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El césped. Desde la tribuna es un tapete verde. Liso, regular,
aterciopelado, estimulante. Desde la tribuna quizá crean que,
con semejante alfombra, es imposible errar un gol y mucho menos errar
un pase. Los jugadores corren como sobre patines o como figuras de
ballet. Quien es derrumbado cae seguramente sobre un colchón de
plumas, y si se toma, doliéndose, un tobillo, es porque el gesto
forma parte de una pantomima mayor. Además, cobran mucho dinero
simplemente por divertirse, por abrazarse y treparse unos sobre otros
cuando el que queda bajo ese sudoroso conglomerado hizo el gol
decisivo. O no decisivo, es lo mismo. Lo bueno es treparse unos sobre
otros mientras los rivales regresan a sus puestos, taciturnos, amargos,
cabizbajos, cada uno con su barata soledad a cuestas. Desde la tribuna
es tan disfrutable el racimo humano de los vencedores como el drama
particular de cada vencido. Por supuesto, ciertos avispados
espectadores siempre saben cómo hacer la jugada maestra y no
acaban de explicarse, y sobre todo de explicarlo a sus vecinos, por
qué este o aquel jugador no logra hacerla. Y cuando el
árbitro sanciona el penal, el espectador avispado también
intuye hacia qué lado irá el tiro, y un segundo
después, cuando el balón brinca ya en las redes, no
alcanza a comprender cómo el golero no lo supo. O acaso
sí lo supo y con toda deliberación se arrojó al
otro palo, en un alarde de masoquismo o venalidad o estupidez
congénita. Desde la tribuna es tan fácil. Se conoce la
historia y la prehistoria. O sea que se poseen elementos suficientes
como para comparar la inexpugnable eficacia de aquel zaguero
olímpico con la torpeza del patadura actual, que no acierta
nunca y es esquivado una y mil veces. Recuerdo borroso de una
época en que había un centre-half y un centre-forward,
cada uno bien plantado en su comarca propia y capaz de distribuir el
juego en serio y no jugando a jugar, como ahora, ¿no? El
espectador veterano sabe que cuando el fútbol se
convirtió en balompié y la ball en pelota y el dribbling
en finta y el centre-half en volante y el centre-forward en alma en
pena, todo se vino abajo y ésa es la explicación de que
muchos lleven al estadio sus radios a transistores, ya que al menos
quienes relatan el partido ponen un poco de emoción en las
estupendas jugadas que imaginan. Bueno, para eso les pagan,
¿verdad? Para imaginar estupendas jugadas y está bien.
Por eso, cuando alguien ha hecho un gol y después de los abrazos
y pirámides humanas el juego se reanuda, el locutor
idóneo sigue colgado de la "o" de su gooooooool, que en realidad
es una jugada suya, subjetiva, personal, y no exactamente del delantero
que se limitó a empujar con la frente un centro que, entre todas
las otras, eligió su cabeza. Y cuando el locutor idóneo
llega por fin al desenlace de la "ele" final de su gooooooool privado,
ya el árbitro ha señalado un orsai que favorece,
¿por qué no?, al locatario.

Es bueno contemplar alguna vez la cancha desde aquí, desde lo
alto. Así al menos piensa Benjamín Ferrés,
veintitrés años, digamos delantero de un Club Chico,
alguien últimamente en alza según los cronistas
deportivos más estrictos, y que hoy, después de empatarle
al Club Grande y ducharse y cambiarse, no se fue del estadio con el
resto del equipo y prefirió quedarse a mirar, desde la tribuna
ya vacía (sólo quedan los cafeteros y heladeros y
vendedores de banderitas, que recogen sus bártulos o tal vez
hacen cuentas) aquel campo en el que estuvo corriendo durante noventa
minutos e incluso convirtió uno, el segundo, de los dos goles
que le otorgan al Club Chico eso que suele llamarse un punto de oro.
Sí, desde aquí arriba el césped es una alfombra,
casi un paño verde como el del casino, con la importante
diferencia de que allá los números son fijos,
permanentes, y aquí (él, por ejemplo, es el ocho) cambian
constantemente de lugar y además se repiten. A lo mejor con el
flaco Suárez (que lleva el once prendido en la espalda)
podrían ser una de las parejas negras. O no. Porque de ambos,
sólo el Flaco es oscurito.

