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¿Por qué volvéis a la memoria mía,
Tristes recuerdos del placer perdido,
A aumentar la ansiedad y la agonía
De este desierto corazón herido?
¡Ay! que de aquellas horas de alegría
Le quedó al corazón sólo un gemido,
Y el llanto que al dolor los ojos niegan
Lágrimas son de hiel que el alma anegan.

¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas
De juventud, de amor y de ventura,
Regaladas de músicas sonoras,
Adornadas de luz y de hermosura?
Imágenes de oro bullidoras.
Sus alas de carmín y nieve pura,
Al sol de mi esperanza desplegando,
Pasaban ¡ay! a mi alredor cantando.

Gorjeaban los dulces ruiseñores,
El sol iluminaba mi alegría,
El aura susurraba entre las flores,
El bosque mansamente respondía,
Las fuentes murmuraban sus amores...
ilusiones que llora el alma mía!
¡Oh, cuán suave resonó en mi oído
El bullicio del mundo y su ruido!

Mi vida entonces, cual guerrera nave
Que el puerto deja por la vez primera,
Y al soplo de los céfiros suave
Orgullosa desplega su bandera,
Y al mar dejando que sus pies alabe
Su triunfo en roncos cantos, va velera,
Una ola tras otra bramadora
Hollando y dividiendo vencedora.

¡Ay! en el mar del mundo, en ansia ardiente
De amor velaba; el sol de la mañana
Llevaba yo sobre mi tersa frente,
Y el alma pura de su dicha ufana:
Dentro de ella el amor, cual rica fuente
Que entre frescuras y arboledas mana,
Brotaba entonces abundante río
De ilusiones y dulce desvarío.

Yo amaba todo: un noble sentimiento
Exaltaba mi ánimo, Y sentía
En mi pecho un secreto movimiento,
De grandes hechos generoso guía:
La libertad, con su inmortal aliento,
Santa diosa, mi espíritu encendía,
Contino imaginando en mi fe pura
Sueños de gloria al mundo y de ventura.

El puñal de Catón, la adusta frente
Del noble Bruto, la constancia fiera
Y el arrojo de Scévola valiente,
La doctrina de Sócrates severa,
La voz atronadora y elocuente
Del orador de Atenas, la bandera
Contra el tirano Macedonio alzando,
Y al espantado pueblo arrebatando:

El valor y la fe del caballero,
Del trovador el arpa y los cantares,
Del gótico castillo el altanero
Antiguo torreón, do sus pesares
Cantó tal vez con eco lastimero,
¡Ay!, arrancada de sus patrios lares,
Joven cautiva, al rayo de la luna,
Lamentando su ausencia y su fortuna:

El dulce anhelo del amor que guarda,
Tal vez inquieto y con mortal recelo;
La forma bella que cruzó gallarda,
Allá en la noche, entre medroso velo;
La ansiada cita que en llegar se tarda
Al impaciente y amoroso anhelo,
La mujer y la voz de su dulzura,
Que inspira al alma celestial ternura:

A un tiempo mismo en rápida tormenta
Mi alma alborotaban de contino,
Cual las olas que azota con violenta
Cólera impetuoso torbellino:
Soñaba al héroe ya, la plebe atenta
En mi voz escuchaba su destino:
Ya al caballero, al trovador soñaba,
Y de gloria y de amores suspiraba.

Hay una voz secreta, un dulce canto,
Que el alma sólo recogida entiende,
Un sentimiento misterioso y santo,
Que del barro al espíritu desprende;
Agreste, vago y solitario encanto
Que en inefable amor el alma enciende,
Volando tras la imagen peregrina
El corazón de su ilusión divina.

Yo, desterrado en extranjera playa,
Con los ojos extático seguía
La nave audaz que en argentado raya
Volaba al puerto de la patria mía:
Yo, cuando en Occidente el sol desmaya,
Solo y perdido en la arboleda umbría,
Oír pensaba el armonioso acento
De una mujer, al suspirar del viento.

¡Una mujer!  En el templado rayo
De la mágica luna se colora,
Del sol poniente al lánguido desmayo
Lejos entre las nubes se evapora;
Sobre las cumbres que florece Mayo
Brilla fugaz al despuntar la aurora,
Cruza tal vez por entre el bosque umbrío,
Juega en las aguas del sereno río.

¡Una mujer!  Deslizase en el cielo
Allá en la noche desprendida estrella,
Si aroma el aire recogió en el suelo,
Es el aroma que le presta ella.
Blanca es la nube que en callado vuelo
Cruza la esfera, y que su planta huella,
Y en la tarde la mar olas le ofrece
De plata y de zafir, donde se mece.

Mujer que amor en su ilusión figura,
Mujer que nada dice a los sentidos,
Ensueño de suavísima ternura,
Eco que regaló nuestros oídos;
De amor la llama generosa y pura,
Los goces dulces del amor cumplidos,
Que engalana la rica fantasía,
Goces que avaro el corazón ansía:

¡Ay! aquella mujer, tan sólo aquélla,
Tanto delirio a realizar alcanza,
Y esa mujer tan cándida y tan bella
Es mentida ilusión de la esperanza:
Es el alma que vívida destella
Su luz al mundo cuando en él se lanza,
Y el mundo, con su magia y galanura
Es espejo no más de su hermosura:

Es el amor que al mismo amor adora,
El que creó las Sílfides y Ondinas,
La sacra ninfa que bordando mora
Debajo de las aguas cristalinas:
Es el amor que recordando llora
Las arboledas del Edén divinas:
Amor de allí arrancado, allí nacido,
Que busca en vano aquí su bien perdido.

¡Oh llama santa! ¡celestial anhelo!
¡Sentimiento purísimo! ¡memoria
Acaso triste de un perdido cielo,
Quizá esperanza de futura gloria!
¡Huyes y dejas llanto y desconsuelo!
¡Oh qué mujer! ¡qué imagen ilusoria
Tan pura, tan feliz, tan placentera,
Brindó el amor a mi ilusión primera!...

¡Oh Teresa! ¡Oh dolor! Lágrimas mías,
¡Ah! ¿dónde estáis que no corréis a mares?
¿Por qué, por qué como en mejores días,
No consoláis vosotras mis pesares?
¡Oh! los que no sabéis las agonías
De un corazón que penas a millares
¡Ay! desgarraron y que ya no llora,
¡Piedad tened de mi tormento ahora!

¡Oh dichosos mil veces, sí, dichosos
Los que podéis llorar! y ¡ay! sin ventura
De mí, que entre suspiros angustiosos
Ahogar me siento en infernal tortura.
¡Retuércese entre nudos dolorosos
Mi corazón, gimiendo de amargura!
También tu corazón, hecho pavesa,
¡Ay! llegó a no llorar, ¡pobre Teresa!

