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Cantar a ese gigante soberano
Que al soplo de su espíritu fecundo
Hizo triunfar el pensamiento humano,
Arrebatando al mar un nuevo mundo;
Cantar al que fue sabio entre los sabios,
Cantar al débil que humilló a los grandes,
Nunca osarán mi lira ni mis labios.
Forman su eterno pedestal los Andes,
El Popocatepelt su fe retrata,
Las pampas son sus lechos de coronas,
Su majestad refleja el Amazonas,
Y un himno a su poder tributa el Plata.

No es la voz débil que al vibrar expira,
La digna de su nombre; ¿puede tanto
La palabra fugaz?... ¿Quién no lo admira?
La mar, la inmensa mar, ésa es su lira,
Su Homero el sol, la tempestad su canto.

Cuando cual buzo audaz, mi pensamiento
Penetra del pasado en las edades,
Y mira bajo el ancho firmamento
De América las vastas soledades:
El inca dando al sol culto ferviente,
El araucano indómito y bravío,
El azteca tenaz que afirma el trono,
Adunando al saber el poderío:
¡A cuántas reflexiones me abandono!...
Todas esas sabanas calentadas
Por la luz tropical, llenas de flores,
Con sus selvas incultas, y sus bosques
Llenos de majestad; con sus paisajes
Cerrados por azules horizontes,
Sus montes de granito,
Sus volcanes de nieve coronados,
Semejando diamantes engarzados
En el esmalte azul del infinito;

Las llanuras soberbias e imponentes,
Que puebla todavía
En la noche sombría
El eco atronador de los torrentes;
Los hondos ventisqueros,
Las cordilleras siempre amenazantes,
Y al aire sacudiéndose arrogantes,
Abanicos del bosque, los palmeros;
No miro con mi ardiente fantasía
Sólo una tierra virgen que podría
Ser aquel legendario paraíso
Que sólo Adán para vivir tenía;
Miro las nuevas fecundantes venas
De un mundo a las grandezas destinado,
Con su Esparta y su Atenas,
Tan grande y tan feliz como ignorado.
Para poder cantarlo, busca el verso
Una lira con cuerdas de diamante,
Por único escenario el Universo,
Voz de huracán y aliento de gigante.

Que destrence la aurora
Sus guedejas de rayos en la altura:
Que los tumbos del mar con voz sonora
Pueblen con ecos dulces la espesura:
Que las aves del trópico, teñidas
Sus alas en el iris, su contento
Den con esas cadencias tan sentidas
Que van de selva en selva repetidas
Sobre las arpas que columpia el viento.
Venid conmigo a descorrer osados
El velo de los siglos ya pasados.

Tuvo don Juan Segundo
En Isabel de Portugal, la bella,
Un ángel, que más tarde fue la estrella
Que guió a Colón a descubrir un mundo.
El claro albor de su niñez tranquila
Se apagó en la tristeza y en el llanto.
En el triste y oscuro monasterio
Donde, envuelta en el luto y el misterio,
Fue Blanca de Borbón a llorar tanto.
Allí Isabel fortaleció su mente,
Y aquel claustro de Arévalo imponente
Fe le dio para entrar al mundo humano,
Dio vigor a su espíritu intranquilo,
Fue su primer asilo soberano,
Cual la Rábida fue primer asilo
Del Vidente del mundo americano.
Muerto Alfonso, su hermano,
En el convento de Ávila se encierra,
Y hasta allí van los grandes de la tierra,
Llenos de amor, a disputar su mano.
Ella da el triunfo de su amor primero
A su igual en grandeza y en familia,
Al que, rey de Sicilia,
Es de Aragón el príncipe heredero.
A tan gentil pareja
Con ensañado afán persigue y veja
De Enrique Cuarto la orgullosa corte;
Pero palpita el alma castellana
Que de Isabel en la gentil persona,
Más que la majestad de la corona,
Ve la virtud excelsa y soberana.
La España en Guadalete decaída,
Y luego en Covadonga renacida,
No vuelve a unirse, ni por grande impera,
Hasta que ocupa, sin rencor ni encono,
De Berenguela y Jaime el áureo trono,
El genio augusto de Isabel Primera.
Grande en su sencillez, es cual la aurora
Que al asomarse, todo lo ilumina;
Humilde en su piedad, cual peregrina
Va al templo en cada triunfo, y reza, y llora;
Nada a su gran espíritu le agobia:
Desbarata en Segovia
La infiel conjuración: libra a Toledo,
Fija de las costumbres la pureza,
El crimen blasonando en la nobleza
Castiga, vindicando al pueblo ibero:
Por todos con el alma bendecida,
Por todos con el alma idolatrada,
Rinde y toma vencida,
Edén de amores, la imperial Granada.
Dejadme que venere
A esa noble mujer... Llegóse un dia
En que un errante loco le pedía,
Ya por todos los reyes desdeñado,
Buscar un hemisferio, que veía
Allá en sus sueños por el mar velado.
No intento escudriñar el pensamiento
Del visionario que a Isabel se humilla.
¿La América es la Antilla
En que soñó Aristóteles? ¿La
Atlántida
Que Platón imagina en su deseo,
Y menciona en su diálogo el Timeo?
¿Escandinavos son los navegantes
Que cinco siglos antes
De que el insigne genovés naciera,
Fijo en Islandia su anhelar profundo,
Al piélago se arrojan animados,
Y son por ruda tempestad lanzados
A la región boreal del Nuevo Mundo?...
¡Yo no lo sé! Se ofusca la memoria
Entre la noche de la edad pasada;
Sólo hay tras esa noche una alborada:
Isabel y Colón: ¡la Fe y la Gloria!
¡Cuántos hondos martirios, cuántas penas
Sufrió Colón! ¡El dolo y la perfidia
Le siguen por doquier! ¡La negra envidia
Al vencedor del mar puso cadenas!
Maldice a Bobadilla y a Espinosa
La humanidad que amamantarlos plugo...
¡El hondo mar con voz estrepitosa
Aun grita maldición para el verdugo!
El mundo descubierto,
A hierro y viva sangre conquistado,
¿Fue solamente un lóbrego desierto?
¿Vive? ¿palpita? ¿crece? ¿ha progresado?
¡Ah sí! Tended la vista... Cien naciones,
Grandes en su riqueza y poderío,
Responden con sonoras pulsaciones
Al eco tosco del acento mío.
El suelo que Cortés airado y fiero,
Holló con planta osada,
Templando lo terrible de su espada
La dulzura y bondad del misionero,
Cual tuvo en Cuauhtemoc, que al mundo asombra
Tuvo después cien héroes: un Hidalgo,
Cuya palabra sempiterna vibra;
Un Morelos, en genio esplendoroso;
¡Un Juárez, el coloso
Que de la Europa y su invasión lo libra!
Bolívar, en Santa Ana y Carabobo,
Y en Ayacucho Sucre, son dos grandes,
Son dos soles de América en la historia,
Que tienen hoy por pedestal de gloria
Las cumbres gigantescas de los Andes.
¡Junín! el solo nombre
De esta epopeya mágica engrandece
El lauro inmarcesible de aquel hombre,
Que un semidiós al combatir parece.
Sucre, Silva, Salom, Córdoba y Flores,
Colombia, Lima, Chile, Venezuela,
En el Olimpo para todos vuela
La eterna fama, y con amor profundo
La ciñe eterna y fúlgida aureola:
¡Gigantes de la América española,
Hoy tenéis por altar al Nuevo Mundo!
Ningún rencor nuestro cariño entraña:
Del Chimborazo, cuya frente baña
El astro que a Colombia vivifica,
A la montaña estrella,
Que frente al mar omnipotente brilla,
Resuena dulce, sonorosa y bella
El habla de Castilla:
Heredamos su arrojo, su fe pura,
Su nobleza bravía.

¡Oh, España! juzgo mengua
Lanzarte insultos con tu propia lengua;
Que no cabe insultar a la hidalguía.
En nombre de Isabel, justa y piadosa,
En nombre de Colón, ningún agravio
Para manchar tu historia esplendorosa
Verás brotar de nuestro humilde labio.
¡A Colón, a Isabel el lauro eterno!
Abra el Olimpo su dorada puerta,
Y ofrezca un trono a su sin par grandeza:
Resuene en nuestros bosques el arrullo
Del aura errante entre doradas pomas:
Las flores en capullo
Denles por grato incienso sus aromas:
El volcán, pebetero soberano,
Arda incesante en blancas aureolas,
Y un himno cadencioso el mar indiano
Murmure eterno con sus verdes olas...
El universo en coro
Con arpas de cristal, con liras de oro,
Al ver a los latinos congregados,
Ensalce ante los pueblos florecientes
Por la América misma libertados,
Aquellos genios, soles esplendentes
De Colón e Isabel, y con profundo
Respeto santo y con amor bendito,
Libre, sereno, eterno, sin segundo,
Resuene sobre el Cosmos este grito:
¡Gloria al descubridor del Nuevo Mundo!
¡Gloria a Isabel, por quien miró cumplida
Su gigantesca empresa soberana!
¡Gloria, en fin, a la tierra prometida,
La libre y virgen tierra americana!
En la noche entraremos
a robar
una rama florida.
Pasaremos el muro,
en las tinieblas del jardín ajeno,
dos sombras en la sombra.
Aún no se fue el invierno,
y el manzano aparece
convertido de pronto
en cascada de estrellas olorosas.
En la noche entraremos
hasta su tembloroso firmamento,
y tus pequeñas manos y las mías
robarán las estrellas.
Y sigilosamente,
a nuestra casa,
en la noche y la sombra,
entrará con tus pasos
el silencioso paso del perfume
y con pies estrellados
el cuerpo claro de la primavera.
Diego Scarca Jan 2010
*****, io vorrei
che tu, mio padre ed io
ci potessimo rivedere
e dimenticassimo per mezz'ora
la città che ci ignora,
la città che ci separa.

*****, tu non sai come io vorrei
che per un momento
si potesse stare insieme
ad ascoltare il vento
che scuote le foglie
del frutteto di mio padre
sotto il cielo che stanotte
è una lastra di vetro.

Seduti intorno a un fuoco
o sotto un pergolato di rami
a guardarci negli occhi
come se con gli occhi
noi potessimo parlare,
mentre lontani si odono
i rintocchi di una campana
e si perde nella notte
l'abbaiare dei cani.
*****, la nostra vita è disumana.

*****, tu non sai
che cosa non darei
perché per un momento
si potesse stare insieme
ad osservare le stelle
del firmamento
che brillano stanotte
come se brillassero
per la prima volta.

Io vorrei, *****,
che la nostra vita fosse
ad una svolta,
che si mettessero da parte
i dubbi, i sospetti,
e che insieme ci mettessimo
a rileggere, perché no,
i sonetti del Petrarca
e a declamarli ad alta voce
lungo un viale di pioppi,
sotto la luna che ci rischiara,
come se nel mondo
noi non fossimo sconfitti,
come se non ci dessero per morti,
come se i nostri versi nella notte
risuonassero più forti
perché li abbiam riscritti.