Ahora se levanta un viento arisco y las gradas de cemento son
recorridas por vasos de plástico, hojas de diario, talones de
entradas, almohadillas, pelotas de papel. Remolinos casi fantasmales
dan la falsa impresión de que las gradas se mueven, giran,
bailotean, se sacuden por fin el sol de la tarde. Hay papeles que suben
las escaleras y otros que se precipitan al vacío. A
Benjamín (Benja, para la hinchada) le sube una bocanada de
desconsuelo, de extraña ansiedad al enfrentarse, ¿por
primera vez?, con la quimera de cemento en estado de pureza (o de
basura, que es casi lo mismo) y se le ocurre que el estadio
vacío, desolado, es como un esqueleto de multitud, un eco
fantasmal de esa misma muchedumbre cuando ruge o aplaude o insulta o
agita banderas. Se pregunta cómo se habrá visto su gol
desde aquí, desde esta tribuna generalmente ocupada por las
huestes del adversario. Para los de abajo en la tabla, el estadio
siempre es enemigo: miles y miles de voces que los acosan, los
persiguen, los hunden, porque generalmente el que juega aquí, el
permanente locatario, es uno de los Grandes, y los de abajo sólo
van al estadio cuando les toca enfrentarlos, y en esas ocasiones apenas
si acarrean, en el mejor de los casos, algunos cientos de
fanáticos del barrio, que, aunque se desgañitan y agitan
como locos su única y gastada bandera, en realidad no cuentan,
es imposible que tapen, desde su islote de alaridos, el gran rugido de
la hinchada mayor. Desde abajo se sabe que existen, claro, y eso es
bueno, y de vez en cuando, cuando se suspende el juego por
lesión o por cambio de jugadores, los del Club Chico van con la
mirada al encuentro de aquel rinconcito de tribuna donde su bandera
hace guiños en clave, señales secretas como las del
truco. Y ésta es la mejor anfetamina, porque los llena de
saludable euforia y además no aparece en los controles
antidopping.