¿Quién pensara jamás, Teresa mía,
Que fuera eterno manantial de llanto,
Tanto inocente amor, tanta alegría,
Tantas delicias y delirio tanto?
¿Quién pensara jamás llegase un día
En que perdido el celestial encanto
Y caída la venda de los ojos,
Cuanto diera placer causara enojos?

Aun parece, Teresa, que te veo
Aérea como dorada mariposa,
Ensueño delicioso del deseo,
Sobre tallo gentil temprana rosa,
Del amor venturoso devaneo,
Angélica, purísima y dichosa,
Y oigo tu voz dulcísima y respiro
Tu aliento perfumado en tu suspiro.

Y aún miro aquellos ojos que robaron
A los cielos su azul, y las rosadas
Tintas sobre la nieve, que envidiaron
Las de Mayo serenas alboradas:
Y aquellas horas dulces que pasaron
Tan breves, ¡ay! como después lloradas,
Horas de confianza y de delicias,
De abandono y de amor y de caricias.

Que así las horas rápidas pasaban,
Y pasaba a la par nuestra ventura;
Y nunca nuestras ansias la contaban,
Tú embriagada en mi amor, yo en tu hermosura.
Las horas ¡ay! huyendo nos miraban
Llanto tal vez vertiendo de ternura;
Que nuestro amor y juventud veían,
Y temblaban las horas que vendrían.

Y llegaron en fin: ¡oh! ¿quién impío
¡Ay! agostó la flor de tu pureza?
Tú fuiste un tiempo cristalino río,
Manantial de purísima limpieza;
Después torrente de color sombrío
Rompiendo entre peñascos y maleza,
Y estanque, en fin, de aguas corrompidas,
Entre fétido fango detenidas.

¿Cómo caiste despeñado al suelo,
Astro de la mañana luminoso?
Ángel de luz, ¿quién te arrojó del cielo
A este valle de lágrimas odioso?
Aún cercaba tu frente el blanco velo
Del serafín, y en ondas fulguroso
Rayos al mando tu esplendor vertía,
Y otro cielo el amor te prometía.

Mas ¡ay! que es la mujer ángel caído,
O mujer nada más y lodo inmundo,
Hermoso ser para llorar nacido,
O vivir como autómata en el mundo.
Sí, que el demonio en el Edén perdido,
Abrasara con fuego del profundo
La primera mujer, y ¡ay! aquel fuego
La herencia ha sido de sus hijos luego.

Brota en el cielo del amor la fuente,
Que a fecundar el universo mana,
Y en la tierra su límpida corriente
Sus márgenes con flores engalana.
Mas ¡ay! huid: el corazón ardiente
Que el agua clara por beber se afana,
Lágrimas verterá de duelo eterno,
Que su raudal lo envenenó el infierno.

Huid, si no queréis que llegue un día
En que enredado en retorcidos lazos
El corazón con bárbara porfía
Luchéis por arrancároslo a pedazos:
En que al cielo en histérica agonía
Frenéticos alcéis entrambos brazos,
Para en vuestra impotencia maldecirle,
Y escupiros, tal vez, al escupirle.

Los años ¡ay! de la ilusión pasaron,
Las dulces esperanzas que trajeron
Con sus blancos ensueños se llevaron,
Y el porvenir de oscuridad vistieron:
Las rosas del amor se marchitaron,
Las flores en abrojos convirtieron,
Y de afán tanto y tan soñada gloria
Sólo quedó una tumba, una memoria.

¡Pobre Teresa! ¡Al recordarte siento
Un pesar tan intenso!  Embarga impío
Mi quebrantada voz mi sentimiento,
Y suspira tu nombre el labio mío.
Para allí su carrera el pensamiento,
Hiela mi corazón punzante frío,
Ante mis ojos la funesta losa,
Donde vil polvo tu bondad reposa.

Y tú, feliz, que hallastes en la muerte
Sombra a que descansar en tu camino,
Cuando llegabas, mísera, a perderte
Y era llorar tu único destino:
¡Cuando en tu frente la implacable suerte
Grababa de los réprobos el sino!
Feliz, la muerte te arrancó del suelo,
Y otra vez ángel, te volviste al cielo.

Roída de recuerdos de amargura,
Árido el corazón, sin ilusiones,
La delicada flor de tu hermosura
Ajaron del dolor los aquilones:
Sola, y envilecida, y sin ventura,
Tu corazón secaron las pasiones:
Tus hijos ¡ay! de ti se avergonzaran
Y hasta el nombre de madre te negaran.

Los ojos escaldados de tu llanto,
Tu rostro cadavérico y hundido;
único desahogo en tu quebranto,
El histérico ¡ay! de tu gemido:
¿Quién, quién pudiera en infortunio tanto
Envolver tu desdicha en el olvido,
Disipar tu dolor y recogerte
En su seno de paz? ¡Sólo la muerte!

¡Y tan joven, y ya tan desgraciada!
Espíritu indomable, alma violenta,
En ti, mezquina sociedad, lanzada
A romper tus barreras turbulenta.
Nave contra las rocas quebrantada,
Allá vaga, a merced de la tormenta,
En las olas tal vez náufraga tabla,
Que sólo ya de sus grandezas habla.

Un recuerdo de amor que nunca muere
Y está en mi corazón: un lastimero
Tierno quejido que en el alma hiere,
Eco suave de su amor primero:
¡Ay de tu luz, en tanto yo viviere,
Quedará un rayo en mí, blanco lucero,
Que iluminaste con tu luz querida
La dorada mañana de mi vida!

Que yo, como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay, al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía,
Yo inocente también ¡oh!, cuán ufana
Al porvenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor, ¡con cuánto anhelo
Pensé contigo remontarme al cielo!

Y alegre, audaz, ansioso, enamorado,
En tus brazos en lánguido abandono,
De glorias y deleites rodeado
Levantar para ti soñé yo un trono:
Y allí, tú venturosa y yo a tu lado.
Vencer del mundo el implacable encono,
Y en un tiempo, sin horas ni medida,
Ver como un sueño resbalar la vida.