Come se tu, mio padre ed io,
*****, noi non fossimo
dei derelitti.
Diego Scarca, Architetture del vuoto, Torino, Edizioni Angolo Manzoni, 2007
Dizer que tenho saudades tuas, agora
é uma espécie de mentira coberta com um pano de linho
Tenho somente saudades do que era antes de Ti
E isso é a cruz que carrego
Vincada e afiada que se pôs as minhas costas
E se me mexo me corta em dois
Como carne fina do talho gourmet
Comparação inadequada, eu sei
Mas a única que penso agora, que sou estreita.
Por vezes olho para o relógio, e já nem contando as horas
Reparo nas datas, extensas
Dou por mim a ver um mês
E no momento a seguir, o olho
E vejo dois meses, a correr
Pergunto-me se estou louca ou simplesmente
Exausta
O tempo deixa de ter nexo e o Mundo fica pequeno
Os dias passam como se não tivessem vida
E em vez de correr, existo
Durmo ao Luar e ao Sol
Como se tudo se tratasse do mesmo
Do sonho
Do sono
Explicar-te porque sinto saudades tuas, agora
é uma espécie de firmamento do caminho insano que percorro
Tenho somente saudades do Tempo que parava
Quando nos teus braços respirava
Sossegava
E agora não tenho sangue suficiente para estancar a ferida
Dura, profunda, dolorosa
Como os pés que piso
Que não são meus.
Victor Marques Jun 2012
Acordar

Na noite adormeço os sonhos do dia,
No travesseiro repouso poesia.
As estrelas brilham no firmamento,
Eu acordo a cada momento.

Podemos ter sonhos inacabados,
Segredos bem guardados.
Silencio magistral para o corpo e nossa mente,
Acordar novamente…

Os que acordam em camas de ninguém,
Felizes sem nada acordam também.
A natureza com suas rolas a cantar,
Quatro da manhã toca a despertar.

O Silencio da noite santifica,
O Sono te acolhe e dignifica.
Nas estradas do mundo ao luar,
Eu me sentei para acordar.

Victor Marques
acordar,despertar, noite, dia
En los paisajes de Mansiche labra
imperiales nostalgias el crepúsculo;
y lábrase la raza en mi palabra,
como estrella de sangre a flor de músculo.
El campanario dobla... No hay quien abra
la capilla... Diríase un opúsculo
bíblico que muriera en la palabra
de asiática emoción de este crepúsculo.
Un poyo con tres patas, es retablo
en que acaban de alzar labios en coro
la eucaristía de una chicha de oro.
Más allá de los ranchos surge al viento
el humo oliendo a sueño y a establo,
como si se exhumara un firmamento.
La anciana pensativa, cual relieve
de un bloque pre-incaico, hila que hila;
en sus dedos de Mama el huso leve
la lana gris de su vejez trasquila.
Sus ojos de esclerótica de nieve
un ciego sol sin luz guarda y mutila...!
Su boca está en desdén, y en calma aleve
su cansancio imperial tal vez vigila.
Hay ficus que meditan, melenudos
trovadores incaicos en derrota,
la rancia pena de esta cruz idiota,
en la hora en rubor que ya se escapa,
y que es lago que suelda espejos rudos
donde náufrago llora Manco-Cápac.
Como viejos curacas van los bueyes
camino de Trujillo, meditando...
Y al hierro de la tarde, fingen reyes
que por muertos dominios van llorando.
En el muro de pie, pienso en las leyes
que la dicha y la angustia van trocando:
ya en las viudas pupilas de los bueyes
se pudren sueños qué no tienen cuándo.
La aldea, ante su paso, se reviste
de un rudo gris, en que un mugir de vaca
se aceita en sueño y emoción de huaca.
Y en el festín del cielo azul yodado
gime en el cáliz de la esquila triste
un viejo corequenque desterrado.
La Grama mustia, recogida, escueta
ahoga no sé qué protesta ignota:
parece el alma exhausta de un poeta,
arredrada en un gesto de derrota.
La Ramada ha tallado su silueta,
cadavérica jaula, sola y rota,
donde mi enfermo corazón se aquieta
en un tedio estatual de terracota.
Llega el canto sin sal del mar labrado
en su máscara bufa de canalla
que babea y da tumbos, ahorcado!
La niebla hila una venda al cerro lila
que en ensueños miliarios se enmuralla,
como un huaco gigante que vigila.
Ii
Rafael, antes de llegar a España me salió al camino
      tu poesía, rosa literal, racimo biselado,
      y ella hasta ahora ha sido no para mí un recuerdo,
      sino luz olorosa, emanación de un mundo.

      A tu tierra reseca por la crueldad trajiste
      el rocío que el tiempo había olvidado,
      y España despertó contigo en la cintura,
      otra vez coronada de aljófar matutino.

      Recordarás lo que yo traía: sueños despedazados
      por implacables ácidos, permanencias
      en aguas desterradas, en silencios
      de donde las raíces amargas emergían
      como palos quemados en el bosque.
      Cómo puedo olvidar, Rafael, aquel tiempo?

      A tu país llegué como quien cae
      a una luna de piedra, hallando en todas partes
      águilas del erial, secas espinas,
      pero tu voz allí, marinero, esperaba
      para darme la bienvenida y la fragancia
      del alhelí, la miel de los frutos marinos.

      Y tu poesía estaba en la mesa, desnuda.

      Los pinares del Sur, las razas de la uva
      dieron a tu diamante cortado sus resinas,
      y al tocar tan hermosa claridad, mucha sombra
      de la que traje al mundo, se deshizo.

      Arquitectura hecha en la luz, como los pétalos,
      a través de tus versos de embriagador aroma
      yo vi el agua de antaño, la nieve hereditaria,
      y a ti más que a ninguno debo España.
      Con tus dedos toqué panal y páramo,
      conocí las orillas gastadas por el pueblo
      como por un océano, y las gradas
      en que la poesía fue estrellando
      toda su vestidura de zafiros.

Tú sabes que no enseña sino el hermano. Y en esa
hora no sólo aquello me enseñaste,
no sólo la apagada pompa de nuestra estirpe,
sino la rectitud de tu destino,
y cuando una vez más llegó la sangre a España
defendí el patrimonio del pueblo que era mío.

Ya sabes tú, ya sabe todo el mundo estas cosas.
Yo quiero solamente estar contigo,
y hoy que te falta la mitad de la vida,
tu tierra, a la que tienes más derecho que un árbol,
hoy que de las desdichas de la patria no sólo
el luto del que amamos, sino tu ausencia cubren
la herencia del olivo que devoran los lobos,
te quiero dar, ay!, si pudiera, hermano grande,
la estrellada alegría que tú me diste entonces.

      Entre nosotros dos la poesía
      se toca como piel celeste,
      y contigo me gusta recoger un racimo,
      este pámpano, aquella raíz de las tinieblas.

      La envidia que abre puertas en los seres
      no pudo abrir tu puerta, ni la mía. Es hermoso
      como cuando la cólera del viento
      desencadena su vestido afuera
      y están el pan, el vino y el fuego con nosotros
      dejar que aúlle el vendedor de furia,
      dejar que silbe el que pasó entre tus pies,
      y levantar la copa llena de ámbar
      con todo el rito de la transparencia.
      Alguien quiere olvidar que tú eres el primero?
      Déjalo que navegue y encontrará tu rostro.
      Alguien quiere enterrarnos precipitadamente?
      Está bien, pero tiene la obligación del vuelo.

      Vendrán, pero quién puede sacudir la cosecha
      que con la mano del otoño fue elevada
      hasta teñir el mundo con el temblor del vino?

      Dame esa copa, hermano, y escucha: estoy rodeado
      de mi América húmeda y torrencial, a veces
      pierdo el silencio, pierdo la corola nocturna,
      y me rodea el odio, tal vez nada, el vacío
      de un vacío, el crepúsculo
      de un perro, de una rana,
      y entonces siento que tanta tierra mía nos separe,
      y quiero irme a tu casa en que, yo sé, me esperas,
      sólo para ser buenos como sólo nosotros
      podemos serlo. No debemos nada.

      Y a ti sí que te deben, y es una patria: espera.

      Volverás, volveremos. Quiero contigo un día
      en tus riberas ir embriagados de oro
      hacia tus puertos, puertos del Sur que entonces no alcancé.
      Me mostrarás el mar donde sardinas
      y aceitunas disputan las arenas,
      y aquellos campos con los toros de ojos verdes
      que Villalón (amigo que tampoco
      me vino a ver, porque estaba enterrado)
      tenía, y los toneles del jerez, catedrales
      en cuyos corazones gongorinos
      arde el topacio con pálido fuego.

      Iremos, Rafael, adonde yace
      aquel que con sus manos y las tuyas
      la cintura de España sostenía.
      El muerto que no pudo morir, aquel a quien tú guardas,
      porque sólo tu existencia lo defiende.
      Allí está Federico, pero hay muchos que, hundidos, enterados,
      entre las cordilleras españolas, caídos
      injustamente, derramados,
      perdido cereal en las montañas,
      son nuestros, y nosotros estamos en su arcilla.

      Tú vives porque siempre fuiste un dios milagroso.
      A nadie más que a ti te buscaron, querían
      devorarte los lobos, romper tu poderío.
      Cada uno quería ser gusano en tu muerte.

      Pues bien, se equivocaron. Es tal vez la estructura
      de tu canción, intacta transparencia,
      armada decisión de tu dulzura,
      dureza, fortaleza, delicada,
      la que salvó tu amor para la tierra.

            Yo iré contigo para probar el agua
            del Genil, del dominio que me diste,
            a mirar en la plata que navega
            las efigies dormidas que fundaron
            las sílabas azules de tu canto.

      Entraremos también en las herrerías; ahora
      el metal de los pueblos allí espera
      nacer en los cuchillos: pasaremos cantando
      junto a las redes rojas que mueve el firmamento.
      Cuchillos, redes, cantos borrarán los dolores.
      Tu pueblo llevará con las manos quemadas
      por la pólvora, como laurel de las praderas,
      lo que tu amor fue desgranando en la desdicha.

      Sí, de nuestros destierros nace la flor, la forma
      de la patria que el pueblo reconquista con truenos,
      y no es un día solo el que elabora
      la miel perdida, la verdad del sueño,
      sino cada raíz que se hace canto
      hasta poblar el mundo con sus hojas.
      Tú estás allí, no hay nada que no mueva
      la luna diamantina que dejaste:

            la soledad, el viento en los rincones,
            todo toca tu puro territorio,
            y los últimos muertos, los que caen
            en la prisión, leones fusilados,
            y los de las guerrillas, capitanes
            del corazón, están humedeciendo
            tu propia investidura cristalina,
            tu propio corazón con sus raíces.

Ha pasado el tiempo desde aquellos días en que compartimos
dolores que dejaron una herida radiante,
el caballo de la guerra que con sus herraduras
atropelló la aldea destrozando los vidrios.
Todo aquello nació bajo la pólvora,
todo aquello te aguarda para elevar la espiga,
y en ese nacimiento se envolverán de nuevo
el humo y la ternura de aquellos duros días.

Ancha es la piel de España y en ella tu acicate
vive como una espada de ilustre empuñadura,
y no hay olvido, no hay invierno que te borre,
hermano fulgurante, de los labios del pueblo.
Así te hablo, olvidando tal vez una palabra,
contestando al fin cartas que no recuerdas
y que cuando los climas del Este me cubrieron
como aroma escarlata, llegaron
hasta mi soledad.
                            Que tu frente dorada
encuentre en esta carta un día de otro tiempo,
y otro tiempo de un día que vendrá.
                                                        Me despido
hoy, 1948, dieciséis de diciembre,
en algún punto de América en que canto.
Lino Althaner Nov 2011
Algo está buscando el sol.
Busca la luna a su cara escondida.
Las estrellas han perdido su firmamento
y buscan las nubes a los vientos.

Busca el cóndor al hombre desaparecido.

Los petreles buscan y las toninas
al mar buscan que se afana
a la caza de una cumbre
de una cumbre extraviada
que se esfuerza por hallar a sus abismos.

Los leones marinos
añoran los témpanos perdidos.
Las arenas se afanan en busca de un desierto.
Añora a sus alas la mariposa.
Busca a su selva el copihue.