Hoy empataron, no está mal, se dice Benja, el número
ocho. Y está mejor porque todos sus huesos están enteros,
a pesar de la alevosa zancadilla (esquivada sólo por
intuición) que le dedicaran en el toletole previo al primer gol,
dos segundos antes de que el Colorado empujara nuevamente la globa con
el empeine y la colocara, inalcanzable, junto al poste izquierdo.
Después de todo, la playa es mía. Desde hace quince
años la vengo adquiriendo en pequeñas cuotas. Cuotas de
sol y dunas. Todos esos prójimos, prójimas y projimitos
que se ven tendidos sobre las rocas o bajo las sombrillas o corriendo
tras una pelota de engañapichanga o jugando a la paleta en una
cancha marcada en la arena con líneas que al rato se borran,
todos esos otros, están en la playa gracias a que yo les permito
estar. Porque la playa es mía. Mío el horizonte con
toninas remotas y tres barquitos a vela. Míos los peces que
extraen mis pescadores con mis redes antiguas, remendadas. El aire
salitroso y los castillos de arena y las aguas vivas y las algas que ha
traído la penúltima ola. Todo es mío.
¿Qué sería de mí, el número ocho,
sin estas mañanas en que la playa me convence de que soy libre,
de que puedo abrazar esta roca, que es mi roca mujer o tal vez mi roca
madre, y estirarme sin otros límites que mi propio límite
o hasta que siento las tenazas del cangrejo barcino sobre mi dedo
gordo? Aquí soy número ocho sin llevarlo en la espalda.
Soy número ocho sencillamente porque es mi identidad. Un cura o
un teniente o un payaso no necesitan vestir sotana o uniforme o traje
de colores para ser cura o teniente o payaso. Soy número ocho
aunque no lo lleve dibujado en el lomo y aunque ningún botija se
arrime a pedirme autógrafos, porque sólo se piden
autógrafos a los de los Clubes Grandes. Y creo que siempre
seré de Club Chico, porque me gusta amargarles la fiesta, no a
los jugadores que después de todo son como nosotros, sólo
que con más suerte y más guita, ni siquiera a la hinchada
grande por más que nos insulte cuando hacemos un fau y festeje
ruidosamente cuando el otro nos propina un hachazo en la canilla. Me
gusta arruinarles la fiesta, sobre todo a los dirigentes, esos
industriales bien instalados en su cochazo, en su piso de la Rambla y
en su mondongo, señores cuya gimnasia sabatina o dominical
consiste en sentarse muy orondos, arriba en el palco oficial, y desde
ahí ver cómo allá abajo nos reventamos, nos
odiamos, nos derretimos en sudores, y cuando sus jugadores ganan,
condescienden a llegar al vestuario y a darles una palmadita en el
hombro, disimulando apenas el asco que les provoca aquella piel
todavía sudada, y en cambio, cuando sus jugadores pierden, se
van entonces directamente a su casa, esta vez por supuesto sin ocultar
el asco. En verdad, en verdad os digo que yo ignoro si hacen eso, pero
me lo imagino. Es decir, tengo que imaginarlo así, porque una
cosa son las instrucciones del entrenador, que por supuesto trato de
cumplir si no son demasiado absurdas, y otra cosa son las instrucciones
que yo me doy, verbigracia vamo vamo número ocho hay que aguarle
la fiesta a ese presidente cogotudo, jactancioso y mezquino, que viene
al estadio con sus tres o cuatro nenes que desde ya tienen caritas de
futuros presidentes cogotudos. Bueno, no sé ni siquiera si tiene
hijos, pero tengo que imaginarlo así porque soy el número
ocho, insustituible titular de un Club Chico y, ya que cobro poco,
tengo que inventarme recompensas compensatorias y de esas recompensas
inventadas la mejor es la posibilidad de aguarle la fiesta al cogotudo
presidente del Grande, a fin de que el lunes, cuando concurra a su
Banco o a su banca, pase también su vergüenza rica, su
vergüenza suntuosa, así como nosotros, los que andamos en
la segunda mitad de la tabla, sufrimos, cuando perdemos, nuestra
vergüenza pobre. Pero, claro, no es lo mismo, porque los Grandes
siempre tienen la obligación de ganar, y los Chicos, en cambio,
sólo tenemos la obligación de perder lo menos posible. Y
cuando no ganamos y volvemos al barrio, la gente no nos mira con
menosprecio sino con tristeza solidaria, en tanto que al presidente
cogotudo, cuando vuelve el lunes a su Banco o a su banca, la gente, si
bien a veces se atreve a decirle qué barbaridad doctor porque
ustedes merecieron ganar y además por varios goles, en realidad
está pensando te jodieron doctor qué salsa les dieron
esos petizos. Por eso a mí no me importa ser número ocho
titular y que no me pidan autógrafos aquí en la playa ni
en el cine ni en Dieciocho. Los partidos no se ganan con
autógrafos. Se ganan con goles y ésos los sé
hacer. Por ahora al menos. También es un consuelo que la playa
sea mía, y como mía pueda recorrerla descalzo, casi
desnudo, sintiendo el sol en la espalda y la brisa en los ojos, o
tendiéndome en las rocas pero de cara al mar, consciente de que
atrás dejo la ciudad que me espía o me protege,
según las horas y según mi ánimo, y adelante
está esa llanura líquida, infinita, que me lame, me
salpica, a veces me da vértigo y otras veces me brinda una
insólita paz, un extraño sosiego, tan extraño que
a veces me hace olvidar que soy número ocho.
Alejandra. Lo extraño había sido que Benja conociera sus
manos antes que su rostro, o mejor aún, que se enamorara de sus
manos antes que de su rostro. Él regresaba de San Pablo en un
vuelo de Pluna. El equipo se había trasladado para jugar dos
amistosos fuera de temporada, pero Benja sólo había
participado en el primero porque en una jugada tonta había
caído mal y el desgarramiento iba a necesitar por lo menos cinco
días de cuidado, así que el preparador físico
decidió mandarlo a Montevideo para que allí lo atendieran
mejor. De modo que volvía solo. A la media hora de vuelo se
levantó para ir al baño y cuando regresaba a su sitio
tuvo la impresión de ser mirado pero él no miró.
Simplemente se sentó y reinició la lectura de Agatha
Christie, que le proponía un enigma afilado, bienhumorado y
sutil como todos los suyos.