¡Pobre Teresa!  Cuando ya tus ojos
Áridos ni una lágrima brotaban;
Cuando ya su color tus labios rojos
En cárdenos matices se cambiaban;
Cuando de tu dolor tristes despojos
La vida y su ilusión te abandonaban,
Y consumía lenta calentura,
Tu corazón al par de tu amargura;

Si en tu penosa y última agonía
Volviste a lo pasado el pensamiento;
Si comparaste a tu existencia un día
Tu triste soledad y tu aislamiento;
Si arrojó a tu dolor tu fantasía
Tus hijos ¡ay! en tu postrer momento
A otra mujer tal vez acariciando,
Madre tal vez a otra mujer llamando;

Si el cuadro de tus breves glorias viste
Pasar como fantástica quimera,
Y si la voz de tu conciencia oíste
Dentro de ti gritándole severa;
Si, en fin, entonces tú llorar quisiste
Y no brotó una lágrima siquiera
Tu seco corazón, y a Dios llamaste,
Y no te escuchó Dios, y blasfemaste;

¡Oh! ¡cruel! ¡muy cruel! ¡martirio horrendo!
¡Espantosa expiación de tu pecado,
Sobre un lecho de espinas, maldiciendo,
Morir, el corazón desesperado!
Tus mismas manos de dolor mordiendo,
Presente a tu conciencia lo pasado,
Buscando en vano, con los ojos fijos,
Y extendiendo tus brazos a tus hijos.

¡Oh! ¡cruel! ¡muy cruel!... ¡Ay! yo entretanto
Dentro del pecho mi dolor oculto,
Enjugo de mis párpados el llanto
Y doy al mundo el exigido culto;
Yo escondo con vergüenza mi quebranto,
Mi propia pena con mi risa insulto,
Y me divierto en arrancar del pecho
Mi mismo corazón pedazos hecho.

Gocemos, sí; la cristalina esfera
Gira bañada en luz: ¡bella es la vida!
¿Quién a parar alcanza la carrera
Del mundo hermoso que al placer convida?
Brilla radiante el sol, la primavera
Los campos pinta en la estación florida;
Truéquese en risa mi dolor profundo...
Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?
Invitación al llanto.  Esto es un llanto,
      ojos, sin fin, llorando,
escombrera adelante, por las ruinas
        de innumerables días.
Ruinas que esparce un cero -autor de nadas,
obra del hombre-, un cero, cuando estalla.
Cayó ciega.  La soltó,
la soltaron, a seis mil
metros de altura, a las cuatro.
¿Hay ojos que le distingan
a la Tierra sus primores
desde tan alto?
¿Mundo feliz? ¿Tramas, vidas,
que se tejen, se destejen,
mariposas, hombres, tigres,
amándose y desamándose?
No. Geometría.  Abstractos
colores sin habitantes,
embuste liso de atlas.
Cientos de dedos del viento
una tras otra pasaban
las hojas
-márgenes de nubes blancas-
de las tierras de la Tierra,
vuelta cuaderno de mapas.
Y a un mapa distante, ¿quién
le tiene lástima? Lástima
de una pompa de jabón
irisada, que se quiebra;
o en la arena de la playa
un crujido, un caracol
roto
sin querer, con la pisada. 
Pero esa altura tan alta
que ya no la quieren pájaros,
le ciega al querer su causa
con mil aires transparentes.
Invisibles se le vuelven
al mundo delgadas gracias:
La azucena y sus estambres,
colibríes y sus alas,
las venas que van y vienen,
en tierno azul dibujadas,
por un pecho de doncella.
¿Quién va a quererlas
si no se las ve de cerca?
Él hizo su obligación:
lo que desde veinte esferas
instrumentos ordenaban,
exactamente: soltarla
al momento justo.                                   Nada.
Al principio
no vio casi nada.  Una
mancha, creciendo despacio,
blanca, más blanca, ya cándida.
¿Arrebañados corderos?
¿Vedijas, copos de lana?
Eso sería...
¡Qué peso se le quitaba!
Eso sería: una imagen
que regresa.
Veinte años, atrás, un niño.
Él era un niño -allá atrás-
que en estíos campesinos
con los corderos jugaba
por el pastizal.  Carreras,
topadas, risas, caídas
de bruces sobre la grama,
tan reciente de rocío
que la alegría del mundo
al verse otra vez tan claro,
le refrescaba la cara.
Sí; esas blancuras de ahora,
allá abajo
en vellones dilatadas,
no pueden ser nada malo:
rebaños y más rebaños
serenísimos que pastan
en ancho mapa de tréboles.
Nada malo.  Ecos redondos
de aquella inocencia doble
veinte años atrás: infancia
triscando con el cordero
y retazos celestiales,
del sol niño con las nubes
que empuja, pastora, el alba.
 
