dijo el sol.
«En mi garganta», dijo la luna.
Por las ramas del laurel
vi dos palomas desnudas.
La una era la otra
y las dos eran ninguna.
Juan Breva tenía
cuerpo de gigante
y voz de niña.
Nada como su trino.
Era la misma
pena cantando
detrás de una sonrisa.
Evoca los limonares
de Málaga la dormida,
y hay en su llanto dejos
de sal marina.
Como Homero cantó
ciego. Su voz tenía,
algo de mar sin luz
y naranja exprimida.
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