De pronto percibió que algo singular estaba ocurriendo. En el
respaldo que estaba frente a él apareció una mano de
mujer. Era una mano delgada, de dedos largos y finos, con uñas
cuidadas pero sin color. Una mano expresiva, o quizá que
expresaba algo, pero qué. A los dos o tres minutos hizo
irrupción la otra mano, que era complementaria pero no igual.
Cada mano tenía su carácter, aunque sin duda
compartían una inquietante identidad. Benja no pudo continuar su
lectura. Adiós enigma y adiós Agatha. Las manos se
movían con sobriedad, se rozaban a veces. Él
imaginó que lo llamaban sin llamarlo, que le contaban una
historia, que le ofrecían respuestas a interrogantes que
aún no había formulado; en fin, que querían ser
asidas. Y lo más preocupante era que él también
quería asirlas, con todos los riesgos que un acto así
podía implicar, verbigracia que la dueña de aquellas
manos llamara inmediatamente a la azafata, o se levantara, enfrentada a
su descaro, y le propinara una espléndida bofetada, con toda la
vergüenza, adicional y pública, que semejante castigo
podía provocar. Hasta llegó a concebir, como un destello,
un título, a sólo dos columnas (porque era número
ocho, pero sólo de un Club Chico): conocido futbolista uruguayo
abofeteado en pleno vuelo por dama que se defiende de agresión
******.

Y sin embargo las manos hablaban. Sutiles, seductoras,
finísimas, dialogaban uña a uña, yema a yema, como
creando una espera, construyendo una expectativa. Y cuando fue ordenado
el ajuste de los cinturones de seguridad, desaparecieron para cumplir
la orden, pero de inmediato volvieron a poblar el respaldo y con ello a
convocar la ansiedad del número ocho, que por fin decidió
jugarse el todo por el todo y asumir el riesgo del ridículo, el
escándalo y el titular a dos columnas que acabaran con su
carrera deportiva. De modo que, tomada la difícil
decisión y tras ajustarse también él el
cinturón, avanzó su propia mano hacia los dedos
cautivantes, que en aquel preciso momento estaban juntos. Notó
un leve temblor, pero las manos no se replegaron. La suya
prolongó aquel extraño contacto por unos segundos, luego
se retiró. Sólo entonces las otras manos desaparecieron,
pero no pasó nada. No hubo llamada a la azafata ni bofetada.
Él respiró y quedó a la espera. Cuando el
avión comenzaba el descenso, una de las manos apareció de
nuevo y traía un papel, más bien un papelito, doblado en
dos. Benja lo recogió y lo abrió lentamente. Conteniendo
la respiración, leyó: 912437.