Mientras,
detrás de tanta blancura
en la Tierra -no era mapa-
en donde el cero cayó,
el gran desastre empezaba.Muerto inicial y víctima primera:
lo que va a ser y expira en los umbrales
del ser. ¡Ahogado coro de inminencias!
Heráldicas palabras voladoras
-«¡pronto!», «¡en seguida!», «¡ya!»- nuncios de dichas
colman el aire, lo vuelven promesa.
Pero la anunciación jamás se cumple:
la que aguardaba el éxtasis, doncella,
se quedará en su orilla, para siempre
entre su cuerpo y Dios alma suspensa.
¡Qué de esparcidas ruinas de futuro
por todo alrededor, sin que se vean!
Primer beso de amantes incipientes.
¡Asombro! ¿Es obra humana tanto gozo?
¿Podrán los labios repetirlo?  Vuelan
hacia el segundo beso; más que beso,
claridad quieren, buscan la certeza
alegre de su don de hacer milagros
donde las bocas férvidas se encuentran.
¿ Por qué si ya los hálitos se juntan
los labios a posarse nunca llegan?
Tan al borde del beso, no se besan.
Obediente al ardor de un mediodía
la moza muerde ya la fruta nueva.
La boca anhela el más celado jugo;
del anhelo no pasa.  Se le niega
cuando el labio presiente su dulzura
la condensada dentro, primavera,
pulpas de mayo, azúcares de junio,
día a día sumados a la almendra.
Consumación feliz de tanta ruta,
último paso, amante, pie en el aire,
que trae amor adonde amor espera.
Tiembla Julieta de Romeos próximos,
ya abre el alma a Calixto, Melibea.
Pero el paso final no encuentra suelo.
¿Dónde, si se hunde el mundo en la tiniebla,
si ya es nada Verona, y si no hay huerto?
De imposibles se vuelve la pareja.
¿Y esa mano -¿de quién?-, la mano trunca
blanca, en el suelo, sin su brazo, huérfana,
que buscas en el rosal la única abierta,
y cuando ya la alcanza por el tallo
se desprende, dejándose a la rosa,
sin conocer los ojos de su dueña?
¡Cimeras alegrías tremolantes,
gozo inmediato, pasmo que se acerca:
la frase más difícil, la penúltima,
la que lleva, derecho, hasta el acierto,
perfección vislumbrada, nunca nuestra!
¡Imágenes que inclinan su hermosura
sobre espejos que nunca las reflejan!
¡Qué cadáver ingrávido: una mañana
que muere al filo de su aurora cierta!
Vísperas son capullos. Sí, de dichas;
sí, de tiempo, futuros en capullos.
¡Tan hermosas, las vísperas!
                                                          ¡Y muertas!¿Se puede hacer más daño, allí en la Tierra?
Polvo que se levanta de la ruina,
humo del sacrificio, vaho de escombros
dice que sí se puede.  Que hay más pena.
Vasto ayer que se queda sin presente,
vida inmolada en aparentes piedras.
¡Tanto afinar la gracia de los fustes
contra la selva tenebrosa alzados
de donde el miedo viene al alma, pánico!
Junto a un altar de azul, de ola y espuma,
el pensar y la piedra se desposan;
el mármol, que era blanco, es ya blancura.
Alborean columnas por el mundo,
ofreciéndole un orden a la aurora.
No terror, calma pura da este bosque,
de noble savia pórtico.
Vientos y vientos de dos mil otoños
con hojas de esta selva inmarcesible
quisieran aumentar sus hojarascas.
Rectos embisten, curvas les engañan.
Sin botín huyen. ¿Dónde está su fronda?
No pájaros, sus copas, procesiones
de doncellas mantienen en lo alto,
que atraviesan el tiempo, sin moverse.
Este espacio que no era más que espacio
a nadie dedicado, aire en vacío,
la lenta cantería lo redime
piedras poniendo, de oro, sobre piedras,
de aquella indiferencia sin plegaria.
Fiera luz, la del sumo mediodía,
claridad, toda hueca, de tan clara
va aprendiendo, ceñida entre altos muros
mansedumbres, dulzuras; ya es misterio.
Cantan coral callado las ojivas.
Flechas de alba cruzan por los santos
incorpóreos, no hieren, les traen vida
de colores.  La noche se la quita.
La bóveda, al cerrarse abre más cielo.
Y en la hermosura vasta de estos límites
siente el alma que nada la termina.
Tierra sin forma, pobre arcilla; ahora
el torno la conduce hasta su auge:
suave concavidad, nido de dioses.
Poseidón, Venus, Iris, sus siluetas
en su seno se posan.  A esta crátera
ojos, siempre sedientos, a abrevarse
vienen de agua de mito, inagotable.
Guarda la copa en este fondo oscuro
callado resplandor, eco de Olimpo.
Frágil materia es, mas se acomodan
los dioses, los eternos, en su círculo.
Y así, con lentitud que no descansa,
por las obras del hombre se hace el tiempo
profusión fabulosa.  Cuando rueda
el mundo, tesorero, va sumando
-en cada vuelta gana una hermosura-
a belleza de ayer, belleza inédita.
Sobre sus hombros gráciles las horas
dádivas imprevistas acarrean.
¿Vida?  Invención, hallazgo, lo que es
hoy a las cuatro, y a las tres no era.
Gozo de ver que si se marchan unas
trasponiendo la ceja de la tarde,
por el nocturno alcor otras se acercan.
Tiempo, fila de gracias que no cesa.
¡Qué alegría, saber que en cada hora
algo que está viniendo nos espera!
Ninguna ociosa, cada cual su don;
ninguna avara, todo nos lo entregan.
Por las manos que abren somos ricos
y en el regazo, Tierra, de este mundo
dejando van sin pausa
novísimos presentes: diferencias.
¿Flor?  Flores. ¡Qué sinfín de flores, flor!
Todo, en lo igual, distinto: primavera.
Cuando se ve la Tierra amanecerse
se siente más feliz.  La luz que llega
a estrecharle las obras que este día
la acrece su plural. ¡Es más diversa!El cero cae sobre ellas.
Ya no las veo, a las muchas,
las bellísimas, deshechas,
en esa desgarradora
unidad que las confunde,
en la nada, en la escombrera.
Por el escombro busco yo a mis muertos;
más me duele su ser tan invisibles.
Nadie los ve: lo que se ve son formas
truncas; prodigios eran, singulares,
que retornan, vencidos, a su piedra.
Muertos añosos, muertos a lo lejos,
cadáveres perdidos,
en ignorado osario perfecciona
la Tierra, lentamente, su esqueleto.
Su muerte fue hace mucho.  Esperanzada
en no morir, su muerte. Ánima dieron
a masas que yacían en canteras.
Muchas piedras llenaron de temblores.
Mineral que camina hacia la imagen,
misteriosa tibieza, ya corriendo
por las vetas del mármol,
cuando, curva tras curva, se le empuja
hacia su más, a ser pecho de ninfa.
Piedra que late así con un latido
de carne que no es suya, entra en el juego
-ruleta son las horas y los días-:
el jugarse a la nada, o a lo eterno
el caudal de sus formas confiado:
el alma de los hombres, sus autores.
Si es su bulto de carne fugitivo,
ella queda detrás, la salvadora
roca, hija de sus manos, fidelísima,
que acepta con marmóreo silencio
augusto compromiso: eternizarlos.
Menos morir, morir así: transbordo
de una carne terrena a bajel pétreo
que zarpa, sin más aire que le impulse