Hurga el cielo en el espejo
de mis ojos vacíos.
Separado de mí mismo
yo me busco perdido entre las hojas
de un libro difícil de entender.
Not only man searches for a meaning. All the elements of nature, flora, fauna, geography, are immersed in the same quest. Man observes himself as part of a book which is difficult to understand. The poem includes specific references to the natural environment of my country, Chile.
Mediaba el mes de julio. Era un hermoso día.
Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía,
buscando los recodos de sombra, lentamente.
A trechos me paraba para enjugar mi frente
y dar algún respiro al pecho jadeante;
o bien, ahincando el paso, el cuerpo hacia adelante
y hacia la mano diestra vencido y apoyado
en un bastón, a guisa de pastoril cayado,
trepaba por los cerros que habitan las rapaces
aves de altura, hollando las hierbas montaraces
de fuerte olor -romero, tomillo, salvia, espliego-.
Sobre los agrios campos caía un sol de fuego.
      Un buitre de anchas alas con majestuoso vuelo
cruzaba solitario el puro azul del cielo.
Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo,
y una redonda loma cual recamado escudo,
y cárdenos alcores sobre la parda tierra
-harapos esparcidos de un viejo arnés de guerra-,
las serrezuelas calvas por donde tuerce el Duero
para formar la corva ballesta de un arquero
en torno a Soria. -Soria es una barbacana,
hacia Aragón, que tiene la torre castellana-.
Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,
y, silenciosamente, lejanos pasajeros,
¡tan diminutos! -carros, jinetes y arrieros-,
cruzar el largo puente, y bajo las arcadas
de piedra ensombrecerse las aguas plateadas
del Duero.
      El Duero cruza el corazón de roble
de Iberia y de Castilla.
            ¡Oh, tierra triste y noble,
la de los altos llanos y yermos y roquedas,
de campos sin arados, regatos ni arboledas;
decrépitas ciudades, caminos sin mesones,
y atónitos palurdos sin danzas ni canciones
que aún van, abandonando el mortecino hogar,
como tus largos ríos, Castilla, hacia la mar!
      Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora.
¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada
recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada?
Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira;
cambian la mar y el monte y el ojo que los mira.
¿Pasó?  Sobre sus campos aún el fantasma yerta
de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.
      La madre en otro tiempo fecunda en capitanes,
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
Castilla no es aquella tan generosa un día,
cuando Myo Cid Rodrigo el de Vivar volvía,
ufano de su nueva fortuna, y su opulencia,
a regalar a Alfonso los huertos de Valencia;
o que, tras la aventura que acreditó sus bríos,
pedía la conquista de los inmensos ríos
indianos a la corte, la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
para la presa cuervos, para la lid leones.
Filósofos nutridos de sopa de convento
contemplan impasibles el amplio firmamento;
y si les llega en sueños, como un rumor distante,
clamor de mercaderes de muelles de Levante,
no acudirán siquiera a preguntar ¿qué pasa?
Y ya la guerra ha abierto las puertas de su casa.
      Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus harapos desprecia cuanto ignora.
      El sol va declinando. De la ciudad lejana
me llega un armonioso tañido de campana
-ya irán a su rosario las enlutadas viejas-.
De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;
me miran y se alejan, huyendo, y aparecen
de nuevo, ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.
Hacia el camino blanco está el mesón abierto
al campo ensombrecido y al pedregal desierto.
Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

Forjado por el día, mi corazón que quema
lleva su gran pisada de sol a donde quieres,
con un solar impulso, con una luz suprema,
cumbre de las mañanas y los atardeceres.

Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
incendia mi osamenta con un escalofrío.

El aire de la noche desordena tus pechos,
y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.

La noche se ha encendido como una sorda hoguera
de llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
las almas de los pozos y el vino difundidas.

Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
la visible ceguera puesta sobre quien ama;
ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.

La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos,
bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos que hagan música de sus mudos letargos.

Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida.

El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
y de sus solitarias y apagadas ciudades.

El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y a su origen infunden los astros una siembra,
un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.

Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
tendiendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.
Tú eres el alba, esposa: la principal penumbra,
recibes entornadas las horas de tu frente.
Decidido al fulgor, pero entornado, alumbra
tu cuerpo. Tus entrañas forjan el sol naciente.

Centro de claridades, la gran hora te espera
en el umbral de un fuego que el fuego mismo abrasa:
te espero yo, inclinado como el trigo a la era,
colocando en el centro de la luz nuestra casa.

La noche desprendida de los pozos oscuros,
se sumerge en los pozos donde ha echado raíces.
Y tú te abres al parto luminoso, entre muros
que se rasgan contigo como pétreas matrices.

La gran hora del parto, la más rotunda hora:
estallan los relojes sintiendo tu alarido,
se abren todas las puertas del mundo, de la aurora,
y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido.

El hijo fue primero sombra y ropa cosida
por tu corazón hondo desde tus hondas manos.
Con sombras y con ropas anticipó su vida,
con sombras y con ropas de gérmenes humanos.

Las sombras y las ropas sin población, desiertas,
se han poblado de un niño sonoro, un movimiento,
que en nuestra casa pone de par en par las puertas,
y ocupa en ella a gritos el luminoso asiento.

¡Ay, la vida: qué hermoso penar tan moribundo!
Sombras y ropas trajo la del hijo que nombras.
Sombras y ropas llevan los hombres por el mundo.
Y todos dejan siempre sombras: ropas y sombras.

Hijo del alba eres, hijo del mediodía.
Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas,
mientras tu madre y yo vamos a la agonía,
dormidos y despiertos con el amor a cuestas.

Hablo y el corazón me sale en el aliento.
Si no hablara lo mucho que quiero me ahogaría.
Con espliego y resinas perfumo tu aposento.
Tú eres el alba, esposa.  Yo soy el mediodía.
Tejidos en el alba, grabados, dos panales
no pueden detener la miel en los pezones.
Tus pechos en el alba: maternos manantiales,
luchan y se atropellan con blancas efusiones.

Se han desbordado, esposa, lunarmente tus venas,
hasta inundar la casa que tu sabor rezuma.
Y es como si brotaras de un pueblo de colmenas,
tú toda una colmena de leche con espuma.

Es como si tu sangre fuera dulzura toda,
laboriosas abejas filtradas por tus poros.
Oigo un clamor de leche, de inundación, de boda
junto a ti, recorrida por caudales sonoros.

Caudalosa mujer, en tu vientre me entierro.
Tu caudaloso vientre será mi sepultura.
Si quemaran mis huesos con la llama del hierro,
verían qué grabada llevo allí tu figura.

Para siempre fundidos en el hijo quedamos:
fundidos como anhelan nuestras ansias voraces:
en un ramo de tiempo, de sangre, los dos ramos,
en un haz de caricias, de pelo, los dos haces.

Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,
laten junto a los vivos de una manera terca.
Viene a ocupar el hijo los campos y la casa
que tú y yo abandonamos quedándonos muy cerca.

Haremos de este hijo generador sustento,
y hará de nuestra carne materia decisiva:
donde sienten su alma las manos y el aliento,
las hélices circulen, la agricultura viva.

Él hará que esta vida no caiga derribada,
pedazo desprendido de nuestros dos pedazos,
que de nuestras dos bocas hará una sola espada
y dos brazos eternos de nuestros cuatro brazos.

No te quiero a ti sola: te quiero en tu ascendencia
y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me han dado por herencia,
la familia del hijo será la especie humana.

Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo.
Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas
la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar;
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agite
y rayos mil vomite
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer;
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
escombros apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
oír como vocea,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar;
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ellos caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y llena de pavor,
se lleva los ganados
y las vides, sin pausa,
y estragos miles causa ...
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus bocas lascivas,
un beso a cada trago
con voluptuoso halago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y, abiertas las navajas,
buscando el corazón,
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Quisiera ver al uno
que arrastra un intestino,
y al otro pedir vino
muriendo en un rincón;
y otros, ya borrachos,
en trino desusado
cantar a Dios sagrado
impúdica canción.

Y mientras las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello.
¡Qué gozo! ¡Qué ilusión!
Lino Althaner Nov 2011
Hago noche en el monte
esperando la aurora.
Me comporto como un necio.
He olvidado que en la noche
todavía se incendia el firmamento
en el fuego del día primero.
Pero yo no lo veo.
No percibo los portales
que vinculan en la noche
unos y otros universos.
Hace tiempo que estoy ciego para ellos.
Las ventanas se cerraron por las que solía
meter la cabeza en el cielo.
Ignorante me he quedado
y hago noche en el monte
aguardando a la aurora como un necio.
Hirió blandamente el aire
Con su dulce voz Narcisa,
Y él le repitió los ecos
Por boca de las heridas.

De los celestiales Ejes
El rápido curso fija,
Y en los Elementos cesa
la discordia nunca unida.

Al dulce imán de su voz
Quisieran, por asistirla,
Firmamento ser el Móvil,
El Sol ser estrella fija.

Tan bella, sobre canora,
Que el amor dudoso admira,
Si se deben sus arpones
A sus ecos, o a su vista.

Porque tan confusamente
Hiere, que no se averigua,
si está en la voz la hermosura,
O en los ojos la armonía.

Homicidas sus facciones
El mortal cambio ejercitan;
Voces, que alteran los ojos
Rayos que el labio fulmina.

Quién podrá vivir seguro,
si su hermosura Divina
Con los ojos y las voces
Duplicadas armas vibra.

El Mar la admira Sirena,
Y con sus marinas Ninfas
Le da en lenguas de las Aguas
Alabanzas cristalinas:

Pero Fabio que es el blanco
Adonde las flecha tira,
Así le dijo, culpando
De superfluas sus heridas:

No dupliques las armas,
Bella homicida,
que está ociosa la muerte
Donde no hay vida.
En la playa sonora
De auras primaverales,
De las ondas azules del Sorrento
Mueren bajo frondosos naranjales,
Junto al seto, a la vera del camino,
Hay una tosca piedra,
Que mira indiferente el peregrino.
En ella oculta el alelí frondoso
Un nombre que jamás repite el eco.
Sólo a veces, si en busca de reposo
Errante pasajero se detiene,
Al ver el epitafio entre las hojas,
Ante la luz del moribundo día,
Mientras copiosas lágrimas derrama,
-«¡Diez y seis años!», suspirando clama;
«De morir no era tiempo todavía».
Mas, ¿a qué recordar esas escenas?
Dejad que gima el viento
y que murmuren las azules olas.
Yo no quiero llorar en mi aislamiento;
Quiero soñar con mi dolor a solas.

«¡Diez y seis años! ¡Sí, diez y seis
años!»
Torna a decir el pasajero. Y nunca
En una frente más encantadora
Esa edad fulguró; ni otras pupilas
Más hermosas el brillo reflejaron
De esas playas ardientes e intranquilas.
Hoy en vano la llamo:
¡Sólo el alma responde a mi reclamo!
Pero la siento en mí, y a verla vuelvo;
La vuelvo a ver como en felices días,
De puras e inocentes alegrías,
Cuando fijos en mí los negros ojos,
Cual astros en ignota lontananza,
Me hablaba de su amor entre sonrojos,
Y yo, de mi pasión y mi esperanza.
Bien me acuerdo: ondulaban sus cabellos
Del aura al soplo acompasado y blando;
En torno el viento aromas derramaba;
Del trasparente velo se pintaba
La sombra en su mejilla,
y distintos se oían los cantares

Del pescador en la desierta orilla.
y de pronto mostrándome la luna,
Flor de la noche bruna,
y las espumas de la mar, me dijo:
-«¿Por qué llena de luz el alma siento?
Jamás el firmamento
Donde la estrella del amor nos mira;
Jamás esas arenas donde vienen
Las olas a morir; esas enhiestas
Montañas cuyas crestas
Tiemblan entre los cielos, y los bosques
En torno a la ensenada;
Las luces de la costa abandonada
y del nocturno pescador el canto
Halagaron cual hoy mi fantasía...
¡Nunca infundieron en el alma mía
Este que siento, celestial encanto!
»¿No volveré a soñar cual sueño ahora
En embriagante calma?
¿Es que en los cielos asomó la aurora
O es que una estrella se encendió en mi alma?
Hijo de la mañana, ¿son las noches
De tu país tan bellas
Como esta que a mi lado estás mirando
Tachonada de fúlgidas estrellas?»
Luego la virgen se acercó a la madre
Que la escuchaba cerca del ribazo,
Le dio un beso en la frente,
y quedose dormida en su regazo.

