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O olhar mais sóbrio, sobre este quotidiano,
Revela uma série de desvios, incontroláveis,
Ter responsabilidades é hábito mediano,
Centram-se nas necessidades, emergíeis!

Mostra-se o leme, entregue nas mãos sujas,
Se entendes o que digo, talvez até tu fujas,
Ouve-se as mais diversas, doentias, calamidades,
Entregues todos, ao antro, de irresponsabilidades!

Entremos no mundo diferente, sem valores,
Máquinas, controlam actividade dos motores,
Máquinas de desavinho, nas vidas dos condutores,
A central que comanda, é jogo só de bastidores!

Desgovernado povo, sem sítio para suas míticas cores,
Muda-se o tom de gentes, sem quaisquer pudores,  
Escolheres lugares, ou gentes, iguais aos modeladores,
Em tempo professores de culto, hoje sem valores!

Senhor prior, que nos ensina vivacidade e alerta,
Que nos prece segue, não é exemplo de galhardia,
É sim antro de filosofia e a porta não é mais aberta,
É convite de solidão, de gente sem luz do seu dia!

Completamente desorientadas e inapropriadas,
São hoje lei de exaustão, prisão e escuridão,
Esforços desajustados para fugas de milhão,
Povo sem tostão e governam maravilhados!

Autor: António Benigno  
Código de autor: 2013.08.01.02.13
El acusado es pálido y lampiño.
Arde en sus ojos una fosca lumbre,
que repugna a su máscara de niño
y ademán de piadosa mansedumbre.
      Conserva del obscuro seminario
el talante modesto y la costumbre
de mirar a la tierra o al breviario.
      Devoto de María,
madre de pecadores,
por Burgos bachiller en teología,
presto a tomar las órdenes menores.
      Fue su crimen atroz. Hartóse un día
de los textos profanos y divinos,
sintió pesar del tiempo que perdía
enderezando hipérbatons latinos.
      Enamoróse de una hermosa niña,
subiósele el amor a la cabeza
como el zumo dorado de la viña,
y despertó su natural fiereza.
      En sueños vio a sus padres -labradores
de mediano caudal- iluminados 
del hogar por los rojos resplandores,
los campesinos rostros atezados.
      Quiso heredar. ¡Oh guindos y nogales
del huerto familiar, verde y sombrío,
y doradas espigas candeales
que colmarán las trojes del estío!.
      Y se acordó del hacha que pendía
en el muro, luciente y afilada,
el hacha fuerte que la leña hacía
de la rama de roble cercenada.
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      Frente al reo, los jueces con sus viejos
ropones enlutados;
y una hilera de obscuros entrecejos
y de plebeyos rostros: los jurados.
      El abogado defensor perora,
golpeando el pupitre con la mano;
emborrona papel un escribano,
mientras oye el fiscal, indiferente,
el alegato enfático y sonoro,
y repasa los autos judiciales
o, entre sus dedos, de las gafas de oro
acaricia los límpidos cristales.
      Dice un ujier: «Va sin remedio al palo».
El joven cuervo la clemencia espera.
Un pueblo, carne de horca, la severa
justicia aguarda que castiga al malo.
Relámpago vital, liebre cenceña
entre el llantén y el tallo de la menta.
Hoy era tanto siendo tan pequeña.
Ahora es sólo una piedra de tormenta.

Torpe y mediano el cazador detuvo
su sigiloso ovillo de camino.
Centella como era, nunca hubo.
Sellado en cuatro huellas, su destino.

Inmóvil, fría, ojuelos sin oriente,
lloro la muerte de su entraña viva,
sobre el camino de balasto, ausente,

sin la eléctrica gracia sensitiva,
tan sólo porque un hombre indiferente,
casi sin verla, le tronchó la vida.

— The End —