que un soplo, al expirar, último aliento.
Travesía que empieza, rumbo a siempre;
la brújula no sirve, hay otro norte
que no confía a mapas su secreto;
misteriosos pilotos invisibles,
desde tumbas los guían, mareantes
por aguja de fe, según luceros.
Balsa de dioses, ánfora.
Naves de salvación con un polícromo
velamen de vidrieras, y sus cuentos
mármol, que flota porque vista de Venus.
Naos prodigiosas, sin cesar hendiendo
inmóviles, con proas tajadoras
auroras y crepúsculos, espumas
del tumbo de los años; años, olas
por los siglos alzándose y rompiendo.
Peripecia suprema día y noche,
navegar tesonero
empujado por racha que no atregua:
negación del morir, ansia de vida,
dando sus velas, piedras, a los vientos.
Armadas extrañísimas de afanes,
galeras, no de vivos, no de muertos,
tripulaciones de querencias puras,
incansables remeros,
cada cual con su remo, lo que hizo,
soñando en recalar en la celeste
ensenada segura, la que está
detrás, salva, del tiempo.¡Y todos, ahora, todos,
qué naufragio total, en este escombro!
No tibios, no despedazados miembros
me piden compasión, desde la ruina:
de carne antigua voz antigua, oigo.
Desgarrada blancura, torso abierto,
aquí, a mis pies, informe.
Fue ninfa geométrica, columna.
El corazón que acaban de matarle,
Leucipo, pitagórico,
calculador de sueños, arquitecto,
de su pecho lo fue pasando a mármoles.
Y así, edad tras edad, en estas cándidas
hijas de su diseño
su vivir se salvó.  Todo invisible,
su pálpito y su fuego.
Y ellas abstractos bultos se fingían,
pura piedra, columnas sin misterio.
Más duelo, más allá: serafín trunco,
ángel a trozos, roto mensajero.
Quebrada en seis pedazos
sonrisa, que anunciaba, por el suelo.
Entre el polvo guedejas
de rubia piedra, pelo tan sedeño
que el sol se lo atusaba a cada aurora
con sus dedos primeros.
Alas yacen usadas a lo altísimo,
en barro acaba su plumaje célico.
(A estas plumas del ángel desalado
encomendó su vuelo
sobre los siglos el hermano Pablo,
dulce monje cantero).
Sigo escombro adelante, solo, solo.
Hollando voy los restos
de tantas perfecciones abolidas.
Años, siglos, por siglos acudieron
aquí, a posarse en ellas; rezumaban
arcillas o granitos,
linajes de humedad, frescor edénico.
No piso la materia; en su pedriza
piso al mayor dolor, tiempo deshecho.
Tiempo divino que llegó a ser tiempo
poco a poco, mañana tras su aurora,
mediodía camino de su véspero,
estío que se junta con otoño,
primaveras sumadas al invierno.
Años que nada saben de sus números,
llegándose, marchándose sin prisa,
sol que sale, sol puesto,
artificio diario, lenta rueda
que va subiendo al hombre hasta su cielo.
Piso añicos de tiempo.
Camino sobre anhelos hechos trizas,
sobre los días lentos
que le costó al cincel llegar al ángel;
sobre ardorosas noches,
con el ardor ardidas del desvelo
que en la alta madrugada da, por fin,
con el contorno exacto de su empeño...
Hollando voy las horas jubilares:
triunfo, toque final, remate, término
cuando ya, por constancia o por milagro,
obra se acaba que empezó proyecto.
Lo que era suma en un instante es polvo.
¡Qué derroche de siglos, un momento!
No se derrumban piedras, no, ni imágenes;
lo que se viene abajo es esa hueste
de tercos defensores de sus sueños.
Tropa que dio batalla a las milicias
mudas, sin rostro, de la nada; ejército
que matando a un olvido cada día
conquistó lentamente los milenios.
Se abre por fin la tumba a que escaparon;
les llega aquí la muerte de que huyeron.
Ya encontré mi cadáver, el que lloro.
Cadáver de los muertos que vivían
salvados de sus cuerpos pasajeros.
Un gran silencio en el vacío oscuro,
un gran polvo de obras, triste incienso,
canto inaudito, funeral sin nadie.
Yo sólo le recuerdo, al impalpable,
al NO dicho a la muerte, sostenido
contra tiempo y marea: ése es el muerto.
Soy la sombra que busca en la escombrera.
Con sus siete dolores cada una
mil soledades vienen a mi encuentro.
Hay un crucificado que agoniza
en desolado Gólgota de escombros,
de su cruz separado, cara al cielo.
Como no tiene cruz parece un hombre.
Pero aúlla un perro, un infinito perro
-inmenso aullar nocturno ¿desde dónde?-,
voz clamante entre ruinas por su Dueño.
Alta va la luna.
Bajo corre el viento.
  (Mis largas miradas,
exploran el cielo.)
  Luna sobre el agua.
Luna bajo el viento.
  (Mis cortas miradas,
exploran el suelo.)
  Las voces de dos niñas
venían. Sin esfuerzo,
de la luna del agua,
me fui a la del cielo.
Un brazo de la noche
entra por mi ventana.
  Un gran brazo moreno
con pulseras de agua.
  Sobre un cristal azul
jugaba al río mi alma.
Los instantes heridos
por el reloj... pasaban.
Asomo la cabeza
por mi ventana, y veo
cómo quiere cortarla
la cuchilla del viento.
  En esta guillotina
invisible, yo he puesto
la cabeza sin ojos
de todos mis deseos.
  Y un olor de limón
llenó el instante inmenso,
mientras se convertía
en flor de gasa el viento.
Al estanque se le ha muerto
hoy una niña de agua.
Está fuera del estanque,
sobre el suelo amortajada.
  De la cabeza a sus muslos
un pez la cruza, llamándola.
El viento le dice "niña",
mas no puede despertarla.
  El estanque tiene suelta
su cabellera de algas
y al aire sus grises tetas
estremecidas de ranas.
  Dios te salve. Rezaremos
a Nuestra Señora de Agua
por la niña del estanque
muerta bajo las manzanas.
  Yo luego pondré a su lado
dos pequeñas calabazas
para que se tenga a flote,
¡ay!, sobre la mar salada.
Almendra Isabel Jun 2014
A la mitad de mi metáfora me di cuenta que rimar no tenia solución. Pero tampoco seguir escribiendo.
Extrañamente me di cuenta que lo único que calma mis ansias de muerte es escribir,
        no redactar,
sino escupir palabras que deseas borrar.
Pero no puedes. Solo las plasmas.
Y pasaban las horas, y seguía mi música.
        Café      y cigarros. Taza tras taza y cigarro tras cigarro.
Se me acabó la quincena en drogas.
Falté al trabajo y renuncié.
Y al final:      me victimzé.
¿Qué hice al respecto? -Café. Café, cigarros, cigarros. Vamos a ver cuándo se me adormece el corazón. Vamos a ver cuándo se me adormece la razón. Y pasan los cigarros y pasan las horas, y ellas ya sabían desde el momento en que llegaste que me ibas a lastimar.
Condenada al ciclo de desesperación silenciosa y vergüenza pasajera.
Y tú y yo jugábamos, reíamos, amábamos.
Y jugamos a amarnos más hasta que me perdí,
y me encontré más perdida que buscada.
Llena de mentiras y más que nada, hecha trizas.
Traté de cerrar los ojos por unos minutos,
traté de interpretarte como te veía.
             Fallé.