Se sintió eufórico, casi como cuando hacía un gol
sobre la hora y la hinchada del barrio vitoreaba su nombre y él
alzaba discretamente un brazo, nada más que para comunicar que
recibía y apreciaba aquel apoyo colectivo, aquel afecto, pero
los compañeros sabían que a él no le gustaba toda
esa parafernalia de abrazos, besos y palmaditas en el trasero, algo que
se había vuelto habitual en todas las canchas del mundo.
Así que cuando metía un gol sólo le tocaban un
brazo o le hacían desde lejos un gesto solidario. Pero ahora,
con aquel prometedor 912437 en el bolsillo, descendió del
avión como de un podio olímpico y diez minutos
después pudo mirar discretamente hacia la dueña de las
manos, que en ese instante abría su valija frente al funcionario
aduanero, y Benja comprobó que el rostro no desmerecía la
belleza y la seducción de las manos que lo habían enamorado.
Benja y Martín se encontraron como siempre en la pizzería
del sordo Bellini. Desde que ambos integraran el cuadrito juvenil de La
Estrella habían cultivado una amistad a prueba de balas y
también de codazos y zancadillas. Benja jugaba entonces de
zaguero y sin embargo había terminado en número ocho.
Martín, que en la adolescencia fuera puntero derecho, más
tarde (a raíz de una sustitución de emergencia, tras
lesiones sucesivas y en el mismo partido del golero titular y del
suplente) se había afincado y afirmado en el arco y hoy era uno
de los guardametas más cotizados y confiables de Primera A.

El sordo Bellini disfrutaba plenamente con la presencia de los dos
futbolistas. Él, que normalmente no atendía las mesas
sino que se instalaba en la caja con su gorra de capitán de
barco, cuando Martín y Benja aparecían, solos o
acompañados, de inmediato se arrimaba solícito a dejarles
el menú, a recoger los pedidos, a recomendarles tal o cual plato
y sobre todo a comentar las jugadas más notables o más
polémicas del último domingo.

Era algo así como el fan particular de Benja y Martín y
su caballito de batalla era hacerles bromas c
Sam Aug 2012
Mi fai scoppiare in lacrime.
Gioia, tristezza, e l'amore.
Sono sopraffatto
ogni volta
Ti vedo.

Le Farfalle ritorno
Di volta in volta.

Il mento così prominente,
Il tuo sorriso così luminoso,
I tuoi occhi così incantevole.

Un abbraccio come nessun altro,
Caldo, pieno d'amore.
Imbarazzante e scomodo.

Baci soffici, duro, lento, veloce.
Intenso.

Fai finta di essere, cose che non sono,
Ma dentro di me vedere il tuo amore, la compassione,
La paura, il dolore, la gioia.

ride piccoli come un anello vero figlio dalla bocca,
come ** dolcemente solleticare la vostra abbronzato, ventre maculato.

Avvolto tra le tue braccia,
un bruco in un bozzolo.
Cassetta di sicurezza, suono, sicuro.

Abbiamo urlare e piangere.
Ci baciamo e ci sorridiamo.
Abbiamo fatto male e guarire.

Tu sei mia,
Io sono tuo.
Non importa chi ti ha amato,
o che vi piace quando ci separiamo,
L'amore che sgorga dal mio cuore,
per te,
Continuerà fino a che non cessa di.

Mi fai ridere,
piangere,
urlo,
brivido,
nella gioia, la rabbia, la disperazione, l'amore.

Voi mi levate dal baratro che è la mia mente.
Mi ricordi per questo che voglio essere vivo.
"Posso dirti quello che penso? Ma realmente?
Farà male, la verità fa quasi sempre male a chi vive di aspettative, ma che vita sarebbe se non ci si illudesse?
Vivere senza aspettarsi nulla dal domani, bah non fa per me, nè per te.
Tutti si illudono, e quando non c'è nulla su cui illudersi allora lo si inventa.
Ti crei degli amori artificiali per sfuggire all'apatia, alla noia, al nosense della vita.
Quindi tu sai benissimo come stanno le cose, ma preferisci fare finta di no ed essere confusa, per accettare qualcosa che in realtà sai di non volere, solo perché lo vorresti volere. E vorresti volerlo per... noia.
Semplificando desideri di desiderare emozioni che non può darti(Ha interessi comuni, che puoi trovare in chiunque, sai che noia). Non lo accetti e mascheri tutto.
** indovinato?"
"....."
Monologo ispirato a una conversazione reale con una delle persone più vicine e care nella mia vita.
Cara mia poetessa se leggi questo, sappi che ti voglio bene.
Ah ovviamente a parlare ero io.
Marco Bo Aug 2018
do not look at me
listen to me once and for all