Mas, ¿a qué recordar esas escenas?
Dejad que gima el viento
y que murmuren las azules olas.
Yo no quiero llorar en mi aislamiento;
¡Quiero soñar con mi dolor a solas!
¡Cuánto candor en su mirada! ¡Cuánta
Inocencia en sus labios seductores!
¡Quién no hubiera creído en ese instante
Ver concentrados en su alma virgen
Del cielo de su patria los fulgores!
El bello lago de Nemí, que nunca
Un soplo arruga, es menos trasparente;
Jamás pudo ocultar sus pensamientos;
Sus ojos, de su espíritu trasunto,
Los revelaban sin quererlo al punto.
Todo jugaba en ella; y la sonrisa,
Que es con los años contracción de duelo,
Siempre brillaba en sus carmíneos labios
Como arco-iris en radiante cielo.
Ninguna sombra oscureció su rostro;
y si libre los campos recorría,
Cual suelta mariposa,
Una límpida ola parecía
Coronada de luz esplendorosa.
Corría por correr, y su armoniosa
y halagadora voz, arpegio tierno
De su alma pura, que era un canto eterno,
Alegraba hasta al aura rumorosa.

Fue la primer imagen
Que se imprimió en su corazón la mía,
Como la luz en los dormidos ojos
Que se abren con el día.
Desde que amó, fue amor el Universo;
Confundió mi existencia,
Mi existencia entre lágrimas y abrojos,
Con su vida de paz y de inocencia;
Palpitó con mi alma, y formé parte
Del mundo que flotaba ante sus ojos,
De todos sus anhelos,
De la efímera dicha de la tierra
y la eterna esperanza de los cielos.
No pensaba ni en tiempo ni en distancia,
Ni existía el pasado en su memoria,
Pues para ella la vida era el presente.
Todo su porvenir fueron las tardes
De aquellos días de celeste gloria.
Entregó a la Natura
Su corazón, sin sombra de pecado,
y a la plegaria pura
Que de su huerto con las blancas flores
Iba a esparcir en el altar amado.
y de la mano, como niño humilde,
Me conducía al templo de la aldea,
y de rodillas me decía quedo:
«¡Reza conmigo! ¡Sin tu amor, bien mío,
El cielo mismo comprender no puedo!»

¿No veis el agua azul y trasparente
Al abrigo del aura vagabunda
y del sol encendido,
En el estanque de la clara fuente?
En él un blanco cisne
Nada, de su hermosura haciendo alarde,
y oculta el cuello en el cristal bruñido
Donde tiembla la estrella de la tarde.
Pero si a nuevas fuentes alza el vuelo,
La clara linfa con el ala azota
y extinta queda la visión del cielo.
y con las plumas que dejó deshechas,
Como arrancadas por astuto buitre,
y con la arena que del fondo brota,
El estanque, antes puro,
Que las estrellas reflejaba en calma,
Queda revuelto al fin, triste y oscuro.
Así, cuando partí, todo en su alma
Lo revolvió el dolor; su luz muriente
Huyose al cielo a no volver; y cuando
Vio, sola y afligida,
Su más bella ilusión desvanecida,
Se despidió del porvenir, que goces
No le ofrecía en su abandono aciago;
No disputó su vida al sufrimiento,
Alzó la copa del dolor tranquila
y la apuró de un trago,
En tanto que en su lágrima primera
Ahogaba el corazón; y como el ave

Cuando el sol en los mares se sepulta,
Para dormir oculta
La cabeza en el ala entumecida,
Se envolvió en su tristeza abrumadora,
y se durmió también... pero en la aurora,
En la risueña aurora de su vida.
Mas,  ¿a qué recordar esas escenas?
Dejad que gima el viento
y que murmuren las azules olas,
Yo no quiero llorar en mi aislamiento,
¡Quiero soñar con mi dolor a solas!
En su lecho de tierra ya ha dormido
Muchos años, y nadie
Quizá a llorar a su sepulcro ha ido,
y tal vez en la senda
Que a su postrer asilo conducía.
Se encontrará extendido
El segundo sudario de los muertos,
El implacable olvido.
Nadie esa piedra ya medio borrada
Con una flor visita;
Nadie solloza allá, nadie medita.
Sólo mi pensamiento en esa tumba
Ruega contrito, si remonto el vuelo
De este bullicio, donde sufre el alma,
A otra región de amor, de luz y calma,
y al corazón demando esas queridas

Prendas que ya no existen, y columbro
En las sombras calladas
Sus luminosas huellas,
y lloro tantas fúlgidas estrellas
En mi nublado cielo ya apagadas.
La primera ella fue, mas el divino
y dulce resplandor que en torno vierte
Aun alumbra mi lóbrego camino,
De errante peregrino,
De errante peregrino hacia la muerte.
Un espinoso arbusto
De pálida verdura
Crece junto a su humilde sepultura;
Por el sol calcinado
y por los vientos de la mar batido,
Vive en la roca, sin prestarle sombra,
Como un pesar en corazón herido.
El polvo de la ruta
Blanqueó su follaje, y a la tierra
Baja a servir de pasto
A la cabra montés. Como de nieve
Limpio copo, al nacer la primavera,
Brota en él una flor; mas, ¡ay!, en breve,
Antes de dar al aura lisonjera
Su aroma regalado,
La arranca de su tallo el viento airado,
Cual la vida apagada por la muerte
Antes que al corazón haya halagado

Un ave solitaria el vuelo posa
Sobre una rama que se dobla, y canta
Con voz entristecida,
Cuando cae la tarde silenciosa.
¡Oh, dime, flor marchita sobre el lodo,
Flor que tan pronto marchitó la vida!,
¿No hay otra vida en que renace todo?
Volved a mi memoria,
Tristes recuerdos de esa triste historia;
Volved, recuerdos de mi amor primero,
A traer a mi espíritu la calma.
Ve, pensamiento, a donde va mi alma...
¡Mi corazón rebosa, y llorar quiero!
Josias Barrios Feb 2014
Ésa fría noche de enero, el viento soplaba y justo cuando el reloj marcaba las nueve y treinta, no sabia que encontraría lo que mas había anhelado en mi vida.
Tu sonrisa, mas brillante que la luna en el firmamento y tus ojos, dos luceros que como estrellas fugazes me guiaron hacia ti.
El instante que vi tu rostro inocente y resplandeciente calmo todas las angustias que cargaba dentro de mi corazón, llenándolo de una intensa satisfacción y un inmenso deseo de besar tus labios rojos con una gran pasión.
Es media noche; la luna
Irradia en el firmamento;
Y riza al pasar el viento
Las ondas de la laguna.

En el bosque secular,
Y entre el tupido ramaje,
Turba el pájaro salvaje
La quietud con su cantar.

Y entre los contornos vagos
Del horizonte, a lo lejos
Brillan cual claros espejos,
Al pie del monte, los lagos.

Yace en paz, sola y rendida
De Tenoch la ciudad bella,
Parece que impera en ella
La muerte más que la vida.

Y no es ficción, es verdad;
Que fue tan triste su suerte
Que la orillan a la muerte
El luto y la soledad.
Su esplendor está apagado
De la guerra al terremoto;
El gran huebuetl está roto
Y el teponaxtle callado.

No alumbra el teocal, la luz
Del copal de suave aroma,
Porque el teocal se desploma
Bajo el peso de la cruz.

No cubren mantos de pluma
Los cuerpos de altivos reyes;
Tiene otro Dios y otras leyes
La tierra de Moctezuma.

Y ante este Dios y esta ley
Que transforman su recinto
Sólo al César Carlos Quinto
Reconoce como rey.

¡Cuántos heroicos afanes!
¡Cuántos horribles estragos
Han visto bosques y lagos,
Ventisqueros y volcanes!

Está el palacio vacío
Sin pompas ni ricas galas;
Desiertas se ven sus salas
Su exterior mudo y sombrío.

Y zumba en su derredor
Sel viento la aguda queja,
Como un suspiro que deja
Honda impresión de dolor.

Es el profundo lamento
De una raza sin fortuna:
¡La sangre que en la laguna
Flota y se queja en el viento!

Por eso duerme rendida
De Tenoch la ciudad bella,
Como si imperase en ella
La muerte más que la vida.
Frente a la anchurosa plaza,
Cerca del teocal sagrado
Y del palacio olvidado
Que pronta ruina amenaza,

Donde con riqueza suma
Viviera, en tiempo mejor,
Axayacatl el señor
Y padre de Moctezuma,

En corta y estrecha calle
Desde la cual, el que pasa
Mira fabricar la casa
Del alto marqués del Valle.

Así en la noche sombría
Como en la tarde callada
Y al fulgor de la alborada
Con que nace el nuevo día,

En toscas piedras sentado
Y con harapos vestido,
Entre las manos hundido
El semblante demacrado;

Un hombre de aspecto rudo,
Imagen de desventura,
Siempre en la misma postura,
Y como una estatua muda,

Inclinada la cabeza,
Allí lo encuentra la gente,
como la expresión viviente
De la más honda tristeza.

¿En qué piensa? ¿Qué medita?
¿Qué dolor su alma destroza
Que ni llora, ni solloza,
Ni se queja, ni se agita?

En su conjunto reviste
Tanta tristeza ignorada,
Que la gente acostumbrada
clama al verlo: «¡el indio triste!»

Le conocen por tal nombre
En el pueblo y la nobleza,
Y dicen: es la tristeza
Que tiene formas de hombre.

A nadie llegó a contar
Su tenaz dolor profundo;
Siempre triste lo vio el mundo
En aquel mismo lugar;

Tal vez fue algún descendiente
De los nobles mejicanos,
Que al ver en extrañas manos
Y en poder de extraña gente

La nación que libre un día
Vivió con riqueza y calma
Sintió en el fondo del alma
Horrible melancolía.

Y sin ninguna amenaza,
Viendo a su nación cautiva,
Fue la expresión muda y viva
De la aflicción de su raza.

Muchos años se le vio
En igual sitio sentado,
Y allí pobre y resignado
De su tristeza murió.

Su desconocida historia
Al vulgo pasma y arredra,
Y en tosca estatua de piedra
Honrar quiso su memoria.

La estatua al cabo cayó,
Que al tiempo nada resiste,
Y «Calle del Indio Triste»
Esa calle se llamó,

Sin poder averiguar
Con ciencia ni sutileza
La causa de la tristeza
Del indio de aquel lugar;

Pero en nuestro hermoso valle,
Y en nuestra mejor ciudad,
Pasan de edad en edad
Ese nombre y esa calle.
Sólo quien ama vuela. Pero ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.

Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.

Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otros como el granizo grave.

Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.

Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás.  El campo sigue desierto y mudo.

Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de batirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.
Victor Marques Sep 2018
Dedicado a Deus que tanto me deu e tao pouco lhe pedi

Este dom leve de Contigo comunicar,
Meu grito de sempre te amar…
Te encontro no universo, nas estrelas, no mar,
Deus meu barco para navegar.