Se me acaba la paciencia, se me suelta la demencia.
‘Lárgate de aquí, ya no te quiero’
palabras que mi corazón sacó.
Desesperación.
Haces falta, pero destruyes.

Me abrí: me rompiste.
No me veas,
no me llames,
no me busques:          pero hazlo.
Qué me duele que me ignores, pero no quiero saber de ti. No te quiero porque me duele no ser capaz de quererte de nuevo.

Te quiero muerto en mi mente
     pero vivo en vida.

Quiero saber cada detalle de ti, cada paso que das y casa suspiro que lanzas. Pero te quiero muerto en mi mente. Salté de mis sueños, son mis pesadillas, son mis drogas, no interfieras.
Salté de mi música, no se relaciona a ti.
Salté de mi mente. Sálte. Sálte.

SÁLTE.

Eres mi cajón de dolor.
De lamentación. De decepción.
¿Autoestima? ¿Ilusión?… ¿Confianza?      No.

Tú y yo teníamos esa casa turquesa con conejos y gatos, y uno que otro perro. Tú me hacías el café en la mañana y el amor en la tarde. Nos besábamos y nos abrazábamos. Nosotros debimos estar juntos. Permanecer juntos. Tú debiste ser mi amigo, no mi enemigo. Debimos viajar juntos, perdernos juntos, pintar juntos, cantar, volar.

      Permanecer.

Y yo, yo debí conocerte mejor antes de enamorarme. Debí enamorarme más y amar menos.
Debemos tanto. Tantas cuentas pendientes. Tantos pendientes inconclusos.
           Tantos abusos de ilusión. Tanto de sin sabor.
Y yo, yo debí quedarme, pero tú no debiste defraudarme.
Una noche
tuve un sueño...
Luna opaca,
cielo *****,
yo en un triste
cementerio
con la sombra
y el silencio.
En sudarios
medio envueltos,
descarnados
esqueletos
muy afables
y contentos
mi vista
recibieron.
Indagaron
los sucesos
que pasaban
ese tiempo:
las maniobras
del ejército,
los discursos
del Congreso,
de la Bolsa
los manejos,
y reían
de todo eso.
Con sorpresa
supe de ellos
que gustaban
de los versos
que en mis dudas
y en mis celos
a mi amada
siempre ofrezco.
¡Que sabían,
me dijeron,
ya en la historia
de los besos!...
Y se hacían
muchos gestos
y ademanes
picarescos.
Y reían
con extremos
entre el ruido
de sus huesos.
En seguida
refirieron
que se siente
mucho hielo,
en las noches
del invierno,
en las fosas
de los muertos.
Despedime.
¡Muy correctos
los saludos
que me hicieron!
Salí al campo.
Miré luego,
luna opaca,
cielo *****.
Muy ufano,
dice el médico
que la causa
de estos sueños
se halla toda
por mis nervios
y en el fondo
del cerebro.
No cantaré ya nunca más. El canto
se me ha secado en la garganta.
Como una rosa.

Ay, misterioso ruiseñor
que gorjeabas bajo el agua,
que me clavabas en el pecho
tu pico: sueño, vida, espada.

Se derramaba por el mar mi sangre.
Cantar de bienaventuranza.
Iluminaba los amaneceres
con su doliente luz de plata.

Alca carmín y mediodía de oro.
Trompas de fuego en la mañana.
En cada hojilla de la primavera
una menuda y verde daga.

Dedos que tañen cuerdas invisibles.
Músicas que desnudan al que pasa.
Cuánto tesoro derruido
en el silencio de tu caja.

Ay, mis héroes, mis álamos, mis ríos,
mis playas, frutas y distancias.
(Ay, Dios mío, sin nombre ya, sin hombre).
Ay, enterradas y borradas.

Ay. Y podridas. Y dormidas.
Y asesinadas. Y apagadas.
Las olas que me hundieron hasta el fondo
sabían bien lo que arrastraban.

Ay, las canciones sin medida.
Las medidas sin notas, sin palabras.
Ay, las columnas en que puse
el peso dulce de mis alas.

Y todo: norte y sur, este y oeste,
ofrendándome sus campanas,
sus instrumentos de cristal,
humos, piedras, plumas y almas.

Ay, sin medida ya. Fundidas
las fronteras y las distancias.
Ay, la vida que no venía
a ofrecerme su boca grana.

Cárcel de hierro, más sin fuego.
Piedra sin alas y sin alma.
Ay, estíos, otoños, primaveras,
inviernos que nacían y pasaban.

Ay, gaviotas, alondras, horas,
manos, estrellas, peces, ramas.
Ay, vida que no viene. Y si venía
no había voz para cantarla.

No cantaré ya nunca más. El canto
se me ha secado en la garganta.
Se ha dormido en mi corazón
como una rosa.
la gran mujer que era esa tarde metida en su dulzura cómo se doblegaba
tierna de sí por las calles más últimas los árboles los patios
rostros como entregados a escándalos de olvido
la puta la bellísima llena de súbitas mujeres
como arrepentimientos como culpas las repartidas por el aire
llamando a la tormenta las soñaban los hombres de la mar
las inventaban por los camarotes de espaldas al océano mecidos
mujeres altas bellas negras madres disparos de su carne
tetísimas muslísimas las sufridoras de hijos pasaban por Dakar
era Dakar exactamente
los sargentos de l'armée coloniale y los estibadores cubriéndose la rabia con el cuerpo
yvonne envuelta en llamas perseguida por jabalíes de oro
la puta la bellísima
con apenas su cuerpo mulato contra el mundo su cuerpo celebrado
conversado en borneo acariciado amado yvonne la capital de diversas
catástrofes y olvidos
escrita en las paredes de todos los alcoles
yvonne que odiaba a los franceses
por sus ojos pasaban los ciegos del mercado
las pústulas del barrio de medinnah las pústulas mundiales
caían furias tristes clausura de sus senos
la poesía
debe ser hecha por todos
y no por uno, dijo
esas cosas solamente las puede decir un francés
rengo

que nadie sabe que hizo en la comuna de parís
nadie sabe si se murió o no pudo
todos se acuerdan de cuando tocaba el piano
hasta altas horas del almita

molestando a los vecinos que después tenían que ir a trabajar
y se iban de la pensión mal dormidos
pensando en la madre del pianoeta o poenista
hablando pestes de ella cada vez que tropezaban con las piedras
o los fríos de las calles de parís

lo peor es que tenía un acorde en la cabeza
y no se lo podían sacar
se la pasaban fundiendo hierro soplando vidrio
y no se podían sacar el acorde del rengo

el rengo les había hecho un acorde en la cabeza
y por allí pasaban furias, mañanitas, agüeros
una vez a un ferroviario le paso un pajarito por ahí
el pajarito volaba al futuro con un papel que decía futuro en el pico

la cuestión es que los vecinos del rengo
tenían cara de piano en la mitad del atardecer
caían músicas de ellos o teclas de oro
donde empezaba el horizonte

una mujer bellísima cantaba
en la cabeza de los vecinos del rengo
que en realidad no era francés
más bien era uruguayo

solamente a un uruguayo se le puede ocurrir
que la poesía debe ser hecha por todos
      y no por uno
que es como decir que la tierra
es de todos y no solamente de uno

que el sol no es de uno
que el amor es de todos y de nadie
      como el aire
y la muerte es de todos
      y la vida
no tiene dueño conocido

vos no eras rengo
l'autréamont
lo que pasó es que dejaste Uruguay
se te cayó un pedazo que
toca el piano y no deja dormir
En medio de la multitud le vi pasar, con sus ojos tan rubios como la
cabellera. Marchaba abriendo el aire y los cuerpos; una mujer se
arrodilló a su paso. Yo sentí cómo la sangre
desertaba mis venas gota a gota.