by these forgotten suburbs of the world
in the long run, the substance becomes empty shape
with no one noticing
the mirrors reflect images different from reality
but nobody realizes anymore or pretends not to see

and I sit here dressed in flames wet with fears
that I cannot tell....

but will you listen to me once
and for all?
..................
non guardarmi
ascoltami una volta per tutte

presso queste dimenticate periferie del mondo
alla lunga, la sostanza diventa una vuota forma
senza che nessuno se ne accorga
gli specchi riflettono immagini diverse dalla realtà
ma nessuno si rende conto o fa finta di non vedere

e io mi siedo qui vestita con fiamme bagnate di paura
che non so dire ....

ma tu mi ascolterai
una volta
e per tutte?
...............
y por todas

no me mires
escúchame de una vez
y por todas

en estos suburbios olvidados del mundo
a la larga, la sustancia se convierte en  vacía forma
sin que nadie se dé cuenta
los espejos reflejan imágenes diferentes de la realidad
pero nadie lo nota
  o pretende no ver

y yo me siento aquí vestida en llamas empapadas de miedo
que no sé decir ...

pero tu me escucharas
de una vez
y por todas?

...................................    ..........
et pour toutes

ne me regarde pas
écoute-moi une fois et pour toutes

par ces banlieues oubliées du monde
à long terme, la substance devient
  forme vide
sans que personne ne s'en aperçoive
les miroirs reflètent des images différentes de la réalité
mais personne ne remarque
ou fait semblant de ne pas voir

et je suis assis ici habillé en flammes mouillé de peurs
que je ne sais pas dire ....

mais tu m'écouteras une fois
et pour toutes?
Marco Bo Sep 2018
sotto questo cielo
un giorno mi hanno guardato male perchè ero seduta sull'autobus
è stato come uno spruzzo d'acqua gelata sul viso
ma la giornata era calda e allora
niente.....

sotto questo grigio cielo
un giorno mi hanno detto che portavo malattie
era Inverno
tutti erano ammalati di fretta e di influenza
e niente

sotto questo grigio cielo di periferia
un giorno mi hanno gridato addosso
è stata come un'onda che mi ha travolto
mi hanno detto"torna a casa tua!"
questa è casa mia avrei voluto dire
ma loro erano in tanti
ed io ero da sola
e allora.....

sotto questo grigio cielo di periferia dimenticato
a forza di far finta di niente
si diventa
niente

....................


other sky I do not have

under this sky
one day they looked at me badly because I was sitting on the bus
it was like a spray of frozen water on my face
but the day was hot and so
nothing.....

under this gray sky
one day they told me that I was carrying diseases
it was Winter
everyone was ill with haste and flu
and so

nothing

under this gray suburban sky
one day they shouted at me
It was like a wave that overwhelmed me
they told me "go away back to your home!"
this is my home I wanted to say
but they were many
and I was alone
so.....

under this gray and forgotten suburban sky
by dint of pretending nothing happened
you become
nothing
..........................

otro cielo yo no tengo

bajo este cielo
un día me miraron mal porque yo estaba sentada en el autobús
fuè como uno spray de agua helada en la cara
pero el día estaba caliente asì que
nada .....

