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Un hombre pasa con un pan al hombro
¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?

Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila,
mátalo
¿Con qué valor hablar del psicoanálisis?

Otro ha entrado en mi pecho con un palo en la mano
¿Hablar luego de Sócrates al médico?

Un cojo pasa dando el brazo a un niño
¿Voy, después, a leer a André Bretón?

Otro tiembla de frío, tose, escupe sangre
¿Cabrá aludir jamás al Yo profundo?

Otro busca en el fango huesos, cáscaras
¿Cómo escribir, después del infinito?

Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza
¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?

Un comerciante roba un gramo en el peso a un cliente
¿Hablar, después, de cuarta dimensión?

Un banquero falsea su balance
¿Con qué cara llorar en el teatro?

Un paria duerme con el pie a la espalda
¿Hablar, después, a nadie de Picasso?

Alguien va en un entierro sollozando
¿Cómo luego ingresar a la Academia?

Alguien limpia un fusil en su cocina
¿Con qué valor hablar del más allá?

Alguien pasa contando con sus dedos
¿Cómo hablar del no-yó sin dar un grito?
El segador mete la hoja
de su guadaña entre la hierba
y todo cae ante su filo
con un rumor suave de seda.

El segador es un vaivén,
el sol lo baña, el sol lo llena.
El segador se yergue airoso,
de la colodra extrae la piedra.

Áspero ruido cunde el prado
y de uno en otro árbol resuena.
Así es la vida, así es la muerte,
pétalo dulce, cuña férrea.

El segador ciñe una faja,
la hierba sube entre sus piernas.
El segador, sin advertirlo,
se va enterrando mientras siega.

— The End —