Vacío, anduve sin rumbo por la ciudad. Gentes extrañas
pasaban a mi lado sin verme. Un cuerpo se derritió con leve
susurro al tropezarme. Anduve más y más.

No sentía mis pies. Quise cogerlos en mi mano, y no hallé
mis manos; quise gritar, y no hallé mi voz. La niebla me
envolvía.

Me pesaba la vida como un remordimiento; quise arrojarla de mí.
Mas era imposible, porque estaba muerto y andaba entre los muertos.
Las ondas tienen vaga armonía,
las violetas suave olor,
brumas de plata la noche fría,
luz y oro el día;
yo algo mejor;
¡yo tengo Amor!Aura de aplausos, nube radiosa,
ola de envidia que besa el pie,
isla de sueños donde reposa
el alma ansiosa,
dulce embriaguez:
¡la Gloria es!Ascua encendida es el tesoro,
sombra que huye la vanidad.
Todo es mentira: la gloria, el oro;
lo que yo adoro
sólo es verdad:
¡la Libertad!
Así los barqueros pasaban cantando
la eterna canción
y, al golpe del remo, saltaba la espuma
y heríala el sol.
-¿Te embarcas?, gritaban; y yo sonriendo
les dije al pasar:
-Yo ya me he embarcado; por señas que aún tengo
la ropa en la playa tendida a secar.
Decían: «Ojú, qué frío»;
no «Qué espantoso, tremendo,
injusto, inhumano frío».
Resignadamente: «Ojú,
qué frío...» Los andaluces...

En dónde habrían dejado
sus jacas; en dónde habrían
dejado su sol, su vino,
sus olivos, sus salinas.
En dónde habrían dejado
su odio... Parecían hechos
de indiferencia, pobreza,
latigazo .. «Ojú, qué frío».
Tiritaban bajo ropas
delgadas, telas tejidas
para cantar y morir
siempre al sol. Y las llevaban
para callar y vivir
al frío de Ocaña y Burgos,
al viento helado del mar
del Dueso Los andaluces

Estos que están esperando,
desde Huelva hasta Jaén
desde Jaén a Almería,
junto a las plazas de cal
y noche, deben de ser
hijos de aquéllos Esperan
que alguno venga a encerrarlos
entre rejas. Como aquéllos,
no preguntarán por qué.
No se quejarán de nada
Ni uno se rebelará.
«Las cosas son como son,
como siempre han sido, como
han de ser mañana. Ojú,
qué frío.» Los andaluces.

Apenas dejaban sombra,
sonido, cuando pasaban.
Se borraban sus cabezas.
Tan sólo un inmenso frío
daba fe de ellos. Y aquella
dejadez que rodeaba
su fragilidad. Más solos
que ninguno. Más hambrientos
que ninguno. (Deseaba
que odiasen, porque los vivos
odian. Los vivos perdonan.
El hombre es fuego y es lluvia.
Lo hace el odio y el perdón.)
Indiferentes: «Ojú,
qué frío...» Los andaluces...

Un grano de trigo. Una
oliva verde. (Guardad
el aliento de la tierra,
el parpadeo del sol
para ayer, para mañana,
para rescataros...) Quiero
que despierten del pasado
de frío, de los cerrojos
del futuro. Todo está
tan confuso. Yo no sé
si los veo, los recuerdo,
los anticipo...

                 
Hace pocos
kilómetros tuve aquí,
en mi mano, la madeja
de los días. La emoción
de los días. Como un padre
que olvidó hace tiempo el rostro
de los hijos muertos. Y ahora
los recuerda. Y ahora vuelve
a olvidarlos, unos pocos
kilómetros más allá.
Olvidados para siempre.

Cuántos años hace de esto.
O cuántos faltan para esto
que hace un momento viví
por los caminos... -ojú,
qué frío- de Andalucía.
bondad verdad belleza dijo
son las tres caras de Dios dijo
y se le caía una luz
de la memoria la mitad
donde Dios era como muerte
que persuadía al niño para
que corriera a la selva en traje
de 780 años
o como-cuando sedució
a la comtessa de dia alta
que sus graves penas pasó
por no entregar querer o amor
y ese fue su más grande yerro
en el lecho o cuando vestida
se miraba bajo la tela
el brazo solo el brazo oscuro
que no fue almohada para nadie
y se secó y trajo el otoño
y los días se le cayeron
como hojas que crujían y
parecían padecimientos
y nunca más las dulces cuitas
ese Leopoldo Marechal
bondad verdad belleza dijo
y se le caía una luz
y las mentiras viajan 100
años y jamás llegan la
verdad revela que es mejor
decir la verdad y morir
y Leopoldo se murió
no furioso contra los que
lo orinaron vivo y sangrante
o le pisaron el gran pájaro
que cantó y saltó como vivo
toda la tiempo que viviera
o le echaban en la mitad
tierrita sucia que les sobra
cada vez que la boca abren
ya que los polvos de la mundo
se depositan en algún
sitio o lugar y ciertamente
hay hambre por toda la cielo
se bajan a matar espadas
alzan un viento de caballo
eh don Leopoldo Marechal
por sus dos tiempos transcurrió
lo vestía como una túnica
tejida por el pueblo a
los buenos bellos verdaderos
que amasan pan atrás de todo
o dan de comer al claror
que sube de la muerte aunque
empuje niños a la selva
porque no hay Dios como la boca
hay que ofrendarse diariamente
para no hablar o no digamos
lo que es la garganta del alma
ea esas hambres vamos quiá
o ca mejor disimulemos
de Leopoldo saltó un leopardo
lleno de trágico valor
que se comía toda la hambre
la más violeta de guardar
el polvo o pardo en su león
o astro que ardía con sus noches
sin saber si iba alzarse otra
como temiendo por la luz
ea Leopoldo Marechal
cuando cesó se le pararon
todos los ojos que guardaba
donde llorar en la cocina
o cocinar el lloro como
un tallo de maíz cargado
de hijitos en la espalda o como
espada la más vengadora
la del pueblo que dulce viste
sus heridas como soldados
agradecidos a la mama
fue así que Leopoldo hizo:
un búfalo que anda en el aire
un falo que anda en la nación
un lo que anda hoy no andará
mañana cuando estemos suaves
como olvidados apagados
bajo la patria o tierrecita
que Leopoldo regó y amó
y levantaba ciudadelas
para cuidarla humanamente
y dejándose bien atrás
se puso delante de todos
y así le crecieron noches
al bueno bello verdadero
un gran silencio lo cubrió
un gran amor lo destapó
y de sus brazos descendían
calores para la mitad
herida donde se inclinaba
pasaba como ungüentos sobre
los como tristes leopardos
que crepitan en el país
ea esas hambres vamos quiá
de Leopoldo caía una luz
y cuando se fue su caballo
se encaminaba lento a
la grande sombra do lo pacen
y él sigue dando de comer
y su belleza se transforma
en otra parte de la mundo
diseminado como un pueblo
como si amaran no distintos
si dulcemente por tu cabeza pasaban las olas
del que se tiró al mar/ ¿qué pasa con los
hermanitos
que entierraron?/¿hojitas les crecen de los
dedos?/¿arbolitos/otoños
que los deshojan como mudos?/en silencio
los hermanitos hablan de la vez
que estuvieron a dostres dedos de la muerte/sonríen
recordando/aquel alivio sienten todavía
como si no hubieran morido/como si
paco brillara y rodolfo mirase
toda la olvidadera que solía arrastrar
colgándole del hombro/o Haroldo hurgando su amargura (siempre)
sacase el as de espadas/puso su boca contra el viento/
aspiró vida/vidas/con sus ojos miró la terrible/
pero ahora están hablando de cuando
operaron con suerte/nadie mató/nadie fue muerto/el enemigo
fue burlado y un poco de la humillación general
se rescató/con corajes/con sueños/tendidos
en todo eso los compañeros/mudos/
deshuesándose en la noche de enero/
quietos por fin/solísimos/ sin besos
cuando astor frederick murió
plegó alitas y dejó sobre todo sus penas
y como un brillo o resplandor
que lo seguía en el entierro

