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Grata la voz del agua
a quien abrumaron negras arenas,
grato a la mano cóncava
el mármol circular de la columna,
gratos los finos laberintos del agua
entre los limoneros,
grata la música del zéjel,
grato el amor y grata la plegaria
dirigida a un Dios que está solo,
grato el jazmín.

Vano el alfanje
ante las largas lanzas de los muchos,
vano ser el mejor.
Grato sentir o presentir, rey doliente,
que tus dulzuras son adioses,
que te será negada la llave,
que la cruz del infiel borrará la luna,
que la tarde que miras es la última.
No he podido dormir. Esta noche
            Me ha sido negada
            La gracia sencilla
            Del sueño habitual.
En un zumo de lirios morados
Se anegan mis ojos sombríos y largos
Y en un zumo amarillo de cera,
O de vara de nardo marchita,
Se han ahogado las llamas rosadas
Que coloran la piel de mis labios.

Si me pongo recta, cruzadas las manos,
            La boca estrujada,
Abrochados los párpados lacios,
            Parezco una muerta.
El insomnio taladra mis sienes
Con sus siete clavos de vigilia ácida.
Y retoñan, retoñan deseos.
¿Dónde se halla, Señor, el amante
Que mis finos cabellos peinaba,
Con sus manos morenas que olían
A mazos de trigo y a ramo de dalias?
En mi lecho, que es nata de linos,
Su vacío lugar mana angustia.
Y en el blanco mantel de las sábanas.

            Me agito intranquila
Como un haz de culebras trenzadas
            Que el látigo rojo
Del insomnio implacable fustiga.

No sentir... No pensar... Mas ahora,
¿Qué imprevista dulzura ha llegado
A sentarse a los pies de mi cama?
A mis párpados largos parece
Que una venda de bronce desciende
Y mis manos nerviosas se aquietan
En cruzado ademán de reposo.
No sentir... No pensar... ¿Es el sueño,
O eres tú, monja,negra, que llaman
            Los hombres, la Muerte?
Hoy estoy triste, amor. Hoy tengo el alma
              Gris y desmelenada.
¡Tierra propicia para toda pena!
¡Para todo placer tierra negada!

      La rosa de mi cuerpo
Hoy es lirio beato.
Con triples vendas la ciñó la angustia
Y yo con triples velos la recato.
Hoy estoy triste, amor. Hoy no pretendo
Sentir mi risa.
¡Me endurece los labios
un agror de ceniza!
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse...
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene...
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.
Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, y noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
-saluda al sol, araña, no seas rencorosa...-
Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío
¿Quién me llama por la voz
de un ave que pía?

¿Qué amor me quiere, qué amor
me inventa caricias,

escondido entre dos aires,
fingiéndose brisa?

La palmera, ¿quién la ha puesto
-la que me abanica

con soplos de sombra y sol-
donde yo quería?

La arena, ¿quién la ha alisado,
tan lisa, tan lisa,

para que en rasgos levísimos
la mano me escriba,

de amante que nunca he visto,
de amante escondida,

entre pudores de espuma,
mensajes de ondina?

¿Por qué me dan tanto azul,
sin que se lo pida,

el cielo que se lo inventa,
el mar, que lo imita?

¿Cuál fue el dios qué un día octavo
me trazó esta isla,

trocadero de hermosuras,
lonja sin codicia?

Aquí tierra, cielo y mar,
en mercaderías

de espuma, arena, sol, nube,
felices trafican;

sin engaño se enriquecen,
-ganancias purísimas-,

luceros dan por auroras,
cambian maravillas.

Tiempo de isla: se cuenta
por mágicas cifras;

la hora no tiene minutos:
sesenta delicias;

pasa abril en treinta soles,
y un día es un día.

¿Quién, llevándose congojas,
dio forma a la dicha?
Nadie te quiere, o te busca.
¿Caricias? Mentira.

En el aire no hay amor;
hay mirlos que silban.

Lo azul nadie te lo da,
gracia es indivisa,

belleza a nadie negada,
a nadie ofrecida.

No quiere la luz, por dueña,
ninguna pupila;

el sol nace para todos,
y en nadie termina.

Y esa amante misteriosa,
fugaz, entrevista,

desde los aires la sílfide,
desde el mar la ninfa,

no es nunca amante, es la amada
total. Es la vida.
Leydis Jun 2017
Yo estaba completamente negada,
obstinada, empeñada,
a nunca más entregar mi alma a otro ser humano!!!!!

Ya estaba harta, asqueada,
cansada, dolida
del amor, de las mentiras,
de las intrigas, del **** a medias.

Entras tú, como solo tú pudiste entrar;
repentinamente,
superlativamente,
sublimemente,
casualmen­te,
gloriosamente,
y como nada, borras todas mis
dudas y mis ansiedades.

Yo renuente amar de nuevo
y queriendo protegerme, y no pude,
pues tus palabras;
me desencajaban los miedos,
me armaban el autoestima,
me entusiasmaban y me llenaron de valentía,
y cuando vine a ver…..
mis alas, que como una Mariquita,
las tenía intricadamente guardadas y dobladas,
se fueron extendiendo hacia un vuelo de arrobamiento,
de rebasada pasión
de intenso amor, comprensión, y atención.