bajo este cielo gris
un día me dijeron que yo llevaba enfermedades
era invierno
todos estaban enfermos con prisa y fiebre
y nada

bajo este cielo gris suburbano
un día me gritaron en la cara

fuè como una ola que me abrumò
me dijeron
"vuelve a tu casa!"
  esta es mi casa, quería decir yo
pero ellos eran muchos
y yo estaba sola
asì que.....

bajo este cielo gris de suburbios olvidados
  a fuerza de pretender que no pasa nada
uno se convierte en
nada
Marco Bo May 2020
under this gray suburban sky
I am not a brick in your wall
I am not the tool that will lay it down
I am not

I am not the water the sand and the concrete
I am not the mortar that will paste it on
I am not the hands that will climb it
and not even those that will color it
I am not

I am not the sea that separates
I am not the beach that will not receive
I am not the boat that will sink down
and not even the waves that will drift it away
I am not

I am not your eyes that pretend not to see
I am not your ears that don't know how to listen anymore
I am not

I am not your sense of guilt
and not even your repentance on the day of feast
your clean jacket and your plastic shoes
and your Sunday brunch waiting for you at home
I am not

I
I do not know
what exactly I am
but I know I will learn it on the way
and you
alone
on the other side of the wall
you will never
ever know

sotto questo grigio cielo di periferia
io non sono un mattone nel tuo muro
io non sono l'attrezzo che lo poserà
io non sono

io non sono l'acqua la sabbia e il cemento
io non sono la malta che lo incollerà
io non sono le mani che lo scaleranno
e nemmeno quelle che lo coloreranno
io non sono

io non sono il mare che separa
io non sono la spiaggia che non accoglierà
io non sono la barca che affonderà
e nemmeno le onde che la porteranno alla deriva
io non sono

io non sono i tuoi occhi che faranno finta di non vedere
io non sono le tue orecchie che non sanno più ascoltare
io non sono

io non sono il tuo senso di colpa
e nemmeno il tuo pentimento nel giorno di festa
la tua giacca pulita le tue scarpe di plastica
e il tuo pranzo della Domenica che a casa ti aspetta
io non sono

io
non so
cosa esattamente sono
ma so che lo imparerò sul cammino
e tu
da solo
dall'altra parte del muro
non saprai
mai
................


under this gray suburban sky
I am not a brick in your wall
I am not the tool that will lay down
I am not

I am not the water the sand and the concrete
I am not the mortar that will paste it on
I am not the hands that will climb it
and not even those that will color it
I am not

I am not the sea that separates
I am not the beach that will not receive
I am not the boat that will sink down
and not even the waves that will drift it away
I'm not

I am not your eyes that pretend not to see
I am not your ears that don't know how to listen anymore
I am not

I am not your guilt
and not even your repentance on the day  of feast
your clean jacket and your plastic shoes
and your Sunday brunch waiting for you at home
I am not

I
I do not know
what exactly I am
but I know I will learn it on the way
and you
alone
on the other side of the wall
  you will never
ever know
.............
bajo este gris cielo suburbano
yo no soy un ladrillo en tu muro
yo no soy la herramienta que lo instalará
yo no soy

yo no soy agua, arena y concreto
yo no soy el cemento que lo pegará
yo no soy las manos que subirán el muro
y ni siquiera los que lo colorearán
yo no soy

yo no soy el mar que separa
yo no soy la playa que no acogerà
yo no soy el bote que se hundirá
y ni siquiera las olas que  la llevarán
yo no soy

yo no soy tus ojos que pretenderán no ver
yo no soy tus oídos que ya no saben escuchar
yo no soy

yo soy tu sentido de culpa
y ni siquiera tu arrepentimiento en el día de la fiesta
tu chaqueta limpia tus zapatos de plástico
y tu almuerzo del domingo esperándote en casa
yo no soy

yo
yo no sé
que  exactamente soy
pero sé que lo aprenderé en el camino
y tu
solo
al otro lado del muro
nunca no sabrás

— The End —