ni perro ni hombre ni mujer ni gato seguían su cajón
por la calle dorada en la mañana de mayo paciente
pero sí el brillo o resplandor
como cantándole cantándole

decía el brillo "astor frederick se va por aquí
al país donde todos se reúnen
sigo las huellas de sus pies besándolas
pero él ya nunca estará solo"

decía el brillo "astor frederick ya nunca más se apenará
de pueblo en pueblo y por alturas su joven corazón
marcará el paso de las lunas
se comerá flores que mueren"

ojalá ojalá repetían los arcos las piedras podridas de la calle
las pieles de la calle meciéndose por donde
astor frederick sus restos los restos de su dentadura etc
pasaban a gloria mayor

¡ah frederick en la cajita!
lo empaquetaron mucho para siempre
y aunque él no quisiese otra cosa que amor como abrigo o fortín
es como si faltara

la tierra del cementerio de Oak
se lo comió casi por todas
menos las manos eso sí
apoyadas la una en la otra

del silencio que astor frederick hizo
creció una pájara de viento que le volteaba el corazón
menos el brillo o resplandor
cala del mundo mundo mismo

y esta es la historia de astor frederick ea
ninguna pus paloma o reventón se alzaba nunca de sus nuncas
menos las manos eso sí
apoyada la una en la otra
El agua del río pasaba indolente,
reflejando noches y arrastrando días…
Tú, desnuda en la fresca corriente,
reías…

Yo te contemplaba desde la ribera,
tendido a la sombra de un árbol sonoro;
y resplandecía tu áurea cabellera,
desatada en el agua ligera,
como un remolino de espuma de oro…

Y pasaban las nubes errantes,
mientras tú te erguías bajo el sol de estío,
con los blancos hombros llenos de diamantes,
en la rumorosa caricia del río.

Y tú te reías…
Y mirando mis manos vacías,
pensé en tantas cosas que ya fueron mías,
y que se me han ido, como tú te irás…

Y tendí mis brazos hacia la corriente,
hacia la corriente cantarina y clara,
porque tuve miedo, repentinamente,
de que el agua feliz te arrastrara…

Y ya no reías…
bajo el sol de estío,
ni resplandecías de oro y de rocío.
Y saliste corriendo del río,
y llenaste mis manos vacías…

Y al sentir tu cuerpo tan cerca y tan mío,
al vivir en tu amor un instante
más allá del placer y del hastío,
vi pasar la sombra de una nube errante,
de una nube fugaz sobre el río.
Atiborrado de filosofía,
por culpa del afán que me devora,
yo, que ya me sabía
dos gramos del vivir, nada sé ahora.

    De tanto preguntar
el camino a los sabios que pasaban,
me quedé sin llegar,
mientras tantos imbéciles llegaban...
está negra la madera de tu casa
y el verde de tus plantas brilla como lustrado a mano/
te debe haber llovido mucha ausencia/
debe haberte apagado los fuegos que encendías
para leer tus pechos/
para saber quién anda por ahí/
en el verano de tu rigidez empujada/
¿qué sería la muerte sin la lluvia/
su ciencia de humo y claridad?/
temblabas como un cafetín/
pasaban tangos de gardel y toros ya suavísimos/
tus piernas ardían al lado de los ángeles
y volaban cenizas del secreto cremado/
¿cómo es posible el horror de saber?/
¡dale/viento!/
¡raspa la música que hace diamantes
en cada esquina de la sonreidora!/
¡la música que separa los nacimientos de los
espantapájaros!
¡los espantapájaros verdaderos!/
¡que me conocen y no son yo!/
vos/que sabés hacer cuchillos
con un instante del amor/
cantá/sentada en los panes que horneo y nunca comeré/
¡cantá/para que corra la mañana
y se subleven los canarios
que lloran ocultamente!/
si dulcemente por tu cabeza pasaban las olas
del que se tiró al mar/ ¿qué pasa con
los
hermanitos
que entierraron?/¿hojitas les crecen de los
dedos?/¿arbolitos/otoños
que los deshojan como mudos?/en silencio

los hermanitos hablan de la vez
que estuvieron a dostres dedos de la muerte/sonríen
recordando/aquel alivio sienten todavía
como si no hubieran morido/como si

paco brillara y rodolfo mirase
toda la olvidadera que solía arrastrar
colgándole del hombro/o Haroldo hurgando su amargura
(siempre)
sacase el as de espadas/puso su boca contra el viento/

aspiró vida/vidas/con sus ojos miró la terrible/
pero ahora están hablando de cuando
operaron con suerte/nadie mató/nadie fue muerto/el enemigo
fue burlado y un poco de la humillación general

se rescató/con corajes/con sueños/tendidos
en todo eso los compañeros/mudos/
deshuesándose en la noche de enero/
quietos por fin/solísimos/ sin besos

— The End —