Como el macho Mariquita
te encolaste por detrás y no soltaste,
no hasta desvanecer mis ansiedades.
Hasta hacerme enloquecer cuando comiste de mi vorazmente, hasta saciarnos.
Hasta dejarnos impregnados de la magia del universo en un beso.
Hasta llevarme a ese lugar donde quede muerta frente a tu pasión.
Tu devoción en la entrega, me hizo firmarte una estrella.

Y como mariquita,
eclosione todo el veneno de la duda en la entrega.

LeydisProse
6/1/2017
https://m.facebook.com/LeydisProse/
Por la sierra, una tarde, pasaba el Campeador.
El sol despertaba su flamígera flor,
y bruñía la púrpura de su esplendor postrero
en la resplandeciente coraza del guerrero.

El oro lo cubría de la frente a los pies:
su escarcela era de oro, y era de oro su arnés,
y un rubí granadino de adorno en la visera,
resplancedía menos que su mirada fiera.
Soberbiamente erguido con marcial bizarría,
no encontrando adversarios ¡con el Sol se batía!

Los pastores en lo alto de las altas montañas,
al ver pasar al héroe de las rudas hazañas
envuelto en su leyenda de osadía y estrago,
entre sí murmuraban: "Es el Cid, o es Santiago".
Pues con el fanatismo que infunde la victoria
unían los dos nombres en una misma gloria.

Así, lento, magnífico, arrogante y severo,
iba por los caminos el radiante viajero,
cuando oyó que del fondo de un barranco surgía
la ronca y débil súplica de una voz de agonía.
Y allí, tendido en tierra, vio un monstruo repugnante
de agarrotadas manos y roído semblante:
Un leproso.
                  De súbito, el corcel de Rodrigo
se encabritó: Tan sórdido y horrible era el mendigo,
que temió el noble bruto contaminar sus cascos
con rozar solamente aquel montón de ascos.

Con un gesto magnánino, el guerrero español,
inclinado su bélico penacho tornasol,
le ofrece al miserable todo lo que le queda:
una moneda de oro y un ademán de seda.

Y entonces, al llameante resplandor del ocaso,
con incrédulos ojos y vacilante paso,
aquella gusanera viviente se incorpora,
y cae de rodillas pesadamente, y llora....

Allí, en aquel oscuro recodo del camino,
lo maldijo una anciana, lo apedreó un campesino,
le fue negada el agua, le fue negado el pan,
y soportó en silencio la injuria y el desmán;
y ahora un caballero de luciente armadura
caritativamente consuela su amargura
sin temer el contagio de su inmunda dolencia,
y le ofrece a sus llagas una flor de clemencia.
Y el monstruo, en un impulso brutalmente sincero,
posa sus labios pútridos sobre el guante de acero.

El paladín lo mira sin desdén, sin temor,
sin cólera: ¡Por algo es el Cid Campeador!

Inmóvil y benigno en su dádiva inmensa,
el gran Rodrigo Díaz de Vivar algo piensa:
¿Qué sentimientos laten bajo su coraza?

De repente, con suave firmeza, lo rechaza;
contempla largamente aquel escombro humano,
se arranca el guantelete... ¡y le tiende la mano!
Convém a nós, os seres da imortalidade,
preteridos pelo descaso do mundo,
crer que eu sou um Deus único.
Não como esses que passam na tela dos pensamentos. Nem os que se prefiguram para fora de si, tendo tomado a sua parte do todo e se satisfazendo com o infinito.
Eu não me satisfaço com nada. Mas antes de encontrar o meu nirvana, eu abdiquei do tudo.
Sou um mestre do paladar, na miséria ou no banquete, eu sempre tenho sede de algo por provar.
Eu fecho as portas da contradição, e as abro novamente quando eu bem entendo, mas uma contradição nunca é uma contradição sem os seus dois lados, – dos quais eu sempre fiz o serviço de unir em mim como uma palavra suprema, a síntese, a afirmação e a negação e todos os seus contrários.
Certamente eu estou morrendo como alguém que nunca teve vida, mas eu teci nas cadeias de meu ser, o meu incólume e supremo apriorismo injustificável... Começa aqui, e não termina nunca. Como um Deus único eu me encontro, alheio a verdade de meu próprio ser! O todo balança para lá e para cá, como um pêndulo, e eu escolho pra que lado vou. Verdade negada ou afirmada, tanto faz, há sempre algo onipresente em tudo. Nem o todo, nem em mim, nem no mais longínquo canto do infinito, nem dentro ou fora, tudo se abre para algo inexplicável, ainda que um milhão de vezes explicado: – eis a vida!
Não tenho nada. Sou tudo, sou nada. Nem oposto nem contrário. Sigo, e a hora foge vivida... Amém. Além...
Inspirado em A. Schopenhauer.

— The End —