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Ahora que me acuerdo, fue así:

Hecho de fiebre, atravesé ciudades hermafroditas
donde las mujeres y los hombres recibían los cuerpos de los vagabundos
y los lavaban en las fuentes,
con el manto de fuego que no cesa.
Una noche saturada de invierno, bebiendo la sopa de la eternidad,
gané mi virginidad y fui otro yo en mí mismo,
porque olvidé cómo responder sobre el misterio de las cosas.

De silencio me armé y salí hacia campo abierto
 a traficar imágenes junto a las constelaciones.

Fue entonces cuando indagué la pulpa del mestizaje,
cuando probé la sangre metafísica derramada en Tebas
-es que esa mañana liquidé a la esfinge
Cerca de una Wasserfall contaminada.-

Pies desarmados, peregriné mi jornada intuitiva,
saludé a las moléculas del fruto y a las sombras de la adivinación,
en un árbol vi la doble cifra de mi vida,
y grité, siendo montaña, la genealogía de mi conciencia.

Cuando la purificación se había ya extinguido
troqué el umbral de hueso por el marfil brillante
y así fue que entré en Coroico, urbe flotante,
cual símbolo, por material de sueño ungido.

Ahora miro con estos ojos destruidos
donde la sal del delirio antes tuvo morada,
(intuyo en esa forma liminar, la espada,
el camino que me arrastró al divino Omphalos).

Escucho, a veces, con saturnal resignación,
la crónica de mi negligencia.
Un año antes del día, designado era
El mancebo sin tacha, cuyo cuerpo,
Perfecto igual en proporción que en alma,
Mantenían en delicia, y aprendía
A tañer flautas, cortar cañas de humo,
Recoger flores, aspirando su aroma,
Con gracia cortesana a expresarse y moverse.

Estaba luego su jornada exenta
De otro cuidado, e iba, ocioso y libre,
Por la espalda la cabellera oscura,
Ornado de guirnaldas y metales
El cuerpo, como el de un dios ungido,
Y a su paso los otros en honor le tenían
Hasta besar la tierra que pisaba.

Veinte días antes del día, desnuda ahora
La piel de los perfumes, afeites y resinas,
El cabello cortado como aquel de un guerrero,
Las galas ya trocadas por más simple atavío,
Puro en el cuerpo como puro en la mente,
Cuatro doncellas bajo nombres de diosas
Para acceso carnal destinadas le eran.

Cinco días antes del día, las finales
Fiestas le aderezaban, en jardines
De la ciudad, el campo, la colina y el lago,
Por cuyas aguas iba la falúa entoldada,
Con él y sus mujeres, para darle consuelo
Antes de desertarle, y en la ribera opuesta
Quedaba sólo al fin, sin afectos ni bienes.

Sobre cada escalón, en la pirámide del llano,
Cada una de las flautas tañidas por el gozo,
Rotas entre sus dedos, iban cayendo,
Hasta alcanzar el templo de la cima,
A cuyo umbral estaba el sacerdote:
Como una de sus cañas, allí, rota la vida,
Quedaba en su hermosura para siempre.
Sol de siesta en toda la campiña verde...
Rezonga una noria no sé dónde. Muerde
un ave la calma que da el aura reina.
Bajo unos perales, una vaca peina
con su sonrosada lengua, la testuz
de otra, que masticas hierba con pajuz.
Frente de una olmeda blanca de palomas
un pruno destila transparentes gomas.
Baten los trigales rúbeos ababoles.
Alcahaces abiertos son de verderoles
los chinescos huertos colmados de nieves
de azahares de luna, como esquilas breves,
donde son badajos de mieles bermejas
millones zumbantes de áticas abejas.
Arde el polvo fino de un recto camino
al pie de una sierra como un torbellino
de piedra. En el agua de un turbio arroyuelo
del sol perseguido y ungido del cielo,
abrevo el sediento y dócil hatajo.
Luego, silencioso, lo pongo debajo
de las sombras móviles de un cañar umbrío...
Soledad de sendas... Clarid de un río...
Llevo hasta mi labio mi fresca siringa:
de armoniosa música la siesta se pringa.
Mas me canso del pagano instrumento.
y echado en el césped, cara al firmamento
que parece un amplio e inflamado horno,
el sueño buscando, la mirada entorno.

...Entre los follajes, a los que se acopla,
el dios Pan. Su grato caramillo sopla...
El tiempo trae a mis sienes
imágenes de mi huerto
y de aquel blanco desierto
ungido de parabienes.

Se vistió la pobre arcilla
de sueño, rosa y armiño,
de luna y rayo fecundo,
y al volar por este mundo
crujiendo cándida gloria
me vienen a la memoria
aquellos años de niño.

Una voz atribulada viene
y va por mi recuerdo
preguntando si me acuerdo
de aquella infancia pasada,
de aquella suerte cebada
en una planta tan leve
de aquella infancia tan breve
que por tan breve y tan fría más
que infancia parecía vejez
de luto y de nieve.

¿Que si me acuerdo?
Podría olvidar el tiempo aquel,
aquel tiempo todo hiel
todo hiel y luna fría,
aquella niñez sombría,
aquel tiempo de candor
y aquella madre de amor
arrodillada en el suelo
mientras nevaba en su pelo
con una nieve de dios.

Nieve de mi primavera
arcángel anunciador
de todo cuanto era flor
y cuanto inocencia era.

Madre de rosa y de cera,
madre de sol y de canto,
con que amargo desencanto
vivió muriendo en la cueva.

Su pecho lleno de pena
sus ojos, sus ojos llenos de llanto.
Flecha de falso cupido
que hirió su noble cintura,
toro de mala ventura
con dos pitones de olvido.

Toro de negra suerte,
dos pitones sin honor,
tronchaste una rosa en flor
y en la plaza de la muerte
ante torero celeste.
En lágrimas el rostro, la mirada sombría,
Angustiadas, y suelta la cabellera al viento,
Las mujeres de Biblos, con canto que es lamento,
Van desfilando en fúnebre y lenta Theoría.

Porque en lecho de anémonas, donde la mano fría
De la muerte los ojos le cerró, macilento
Reposa, y perfumado con mirra y suave ungüento,
El que fue de las Vírgenes de Siria la alegría.

Hasta la aurora el coro siguió en triste gemido;
Pero Astarté lo llama, y se alza sonriente
El esposo que duerme de cinamomo ungido.

¡Resucitó el hermoso y amado adolescente!
Y es como rosa inmensa el cielo refulgente
Que un celestial Adonis con su sangre ha teñido.
¿De qué jugo *****, de qué zumo amargo,
De agua de qué pozo taciturno y largo
Se nutre mi alma, ácida y salobre
Cual vinos guardados en tazas de cobre?

¿Qué savias, ¡oh, dioses!, sorben sus raíces
              Torcidas y grises
              Cual ramas de higuera
Que no fué vemada por la primavera?

Cardo del hastío, que ha ungido la sombra
Con su aceite *****, y que nunca asombra
La luz con sus dagas, la secó la angustia
Como una corola que al fuego se amustia.

Y el polen de oro fué polen de cal.
Y la savia dulce fué sudor de sal.
Se estrujó en capullo, sus brotes sorbió,
Y ya nunca, nunca más fragancias dio.
Si un día florece de nuevo, ¿será
Otra vez un lirio, o acaso dará

Un cáliz extraño, *****, atormentado
Que lleve en sus hojas un dardo clavado?

¡Oh, Dios, ¿cuál será
La flor que mi alma salobre dará?¹

— The End —