Deus me confortas com horizontes distantes,
Com o eterno amor por nossos semelhantes,
Te encontro em tudo e acredito no firmamento,
Deus da minha alma e pensamento.

Me deste uma forca que ninguém vai combater,
A minha originalidade de para Ti escrever.
Simples, puro, genuíno e transparente,
Me fizeste assim para todo o sempre.

Dedicado a Deus que tanto me deu,
Pois como bom filho seu,
Tao pouco lhe pedi,
Por Deus e com Deus eu nasci…

Victor Marques
Deus, infinito, amor
Sobre el vasto silencio se proyectó mi grito,
sobre el silencio ilímite del firmamento hueco.
Ni un eco abrió sus órbitas elásticas... ni un eco
rajó sus cien gargantas roncas en lo infinito.

contra el silencio incólume se aplastó mi protesta,
contra el terco mutismo de la extensión plomiza.
Y repetí mi grito: como única respuesta
me derribó una cálida ráfaga de ceniza.

Y por la estepa muda cruzó un soplo terrible
difundiendo acres gérmenes de odios y de epidemias;
y en la oquedad montruosa del silencio impasible
trepidó un sordo y torpe galope de blasfemias.

Y se hundieron de súbito las planicies desiertas
barajando en un vértigo todas las perspectivas,
y sobre el surco estéril de las edades muertas
pasó el ala de fuego de las cóleras vivas.

Y otra vez mi estentóreo grito de rebeldía,
perforando el silencio, se clavó en lo infinito,
y en la paz inmmutable de la tierra vacía
rebotó cuatro veces el dolor de mi grito.

Así el sésamo défico fulminó su eficacia
sobre la oscura y áspera vegetación de obstáculos.
Y una fosforecencia de convulsos tentáculos
ramificó en las sombras un ademán de audacia.

Y como un filo rubio, se destacó en las brumas
un rígido propósito de verdades intactas,
y entonces la ola inmóvil se perfumó de espumas
y la brújula absurda marcó rutas exactas.

Y entre las tinieblas turbias vibró un signo incoloro
que agolpó en una réplica todo el dolor disperso.
El silencio infinito labró un verso de oro,
y mi grito rebelde fue el oro de aquel verso.
Naciones de la tierra, patrias del mar, hermanos
del mundo y de la nada:
habitantes perdidos y lejanos
más que del corazón, de la mirada.

Aquí tengo una voz enardecida,
aquí tengo un vida combatida y airada,
aquí tengo un rumor, aquí tengo una vida.

Abierto estoy, mirad, como una herida.
Hundido estoy, mirad, estoy hundido
en medio de mi pueblo y de sus males.
Herido voy, herido y malherido,
sangrando por trincheras y hospitales.

Hombres, mundos, naciones,
atended, escuchad mi sangrante sonido,
recoged mis latidos de quebranto
en vuestros espaciosos corazones,
porque yo empuño el alma cuando canto.

Cantando me defiendo
y defiendo mi pueblo cuando en mi pueblo imprimen
su herradura de pólvora y estruendo
los bárbaros del crimen.

Esta es su obra, esta:
pasan, arrasan como torbellinos,
y son ante su cólera funesta
armas los horizontes y muerte los caminos.

El llanto que por valles y balcones se vierte,
en las piedras diluvia y en las piedras trabaja,
y no hay espacio para tanta muerte,
y no hay madera para tanta caja.

Caravanas de cuerpos abatidos.
Todo vendajes, penas y pañuelos:
todo camillas donde a los heridos
se les quiebran las fuerzas y los vuelos.

Sangre, sangre por árboles y suelos,
sangre por aguas, sangre por paredes.
y un temor de que España se desplome
del peso de la sangre que moja entre sus redes
hasta el pan que se come.

Recoged este viento,
naciones, hombres, mundos,
que parte de las bocas de conmovido aliento
y de los hospitales moribundos.

Aplicad las orejas
a mi clamor de pueblo atropellado,
al ¡ay! de tantas madres, a las quejas
de tanto ser luciente que el luto ha devorado.

Los pechos que empujaban y herían las montañas,
vedlos desfallecidos sin leche ni hermosura,
y ved las blancas novias y las negras pestañas
caídas y sumidas en una siesta oscura.

Aplicad la pasión de las entrañas
a este pueblo que muere con un gesto invencible
sembrado por los labios y la frente,
bajo los implacables aeroplanos
que arrebatan terrible,
terrible, ignominiosa, diariamente,
a las madres los hijos de las manos.

Ciudades de trabajo y de inocencia,
juventudes que brotan de la encina,
troncos de bronce, cuerpos de potencia
yacen precipitados en la ruina.

Un porvenir de polvo se avecina,
se avecina un suceso
en que no quedará ninguna cosa:
ni piedra sobre piedra ni hueso sobre hueso.

España no es España, que es una inmensa fosa,
que es un gran cementerio rojo y bombardeado:
los bárbaros la quieren de este modo.

Será la tierra un denso corazón desolado,
si vosotros, naciones, hombres, mundos,
con mi pueblo del todo
y vuestro pueblo encima del costado,
no quebráis los colmillos iracundos.
Pero no lo será: que un mar piafante,
triunfante siempre, siempre decidido,
hecho para la luz, para la hazaña,
agita su cabeza de rebelde diamante,
bate su pie calzado en el sonido
por todos los cadáveres de España.

Es una juventud: recoged este viento.
Su sangre es el cristal que no se empaña,
su sombrero el laurel y su pedernal su aliento.

Donde clava la fuerza de sus dientes
brota un volcán de diáfanas espadas,
y sus hombros batientes,
y sus talones guían llamaradas.

Está compuesta de hombres del trabajo:
de herreros rojos, de albos albañiles,
de yunteros con rostro de cosechas.
Oceánicamente transcurren por debajo
de un fragor de sirenas y herramientas fabriles
y de gigantes arcos alumbrados con flechas.

A pesar de la muerte, estos varones
con metal y relámpagos igual que los escudos,
hacen retroceder a los cañones
acobardados, temblorosos, mudos.

El polvo no los puede y hacen del polvo fuego,
savia, explosión, verdura repentina:
con su poder de abril apasionado
precipitan el alma del espliego,
el parto de la mina,
el fértil movimiento del arado.

Ellos harán de cada ruina un prado,
de cada pena un fruto de alegría,
de España un firmamento de hermosura.
Vedlos agigantar el mediodía
y hermosearlo todo con su joven bravura.

Se merecen la espuma de los truenos,
se merecen la vida y el olor del olivo,
los españoles amplios y serenos
que mueven la mirada como un pájaro altivo.

Naciones, hombres, mundos, esto escribo:
la juventud de España saldrá de las trincheras
de pie, invencible como la semilla,
pues tiene un alma llena de banderas
que jamás se somete ni arrodilla.

Allá van por los yermos de Castilla
los cuerpos que parecen potros batalladores,
toros de victorioso desenlace,
diciéndose en su sangre de generosas flores
que morir es la cosa más grande que se hace.

Quedarán en el tiempo vencedores,
siempre de sol y majestad cubiertos,
los guerreros de huesos tan gallardos
que si son muertos son gallardos muertos:
la juventud que a España salvará, aunque tuviera
que combatir con un fusil de nardos
y una espada de cera.
Para sempre meu ser em náusea abundante
& o clarão do ontem navega falsas virtudes
Próprio ser finito pós – sentidos
                          (sente calma
                           Alma expulsa?)
Para sempre estarei longe percebendo o real
& as figuras bacantes em inefáveis folguedos invisíveis
Musicando deslizes performáticos
Resultados impossíveis do possibilitado

Para sempre a prisão alheia expulsa em mim
& as vertentes nas velhas ruínas
Partícula obscena de peles espessas
Filme novo de existências imortais

Para sempre estarei mudo conversando com o cordeiro
& as visões memoráveis calarão o estático mundo
Promessa revolta mensagem do paraíso
A deusa dança nos confins do firmamento

Em repúdio ao palpitar existente
Fora o mágico silêncio em noites sem fim
Fora o distúrbio em mim
                   ( sente medo
                    Alma fugidia? )
Sí, yo amaba lo azul con ardimiento:
las montañas excelsas, los sutiles
crespones de zafir del firmamento,
el piélago sin fin, cuyo lamento
arrulló mis ensueños juveniles.

Callaba mi laúd cuando despliega
cada estrella purísima su broche,
el universo en la quietud navega,
y la luna, hoz de plata, surge y siega
el haz d'espesas sombras de la noche.

Cantaba, si l'aurora descorría
en el Oriente sus rosados velos,
si el aljófar al campo descendía,
y el sol, urna de oro que se abría,
inundaba de luz todos los cielos.

Mas hoy amo la noche, la galana,
de dulce majestad, horas tranquilas
y solemnes, la nubia soberana,
la d'espléndida pompa americana:
¡la noche tropical de tus pupilas!

Hoy esquivo del alba los sonrojos,
su saeta de oro me maltrata,
y el corazón, sin pena y sin enojos,
tan sólo ante lo ***** de tus ojos
como el iris del búho se dilata.

¿Qu'encanto hubiera semejante al tuyo,
oh, noche mía? ¡Tu beldad me asombra!
Yo, qu'esplendores matutinos huyo,
¡dejo el alma que agite, cual cocuyo,
sus alas coruscantes en tu sombra!

Si siempre he de sentir esa mirada
fija en mi rostro, poderosa y tierna,
¡adiós, por siempre adiós, rubia alborada!;
doncella de la veste sonrosada:
¡que reine en mi redor la noche eterna!

¡Oh, noche! Ven a mí llena d'encanto;
mientras con vuelo misterioso avanzas,
nada más para ti será mi canto,
y en los brunos repliegues de tu manto,
su cáliz abrirán mis esperanzas...
Sol de siesta en toda la campiña verde...
Rezonga una noria no sé dónde. Muerde
un cantar la calma que en el aire reina.
Bajo unos perales, una vaca peina
con su cimbreante lengua la testuz
de otra, que mordisca hierba con pajuz.
Frente de unos olmos blancos de palomas
un pruno destila transparentes gomas.
Baten los trigales rúbeos ababoles.
Jaulas destapadas son de verderoles
los gozosos huertos colmados de nieves
de azahares de plata  como esquilas breves,
donde son badajos de mieles bermejas
millones sonantes  de áticas abejas.
Duerme el polvo ardiente de un recto camino.
Álzase una sierra como un torbellino.
En los correntales de un fino arroyuelo
del sol encendido y untado de cielo,
abreva  sediento mi pulido atajo.
Luego, silencioso, se tiende debajo
de las sombras móviles de un cañar umbrío...
Soledad de tierras... Claridad de un río...
Llevo hasta mis labios mi clara siringa:
de armoniosa música la siesta se pringa.
Mas presto me canso del tosco instrumento.
y echado en el césped, cara al firmamento
que parece un ancho e inflamado horno,
buscando a Morfeo, la mirada entorno.

...Entre los follajes, a los que se acopla,
el dios Pan. Su grato caramillo sopla...
Como el arco de oro y grana
Dosel del erguido monte,
Que en el azul horizonte
Abre paso a la mañana;
Así de mi edad temprana
En la ignorancia atrevida,
Miró el alma conmovida
Gloria, fe, sueños dorados,
Arreboles agrupados
En la puerta de la vida.

  Y tras los blancos crespones
Que el sol de la fe bañaba,
Absorta el alma escuchaba
Rimas, trovas y canciones;
Misteriosas vibraciones
Brotadas de ignota lira,
Frases que el viento suspira,
Fantasmas que en esa edad,
Engendran luz y verdad
En la sombra y la mentira.

