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Una palabra perversa,
de difícil comprensión,
que me trae tanta amargura
y tanta desilusión,
que con solo mencionarla
se me parte el corazón.
La guerra,
palabra necia y pueril,
que desemboca en el llanto
en la pena y el morir,
¿quién no tiembla al escucharla?,
¿quién se puede resistir
al llanto de tanta gente?,
gente que puede morir,
y esto no es todo lo malo,
lo peor está por venir,
las matanzas de inocentes,
a tus hijos ver morir,
a tus mayores lisiados
intentando resistir,
La guerra,
una palabra incoherente
que no puedo definir,
y al no poder comprenderla
solo me queda decir,
que aquellos que las provocan
y quien la apoye también,
reciban como castigo
el de no poder dormir,
que sueñen todas las noches
viendo a las gentes morir,
a los niños mutilados
y a los ancianos sufrir,
y que el día de su muerte
les vengan a recibir
las almas de aquellas gentes
a los que ayudó a morir,
que solo el que da la vida,
es quien la puede pedir.
Decid: ¿quién se queja?
¿Quién llora? ¿Quién grita?
Es que está cantando
La saboyanita.

Mañana de enero,
Con aire y con nieve,
Si no llueve, sopla,
Si no sopla, llueve.
Bajo grises nubes,
La tierra cubierta
De blanco sudario,
Parece una muerta.
¡Cuán solas las calles!
iNi quién las resiste!
¡Qué invierno tan duro,
Tan largo y tan triste!

Heladas las fuentes,
Heladas y mudas;
Almendros sin hojas,
Y acacias desnudas.
¡Ofrecen contrastes
Risueños y francos,
Los troncos tan negros,
Los copos tan blancos!

Hay sólo una niña
Bajo mi ventana,
Engendro hechicero
De augur y gitana.
Contando en diez años
Diez siglos de pena;
Los ojos oscuros,
La frente morena,
Muy ***** el cabello,
De grana la boca,
De vivos colores
El traje y la toca.
Los pies diminutos,
Que Fidias quisiera,
Los guarda en chapines
De tosca madera.

Del pobre pandero
Que agitan sus manos
Se visten y comen
Sus tiernos hermanos.
Con sólo escucharla,
Aterra y conmueve,
Y más, si la miran
Hincada en la nieve.

Por tarde y mañana
Con hondos acentos,
Que nunca sofocan
Ni lluvias, ni vientos;
Se queja, solloza,
Suspira, reclama,
Y al son del pandero
Su llanto derrama.

Su voz me perturba
Y amarga mi día:
iQué acento tan triste!
iQué voz de agonía!
Si algún compatriota
A verme se llega,
Oyendo esos cantos,
La frente doblega.
Sintiéndose triste,
Convulso y herido,
Recuerda aquel suelo
Alegre y florido,
Sus vírgenes selvas.
Sus prados, sus montes,
Y el azul eterno
De sus horizontes.
Con llanto en los ojos,
El alma turbada,
Muy lejos teniendo
La patria adorada:
¡Qué voz!-me repite-
¡Qué acento! ¡qué grito!
Sollozo de angustia,
Clamor de proscrito,
Lo más pavoroso
Que en notas existe;
¡Qué agudo! ¡Qué lento!
¡Qué amargo! ¡Qué triste!
¡Oh Dios! ¿Quién se queja?
¿Quién llora? ¿Quién grita?
Es que está cantando
La saboyanita.
En un mundo donde los recuerdos podían guardarse en cristales, vivía un joven llamado Elian, un constructor de memorias. Él no fabricaba casas ni puentes, sino momentos: escenas para que las personas pudieran revivir los instantes más importantes de su vida.

Un día, llegó al taller una muchacha con los ojos como lunas de agua: se llamaba Liora. Había perdido a alguien y quería crear un recuerdo que no doliera al tocarlo. Elian aceptó el encargo, y durante semanas trabajaron juntos, hilando imágenes, risas y atardeceres que ella apenas recordaba.

En ese tiempo, sin querer, sin buscarlo, se enamoraron.

No fue un amor inmediato, sino uno que floreció como una flor de invierno: lento, callado, pero imposible de ignorar.
Elian dejó de fabricar recuerdos para otros. Solo quería vivirlos con ella.

Y así pasaron los años. Rieron, lloraron, se cuidaron. Elian empezó a guardar todos sus momentos juntos en un cristal especial que nunca mostró a nadie. Lo llamaba "el corazón del tiempo", y dentro de él latía su historia de amor.

Pero Liora comenzó a olvidar.

Primero fue su cumpleaños. Luego, el nombre del árbol donde solían recostarse. Y un día, miró a Elian sin reconocerlo.

—¿Nos conocemos? —le preguntó con una ternura que partía el alma.

Elian no lloró frente a ella. Solo asintió y sonrió.

—Tal vez sí, tal vez no… pero puedo contarte una historia, si querés.

Y cada día, Elian le contaba su propia historia de amor, como si fuera un cuento inventado. Le hablaba del joven que amó a una chica de ojos de luna, de los paseos bajo la lluvia, de los silencios compartidos.

Y Liora sonreía, como si algo en su corazón recordara, aunque su mente no pudiera.

Pero el olvido fue implacable. Una noche, Liora cerró los ojos y no volvió a abrirlos. Elian la sostuvo en sus brazos hasta el amanecer, repitiéndole una y otra vez la última frase de su cuento:

—Y si te olvido, ¿me amarás otra vez?

Después de su muerte, Elian rompió el cristal que guardaba su historia. Dejó que los fragmentos se esparcieran por el viento, para que cada pedazo de su amor volara lejos, como semillas de algo eterno.

Nunca volvió a fabricar memorias. Solo caminaba por el mundo, contando su historia a quien quisiera escucharla, con la esperanza de que, en otro lugar, en otro tiempo… Liora volviera a encontrarse con él y se enamorara otra vez.
Hola, soy un pequeño escritor. Saludos a todos.

— The End —