No es el deseo lo que me guía, no ese impulso caprichoso que nace y muere como una llama efímera. Es algo más profundo, más íntimo, un programa invisible que gobierna desde las sombras de mi mente, un código escrito en las entrañas de mi ser. Sin darme cuenta, me ha llevado a este lugar, a este vacío que ahora habitó y que, aunque parece desolado, guarda un secreto que apenas comienzo a entender.
No se trata de ser flexible, de que todo me resbale, de que nada me importe. No, esa no es la verdad. La línea es delgada, tan fina que a veces el ego la confunde, la cruza sin darse cuenta. Pero hay una diferencia abismal entre vivir resignado y vivir transformando. Entre aceptar con amargura lo que no elegí y ejercer el poder de cambiar lo que hay dentro de mí, de moldear mi mirada para que, incluso aquello que no coincide con mis expectativas, pueda ser recibido con agrado.
No hay resignación aquí. No hay rendición. Hay valoración. Hay una fuerza silenciosa que nace cuando decido mirar más allá, cuando elijo transformar lo que siento, cuando me permito abrazar lo que la vida me trae, no porque tenga que hacerlo, sino porque he aprendido a ver la belleza en lo inesperado. Y en ese acto, en esa elección, encuentro una libertad que no conocía, un amor por lo que es, tal como es. Mi Ser.