  ¡Cuán bello cruza el amor
Luciendo brillantes galas,
Y reflejando en sus alas
De la aurora el resplandor!
Y cómo al dulce calor
De aquella edad venturosa,
Puede el alma cariñosa
Mirar, sin esfuerzo vano,
En cada amigo un hermano,
Y un ángel en cada hermosa.

  Por esa luz encantada
Alumbrado el porvenir,
Sueña el alma con vivir
En una eterna alborada.
Se refleja en la mirada
Del corazón la pureza,
Y no empañan la belleza
De nuestro azul firmamento,
Sombras de remordimiento,
Crepúsculos de tristeza.

  Y como estrellas errantes
En constante torbellino
Alumbran nuestro camino
Las ilusiones brillantes:
Nobles amigos constantes;
Mujeres tiernas, fieles;
Nuestro nombre los cinceles
Eternizando en la historia,
Y en todas partes la gloria
Ofreciéndonos laureles.

  Sin sospechar la perfidia
Ni el mal, ni el rencor profundo,
Sin advertir que en el mundo
Vive y se agita la envidia;
Sin adivinar que lidia
El crimen con la inocencia;
Sin pensar que la existencia
Es lucha en la que, cobarde.
Acude inútil y tarde
A salvarnos la experiencia.

  Así el arco de oro y grana
De la puerta de la vida
Cruza el alma enternecida,
Con sus ensueños ufana;
Y tras la primer mañana
De ilusiones y de encanto,
Mira descorrerse el manto
Que ocultó sombras y abrojos
Y enturbia entonces los ojos
La amarga nube del llanto.

  Esas lágrimas que ciegan,
¡Con cuánto dolor se lloran!
Y cuando no se evaporan,
Otras a alcanzarlas llegan:
Llanto nuestros ojos riegan;
Y tras de tanto sufrir
Pensando en lo porvenir,
Viénense al fin a negar,
Las pupilas a llorar
Y el corazón a sentir.

  Y sin fe, sin esperanza,
El alma ve con temor
La traición en el amor,
En la amistad la asechanza;
Sin ilusiones avanza;
Abrojos tan sólo pisa
Y para marchar de prisa,
Cual sueña su amor profundo,
Lleva al carnaval del mundo
El antifaz de la risa.

  Pero en ese carnaval
Víctimas somos también
Que vamos mintiendo el bien,
Cuando alentamos el mal.
Ruge en el pecho, fatal,
De las penas la tormenta,
Y busca el alma sedienta
Algo que su mal mitigue,
Y la envidia la persigue,
Y la calumnia la afrenta.

  ¿Y es ésta la vida? ¿Es esto
Cuanto el porvenir encierra?
¿No hay un consuelo en la tierra
Para el destino funesto?
¿Tan presto vuelan, tan presto
Las ilusiones? ¿será
El desierto más allá...?
¿Para la razón escasa
Todo vuela, todo pasa,
Todo se muere y se va?

  Si se aumenta con los años
Tan espantosa aridez,
¿Qué nos queda en la vejez,
Tras de tantos desengaños?
Por males propios y extraños
Secándose el corazón;
Muertas la fe y la ilusión,
El cuerpo débil y enfermo
Y alumbrando un campo yermo
El astro de la razón.

  Sigamos con firme paso
Por esta ruta sombría,
Mientras el sol cada día
Va del Oriente al Ocaso.
Cual la flor deja en el vaso
Su perfume, en nuestra historia
Dejemos una memoria;
Tornemos en risa el duelo...
Sufrir sin pedir consuelo,
Es la verdadera gloria.
¿Quién en la miseria y el amor concilia?
Esto más que un problema es un misterio.
Para hablar de un asunto que es tan serio,
Hubo ayer un consejo de familia.

Hizo de presidente del concejo
Un hombrecito al que la edad agobia,
Y que además del chiste de ser viejo,
Es, nada menos, padre de mi novia.

A su lado, y en cómoda poltrona,
Con franco y natural desembarazo,
Estaba una señora setentona
Con un perro faldero en el regazo.

Y en derredor, con rostros muy severos,
Prontos a discutir y meter baza,
Estaban cual prudentes consejeros
Seis o siete visitas de la casa.

Y entre todos, causando maravilla,
De gracia y juventud, rico tesoro,
Como un ángel, sentada en una silla
Estaba la mujer a quien adoro.

-Con que, vamos a ver, dijo indiscreta
La madre, por anciana impertinente,
¿Es verdad que eres novia de un poeta
Que ya ciñe un laurel de su frente?

-Puesto que lo sabéis, dijo la niña,
No lo puedo negar: le quiero mucho.
-Mereces, dijo el padre, que te riña.
Y la anciana exclamó: -¡Cielos! ¡qué escucho!

¡Blasfemia intolerable que me irrita!
-¡Habráse visto niña descarada!
Dijo en tono burlón una visita
Pegándose en la frente una palmada.

-Los versos nada más son oropeles.
Dijo la anciana en tono reposado,
Y apuesto a que no sirven sus laureles
Ni para sazonar el estofado.

¡Un novio soñador y sin dinero!
Hija, esto sí que nadie lo perdona;
Ya que tiene corona y no sombrero,
Fuera mejor que usara su corona.

-Los hombres, dijo el padre, son perversos
Pero más los poetas de hoy en día.
Quizá te piense alimentar con versos,
Y eso vas a comer ¡pobre hija mía!

-O, quién sabe, agregó con triste acento
Una visita, al parecer piadosa,
Si se irán a poblar el firmamento
O a vivir en el cáliz de una rosa.

-Puede ser, interrumpe otra persona,
Que intenten levantar, llegado el caso,
A orillas de la fuente de Helicona,
Un palacio en las faldas del Parnaso.

El regalo de boda, amigo mío,
Tendrá joyas riquísimas y bellas:
Junto a un collar de perlas del rocío,
El manto azul del cielo y sus estrellas.

Envidia te tendrán los serafines,
Pues tendrás, deleitando tu hermosura,
Una alfombra de nardos y jazmines
Y un ruiseñor que cante en la espesura.

El marido feliz te dará un beso
Diciendo: ¡tengo un ángel por esposa!
¿Y a la hora de comer? ¡quién piensa en eso!
¡Para el poeta la comida es prosa!

Un coro de estridentes carcajadas
Satíricas, terribles, infernales,
Convirtió las mejillas en granadas
Al ángel de mis sueños celestiales.

-¿Conque piensas seguir esos amores,
Tú, la más infeliz de las mujeres,
Piensas con el aroma de las flores
Vivir entre la dicha y los placeres?

¿A qué alta sociedad, hija querida
Te llevará ese amor del cual abusas?
¡Ha de ser muy monótona la vida,
Sin tener más visitas que las musas!

Otra risa estalló ¡bendita risa!
Entonces ella abandonó su asiento,
Y con grave ademán y muy de prisa
Salió, sin vacilar, del aposento.

Llamáronla mil veces, pero ella,
Espléndida, graciosa, soberana,
Como asoma en los cielos una estrella
El rostro fue a asomar por la ventana.

-Ven, me dijo, mitad del alma mía.
Dicen que amarte es prueba de torpeza,
Que por pobre te olvide ¡qué ironía!
Que te deje por pobre ¡qué tristeza!

Como no te comprenden, ya por eso
Destruir mis amores se concilia.
Yo siempre seré tuya: dame un beso;
¡Se ha lucido el consejo de familia!
Las floridas espaldas ya en la nieve,
y los cabellos de marfil al viento.
Agua muerta en la sien, el pensamiento
color halo de luna cuando llueve.

¡Oh qué clamor bajo del seno breve;
qué palma al aire el solitario aliento,
qué témpano cogido al firmamento,
el pie descalzo, que a morir se atreve!

¡Brazos de mar, en cruz, sobre la helada
bandeja de la noche; senos fríos,
de donde surte, yerta, la alborada;

oh piernas como dos celestes ríos,
Malva-luna-de-yelo, amortajada
bajo las mares de los ojos míos!
A vosotras, estrellas,
alza el vuelo mi pluma temerosa,
del piélago de luz ricas centellas;
lumbres que enciende triste y dolorosa
a las exequias del difunto día,
güérfana de su luz, la noche fría;
 ejército de oro,
que por campañas de zafir marchando,
guardáis el trono del eterno coro
con diversas escuadras militando;
Argos divino de cristal y fuego,
por cuyos ojos vela el mundo ciego;
 señas esclarecidas
que, con llama parlera y elocuente,
por el mudo silencio repartidas,
a la sombra servís de voz ardiente;
pompa que da la noche a sus vestidos,
letras de luz, misterios encendidos;
 de la tiniebla triste
preciosas joyas, y del sueño helado
galas, que en competencia del sol viste;
espías del amante recatado,
fuentes de luz para animar el suelo,
flores lucientes del jardín del cielo,
 vosotras, de la luna
familia relumbrante, ninfas claras,
cuyos pasos arrastran la Fortuna,
con cuyos movimientos muda caras,
árbitros de la paz y de la guerra,
que, en ausencia del sol, regís la tierra;
 vosotras, de la suerte
dispensadoras, luces tutelares
que dais la vida, que acercáis la muerte,
mudando de semblante, de lugares;
llamas, que habláis con doctos movimientos,
cuyos trémulos rayos son acentos;
 vosotras, que, enojadas,
a la sed de los surcos y sembrados
la bebida negáis, o ya abrasadas
dais en ceniza el pasto a los ganados,
y si miráis benignas y clementes,
el cielo es labrador para las gentes;
 vosotras, cuyas leyes
guarda observante el tiempo en toda parte,
amenazas de príncipes y reyes,
si os aborta Saturno, Jove o Marte;
ya fijas vais, o ya llevéis delante
por lúbricos caminos greña errante,
 si amasteis en la vida
y ya en el firmamento estáis clavadas,
pues la pena de amor nunca se olvida,
y aun suspiráis en signos transformadas,
con Amarilis, ninfa la más bella,
estrellas, ordenad que tenga estrella.
 Si entre vosotras una
miró sobre su parto y nacimiento
y della se encargó desde la cuna,
dispensando su acción, su movimiento,
pedidla, estrellas, a cualquier que sea,
que la incline siquiera a que me vea.
 Yo, en tanto, desatado
en humo, rico aliento de Pancaya,
haré que, peregrino y abrasado,
en busca vuestra por los aires vaya;
recataré del sol la lira mía
y empezaré a cantar muriendo el día.
 Las tenebrosas aves,
que el silencio embarazan con gemido,
volando torpes y cantando graves,
más agüeros que tonos al oído,
para adular mis ansias y mis penas,
ya mis musas serán, ya mis sirenas.
Deja la procesión, súbete al paso,
Íñigo; toma puesto en la coluna,
pues va azotando a Dios tu propio paso.
Las galas que se quitan sol y luna
te vistes, y, vilísimo gusano,
afrentas las estrellas una a una.
El hábito sacrílego y profano
en el rostro de Cristo juntar quieres
ron la infame saliva y con la mano.
Con tu sangre le escupes y le hieres;
con el beso de Judas haces liga,
y por escarnecer su muerte, mueres.
No es acción de piedad, sino enemiga,
a sangre y fuego perseguir a Cristo,
y quieres que tu pompa se lo diga.
No fue de los demonios tan bienquisto
el que le desnudó para azotalle,
como en tu cuerpo el traje que hemos visto,
pues menos de cristiano que de talle,
preciado con tu sangre malhechora,
la suya azotas hoy de calle en calle.
El sayón que de púrpura colora
sus miembros soberanos te dejara
el vil oficio, si te viera agora.
Él, mas no Jesucristo, descansara,
pues mudara verdugo solamente,
que más festivamente le azotara.
El bulto del sayón es más clemente:
él amaga el azote levantado,
tú le ejecutas, y el Señor le siente.
Menos vienes galán que condenado,
pues de la Cruz gracejas con desprecio,
bailarín y Narciso del pecado.
En tu espalda le hieres tú más recio
que el ministro en las suyas, y contigo
comparado, se muestra menos necio.
Él es de Dios, mas no de sí enemigo;
tú de Dios y de ti, pues te maltratas,
teniendo todo el cielo por castigo.
Vestido de ademanes y bravatas,
nueva afrenta te añades a la historia
de la pasión de Cristo, que dilatas.
¿No ves que solamente la memoria
de aquella sangre en que la Virgen pura
hospedó los imperios de la gloria,
el cerco de la Cruz en sombra obscura
desmaya la viveza de su llama
y apaga de la luna la hermosura?
La noche por los cielos se derrama,
vistiendo largo luto al firmamento;
el fuego llora, el Oceano brama,
gime y suspira racional el viento,
y, a falta de afligidos corazones,
los duros montes hacen sentimiento.
Y tú, cuyos delitos y traiciones
causan este dolor, das parabienes
de su misma maldad a los sayones.
Recelo que a pedir albricias vienes
desta fiereza al pueblo endurecido,
preciado de visajes y vaivenes.
Más te valiera nunca haber nacido
que aplaudir los tormentos del Cordero,
de quien te vemos lobo, no valido.
La habilidad del diablo considero
en hacer que requiebre con la llaga,
y por bien azotado, un caballero;
y en ver que el alma entera aquél le paga,
que capirote y túnica le aprueba,
mientras viene quien más cadera haga.
Y es invención de condenarse nueva
llevar la penitencia del delito
al mismo infierno que el delito lleva.
Desaliñado llaman al contrito,
pícaro al penitente y al devoto,
y sólo tiene séquito el maldito.
Dieron crédito al ruido y terremoto
los muertos, y salieron lastimados;
y cuando el templo ve su velo roto,
el velo, en que nos muestras tus pecados
transparentes, se borda y atavía,
de la insolencia pública preciados.
Considera que llega el postrer día
en que de este cadáver, que engalanas,
con asco y miedo, la alma se desvía;
y que de las cenizas que profanas,
subes al tribunal, que no recibe
en cuenta calidad y excusas vanas.
Allí verás cómo tu sangre escribe
proceso criminal contra tu vida,
donde es fiscal Verdad, que siempre vive.
Hallarás tu conciencia prevenida
del grito a que cerraste las orejas,
cuando en tu pecho predicó escondida.
Los suspiros, las ansias y las quejas
abrirán contra ti la negra boca
por el llanto de Cristo, que festejas.
¿Con qué [razón] podrá tu frente loca
invocar los azotes del Cordero,
si de ellos grande número te toca?
A los que Cristo recibió primero,
juntos verás los que después le diste
en competencia del ministro fiero.
A su Madre Santísima añadiste
el octava dolor, y en sus entrañas
cuchillo cada abrojo tuyo hiciste.
Acusaránte abiertas las montañas,
las piedras rotas, y a tan gran porfía
atenderán las furias más extrañas.
Y presto sobre ti verás el día
de Dios, y en tu castigo el desengaño
de tan facinorosa hipocresía.
La justicia de Dios reinará un año,
y en dos casas verás tus disparates
llorar su pena o padecer su daño.
Cristiano y malo, irás a los orates;
al Santo Oficio irás, si no lo fueres,
porque si no te enmiendas, te recates.
Y, crüenta oblación de las mujeres,
vivirás sacrificio de unos ojos
que te estiman, al paso que te hieres
y te llevan el alma por despojos.
Sé bien que soy tronco
del árbol de lo eterno.
Sé bien que las estrellas
con mi sangre alimento.
Que son pájaros míos
todos los claros sueños…
Sé bien que cuando el hacha
de la muerte me tale,
se vendrá abajo el firmamento.
Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,
están los hombres de resuelto pecho
sobre las más gloriosas sepulturas:
las eras de las hierbas y los panes,
el frondoso barbecho,
las trincheras oscuras.

Siempre serán famosas
estas sangres cubiertas de abriles y de mayos,
que hacen vibrar las dilatadas fosas
con su vigor que se decide en rayos.

Han muerto como mueren los leones:
peleando y rugiendo,
espumosa la boca de canciones,
de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo.

Héroes a borbotones,
no han conocido el rostro a la derrota,
y victoriosamente sonriendo
se han desplomado en la besana umbría,
sobre el cimiento errante de la bota
y el firmamento de la gallardía.

Una gota de pura valentía
vale más que un océano cobarde.

Bajo el gran resplandor de un mediodía
sin mañana y sin tarde,
unos caballos que parecen claros,
aunque son tenebrosos y funestos,
se llevan a estos hombres vestidos de disparos
a sus inacabables y entretejidos puestos.

No hay nada ***** en estas muertes claras.
Pasiones y tambores detengan los sollozos.
Mirad, madres y novias, sus transparentes caras:
la juventud verdea para siempre en sus bozos.
Hoy te he visto amanecer
tan serenamente espejo,
tan liso de bienestar,
tan acorde con tu techo,
como si estuvieses ya
en tu sumo, en lo perfecto.
A tal azul alcanzaste
que te llenan de aleteos
ángeles equivocados.
Y el cielo,
el que te han puesto los siglos
desde el día que naciste
por cotidiano maestro,
y te da lección de auroras,
de primaveras, de inviernos,
de pájaros -con las sombras
que te presta de sus vuelos-,
al verte tan celestial
es feliz: otra vez sois
inseparables iguales,
como erais a lo primero.

Pero tú nunca te quedas
arrobado en lo que has hecho;
apenas lo hiciste y ya
te vuelves a lo hacedero.
¿No es esta mañana, henchida
de su hermosura, el extremo
de ti mismo, la plenaria
realización de tu sueño?

No. Subido en esta cima
ves otro primor, más lejos:
te llama una mejoría
desde tu posible inmenso.
El más que en el alma tienes
nunca te deja estar quieto,
y te mueves
como la tabla del pecho
hay algo que te lo pide
desde adentro.
Por la piel azul te corren
undosos presentimientos,
las finas plumas del aire
ya te cubren de diseños,
en las puntas de las olas
se te alumbran los intentos.
Ocurrencias son fugaces
las chispas, los cabrilleos.
Curvas, más curvas, se inician,
dibujantes de tu anhelo.
La luz, unidad del alba,
se multiplica en destellos,
lo que fue calma es fervor
de innúmeros espejeos
que sobre la faz del agua
anuncian tu encendimiento.
Una agitación creciente,
un festivo clamoreo
de relumbres, de fulgores
proclaman que estás queriendo;
no era aquella paz la última,
en su regazo algo nuevo
has pensado, más hermoso
y ante la orilla del hombre
ya te preparas a hacerlo.
De una perfección te escapas
alegremente a un proyecto
de más perfección. Las olas
-más, más, más, más,- van diciendo
en la arena, monosílabas,
tu propósito al silencio.

Ya te pones a la obra,
convocas a tus obreros:
acuden desde tu hondura,
descienden del firmamento
-los horizontes los mandan-
a servirte los deseos.
Luces, sombras, son; celajes,
brisas, vientos;
el cristal es, es la espuma
surtidora
por el aire de arabescos,
son fugitivas centellas
rebotando en sus reflejos.
Todo lo que mundo tiene
el día lo va trayendo
y te acarrean las horas
materiales sin estreno.
De las hojas de la orilla
vienen verdes abrileños
y en el seno de las olas
todavía son más tiernos.
Llegan tibias por los ríos
las nieves de los roquedos.
Y hasta detrás de la luz,
voladamente secretos
aguardan, por si los quieres,
escuadrones de luceros.
En el gran taller del gozo
a los espacios abierto,
feliz, de idea en idea,
de cresta en cresta corriendo,
tan blanco como la espuma
trabaja tu pensamiento.
Con estrías de luz haces
maravillosos bosquejos,
deslumbradores rutilan
por el agua tus inventos.
Cada vez tu obra se acerca
ola a ola,
más y más a sus modelos.
¡Qué gozoso es tu quehacer,
qué apariencias de festejo!
Resplandeciente el afán,
alegrísimo el esfuerzo,
la lucha no se te nota.
Velando está en puro juego
ese ardoroso buscar
la plenitud del acierto.
¡El acierto! ¿Vendrá? ¡Sí!
La fe te lo está trayendo
con que tú lo buscas. Sí.
Vendrá cuando al universo
se le aclare la razón
final de tu movimiento:
no moverse, mediodía
sin tarde, la luz en paz,
renuncia del tiempo al tiempo.
La plena consumación
-al amor, igual, igual-
de tanto ardor en sosiego.
Krusty Aranda Nov 2017
En nuestra adversidad nos encontramos
buscando aquello que no sabíamos reconocer
anhelando lo que no quisimos
tentando al destino
burlando a la suerte
en tus ojos mi mirada
en tus manos mis días y noches
en tus labios mi nombre
confundidos caminamos
avanzando paso a paso
cayendo en el camino y levantándonos de nuevo
siempre juntos
con el mismo destino final
desconocido y familiar
invitándonos a sentir
a dejar morir parte de nosotros
para ser revividos
con fuerza renovada
y emociones encontradas
construyéndonos de nuevo
de los escombros de temblores pasados
saliendo a respirar de nuevo el aire
del cual fuimos egoístamente privados
me invadiste como una plaga
rápidamente infectándome
y curándome del mal que antes padecía
sonrisas y carcajadas
lágrimas y besos
la idea del amor más puro
de las estrellas conspirando en mi favor
para escribir en mi firmamento
la nueva historia que hoy contamos
sin un final cercano
Omnicromía de la tarde amena...
el alma, a la sordina,
y la luz, peregrina,
y la ventura, plena,
y la Vida, una hada
que por amar está desencajada.
Firmamento plomizo.
En el ocaso, un rizo
de azafrán.
Un ángel que derrama su tintero.
La brisa, cual refrán
lastimero.
En el áureo deliquio del collado,
hálito verde, cual respiración
de dragón.
Y el valle fascinado
impulsa al ósculo a que se remonte
por los tragaluces del horizonte.
Tiempo confidencial,
como el dedal
de las desahuciadas bordadoras
que enredan su monólogo fatal
en el ovillo de las huecas horas.
Confidencia que fuiste
en la mano de ayer
veta de rosicler,
un alpiste
y un perfume de Orsay.
Tarde, como un ensayo
de dicha, entre los pétalos de mayo;
tarde, disco de Newton, en que era
omnícroma la primavera
y la Vida una hada
en un pasivo amor desencajada...
Leydis Jun 2017
Los de nosotros
era un amor incomparable.
Nos amábamos con locura enfermiza
Él era mi sol, yo era su luna.
Pero, juntos no podemos estar.

Así como la Luna y Sol son amantes a la distancia
a él y a mí, nos pasaba igual.

Pero de vez en cuando, coincidimos en un eclipse!

Y así quedaba nuestro amor,
suspendido en la firmamento
hasta el próximo reencuentro.  

LeydisProse
Yo soy la movediza perenne; nunca dura
en mi una forma; pronto mi ser se transfigura,
y ya entre guijas de ónix cantando peregrino,
ya en témpanos helados detengo mi camino,
ya vuelo por los aires trocándome en vapores,
ya soy iris en polvo de todos los colores,
o rocío que asciende, o aguacero que llueve...
Mas Dios también me ha dado la albura de la nieve,
la albura de la nieve enigmática y fría
que cae de los cielos como una eucaristía,
que por los puntiagudos techos resbala leda
y que cuando la pisan cruje como la seda.

Cayendo silenciosa, de blanco al mundo arropo.
Subí, vapor, a lo alto, desciendo al suelo, copo;
subí gris de los lagos que la quietud estanca,
y bajo blanca al mundo... ¡Oh qué bello es ser blanca!

¿Por qué soy blanca? En premio al sacrificio mío,
porque tirito para que nadie tenga frío,
porque mi lino todos los fríos almacena
¡y dios me torna blanca por haber sido buena!
¿Verdad que es llevadera la palma del martirio
así? Yo caigo como los pétalos de un lirio
de lo alto, y no pudiendo cantar mi canción pura
con murmurios de linfa, la canto con blancura.

La blancura es el himno más hermoso y más santo;
ser blanca es orar; siendo yo, pues, blanca, oro y canto.
Ser luminosa es otro de los cantos mejores:
¿No ves que las estrellas salmodian con fulgores?
Por eso el rey poeta dijo en himno de amor:
"El firmamento narra la gloria del Señor".

Se tú como la Nieve que inmaculada llueve

Y yo clamé: -¡Alabemos a Dios, hermana Nieve!
Sol de siesta en toda la campiña verde...
Rezonga una noria no sé dónde. Muerde
un ave la calma que da el aura reina.
Bajo unos perales, una vaca peina
con su sonrosada lengua, la testuz
de otra, que masticas hierba con pajuz.
Frente de una olmeda blanca de palomas
un pruno destila transparentes gomas.
Baten los trigales rúbeos ababoles.
Alcahaces abiertos son de verderoles
los chinescos huertos colmados de nieves
de azahares de luna, como esquilas breves,
donde son badajos de mieles bermejas
millones zumbantes de áticas abejas.
Arde el polvo fino de un recto camino
al pie de una sierra como un torbellino
de piedra. En el agua de un turbio arroyuelo
del sol perseguido y ungido del cielo,
abrevo el sediento y dócil hatajo.
Luego, silencioso, lo pongo debajo
de las sombras móviles de un cañar umbrío...
Soledad de sendas... Clarid de un río...
Llevo hasta mi labio mi fresca siringa:
de armoniosa música la siesta se pringa.
Mas me canso del pagano instrumento.
y echado en el césped, cara al firmamento
que parece un amplio e inflamado horno,
el sueño buscando, la mirada entorno.

...Entre los follajes, a los que se acopla,
el dios Pan. Su grato caramillo sopla...
Delgada
              línea pura
de corazón sonoro,
eres la claridad cortada al vuelo:
cantando sobrevives:
todo se irá menos tu forma.

No sé si el llanto ronco
que de ti se desploma,
tus toques de tambor, tu
                                    enjambre de alas,
será de ti lo mío,
o si eres
en silencio
más decididamente arrobadora,
sistema de paloma
o de cadera,
molde que de su espuma
resucita
y aparece, turgente, reclinada
y resurrecta rosa.

Debajo de una higuera,
cerca del ronco y raudo Bío Bío,
guitarra,
saliste de tu nido como un ave
y a unas manos
morenas
entregaste
las citas enterradas,
los sollozos oscuros,
la cadena sin fin de los adioses.
De ti salía el canto,
el matrimonio
que el hombre
consumó con su guitarra,
los olvidados besos,
la inolvidable ingrata,
y así se transformó
                            la noche entera
en estrellada caja
de guitarra,
temblando el firmamento
con su copa sonora
y el río
sus infinitas cuerdas
afinaba
arrastrando hacia el mar
una marea pura
de aromas y lamentos.

Oh soledad sabrosa
con noche venidera,
soledad como el pan terrestre,
soledad con un río de guitarras!
El mundo se recoge
en una sola gota
de miel, en una estrella,
todo es azul entre las hojas,
toda la altura temblorosa
                                    canta.

Y la mujer que toca
la tierra y la guitarra
lleva en su voz
el duelo
y la alegría
de la profunda hora.
El tiempo y la distancia
caen a la guitarra:
somos un sueño,
un canto
entrecortado:
el corazón campestre
se va por los caminos a caballo:
sueña y sueña la noche y su silencio,
canta y canta la tierra y su guitarra.
Victor Marques Feb 2023
Amores com primaveras plantados

Sentir o brilho que a lua proporciona,
Vivendo no mundo que emociona.
Partindo de pressupostos estudados,
Amores com primaveras semeados!

A existência é uma realidade,
Convergência e ambiguidade,
Seres e um mundo desleal,
Sol no meu quintal!

Natureza autónoma e activa,
Deixa me dormir com a brisa,
Oh universo superior e infinito,
Do Deus em que acredito,
Que amo ser perceber,
Com o âmago do meu ser.

Ai areias, ai estrelas  do firmamento,
Que sois formosura e encanto .
Com visão de ser do mundo ,
Vivo cada minuto  cada segundo.

Victor Marques
Amor,Deus,natureza
Y dijo la paloma:
-Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo,
en el árbol en flor, junto a la poma
llena de miel, junto al retoño suave
y húmedo por las gotas de rocío,
        tengo mi hogar. Y vuelo
        con mis anhelos de ave,
        del amado árbol mío
        hasta el bosque lejano,
        cuando, al himno jocundo
        del despertar de Oriente,
sale el alba desnuda, y muestra al mundo
el pudor de la luz sobre su frente.
        Mi ala es blanca y sedosa;
        la luz la dora y baña,
        y céfiro la peina;
son mis pies como pétalos de rosa.
        Yo soy la dulce reina
que arrulla a su palomo en la montaña.
En el fondo del bosque pintoresco
está el alerce en que formé mi nido;
y tengo allí, bajo el follaje fresco,
un polluelo sin par, recién nacido.
        Soy la promesa alada,
        el juramento vivo;
soy quien lleva el recuerdo de la amada
para el enamorado pensativo;
        yo soy la mensajera
de los tristes y ardientes soñadores,
que va a revolotear diciendo amores
junto a una perfumada cabellera.
        Soy el lirio del
viento.
Bajo el azul del hondo firmamento
muestro de mi tesoro bello y rico
        las preseas y galas:
        el arrullo en el pico,
        la caricia en las alas.
Yo despierto a los pájaros parleros
y entonan sus melódicos cantares;
me poso en los floridos limoneros
y derramo una lluvia de azahares.
Yo soy toda inocente, toda pura.
Yo me esponjo en las alas del deseo,
y me estremezco en la íntima ternura
de un roce, de un rumor, de un aleteo.
¡Oh inmenso azul! Yo te amo. Porque a Flora
das la lluvia y el sol siempre encendido:
porque siendo el palacio de la aurora,
también eres el techo de mi nido.
        ¡Oh, inmenso azul! Yo adoro
        tus celajes
risueños,
y esa niebla sutil de polvo de oro
donde van los perfumes y los sueños.
Amo los velos, tenues, vagorosos,
        de las flotantes brumas,
donde tiendo a los aires cariñosos
el sedeño abanico de mis plumas.
¡Soy feliz! Porque es mía la floresta,
donde el misterio de los nidos se halla;
        porque el alba es mi fiesta
y el amor mi ejercicio y mi batalla.
¡Feliz, porque de dulces ansias llena
calentar mis polluelos es mi orgullo;
porque en las selvas vírgenes resuena
la música celeste de mi arrullo;
porque no hay una rosa que no me ame,
ni un pájaro gentil que no me escuche,
ni garrido cantor que no me llame.

-¿Si?-dijo entonces un gavilán infame,
y con furor se la metió en el buche.
Entonces el buen Dios, allá en su trono
(mientras Satán, para distraer su encono
aplaudía aquel pájaro zahareño),
se puso a meditar. Arrugó el ceño,
y pensó, al recordar sus vastos planes,
y recorrer sus puntos y sus comas,
        que cuando creó palomas
no debía haber creado gavilanes.
En sueños yo te salvo sin querer,
Y vuelvo hasta el antaño en un segundo,
Pensando en lo vano, en lo profundo,
En lo sincero y en lo vagabundo;
Y cuando tú apareces, mediodía,
Con el sol paralelo a tu sonrisa,
Desarmas las estrategias y guías
Y ganas la batalla por un día.
De noche yo te abrazo de costumbre,
Buscando el calorcito de tus brazos,
Escondiéndome como un niño en tu regazo,
Huyendo realidades con engaños.
Y a veces tú me miras "diadeberas",
Te das cuenta que existo y me liberas,
De lo mortificante que es quererte,
Sin a veces saber que puedes verme.
Quizás yo por mi letra y mis consejos,
Debería de quitarme de complejos,
Buscando algún guiño en aquel espejo,
O una señal de vida en tus montañas.
Yo soy expedición de vez en cuando,
Y tú un dios que se esconde en el ocaso,
Me vuelvo eterno como el firmamento,
A ver si en tu creación te pertenezco.
No quiero ser tu vida o tu sustento,
Ni tú necesidad semi-quimera,
Quiero ser tentación y vicio eterno,
Ser algo como una suave condena.
Vivimos entre espuma y medianoche,
Entre miel que nos cubre los adentros,
Llenando poco a poco los silencios,
Yo me lleno de ti
Y tú
Me salvas luego.
En el verdoso flanco de la montaña,
Siendo altar y refugio del campesino,
Y a cortesanas pompas viviendo extraña,
Hallé la solitaria cruz del camino.

Clavada en una roca, sin más rumores,
Que aquellos de las ramas que agita el viento;
Formada con dos troncos, llena de flores,
Alza sus negros brazos al firmamento.

Los arroyos que bajan de las colinas,
Del pedestal agreste mojan la planta,
Y revolando en torno las golondrinas
Saludan al sol nuevo que se levanta.

En las serenas tardes de abril y mayo,
Allí reza el viajero triste y sumiso,
Porque la cruz silvestre, de la fe al rayo,
Le señala las puertas del paraíso.

¿Qué mano fue a plantarla? ¡Misterios graves!
¿Quién sembró tantas flores en toscas piedras?
¿Por qué nunca se apartan de allí las aves
Ni mueren en su tronco mirtos y yedras?

Es gala de una huerta sin hortelano;
Joya de un jardín fértil, sin jardinero,
Que fecunda y cultiva la misma mano
Que dió flores y frutos al mundo entero.

Cuando más nos combate la suerte impía;
Cuando en todo se encuentra duelo y enojos,
Y la verdad asoma desnuda y fría
Lo mismo en nuestros sueños que en nuestros ojos;

Cuando anidan, cual hienas sobre los montes,
En el pecho las hidras de la venganza,
O vemos enlutados los horizontes
En el mar sin riberas de la esperanza;

Cuando ya no pudiendo luchar rendido,
El corazón se vuelve como de roca,
Y la sonrisa junta con el gemido
Miel y ponzoña vierten en nuestra boca;

Entonces no en el templo de mármol y oro
Ni en el dosel lujoso de armiño y grana,
Buscamos impacientes aquel tesoro
De paz que sólo vierte la fe cristiana.

Lo buscamos en sitio solo y callado
Donde no sufre el alma, ni el labio miente,
Ni se esquiva la mano del hombre honrado,
Ni la vergüenza asoma sobre la frente.

¡Que para el pecho triste que sólo sueña
En el fulgor eterno de un sol divino,
No hay altar tan hermoso como la peña
Do está la solitaria cruz del camino!
Los poetas prudentes,
como las vírgenes -cuando las había-,
no deben separar los ojos
del firmamento.
¡Oh, tú, extranjero osado
que miras a los hombres:
contempla las estrellas!
(El Tiempo, no la Historia).
Evita
la claridad obscena.
(Cave canem).
Y edifica el misterio.
Sé puro:
no nombres; no ilumines.
Que tu palabra oscura se derrame en la noche
sombría y sin sentido
lo mismo que el momento de tu vida.

— The End —